Lee Ok-sun (izquierda), de 89 años, con otras mujeres en House of Sharing, Corea del Sur . © Paula Allen
Hace 10 años que las conocí, pero todavía pienso todo el tiempo en ellas. Imagino que un día, pronto, voy a regresar y voy a ver quién vive aún. Tenían más de 60, 70 y 80 años cuando nos conocimos en 2005. Sé que muchas han muerto ya. Pero rompieron con valentía su silencio antes de morir.Lee Ok-sun (izquierda), de 89 años, con otras mujeres en House of Sharing, Corea del Sur . © Paula Allen
Recuerdo en particular a una mujer de Filipinas. Se llamaba Lola Maxima. No sólo contaba su experiencia, sino que también la representaba: lanzaba arañazos, gritaba, caía al suelo, andaba a gatas para intentar escapar, se acurrucaba hecha un ovillo [...]. Su hija, que estaba allí, se quedó pasmada al verla. Era la primera vez que oía a su madre hablar de lo ocurrido hacía muchos años.
“Después del primer soldado vinieron dos más. No me daba ya cuenta de lo que pasaba; estaba muy débil [...] entones no tenía aún la menstruación”. Fidencia David (Lola Piding), de 77 años (en 2005), Manila, Filipinas. © Paula Allen
“Después del primer soldado vinieron dos más. No me daba ya cuenta de lo que pasaba; estaba muy débil [...] entones no tenía aún la menstruación”. Fidencia David (Lola Piding), de 77 años (en 2005), Manila, Filipinas. © Paula Allen
Sus voces y sus cuerpos hablaban al unísono
Cuando fui a entrevistar a las supervivientes en 2005, con la responsable de campañas de Amnistía Internacional Suki Nagra, me impresionó el coraje que mostraban a pesar de los años para que la verdad no muriera con ellas. También me impresionó la solidaridad entre ellas. En Corea vivían juntas en un lugar llamado House of Sharing, y en Filipinas habían formado un grupo para luchar por la justicia.
Sus voces y sus cuerpos hablaban al unísono
Cuando fui a entrevistar a las supervivientes en 2005, con la responsable de campañas de Amnistía Internacional Suki Nagra, me impresionó el coraje que mostraban a pesar de los años para que la verdad no muriera con ellas. También me impresionó la solidaridad entre ellas. En Corea vivían juntas en un lugar llamado House of Sharing, y en Filipinas habían formado un grupo para luchar por la justicia.
Las fotografié porque querían que lo hiciera. Estaban aportando pruebas, recordando, contando la verdad con la voz y con el cuerpo. Había muchas que se arrancaban la ropa al entrevistarlas. Señalaban las partes de su cuerpo heridas: un pecho donde un soldado había golpeado a la mujer con una espátula caliente, una vagina en la que la penetración había sido brutal e incesante, o pies fuertemente atados con cuerdas.
Todas fueron una vez niñas que tenían sueños para el futuro, pero fueron maltratadas sexual, emocional y físicamente. A muchas las mataron o se suicidaron. Las que sobrevivieron y regresaron a casa estuvieron decenios sin contar sus historias de horror por temor a ser estigmatizadas.
Abrir la puerta a otras mujeres
Virginia Bangit (izquierda), de 81 años (en 2005), una de las Malaya Lolas (“Abuelas de la Libertad") de Mapanique, Filipinas. © Paula Alle
Kim Hak-soon, de Corea del Sur, testificó en agosto de 1991 contando sus sufrimientos como esclava sexual del ejército japonés; fue la primera mujer de su país que rompió el silencio tras de más de 50 años. Al hacerlo, abrió la puerta a las supervivientes de toda Asia para que empezaran a contar también sus casos.
La negativa de las mujeres a guardar silencio ha tenido un impacto, quizá incalculable, en otras víctimas de violencia sexual de todo el mundo. En los últimos años he viajado a la República Democrática del Congo, y las mujeres y las niñas hablan ahora abiertamente de la violencia y las violaciones masivas mientras continúa la brutalidad de la guerra
Virginia Bangit (izquierda), de 81 años (en 2005), una de las Malaya Lolas (“Abuelas de la Libertad") de Mapanique, Filipinas. © Paula Alle
Kim Hak-soon, de Corea del Sur, testificó en agosto de 1991 contando sus sufrimientos como esclava sexual del ejército japonés; fue la primera mujer de su país que rompió el silencio tras de más de 50 años. Al hacerlo, abrió la puerta a las supervivientes de toda Asia para que empezaran a contar también sus casos.
La negativa de las mujeres a guardar silencio ha tenido un impacto, quizá incalculable, en otras víctimas de violencia sexual de todo el mundo. En los últimos años he viajado a la República Democrática del Congo, y las mujeres y las niñas hablan ahora abiertamente de la violencia y las violaciones masivas mientras continúa la brutalidad de la guerra
Setenta años y esperando aún justicia
“No podía quedarme embarazada. No podía ni pensar en tener un bebe; tenía enfermedades que afectaban a mi capacidad para tener hijos. © Paula Allen |
Muchas de estas mujeres no llegaron a ver hacer justicia, y sé que las que todavía viven quizá no puedan ver tampoco ese día. Pero para mí han conseguido algo impresionante al seguir enfrentándose al gobierno japonés a pesar de las mentiras y las negativas
La lucha por la justicia ha fortalecido la voz de las mujeres de todo el mundo. La voz de estas supervivientes ha dado impulso a un movimiento global que exige que se aborden los delitos de violencia sexual.
El Ejército Imperial Japonés esclavizó a decenas de miles de mujeres, llamadas eufemísticamente "mujeres de solaz", entre alrededor de 1932 y el final de la Segunda Guerra Mundial. Las víctimas eran chinas, taiwanesas, coreanas, filipinas, malasias, neerlandesas, timoresas y japonesas. Algunos exsoldados han revelado en memorias y entrevistas que también fueron obligadas a ejercer la "prostitución" mujeres de Vietnam, Tailandia, Birmania y Estados Unidos. Para más información, véase el informe de 2005 de Amnistía Internacional, que contiene fotografías de Paula.
Fuente: https://www.es.amnesty.org/nuestro-trabajo/blog-con-nombre-propio/historia/articulo/al-cabo-de-70-anos-las-mujeres-de-solaz-hablan-para-que-la-verdad-no-muera/?utm_source=FBPAGE&utm_medium=social&utm_term=Armed_conflict&utm_content=Blog--Japan-Philippines-South%20Korea-20151001&utm_campaign=Awareness_education
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