Están presentes en los cuentos tradicionales como un modelo más de monstruos. A los niños se les asusta con la presencia de brujas desde que tienen uso de razón. Pueden vivir escondidas en rincones oscuros y casas abandonadas, o llegar volando por la noche. Es algo interiorizado y asimilado en la cultura popular. Sin embargo, según explica Grace Morales en Mágicas. Brujas, magas y sacerdotisas del amor (La Felguera, 2022), el estereotipo que define al personaje de ficción procede de los intentos de demonizar a las mujeres que se salían de la norma.
A las claras: la inmensa mayoría de mujeres a las que se declaró brujas en realidad estaban reivindicando posiciones feministas. Sigue siendo frecuente hoy. Cuando una mujer vive sola por propia voluntad, sin un marido al lado, siempre hay alguien que la considera una bruja. La tradición cristiana y patriarcal en la sociedad tiene una posición clara hacia la mujer, cualquiera de ellas que la haya desafiado o se haya desviado ha sido y es sospechosa. La autora lo explica con su propia experiencia. En los años ochenta, cuando estudiaba, estaba inmersa en la moda que en España se llamó «siniestra» (ahora es más conocida como «gótica»), vestía de negro y escuchaba grupos en los que cantaban mujeres caracterizadas con una estética como la de las brujas de cualquier cuento. Esta tribu urbana siempre despertó recelos, posiblemente porque era la que más mujeres contaba entre sus adeptos. Morales recuerda que muchas veces la insultaban por su forma de vestir y actitud, y no había ocasión en la que no se colaba un «bruja» entre los improperios.
Sin embargo, un siglo atrás, las brujas eran las mujeres que luchaban por el aborto, por la anticoncepción, si eran médicas trataban a las prostitutas, si hablaban de religión se preguntaban por qué había que contar con Padre, Hijo y Espíritu Santo cuando lo evidente es que fuesen Padre, Hijo y Mujer. Pero cuando destacaban no era por su dedicación principal. Por ejemplo, Constance Mary Lloyd fue defensora de los derechos de la mujer, sufragista y autora de cuentos infantiles, pero pasó a la historia por ser pareja de Oscar Wilde hasta que saltó el escándalo por la identidad sexual del escritor. En otros casos sí había una vertiente paranormal en el universo de las logias y las sociedades secretas. Dion Fortune participó en la «batalla mágica» entre Inglaterra y Alemania en la Segunda Guerra Mundial, un conjuro realizado conjuntamente por magos británicos para repeler al ejército nazi, aunque su figura fue eclipsada por Aleister Crowley.
En estos submundos de creencias adornadas de satanismo llaman la atención los ritos de María de Naglowska, una ocultista de París que difundía los poderes de su «magia sexual». En su Templo del Tercer Término realizaba rituales sexuales que no eran otra cosa que asfixia erótica, y escribió un libro sobre la técnica: Le mistere de la pendaison (El misterio del ahorcamiento). Como era de esperar, en búsqueda del éxtasis sexual sucedieron varios accidentes. El periodista coetáneo Pierre Mariel escribió sobre estos ritos: «Todos los que han obtenido durante la estrangulación iniciática el goce muy especial que proviene de la precipitación de arriba abajo en el cuerpo del suspendido, de aquel al que se llama Satán, y que es la fuerza contraria a la manifestación de Dios (la vida), declaran que en el momento en que no queda nada por experimentar en las cosas de la vida cotidiana, este último tiene la impresión muy clara de encontrarse, de repente, cara a cara, con lo que muy impropiamente podría llamarse el infinito».
Una imagen del interior del libro de Grace Morales. / Foto: La Felguera. |
A Naglowska, pese a la parafernalia oscurantista, había que entenderla en términos de libertad y exploración sexual. También se pone de relieve en esta obra su trabajo como traductora de la obra Magia sexualis, cuyo contenido modificó incluyendo sus propios puntos de vista, que no era más que un compendio de propuestas de posturas sexuales que rompían la monotonía tradicional del «misionero».
Algo similar ocurre con Florence Farr en Londres. Aunque fuera ocultista, lo destacable de su biografía es que era una auténtica profesional de las artes escénicas, ya fuese como actriz, productora, escritora, compositora, directora teatral o profesora. Respondía al ideal de «nueva mujer», la que surgiría como consecuencia de la revolución feminista incipiente, que era una «mujer independiente, con una carrera profesional propia, ilustrada y con estudios y que no temía mostrar su sexualidad». Nada de lo que defendía (sufragio femenino, igualdad de la mujer en el trabajo y ante la ley) se diferenciaba de las demandas actuales del feminismo que siguen sin satisfacerse. Eso sí, luego Crowley admiraba sus rituales, aunque por lo que más destacó Farr en este campo fue por su interés en la cultura egipcia.
Lo que subyace, finalmente, es que las mujeres que ansiaban la igualdad y sacudirse los corsés y ataduras sociales —mucho más agobiantes que la citada asfixia erótica— acababan interesadas en el ocultismo como desafío al esquema de creencias impuesto durante siglos. Es un fenómeno que se podría calificar incluso de natural, aunque la naturaleza imitase al arte en los sesenta con el grupo estadounidense W.I.T.C.H., que se apropiaba del cliché para defender un feminismo radical.
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