Eric Foner. Daniella Zalcman |
Desde que empezó a resultar claro que Donald Trump sería
el candidato republicano a la Casa Blanca, un sinfín de titulares,
discursos y declaraciones han tratado su intolerancia como una
aberración política. La prensa progresista, organizaciones no
gubernamentales e incluso los gerifaltes del Partido Republicano se
echan las manos a la cabeza cada vez que Trump menta el resentimiento
racial de los blancos como herramienta de galvanización política. “No
tiene precedentes”, se repite hasta la saciedad, como para dejar claro
que Estados Unidos no merece a un candidato como Trump.
Y, sin embargo, Trump no ha hecho sino revivir una
tradición tan estadounidense como el Día de Acción de Gracias. O eso
argumenta Eric Foner, historiador de la Universidad de Columbia, y autor
de decenas de libros sobre las relaciones raciales a lo largo de la
historia del poder en Estados Unidos. Foner, cuyo trabajo ha sido
galardonado con los prestigiosos premios Pulitzer, Lincoln y Bancroft,
recibe a CTXT para situar la retórica racista de Trump en su contexto
histórico y alertar sobre el peligro de olvidar los muchos precedentes
del magnate y las fuerzas que representan en la historia de Estados
Unidos.
¿Por qué es importante para el debate público
reconocer que Trump no es tan novedoso como lo pintan los medios de
masas o los líderes de opinión?
Cada situación es única, y Trump no es exactamente igual
que sus predecesores, pero hay una tendencia entre los periodistas en
esta campaña a pensar que lo que representa ha surgido de la nada, que
está completamente fuera de la tradición política americana ‘normal’.
Esto va emparejado a la visión de que somos una nación básicamente
pacífica, respetuosa con las leyes, en la que la política se resuelve
por medio del debate razonable, al contrario que otros países, donde se
libran batallas ideológicas muy fuertes. Hay una tradición, obviamente,
de libertad, de apertura, de recibir con los brazos abiertos a la
inmigración, del debate razonado y la transigencia. Dicha tradición, muy
potente, está enraizada en los ideales de la Declaración de
Independencia, pero hay otra tradición muy fuerte que se remonta también
a la fundación del país, basada en la esclavitud y la hostilidad a los
extranjeros. Esto se ha manifestado de muchas maneras a lo largo de la
historia estadounidense, de modo que Trump no surge de la nada, sino que
representa una tradición con amplísimo recorrido.
Hablemos de algunos de sus predecesores.
El sentir anti inmigración ha florecido en muchos momentos
de la historia de EE.UU. En la década de 1850 había un partido
político, el Native American Party (Partido de los Nativos Americanos),
que se dedicaba casi en exclusiva a restringir la inmigración, a menudo
sobre bases idénticas a las que Trump propone ahora: que los inmigrantes
eran criminales, que les robaban el trabajo a los estadounidenses, y
cosas por el estilo. Entre los años veinte y los sesenta del siglo XX,
la inmigración estuvo altísimamente restringida. Fue una política de
Estado, sin apenas discusión. Obviamente no es necesario argumentar que
el racismo está muy arraigado en la historia estadounidense, tanto en la
etapa esclavista como mucho después. La idea de que los blancos son los
estadounidenses tipo, la quintaesencia de la nación, y que los no
blancos no encajan, se ha expresado en incontables ocasiones a lo largo
de nuestra historia. Trump bebe de esa tradición.
Entonces, ¿es Trump simplemente una nueva encarnación de ese sentir racista?
No exactamente. Lo que hace a Trump diferente es que
combina eso con sus posturas proteccionistas en política comercial, que
nunca se habían ligado al nativismo que propugna el candidato.
El político más reciente parecido a Trump no es otro que George Wallace,
que se presentó a la presidencia en 1968 y 1972, y que logró un gran
apoyo basándose en el resentimiento contra el movimiento por los
Derechos Civiles no solo en el Sur, sino también entre los obreros del
Norte. Trump es la suma de eso y Ross Perot, que en 1992 se presentó
como independiente, y, al igual que Trump ahora, decía: “Yo no soy
político; yo sé gestionar los negocios”. Perot puso la cuestión del
comercio encima del tablero, diciendo, como Trump, que “nos roban los
trabajos; estamos compitiendo con el empleo barato de otros países”. En
cierta medida, Trump es una combinación de Wallace, Perot y alguien que
no pertenece a nuestra tradición, el italiano Silvio Berlusconi. Como
él, es un multimillonario que dice lo primero que se le ocurre y lleva
una vida extravagante, siempre rodeado de mujeres jóvenes. Es en cierta
medida una celebrity. Nunca habíamos tenido un famoso televisivo en la pugna por la Presidencia.
¿Dónde tiene su origen la tradición que une a Trump con la política antimigratoria del XIX o George Wallace en los sesenta?
Tiene su origen en el nacimiento de la nación. Este país
se fundó sobre la base de la esclavitud, que se mantuvo como principal
institución hasta la Guerra Civil. Este país basó su crecimiento y
expansión en el destierro de los nativos americanos, la esclavitud de
los africanos, la invasión y toma por la fuerza de parte de México, un
país considerado entonces no blanco. Dicho de otro modo, la desigualdad
racial está grabada en el ADN de los EE.UU. como su razón de ser. Es
evidente que hay muchos estadounidenses dignos que han rechazado esa
forma de pensar, pero el desarrollo estructural de los EE.UU. tuvo,
necesariamente, que dar lugar a un sentir profundamente racista, porque
esas fueron la base económicas y políticas sobre las que floreció el
país.
Como es sabido, librarse de la institución de la
esclavitud llevó aparejada una guerra civil tremenda. Después siguió un
periodo en el que se intentó reescribir las leyes, cambiar la
Constitución y purgar el elemento racial de la noción del ser
estadounidense para abrirlo a todas las razas, pero fracasó, y fue
suplantado por el periodo Jim Crow, la segregación, etc. Así que,
insisto, la apelación de Trump a las bajas pasiones racistas tiene un
largo recorrido en la política estadounidense. Lo novedoso es que, desde
la era del movimiento por los derechos civiles, esos apelativos habían
sido más sutiles. Se hablaba del “imperio de la ley”, como hace ahora
Trump, o de los “parásitos” del Estado de bienestar, no tanto de racismo
de manera explícita. Pero la posición económica de los blancos se ha
visto mermada en los últimos 30 o 40 años, y muchos culpan al resto de
razas. Trump ha logrado conectar con esa gente.
¿Hay algo en particular de la política anti inmigración del siglo XIX que le recuerde a Trump?
Bueno, en 1850 el sistema político se hallaba en
descomposición por culpa de la cuestión de la esclavitud, y el vacío
resultante lo ocupó el Partido Nativo Americano, conocido coloquialmente
como el Know Nothing Party, o partido de los ignorantes. Era
un periodo de inmigración masiva de Irlanda, de donde la gente huía por
culpa de una tremenda hambruna, y de Alemania, entre otros sitios. Los
irlandeses, en concreto, parecían muy diferentes al ser católicos en un
país protestante. Como a los mexicanos de hoy, se les acusaba de ser
criminales, de llevarse el trabajo de los estadounidenses. Además,
votaban mucho, en su mayoría al Partido Demócrata, por lo que sus
rivales les tenían un gran resentimiento. Es cierto que los Know Nothings
no consiguieron demasiado. No alcanzaron el poder nacional, aunque sí
lograron imponerse en las elecciones de varios Estados, y alcanzaron
gran prominencia hasta que la cuestión de la esclavitud [abolida en
1863] los superó.
Ha mencionado, de pasada, la época de Jim Crow,
que no es tan conocida fuera de EEUU como la etapa esclavista. ¿Puede
describirla?
Después de la Guerra Civil, cuando cerca del 90% de
afroamericanos vivía en el Sur, se puso en marcha un experimento llamado
la Reconstrucción en el que se otorgó el derecho al voto a los negros, y
se pusieron en marcha gobiernos democráticos interraciales, sacando del
poder a las viejas élites blancas. Pero estas reaccionaron con
violencia, mediantes grupos como el Ku Klux Klan, y esos gobiernos
fueron derribados. La supremacía blanca se restauró en el Sur. Es lo que
se conoce como la era de Jim Crow, que duró en realidad hasta los años
cincuenta del siglo XX. Se volvió a retirar el derecho al voto a los
negros, a los que se confinó a los trabajos peor pagados, una educación
extremadamente deficiente, etc. Es cierto que muchos terminaron por
emigrar al norte para huir de eso, pero ese proceso no se dió hasta
cincuenta años más tarde. Una vez que los negros del Sur perdieron el
derecho al voto, los políticos de la región pudieron apelar al racismo
para salir elegidos. Sus discursos eran mucho más extremos que los de
Trump. Estaban llenos de menciones a los niggers, a hombres
negros violando a las mujeres blancas, y a los supuestos peligros de los
matrimonios interraciales. Todo eso vendía mucho entre el electorado
blanco. Era el modus operandi habitual de los políticos de
cualquier partido en el Sur en la década de 1880, 1890 y principios del
siglo XX. Se pintaba a los negros como salvajes criminales. Esa retórica
perduró hasta la década de los treinta o cuarenta. No había mejor
manera de salir elegido en el Sur.
También ha hablado de George Wallace, que se presentó como independiente, pero qué hay de la Southern Strategy (la
estrategia sureña) que tejió Richard Nixon para recuperar la región
para los republicanos? ¿No se basaba también en el resentimiento racial?
Nixon es un buen ejemplo de cómo los políticos
‘respetables’ lograron apelar al resentimiento de los blancos contra el
movimiento pro derechos civiles sin necesidad de usar un lenguaje
racista, como hacían sureños como Wallace. Utilizaba otros argumentos,
como los “derechos de los Estados” o el “autogobierno” frente al
gobierno federal, la criminalidad, el desorden urbano, o los disturbios
de los sesenta, para señalar a los negros sin mencionarlos directamente.
La Southern Strategy fue muy exitosa, y se basaba en la idea
de recuperar a votantes blancos del Partido Demócrata en el Sur para
ganarlos a la causa republicana. No sólo lo logró en su momento, sino
que ese electorado sigue siendo fielmente republicano hoy en día. La
clave fue el uso de un lenguaje cifrado, no explícitamente racista.
Cuando se ataca a las políticas de redistribución, cuando se defiende la
dureza contra el crimen, mucha gente blanca entiende el mensaje
subliminal, se está atacando a los negros.
Nixon trazó esa estrategia como contrapeso al
movimiento de los derechos civiles. ¿Qué le sugiere que el ascenso de
Trump haya coincidiendo con la prominencia del movimiento Black Lives
Matter?
Bueno, cuando Trump habla del imperio de la ley, como hace
a menudo, está reeditando la estrategia de Nixon, y se ha referido a
Black Lives Matter en términos antagónicos, defendiendo que su presencia
hace que la policía tenga miedo de enfrentarse a los criminales. La
diferencia es que en los sesenta había una gran tensión social en las
áreas urbanas. Cada verano se sucedían los disturbios en las zonas de
mayoría negra en el Norte, en Detroit, Newark o Harlem, entre otras.
Mucha gente blanca se sentía genuinamente amenazada por esto. Hoy en día
la criminalidad es muy baja. La insistencia de Trump en el imperio de
la ley no tiene tanta resonancia precisamente por eso. La gente no sabe
muy bien de qué habla. Pero sí es cierto que refuerza la idea de que los
negros son una amenaza para el orden y la paz en las ciudades.
¿Qué lecciones debemos extraer de todas experiencias históricas que ha detallado para el momento político actual?
No todos los americanos son racistas. Eso es obvio, más
aún porque Trump va camino de perder. Pero lo que trato de decir es que
tenemos que ser sinceros a la hora de analizar nuestra historia política
en su conjunto. Trump es una figura reconocible en nuestra historia. Es
novedoso en cierta medida, pero también tiene una larga lista de
predecesores en la tradición política estadounidense. Y eso dice algo
importante acerca de nuestra sociedad y nuestra historia. Resultaría
mucho más agradable desdeñar a Trump como una rareza, un individuo
extraño que ha aparecido en nuestra política pero que no representa
nada, pero eso sería un grave error. Incluso durante la Revolución
Americana los patriotas que movilizaron a la gente para enfrentarse a
los británicos lo hicieron apelando al racismo, al sentir contra los
negros, y en especial contra los indios. En la Declaración de
Independencia, Jefferson solamente hace una referencia a “los indios”, y
es para llamarlos “salvajes”, obviamente para movilizar el apoyo de los
blancos en su contra. Así que, desde nuestra revolución, hay una
componente de la historia política estadounidense que se basa en apelar a
unos grupos mediante la humillación de otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario