En el año 384, una mujer escribió en su cuaderno de viajes:
«Como soy un tanto curiosa, quiero verlo todo».
Se llamaba Egeria y entre los años 381 y 384 cruzó tres continentes,
recorrió más de 5.000 kilómetros, en su mayor parte a lomos de un burro
(o de una mula) y hoy es considerada la primera gran viajera y peregrina
allende los mares de la que se tiene noticia y la primera en dejar un
documento escrito de su aventura.
Una hazaña loable por muchos motivos, pero sobre todo porque, como
mujer, el peso de la vulnerabilidad y de la crítica social ante
semejante muestra de independencia superaba incluso el ostracismo que
llegaría con el medievo. «Su experiencia muestra hasta qué punto podían
romperse los roles de género en la sociedad de la antigüedad tardía, al
presentarse como una auténtica aventurera», escribe
Rosa María Cid, profesora titular de Historia Antigua de la Universidad de Oviedo.
«Las exploradoras fueron señoras de gran coraje, ignoradas por sus
esposos en los escritos sobre sus hallazgos. Si se aventuraban sin un
hombre al lado eran vistas como marimachos excéntricos. Como dice un
refrán alemán del medievo: “Peregrina salió, puta volvió”. Que una mujer
quisiera salir de su casa levantaba estas ronchas», explica
Cristina Morató en su libro Viajeras intrépidas y aventureras.
Egeria fue escritora sin buscarlo y aventurera sin proponérselo. Era
culta, profundamente religiosa (aunque muchos descartan que fuese monja,
concepto que todavía no existía en esa época) y pertenecía a la alta
clase social, entre otras cosas porque se ha barajado la idea de que
viajaba con la ayuda de un salvoconducto o pasaporte que le facilitaba
el cruce de fronteras y que en aquella época estaba reservado tan sólo
para personas importantes.
Para muchos analistas de la historia el conjunto de las cartas que escribió durante su periplo, al que se bautizó como
Itinerarium Egeriae, desde el que aspiraba a
verlo todo y del que sólo se conserva una parte, puede considerarse
uno de los primeros antecedentes de la literatura de viajes. El género existía de alguna manera ya entre los griegos, en las descripciones itinerantes a las que llamaron
periégesis y de las que
Hecateo de Mileto fue su máximo precursor.
No fue hasta 1903 cuando un
estudio publicado por Mario Ferotín en la Revista de Cuestiones Históricas finalmente le atribuye Egeria la autoría del
Itinerarium,
después de que durante años se pensase que era obra de otra autora más
reciente. Curiosamente, la pista que sirvió para relacionar el códice
con Egeria estaba en otra carta: la que San Valerio, un eremita y abad
de El Bierzo de la segunda mitad del siglo VII, escribe mostrando su
gran respeto por la mujer que había viajado de Gallaecia a Tierra Santa:
«Hallamos más digna de admiración la constantísima práctica de la
virtud en la debilidad de una mujer, cual lo refiere la notabilísima
historia de la bienaventurada Egeria, más fuerte que todos los hombres
del siglo». El Bierzo era también el lugar donde permanecían las
hermanas a las que Egeria escribía sus cartas,
argumento que refuerza la idea de que esa comarca leonesa limítrofe con
Galicia era también el lugar de origen de la aventurera.
La verdad literaria en la escritura vulgar En su colección
Historia de España, Menéndez Pidal afirma que «Egeria ha de colocarse con todo derecho al frente de las escritoras españolas»
. Aunque
en su escritura resulta evidente que Egeria no escribía con ánimo de
‘literaturizar’ su viaje, sólo buscaba transmitir a sus hermanas la
sensación de los descubrimientos, su obra es pionera en la literatura de
viajes.
Su lenguaje fresco y cercano, escrito en forma de cartas, quizás sea
el antecedente más remoto de los libros y guías de viajes. «Para
empezar, elige el vehículo epistolar como armazón para montar su relato.
Por las alocuciones que de tarde en tarde animan su escritura vemos que
se trata de una suerte de larga carta que dirige a las
dominae et sorores que quedaron en la patria. La excusa de tener que
ver por ellas, fijarse bien en todo para después contárselo a ellas, proporciona la armadura del género», escribe
Carlos Pascual en su libro El viaje de Egeria.
Escritores insignes como
Flaubert
también entraron en el clasicismo viajero por la puerta del género
epistolar. «La escritura es para Egeria un mero instrumento. Por eso ha
optado por un latín vulgar, ella, sin duda una mujer cultivada; por eso
no le importa despacharse con unas fórmulas o entretenerse de manera
desproporcionada en un determinado pasaje. Eso es precisamente lo que
vale de su estilo, lo que le confiere una categoría literaria a pesar de
las palabras», añade Pascual.
En el texto el estilo lo marca la personalidad de la autora,
profundamente curiosa y crítica. «La palabra de Egeria puede ser llana y
vulgar, excesivamente coloquial, candorosa, pobre si se quiere. Puede
que a veces se repita, se atropelle, pierda el hilo de lo que estaba
diciendo. Pero ni el estilo mismo ni las palabras misma pueden a veces
con la verdad literaria, con la fuerza interior de una determinada
escritura», afirma Pascual.
«Otro aspecto de la personalidad de Egeria que llama poderosamente la atención es su juicio crítico», escribe
César Morales,
autor de novela histórica. «Es una devota cristiana, pero intenta
comprobar por sí misma lo que cuentan los textos sagrados y, cuando no
lo logra, no tiene problema en reconocerlo. Así, en una ocasión en la
que uno de sus guías le habla de un lugar en el que podrá ver a la mujer
de Lot transformada en estatua de sal, afirma sin rubor: «Pero creedme,
(…) cuando nosotros inspeccionamos el paraje, no vimos la estatua de
sal por ninguna parte, para qué vamos a engañarnos».
La autora marcó con su escritura improvisada un nuevo estilo y aborda
pistas sobre el propio recorrido del lenguaje. «Para los filólogos es
una verdadera joya, algo obligado en las universidades que cuentan con
departamentos de Filología clásica. Escrito en el latín vulgar que se
hablaba a finales del siglo IV, aquel
sermo cotidianus que se
enfundaba al acento peculiar de cada callejón de un Imperio Romano tan
extenso, el texto de Egeria está trufado de modismos», añade Pascual.
5.000 kilómetros de viaje peregrinoLos pasos de Egeria arrancan de la zona de Gallaecia (Galicia),
continúa por Tarraco (Tarragona), cruza el río Ródano por el sur de la
Galia, atraviesa Italia, embarca hacia Constantinopla y desde allí sigue
hasta Palestina para visitar la Tierra Santa en una peregrinación que
años antes había inaugurado
santa Helena, madre de Constantino.
Visitó Jericó, Belén, Nazaret, Cafarnaúm y establece en Jerusalén su
centro de operaciones. En el año 382 continúa su viaje por Egipto, con
el fin de conocer a los monjes y anacoretas que vivían en el desierto.
Pasa de nuevo a Jerusalén y de ahí inicia su peregrinación al monte
Sinaí (momento en el cual comienza la parte encontrada de su relato)
visitando Antioquía, Edesa, Mesopotamia y Siria. En la ciudad de Tarso,
Egeria anota en su cuaderno el feliz reencuentro con una amiga.
«Encontré allí a una muy amiga mía, a la que todos en oriente tienen
como modelo de vida, una santa diaconisa de nombre Marthana, a la que yo
había conocido en Jerusalén una vez que ella subió a orar. Tenía bajo
su gobierno monasterios de aputactitas, o sea, vírgenes. Cuando me vio
¡con cuánto gozo de ambas, que no podría expresarlo!».
Un tiempo después, a su vuelta hacia Costantinopla, escribe a sus
hermanas una última carta: «Tenedme en vuestra memoria, tanto si
continúo dentro de mi cuerpo como si, por fin, lo hubiere abandonado».
Escribe también sobre su deseo de visitar la ciudad de Éfeso, pero se
pierde el rastro de sus pasos. No sabemos si alguna vez regresó a
Hispania, si murió o si Egeria continuó viajando. Quizás por eso, por la
hazaña y por el misterio, su viaje permanece eterno.
Pero, a pesar de la hazaña, poco se habla del viaje de Egeria. En
1984 Filatelia Española emitía cuatro millones de ejemplares del sello
dedicado al
XVI centenario del viaje de la monja Egeria
(insisten en hacer monja a Egeria aunque ha quedado demostrado que en
aquella época todavía no existía el concepto de monja y, pese a su
religiosidad manifiesta, nadie puede asegurar que fuera siquiera
abadesa).
Hay libros, varios libros, que estudian su
Itinerario, el lenguaje que emplea, las costumbres que describe. Su hazaña ha sido traducida a
numerosos idiomas
(español, francés, alemán, ruso, inglés); hay una calle a las afueras
de Ponferrada y otra calle en León que lleva su nombre. Una pequeña
empresa de cerveza artesana en El Bierzo se llama como ella y en el
pequeño municipio leonés de Villaquilambre desde 2007 funciona una
Escuela de Formación de mujeres Egeria.
Pero ¿por qué no es referencia Egeria en la historia común de la cultura viajera y en el género literario de viajes?
Pascual, como muchos de los que han estudiado el texto de Egeria,
insiste en la necesidad de sacar a la peregrina del anonimato. «Su
relato, por sí mismo y por lo que significa, merece ser mejor conocido
por el público en general. Lo merece el relato y lo merece su autora.
Porque la figura de Egeria tiene todos los ingredientes para encandilar a
cualquier lector sensible: es una figura tan apasionada como
apasionante».
En el año 384 una mujer que aspiraba a verlo todo escribió todo lo que vieron sus ojos.
Fuente:
http://www.yorokobu.es/egeria-la-primera-viajera/