Isaac Bashevis Singer |
... Tuve ocasión de ser testigo del abismo de la degradación humana y de la angustia judía. Una pandilla de gamberros había subido al vagón de tercera clase que iba atestado de pasajeros judíos, pobre gente que viajaba con sacos, bultos y cajas. Los gamberros no tardaron en reparar en ellos. Primero los insultaron empleando toda clase de viles epítetos. Repetían una y otra vez que todo judío era un bolchevique, un troskista, un espía soviético, un asesino de Cristo, un explotador. Yo observaba, a la luz de la pequeña lámpara que colgaba del techo, a aquellos "explotadores", personas rotas y harapientas, la mayoría de las cuales viajaban de pie o bien acuclillados sobre sus bultos. Los gamberros habían empezado por desalojar a los pasajeros judíos de sus asientos y tumbarse en los bancos. Uno de ellos se jactaba de haber sido oficial durante la guerra. Varios jóvenes judíos, que salieron en defensa de los injuriados, manifestaron que también soldados judíos habían luchado en el frente y sufrido muchas bajas, pero los gamberros los acallaron con sus gritos, lanzándoles un aluvión de insultos. Pronto pasaron de las palabras a los actos. Agarraron a los judíos por la barba y los zarandearon. A una anciana judía le arrancaron la peluca, y a continuación se pusieron a pisotear las pertenencias de los pasajeros. Aunque a los jóvenes judíos le habría resultado fácil propinarles una buena paliza, no ignoraban cómo terminaría todo. Había soldados viajando en los demás vagones, y una pelea habría acabado en un baño de sangre.
Al cabo de un rato, los gamberros exigieron a los judíos que cantasen Ven, mi amada, el himno que celebra la llegada del shabbat. Era un modo de estigmatizarlos y humillarlos que muchos gamberros polacos copiaron del pasado, cuando los soldados del general Haller, actuando a su antojo con los judíos, les afeitaban la barba, llevándose a menudo un trozo de mejilla con ellas. Allí me encontraba yo, de pie y asustado, en un rincón del vagón, al lado del retrete, aferrado a mis bultos, compuestos casi por completo de manuscritos y de los pocos libros que poseía. Dentro de mí, algo se burlaba de mis propias ilusiones. Me daba perfecta cuenta de que lo que estaba presenciando reflejaba en esencia la historia de la humanidad. En esa ocasión eran los polacos quienes atormetaban a los judíos; antes eran los rusos y los alemanes quienes atormentaban a los polacos. Cualquier libro de historia no constituía más que un relato de asesinatos, torturas e injusticias; cualquier periódico estaba bañado de sangre y vergüenza. Los filósofos más pesimistas de cuantos yo había leído, condenaban el suicido, pero en aquel momento sentí que sólo existía una verdadera forma de protestar contra el horror de la vida; es perfectamente posible que de haber dispuesto en aquel momento una pistola o un veneno me hubiese quitado la vida.
Entretanto, los judíos presionados con insistencia, arrancaron a cantar Ven, mi amada. Sonaba mitad a canción, mitad a lamento. Hasta aquella noche yo había reflexionado a menudo sobre la posibilidad de redimir a la especie humana, pero en ese momento se me hizo evidente que la especie humana no merecía que la redimieran. De hecho, intentarlo habría sido un crimen. El hombre era una bestia que mataba, asolaba y torturaba no sólo a otras especies sino también a la suya propia. El dolor de su semejante constituía su alegría; la humillación del otro, su gloria. ...
Amor y exilio
Isaac Bashevis Singer
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