martes, 12 de abril de 2016
El anhelo de conocimiento
Mi padre me habló en cierta ocasión de un escuálido preso del campo de concentración de Buchenwald que tenía conocimientos de matemáticas. Lo que a una persona le viene a la cabeza cuando oye la palabra "pi" nos dice algo sobre ella. Para el "matemático" era la relación entre la circunferencia de un círculo y su diámetro. Si le hubieran preguntado a mi padre, que apenas tenía educación primaria, me habría contestado que era un círculo de masa de harina rellena de manzana*. Un día, a pesar del abismo que los separaba, el preso matemático le propuso a mi padre que resolviera un problema. Mi padre le dio vueltas durante unos cuantos días, pero no logró desentrañarlo. Cuando volvió a ver al preso, le preguntó por la solución. El hombre no se la quería dar, le decía que tenía que descubrirla por sí mismo. Pasó algún tiempo, y mi padre volvió a preguntárselo, pero el otro preso se aferraba a su secreto como si fuera un lingote de oro. Mi padre intentó reprimir su curiosidad, pero no pudo. En medio del hedor y la muerte que lo rodeaban, se obsersionó con la respuesta. Por fin el otro preso le propuso un trato: le revelaría la solución si le daba su mendrugo de pan. No sé lo que pesaría mi padre por aquel entonces, pero cuando lo liberó el ejercito estadounidense no llegaba a los cuarenta kilos. Pese a ello, su anhelo de saber era tan fuerte que se había desprendido de su mendrugo de pan a cambio de la respuesta.
* En inglés, la letra griega "pi" se pronuncia igual que "pie", tarta.
Leonard Mlodinow
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