martes, 21 de febrero de 2017

Fornicar: una actividad en declive entre los jóvenes

sin sexo
Foto: Yacine Petitprez/ Flickr CC

En Japón, las parejas casadas prefieren hacer papiroflexia o entrenarse en la ceremonia del té. Cualquier cosa antes de meter la mano bajo las sábanas y descubrir que hay otro cuerpo debajo que les suena de algo, aunque no saben si sigue vivo todavía. Un nuevo estudio confirma el ascenso de los matrimonios sin sexo en la isla nipona, casi la mitad, el 47,2% de los encuestados viven en dique seco y no tienen perspectivas de abandonarlo. El porcentaje se ha disparado desde 2004, entonces rondaba el 32%.

Como informa The Guardian, los datos afloran de una encuesta de planificación familiar más amplia. El 35,2% de los hombres alega estar demasiado cansado después del trabajo. Esta excusa es la reformulación del tópico «me duele la cabeza», su adaptación a tiempos de precariedad (una barrera muy liviana para la energía sexual que, por ejemplo, estallaba incluso bajo los bombardeos de la guerra). La otra pega, más de raíz, se refiere a que ya no se ve al cónyuge como una pareja sexual, sino como un miembro más de la familia, con las grisuras que eso implica.

Desde Occidente, tendemos a valorar los fenómenos japoneses como producto de una rareza antropológica, reímos de sus supuestas excentricidades creyendo que nuestra risa levanta un muro de contención que nos deja en el lado bueno. A principios de 2012, el documental de producción francesa El imperio de los sin sexo dibujaba la desolación.

La abstinencia sexual superaba el 60% en las parejas mayores de 40 años, el consumo de porno se catapultaba. Eso era la superficie. Debajo: hombres y mujeres burbuja, incomunicados, emponzoñados en sí mismos, esterilizados por la falta de afecto, silenciosos, estrujados por preocupación sanguínea por sí mismos, sobre todo, por no quedar en evidencia.

Uno de los momentos más desoladores del reportaje. Un joven acude a un café de gatos. Allí paga y se sienta y acaricia a los pequeños felinos. Se le ve tímido ante la cámara. Los gatos le huyen y se queda con las caricias en las manos: «Es la metáfora de mi relación con las mujeres». El pobre tipo tiene la textura rompible del queso fresco. En Europa se abrió el primer café gatuno en 2013, en Viena, y están proliferando.

Quizás haya que recibir las noticias de Japón como anticipo del futuro. Los responsables del estudio japonés avisan de que su población no es la única de los países industrializados que tiene problemas para encontrar tiempo para el sexo.

A los veinteañeros, en cambio, les sobran horas libres y redes de pesca, y aun así su actividad sexual decrece año a año. Otro estudio de la Universidad de San Diego desveló que el 15% de los jóvenes de hoy, los milenials (nacidos desde principios de los 80 al 2000), no tenía ninguna pareja fornicatoria desde los 18 años. En la Generación X (nacidos entre principios de los 60 y principios de los 80), algunos, padres de los anteriores, el porcentaje se reducía al 6% cuando tenían la misma edad. «Es un cambio sustancial, pero debemos tener cuidado al valorar los datos», indica Ryne Sherman, uno de los encargados de la investigación.

El psicólogo especula sobre las diferentes razones que pueden existir detrás de los resultados. La educación sexual, señala, ha inoculado la precaución ante los riesgos asociados al sexo, y por eso se retrasa la edad: «Es menos probable que los jóvenes de hoy beban alcohol, fumen, y más probable que se protejan». Por otra parte, podrían existir diferentes definiciones de lo que significa sexo, «quizás, los nacidos en los 90 no cuentan el sexo oral». Además, las malas condiciones económicas podrían dificultar las oportunidades.
Según Sherman, influirían también el acceso a la pornografía «que satisface los deseos sexuales» y los cambios en los códigos de cortejo e interacción social: «Las redes sociales y las webs facilitan más que nunca conseguir contactos y tener relaciones sin interactuar realmente», explica.

Hay decenas de apps como Badoo, Tinder o Adopta un tío, además de Snapchat o Facebook, que también admiten usos hormonales… Toda una industria virtual al servicio del folleteo y, mientras tanto, las camas de 80 centímetros y los asientos traseros de los coches y los azulejos de los servicios públicos están, al parecer, más secos que nunca.


 Aquí, una conversación de autobús, ejemplo de muchas. Hablan dos chicas jóvenes, aparentemente compañeras de trabajo. El smartphone en la mano, al ralentí. Cuenta una de ellas que estuvo hablando con un tío unos días: horas y horas, hasta las tantas, ¿sabes?, y superbién. Pero, de repente, agrió el gesto. ¿Qué pasó? La cosa se había cortado, el pavo le dijo de tomar un café y ella se revolvió, contestó que no, que adónde iba, que vaya tela. La interlocutora se puso seria, entendió a su amiga y le pareció indignante lo del susodicho.

Se trata de una inversión de la realidad: el mundo natural y asimilable es el virtual. Tinder es un escaparate, trabaja con la aspiración. La conquista y el cortejo son los objetos de consumo, y se sabe que el consumo pierde su placer (su espuela) cuando se ejecuta.

Algunos expertos hablan de que hemos domesticado del deseo, de que hoy no surge espontáneamente y hay que buscarle hueco en la agenda. La pornografía se revela como una herramienta para cumplir con el deseo sexual de manera económica: eficiencia, frialdad, organización y reducción de tiempos.

«Los cambios culturales pueden impactar en cómo una cohorte de nacimiento en concreto ve el mundo y toma decisiones. Los años de adolescencia de los miembros de la generación del Boom y de la Generación X fueron bastante diferentes de los de hoy en términos económicos, sociales y políticos: todo esto podría jugar un papel y es difícil determinar con precisión una única causa», aclara Sherman.

El autor del estudio también se resiste a tomarse esta situación como algo eminentemente negativo y no cae en pronósticos de otros expertos más pesimistas: «Hay muchos beneficios: el ratio de embarazo adolescente está bajando drásticamente desde comienzos de 1990 (6,18%) hasta hoy (2,42%)». También las enfermedades de transmisión sexual han disminuido.

Surge otra pregunta: ¿Existe un miedo nuevo hacia la carne, hay algo en nuestra personalidad que empieza a recelar del contacto físico? Leyendo a sociólogos como Gilles Lipovetski, se advierte que esto se relaciona con la paranoia del cuidado de uno mismo, tanto en lo relativo a la salud como en lo que toca a la imagen.

Para la chica del autobús, y para tantos milenials, el encuentro personal y cercano pone en riesgo un autoconcepto construido en el universo online. No se trata de que mientan a sus contactos. Una mentira sería más consciente, más instrumental, o sea, se puede falsear tu vida para encamarte con alguien, pero esto sería, incluso, a los ojos del tramposo, un triunfo.

A través de estas redes se edifica una fantasía cuyo mayor perjuicio es que no está muy lejos de uno mismo; una fantasía llena de filtros fotográficos y horizontes y ojitos y citas evocadoras: el material que configura la personalidad virtual, lo especial, lo tuyo. En una app tienes tu ‘marca’ humana bajo control. Probablemente, quebrar esa imagen en un encuentro físico no suponga sólo quebrar una estrategia, sino romperse uno mismo.


 Fuente:  https://www.yorokobu.es/declive-sexo/

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