Ella, 2007 Gerhard Richter |
Hay seres que se ven anegados por la realidad de los otros, su manera de hablar, de cruzar las piernas, de encender un cigarrillo. Atrapados en la presencia de los otros. Un día, más bien una noche, se dejan arrastrar por el deseo y la voluntad de un único Otro. Lo que creían ser se desvanece. Se disuelven y miran cómo obra, cómo obedece, arrastrado por el curso desconocido de las cosas, su reflejo. Van siempre por detrás de la voluntad del Otro. No la alcanzan nunca. Les lleva siempre un tiempo de ventaja.
Ni sumisión ni consentimiento, solo el asombro ante la realidad que hace que uno se diga simplemente "qué me sucede"o "me está sucediendo a mí", salvo que en esa circunstancia ya no hay un yo, o ya no es el mismo yo. Únicamente existe el Otro, amo de la situación, de los gestos, del momento siguiente, que solo él conoce.
Luego el Otro se va, has dejado de gustarle, ya no te encuentra el menor interés. Te abandona a la realidad. Solo se ocupa de su propio tiempo. Estás solo con lo que ya es tu costumbre, la de obedecer. Solo en un tiempo sin amo.
A otros les resulta entonces fácil embaucarte, precipitarse en tu vacío, no les niegas nada, apenas los notas. Esperas al Amo, que te conceda la gracia de tocarte al menos una vez. Lo hace, una noche, con los plenos poderes sobre ti que todo tu ser ha implorado. Al día siguiente ya no está. Qué más da, la esperanza de volver a encontrarte con él se ha convertido en tu razón de vivir, de vestirte, de cultivarte, de aprobar los exámenes. Volverá y serás digno de él, más aún, lo dejarás boquiabierto con la diferencia de belleza, sabiduría, seguridad, entre tú y el ser indiferente que eras antes.
Todo lo que haces es para el Amo que has elegido en secreto. Pero, sin darte cuenta, al trabajar para acrecentar tu valor, te alejas inexorablemente de él. Te das cuenta de tu locura, no quieres volver a verlo nunca más. Te juras olvidarlo todo y no contárselo a nadie jamás.
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