Una tragicomedia fotográfica regada con mucho alcohol
 Cada vez quedan menos, pero todavía 
hay alguno en Viena. Los Branntweiner son bares de mala muerte donde 
solo se permite la venta de bebidas fuertes tipo whisky o coñac. 
Frecuentados por obreros jubilados, alcohólicos anónimos, exprostitutas y
 bandidos que han colgado su pistola hace años, son el reducto de una 
generación de trabajadores sin familia, sin futuro y sin esperanzas, que
 languidece a la espera de la muerte.
El fotógrafo austriaco Klaus Pichler
 decidió documentar los últimos días de estos bares, que están cerrando 
por falta de público a medida que sus clientes fallecen. El resultado es
 Golden days before they end, un retrato descarnado de vidas alcohólicas con un trasfondo de divorcios, paro y enfermedades. Es también una mezcla de drama y de locura en la que los protagonistas interpretan su propia vida delante de la cámara del documentalista. 
«Son los supervivientes de una 
generación que definía su identidad a través de sus habilidades 
profesionales. En su mayoría son jubilados con problemas de adicción al 
alcohol. No tienen familias. Necesitan estos bares para socializar 
porque aquí encuentran una especie de familia de reemplazo», explica 
Pichler desde Viena.
Durante cuatro años, este fotógrafo 
visitó más de 120 bares junto al periodista Clemens Marschall; tanto los
 Branntweiner como los Tschocherln, locales más pequeños en los que se 
permite la venta de vino, cerveza y refrescos, además de las copas. En 
70 de ellos realizó los retratos recogidos en su fotolibro. «Estos bares
 tenían una mala reputación y todavía la tienen. Desde siempre han sido 
frecuentados por criminales y prostitutas; y a menudo había peleas. Mis 
padres vivían enfrente de uno de los más famosos de Viena y siempre me 
contaban historias curiosas», cuenta Pichler.
El fotógrafo y el periodista pasaron 
más de 200 noches en estas tabernas charlando con los clientes, los 
camareros y los dueños. «Nos lo tomamos muy en serio porque sabíamos que
 eran los últimos coletazos», señala Pichler. «Estos bares te dan una 
idea perfecta de cómo era la vida de la clase obrera en los años 70. 
Hace 50 años en Viena podías encontrar uno casi en cada esquina. De los 
600 Branntweiner que hubo en el auge, hoy solo quedan dos. Sentí la 
necesidad de documentarlos antes de que sea demasiado tarde», agrega.
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En todos ellos fue recibido con 
cordialidad. «Los dueños son conscientes de que sus establecimientos 
desaparecerán por completo dentro de unos años. Todos entendieron la 
importancia de nuestro trabajo y eso facilitó enormemente nuestra 
labor», revela Pichler. En su opinión, la extinción de estas tascas se 
debe a que la clase obrera actual es muy diferente de la de antaño. 
«Hoy, en Austria, los obreros aspiran a algo mejor: quieren ser dueños 
de su propia casa o de su piso, y tener una vida estable. Además, ya no 
beben tanto. Antiguamente había una cierta tolerancia con el alcohol. 
Hoy los obreros no pueden beber durante el horario de trabajo. Por eso 
consiguen tener una vida mucho más sólida que las generaciones de los 
años 60 y 70», cuenta.
Tradicionalmente, Austria es un país 
de bebedores tenaces. Con 12,2 litros de alcohol puro por persona y año,
 los austriacos encabezan las estadísticas de consumo per cápita de la 
OCDE, junto a los estonios. «Mi país desde siempre ha tenido un problema
 serio de alcoholismo y eso no ha cambiado mucho. Simplemente se bebe en
 otros sitios, entre las paredes domésticas, y se bebe de otra forma. 
Hoy los austriacos prefieren el vino más caro. Los chupitos baratos que 
encontraban en estos bares ya no forman parte de sus costumbres», aclara
 el fotógrafo.
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 Todo el proceso creativo del libro ha
 sido permeado por la muerte. Muchos de los personajes ya no están entre
 los vivos. «Recuerdo que un día un hombre no quiso ser retratado porque
 quería aparecer con una camiseta diferente. Nos citó para la semana 
siguiente. Cuando volvimos, nos contaron que había fallecido dos días 
antes. Estas historias, por desgracia, se repetirían a menudo», subraya 
Pichler. «Otros estaban muy enfermos y, de hecho, algunos murieron a las
 dos o tres semanas de fotografiarlos. Nuestros protagonistas se estaban
 apagando delante de nuestros ojos. En la mayoría de los casos fue por 
la mala vida que llevaron en estos bares. Un día uno de los dueños me 
contó que le costaba creer que la edad media de los austriacos es de 82 
años, porque todos sus clientes se morían entre los 55 y los 60 años», 
añade.
Las páginas de Golden days before they end
 están pobladas por seres al borde de la muerte, que en el pico de su 
adicción celebran todos los días que están vivos. «Saben que mañana tal 
vez no estarán, que están condenados a fallecer y precisamente por esto 
intentan aprovechar todo lo que pueden en sus últimos días hasta que 
colapsan, literalmente. Tienen una visión muy dura y fatalista de la 
vida, y la disfrutan intensamente», revela el autor del libro.
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 «Una vez un hombre me contó que había 
estado en el médico y que le había dicho que, si continuaba con el mismo
 ritmo, tendría a lo sumo uno o dos años de vida. Pero le importaba un 
comino si no se despertaba al día siguiente. Ninguno de ellos quiere 
cambiar su estilo de vida, porque se sienten muy identificados con él. 
Prefieren disfrutar de la única forma que saben en vez de dejar el 
alcohol y el tabaco, y a lo mejor ganar 10 años a la muerte, porque se 
sentirían tristes, infelices y solos. Son plenamente conscientes de los 
riesgos que corren y no les importa. Por supuesto, cuando sienten que 
están a punto de morir, comienza el drama, se vuelven como niños. Antes 
no, son muy fatalistas y no quieren oír de cambiar», agrega.
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Precisamente por este fatalismo y 
este apego a la dureza de sus vidas desoladas, adoraron el libro. 
Pichler mostró a sus modelos improvisados las imágenes durante el 
proceso documental y también la edición final. «Les encantó porque es 
muy fiel a la realidad. Apreciaron que no hiciera correcciones 
cosméticas ni concesiones a la estética. Es la pura realidad en toda su 
crudeza. Se sienten muy orgullosos de haber sido retratados y de que 
fuéramos capaces de reflejar esta crudeza en el libro», reconoce.
El libro, publicado en junio de 2016, tiene entre sus principales referentes al mítico Café Lehmitz de Anders Petersen, y un fotolibro austriaco de los años 80 llamado Weinhaus,
 de Leo Kandl. Pichler revela que sintió cierta curiosidad por descubrir
 cuál sería la reacción de los clientes delante de la cámara 50 años 
después, en un mundo en el que todos poseen un móvil de última 
generación.
«En Café Lehmitz,
 más de la mitad de las personas se muestran tímidas. En nuestro trabajo
 esto ha cambiado mucho. No hay timidez alguna. Muchos actuaron delante 
de la cámara. Por momentos me sentía como si estuviese en el escenario 
de un teatro. No lo estaban haciendo por primera vez. Tuve la sensación 
de que era una obra de teatro ensayada, que ya lo habían hecho decenas 
de veces enfrente de sus propias cámaras. La única diferencia es que 
estaban mostrando sus mejores trucos delante de un profesional», cuenta 
el fotógrafo.
 Quizás es aún más llamativo que, a pesar
 de su deriva imparable hacia la muerte, estos seres lúdicos y 
descarnados tienen una relación muy fuerte con la fotografía. «Tienen la
 costumbre de retratarse los unos a los otros e incluso cuelgan sus 
hazañas fotográficas en las paredes de su bar preferido», dice Pichler. 
Es la gran paradoja de una generación al borde de la extinción que se 
exhibe con alegría e ironía antes de marcharse para siempre.
Fuente: https://www.yorokobu.es/klaus-pichler-y-clemens-marschall/ 
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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