... Cuando se quita del platillo donde está el orgullo una pequeña cantidad de voluntad que tuvimos la debilidad de ir gastando con los años, y se añade al platillo de la pena una enfermedad física adquirida y que dejamos agravarse, entonces, en vez de la resolución valerosa que hubiese triunfado a los veinte años, es la otra, ya muy pesada y sin bastante contrapeso, la que nos humilla a los cincuenta. Además, las situaciones, aunque se repiten, cambian, y hay probabilidades de que al mediar o al finalizar nuestros días tengamos con nosotros la funesta complacencia de complicar con el amor una parte de hábito que para la adolescencia, absorbida por otros deberes y menos libre, es desconocido...
En busca del tiempo perdido
Marcel Proust
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