Sufrimos invasión de documentales deportivos y por ahora hay que decir que es para bien. Ya lo comentamos hace unas semanas a propósito de Red Army Cuando se introduzcan en el negocio quienes usted y yo sabemos y se nos vendan tontunas del Real Madrid y el FC Barcelona con música indie habrá que decir que basta ya de documentales deportivos. Pero por ahora nos están llegando trabajos realmente edificantes.
El último que ha aparecido por los canales de pago es La época dorada del Madison (Michael Rapaport, 2014) sobre los Knicks de Nueva York de principios de los setenta. Deportivamente serían muy buenos, pero el vídeo no sería tan interesante si no ocurriera en Nueva York en aquellos años.
A finales de los 60 la ciudad estaba llena de droga, los barrios
obreros afrontaban una terrible decadencia y la delincuencia no hacía
más que crecer. Ya saben, las cosas que nos gustan.
También había agitación política derivada del genocidio que cometió Estados Unidos en Vietnam y tensión racial, que es el eufemismo que se utiliza para describir las reivindicaciones de igualdad de los negros.
Al mismo tiempo se editaba la música popular de mayor calidad de todo
el siglo XX y surgían modas cada dos años que han determinado la forma
de vestir durante décadas.
Por su
parte, el equipo de baloncesto de la ciudad era una castaña pilonga de
mucho cuidado. No debe ser muy distinto actualmente, que me corrijan los
expertos en este deporte, cuando en las series y películas siempre se
bromea con ello, pero hubo, como siempre le ocurre a todos los equipos,
una época triunfal. Para muchos, dicen, el mejor que han visto en su
vida.
Cuenta el documental que era una
humillación que te regalaran una entrada para ir a ver a los Knicks,
llevaban siete años sin llegar a los playoffs. Tan mala era la situación que la gente que iba a los partidos apostaba en contra de su equipo. De hecho, cuando alguien lo hacía bien y no perdían por muchos puntos, le tiraban cosas y le escupían desde la grada.
Y qué gradas, todas las menciones que se hacen son de un estadio lleno
de humo, con niebla, porque estaba todo el mundo fumando puros.
Por
otro lado, por la guerra de Vietnam, había gente que no se levantaba
cuando ponían el himno. El ambiente era maravilloso. Sobre todo porque
la mayoría de los jugadores por lo de la estatura hacían el servicio
militar en la guardia nacional y se encontraban más de una vez pegando
como antidisturbios a su propio público en las manifestaciones.
Y del desempeño de la plantilla daba buena cuenta que los jugadores fumasen en el banquillo. Así hasta que llegó el entrenador Red Holzman. Un técnico del que se puede decir que era eso que ahora llaman mourinhista.
Su máxima era, literalmente, que se limpiaba el culo con las tácticas y
que los jugadores lo que tenían que hacer era defender y punto.
De este modo
llegaron las victorias. El público, como los aficionados de la selección
italiana que en la década anterior asistían a los encuentros de su
equipo con pancartas en las que ponía catenaccio, cantaba “defensa, defensa, defensa”. Dicen que la gente aplaudía más al que daba la asistencia que al que metía la canasta.
Al
mismo tiempo, además de admirar un bello espectáculo defensivo, cuando
el equipo entró en racha al estadio empezaron a ir celebrities. Robert Redford, Woody Allen…
los aficionados podían ir a ver los partidos con sus mujeres porque en
la grada había glamour. Suena machista, pero así lo explican y eso es lo
que había en aquellos tiempos, para qué nos vamos a engañar.
Incidentes racistas no faltaban, en cualquier caso. A uno de los jugadores, Cazzie Russel, le sacaron de un coche a punta de pistola en un desplazamiento. Se había fugado alguien de una cárcel y la policía le tuvo retenido pensando que era él. Un negro conduciendo un coche siempre era sospechoso.
Luciendo
hermosas patillas y pelo a lo afro, ganaron su primer título de liga.
El impacto fue de tal magnitud que todos los jugadores terminaron
escribiendo libros sobre la experiencia y todos ellos fueron best sellers.
Con
la fama llegó la vanidad. Pero en este caso, no podemos criticarla
porque se trata de una época entrañable. Todos competían a ver quién
llevaba el mejor abrigo de cuero, los gemelos de perlas más lujosos,
iban con sombreros de ala... Aquello era otro espectáculo fuera del
campo.
Uno de ellos confiesa que la
ansiedad por no jugar buen nivel se la quitaba yéndose de compras. Se
miraba al espejo al llegar a casa y se decía: “no juego bien, pero tengo
buena pinta”. Solo con eso ya había logrado varios objetivos en su
vida. También se inventaron un idioma propio para jugar. Parecía que
hablaban en chino.
Al final ganaron dos
finales de la NBA y ahí queda eso. El club no ha vuelto a repetirlo,
pero lograron ser la generación con la que se ha medido todo lo que ha
pasado desde ese momento. Esta forma de narrar leyendas deportivas es sumamente interesante y las posibilidades son infinitas. Cuánto
gana el deporte profesional fuera de la prensa del día a día.
Especialmente si cuenta con una banda sonora tan espectacular como la de
la del Nueva York del cambio de década entre los 60 y 70 como la que
adorna majestuosamente este documental.
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