Gustave Doré |
En las andanzas y malandanzas de don Quijote y Sancho, hubo de todo, incluso un conflicto laboral. La cuestión se planteó después de la desafortunada aventura del rebuzno, en la que don Quijote, desmintiendo su bien ganada fama de caballero sin tacha y sin miedo, volvió riendas y escapó cobarde ante la agresiva actitud de un tropel de gente armada, en cuyas manos y varapalos dejó a Sancho abandonado. Y aunque Cervantes -siempre benévolo con su héroe- haya querido disculparlo diciendo que "es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión", la verdad cruda es que en aquella circunstancia don Quijote no obró impulsado por la prudencia sino por el terror.
Cuando Sancho, molido y decepcionado, volvió junto a su amo, le reprochó con duras palabras su conducta vergonzosa y le echó en el rostro los verdugones que él recibiera en las espaldas. Acto seguido insinuó su propósito de cesar voluntariamente en aquél trabajo tan amargo de servir a un amo loco, y expuso su deseo de regresar al hogar, a la vera de su mujer e hijos. Recordó con añoranza los tiempos en que trabajara de peón de labranza en casa de Tomé Carrasco, padre del bachiller Sansón, ganando sus buenos dos ducados mensuales, más la comida y la dormida.
Sancho era en realidad un productor calificado, pues además de fiel escudero hacía funciones de pagador-tesorero, o administrador de las escasas fiducias del Caballero. Era, por decirlo así, un técnico. Cuando el desaguisado cometido por don Quijote en el retablo de Maese Pedro, fue Sancho quien, con la ayuda del ventero, tasó y pagó los muñecos rotos.
Pero se daba el caso que cuando se puso al servicio del Caballero nada establecieron previamente tocante a concierto salarial. Sancho -que en el fondo era más quijote que el propio Don Quijote- se dejó convencer y angatusar por la verborrea descabellada de éste,y, además -todo hay que decirlo- se dejó seducir por la idea de una prometida ínsula en la que pensaba gobernar y enriquecerse, que esto de ganar dinero con la política no es negocio nuevo, ya que nada hay nuevo bajo el sol.
Don Quijote comprendió que las palabras de su escudero implicaban una revisión de su situación laboral, y, en consecuencia, le pidió que señalase un jornal justo, superior, claro está, al que antaño percibiera de Tomé Carrasco. Sancho, que en aquel momento se sentía muy revolucionario y exigente pidió dos reales más sobre el antiguo sueldo por concepto de trabajo, y una indemnización por la promesa inclumplida de darle el gobierno de una ínsula, cuyo perjuicio cifró en seis reales más.
Como el horno no estaba para bollos después de lo acaecido con los del rebuzno, y la amenaza de huelga formulada por Sancho iba en serio, don Quijote aceptó el convenio laboral que su escudero le planteaba pero, al llegar a la cuestión de computar el tiempo referente a la indemnización acordada, surgieron graves discrepancias pues mientras el primero opinaba que el tal devengo debía limitarse solamente a los veinte y cinco días que llevaban fuera de casa en aquella su tercera salida; el segundo afirmaba que había grande error en la cuenta, puesto que el derecho a percibir la indemnización se remontaba al momento en que don Quijote le prometiera la ínsula, unos viente años antes, y por tanto la obligación de pago tenía que partir de tal data, acumulando los dineros hasta la hora presenta a razón de los dichos seis reales mensuales.
La diferencia era cuantiosa y muy difícil de avenir. Por un lado, Don Quijote ofrecía cinco reales que es lo que proporcionalmente correponde a veinte y cinco días de indemnización a razón de seis reales mensuales. Por otro, Sancho reclamaba el importe de veinte años, que vienen a ser unos mil cuatrocientos cuarente reales.
Don Quijote, tan desprendido y generoso en otras ocasiones, se mostró aquí mezquino y cicatero. Discutió la cuenta de la reclamación laboral, primero con retórica demagógica y, después, con insultos venenosos hacia el reclamante, al que, además de malandrín y follón, calificó de "prevaricador de las ordenanzas escuderiles", llamándole, por añadidura, "vestigio".
Sancho, que había planteado la cuestión muy valientemente, cedió , blando y sumiso, a la postre, invocando su lealtad y fidelidad al patrón. Como si la fidelidad y la lealtad fuesen incompatibles con la equidad.
Realmente, ninguno de los dos personajes estuvo a la altura de las circunstancias y que don Miguel me perdone.
Celso E. Ferreiro
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