M. Oliva Soto |
3 de
Agosto de
2016
Profesor Bauman, parece
que se están levantando nuevos muros en Europa, otra vez. Las razones
que emplean los políticos para defender las decisiones de construir
estos muros, ya sean reales o burocráticos, están relacionadas con
problemas de inmigración y seguridad, ¿cómo analiza lo que está pasando?
¿Cuáles son los riesgos de esta carrera por proteger nuestro
continente?
Deberíamos estudiar, memorizar y hacer todo lo posible
por sacar conclusiones prácticas del análisis que el Papa Francisco (en
su discurso de agradecimiento al recibir el premio europeo Carlomagno)
realizó sobre los peligros mortales que acarrean “los nuevos muros que
se alzan en Europa”; muros levantados, paradójica y equivocadamente, con
la intención o esperanza de crear parcelas seguras para sus habitantes
en este caótico mundo lleno de riesgos, trampas y amenazas. Al señalar
que “la creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de
los propios límites pertenecen al alma de Europa”, y recordar que en el
último siglo Europa fue testigo de “que un nuevo comienzo era posible”
(de paso poniendo los “cimientos de un baluarte de la paz, de un
edificio construido por Estados que no se unieron por imposición, sino
por la libre elección del bien común, renunciando para siempre a
enfrentarse”, de manera que “Europa, después de muchas divisiones, se
encontró finalmente a sí misma y comenzó a construir su casa”), el papa
Francisco reconoce, con una profunda pena y preocupación, que si “los
padres fundadores del proyecto europeo”, “mensajeros de la paz y
profetas del futuro”, nos inspiraron para “construir puentes y derribar
muros”, la familia de naciones que soñaron crear parece últimamente:
«[…]sentir menos suyos los muros de la casa común, tal
vez levantados apartándose del clarividente proyecto diseñado por los
padres. Aquella atmósfera de novedad, aquel ardiente deseo de construir
la unidad, parecen estar cada vez más apagados; nosotros, los hijos de
aquel sueño estamos tentados de caer en nuestros egoísmos, mirando lo
que nos es útil y pensando en construir recintos particulares.»
Parece que las personas tienen cada día más
miedo a los continuos ataques que tienen lugar en nuestras ciudades.
Independientemente de las razones que llevan a sus autores a
realizarlos, que pueden ser diversas, la percepción es que cada vez
estamos menos seguros, ¿qué puede hacer la política para mitigar este
miedo y no verse abocada a una caza de brujas?
Las raíces de la inseguridad que usted señala son muy
profundas, están arraigadas en nuestro modo de vida, caracterizado por
el debilitamiento de los vínculos interhumanos, por el abatimiento y
desmoronamiento de las comunidades, y por la tendencia a reformular
nuestros problemas sociales comunes en términos de preocupaciones
individuales, que transfieren la labor de combatirlos a los que sufren
para que se les arreglen como puedan. Nuestra incertidumbre y el
sentimiento de inseguridad resultante son existenciales: nacen y renacen
a diario como consecuencia de reemplazar la solidaridad humana con la
sospecha mutua y la competencia feroz. El miedo que engendran es difuso y
permea todas nuestras actividades diarias, sin fundamento y busca en
vano un objetivo en que fijarse, un objetivo visible, palpable y que
esté a nuestro alcance, para que podamos intentar controlarlo. Pero en
nuestro mundo globalizado, sin duda de forma selectiva, formado por unos
poderes independientes del control político y políticas incapaces de
controlarlos, la brecha que separa la grandiosidad de los quehaceres y
la mediocridad de las herramientas utilizadas para controlarlos y
usarlos se está haciendo cada vez más grande. El “hábitat natural” de la
inseguridad existencial, el espacio sujeto a los caprichos de los
poderes económicos sin regulación, sin correa y sin control político,
continúa por tanto ensanchándose también, y de igual manera aumenta el
ansia de reducir la insoportable complejidad de cualquier objeción a
medidas simples, instantáneas o atajos, y de apoyar a líderes impetuosos
que apliquen estas medidas tan irresponsables y engañosas como
escandalosas y rimbombantes son sus promesas, a cambio de la obediencia
incondicional de sus seguidores…
La respuesta de la UE al problema de la
inmigración parece estar dividida. Lo mismo sucede con temas como la
seguridad (Viktor Orban pidió a la UE que copiara el modelo de Trump a
este respecto), ¿están a punto de destruir estas fuerzas el sueño que
vio nacer a la UE?
En general, hoy en día estamos siendo testigos en toda
Europa de una tendencia a reclasificar asuntos socio-políticos urgentes
como si fueran problemas de los cuerpos de seguridad y de la policía.
Esto no deja en muy buen lugar al espíritu que inspiró la creación y la
expansión de la Unión Europea. En fin de cuentas, una de las
características primordiales de ese espíritu, quizá la más importante,
fue una visión de Europa que hiciera de las necesidades militares o
policiales un elemento gradual y progresivamente innecesario.
Si observamos a Trump y a la UE, el miedo
parece que se apodera del discurso político, ¿es este el destino de
nuestra sociedad, estar dominados por el miedo?
Sin duda se trata de una posibilidad bastante
preocupante y perturbadora, aunque no sea necesariamente un destino
predeterminado o ineludible. Las promesas de los demagogos están ganando
lugar, aunque por suerte son efímeras. Una vez que hayamos construido
los muros, que hayamos enviado más soldados a los aeropuertos y espacios
públicos, o que hayamos denegado el asilo a más refugiados, se hará
evidente, por suerte, la poca relación que todo esto tiene con las
verdaderas causas de nuestra incertidumbre y con los miedos y ansiedades
que generan. Las fuerzas del mercado desregulado continuarán
perturbando por completo todas y cada una de nuestras certidumbres
existenciales. Los demonios que nos acechan, como perder nuestro lugar
en la sociedad, la fragilidad percibida de nuestros logros vitales o la
amenaza del retroceso y la exclusión social, no van a evaporarse y
desaparecer. Puede que recuperemos la razón y adquiramos inmunidad
frente a los cantos de sirena de estos charlatanes incendiarios que solo
buscan ganancias políticas a base de llevarnos por el mal camino, pero
la cuestión de fondo es otra: ¿cuánta gente tendrá que convertirse en
una víctima y perder la vida antes de que esto suceda?
Se apunta cada vez más a la religión, sobre
todo al islam, como un factor que entorpece la integración. En Alemania,
movimientos como Pegida describen abiertamente al islam como una
máscara que utilizan los degolladores, ¿qué cree que deberían hacer las
sociedades y los políticos para demostrar la falsedad de esta ecuación?
Para empezar, evitemos el craso error de extrapolar
tendencias duraderas, no hablemos ya de futuros inevitables, de modas o
manías actuales. Como sugiere el perspicaz y único en su especie
sociólogo alemán Ulrich Beck, nuestra confusión actual nace de la
discrepancia que existe entre encontrarnos formando parte ya de una
“situación cosmopolita”, condenados a cohabitar permanentemente con
culturas, modos de vida y religiones diferentes, y el atraso
significativo en la tarea urgente de desarrollar y apropiarse de la
“educación cosmopolita”. Hacer frente a esta discrepancia, es decir,
cerrar la brecha que existe entre las realidades en que vivimos y
nuestra capacidad para entender su lógica y sus necesidades, no es una
tarea que se pueda completar de la noche a la mañana.
En resumen, para que podamos comprender el lío en el
que estamos metidos, déjeme que cite de nuevo las ideas irreprochables
del Papa Francisco, sacadas del discurso anteriormente mencionado:
“Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un
delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de
todo ser humano. […] Sueño una Europa que promueva y proteja los
derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño una
Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos
humanos ha sido su última utopía”.
Y luego se preguntaba:
“¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de
los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha
pasado Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos,
escritores? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones,
madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de defender y dar
la vida por la dignidad de sus hermanos?”.
Estas preguntas van dirigidas a todos nosotros, a
nosotros, humanos que no podemos sino estar en todos los espacios y
tiempos, que estamos hechos de historia y la hacemos, ya sea voluntaria o
involuntariamente. De nosotros depende que encontremos y demos
respuestas, tanto con hechos como con palabras.
Creo sinceramente que el principal obstáculo que
impide que encontremos las respuestas es nuestra postergación deliberada
en averiguarlas.
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