Boaventura da Sousa Santos.
José Luis Marín |
Nos encontramos en un momento crucial para América Latina. Veníamos de un periodo en el que, de alguna manera, esta región se había convertido en un referente para los movimientos de emancipación, y parece que hay una reversión de todo eso en los últimos años. ¿Cómo entiende estos cambios en América Latina?
Pienso que estamos ante un retroceso grande. No es la primera vez que ocurre en el continente, pero este proceso tiene características muy especiales, sobre todo porque para algunos países es un retroceso no de años, sino de décadas o más. Por ejemplo, lo que está pasando en Brasil no es sólo la liquidación de la herencia de los gobiernos populares de Lula da Silva y Dilma Rousseff, sino de todo tipo de políticas sociales, de inclusión y derechos, que surgieron desde Getúlio Vargas, es decir, desde los años 40 y antes. Las oligarquías, que estaban de alguna manera durmientes y divididas, unas más modernizadoras y otras más reaccionarias, advirtieron en cierto momento que debían unirse para evitar un peligro emergente: que las clases populares empezaban a tener poder, a tener voz. Y esto podía tener un impacto enorme en las formas de acumulación de las élites, que siempre se han llevado a cabo por medio del despojo de la gente, combinando una explotación capitalista con otra colonial. La gran convergencia de estas oligarquías se ha dado para impedir el avance de las fuerzas populares. Argentina es un buen ejemplo, Brasil es otro…
Cada uno con sus particularidades…
Efectivamente. Colombia, por ejemplo, ha sido siempre muy especial porque es un país con una estructura muy distinta. Estuvo siempre en un proceso de estado de emergencia, pero con una vigencia democrática en lo formal. Tuvo una dictadura muy corta, al contrario que Argentina o Brasil. En Colombia lo que había era una lucha armada de 50 años, y se ha buscado un proceso de paz, que finalmente va a ser un proceso de postconflicto, donde se está de alguna manera reanimando otro conflicto que va a ser todavía más violento.
Pero, como ha dicho, no es la primera vez que estos retrocesos ocurren. ¿Qué hay de novedoso en el proceso que estamos viviendo?
Creo que hay dos novedades principalmente. La primera es un reflejo del declive del imperio de los Estados Unidos, expresado a través de su rivalidad con China. La segunda tiene que ver con cómo las élites oligárquicas reconfiguran, siempre que se sienten amenazadas, los instrumentos de dominación y eligen aquello que les puede servir mejor. En el pasado, ese instrumento fueron las fuerzas armadas, y para usarlas tuvieron que hacer una ruptura con la democracia formal, yendo a escenarios más excluyentes. En los procesos recientes vemos que el desplazamiento de los instrumentos de dominación tiene lugar dentro del marco de la democracia formal, y consiste en privilegiar al órgano de soberanía que está más aislado de la presión democrática: el sistema judicial.
¿Podría contextualizar cómo surgen y se relacionan cada una de estas novedades?
A mi modo de ver los Estados Unidos, durante la primera década del milenio, se distrajeron de América Latina porque estaban totalmente concentrados en Oriente Medio. Entonces asistimos, durante esa década, a una gran innovación política en el continente, porque se ejerció de una manera más libre, sin la gran tutela estadounidense. Dentro de esta innovación hubo, sin duda, algunas continuidades con el colonialismo, y eso acabó resultando muy problemático. Porque, por un lado, había una democracia liberal y representativa fortalecida, en la medida de lo posible, por mecanismos de democracia participativa, como el Presupuesto Participativo en Brasil y las formas de participación ciudadana en Ecuador, Bolivia y Venezuela, donde el poder comunal era realmente importante. Y, por otro lado, se utilizaba un modelo de desarrollo extractivista que, de algún modo, daba continuidad al modelo colonial. Así, la riqueza acumulada por la explotación de los recursos naturales era parcialmente distribuida entre las clases populares. Esto coincidió con un boom de las materias primas, un auge que ya pasó porque normalmente estos ciclos no duran más de diez años. Durante este tiempo las oligarquías también ganaron, porque los ricos se hicieron más ricos. Pero una parte de la riqueza, una migaja, podía ser distribuida entre las clases populares, y así fue. En el fondo no se cambió el sistema político, pero sí se generó una cierta distribución social, por medio del neoextractivismo, en contra de los designios de Estados Unidos. Pero las clases dominantes sabían que, si continuaba este modelo, iba a haber problemas cuando declinara el auge de las materias primas. Porque cuando pasara esa bonanza, la única solución para continuar con la redistribución social pasaba por quitarle a los ricos para darle a los pobres: es decir, por la vía tributaria. Y eso las oligarquías no lo permitirían de ninguna manera. Entonces, cuando el boom se vino abajo, surgió la contradicción. Porque este modelo de democracia, sin una reforma del sistema político (excepto en Venezuela, donde sí la hubo y por eso tenemos hoy una situación más complicada) no era lo suficientemente fuerte para aguantar esta caída de las materias primas. Así, cuando esto ocurrió, este tipo de democracia, más distributiva pero vieja, colapsó. Empezaron así todos los problemas con las oligarquías, y el imperio también tomó sus medidas: fake news, redes sociales, espionaje, manipulación de la deuda, por ejemplo, con los fondos buitres en Argentina, etc. Además, coincidió con el momento en que los Estados Unidos descubrieron un fenómeno nefasto para ellos en el continente, que no tenía que ver sólo con los miedos de las oligarquías: su rival, China, ya estaba en América Latina. Y Estados Unidos considera a América Latina como su patio trasero desde la Doctrina Monroe, que es del siglo XIX.
¿Cómo se manifiesta esta tensión entre China y Estados Unidos en América Latina? ¿Cuáles son sus consecuencias?
Cuando Estados Unidos descubre que China está en América Latina, también descubre que China es el gran inversor, no solamente en países como Argentina o Brasil, que son importantes consumidores de sus productos, sino también en Centroamérica. China había usado una estrategia muy inteligente: sabía que para esos países una pequeña inversión podía significar una gran diferencia para su economía y sus infraestructuras. Obviamente, esa pequeña inversión también podía poner a estos países de su lado, por ejemplo, con su voto en las Naciones Unidas. Y a China le convenía tener aliados comerciales para penetrar el continente, de una manera pacífica, comercial, pero que incidía en su rivalidad con Estados Unidos. Cuando Estados Unidos lo descubre, reacciona de la manera en que sabe hacerlo: intentando cambiar los gobiernos por medios antidemocráticos. Estados Unidos nunca ha promovido la democracia fuera de sus fronteras. Siempre buscó imponer gobiernos amigos, que organizaran la economía a su servicio, muchas veces dictatoriales. Pero aquí es donde surgen las novedades de las que hablaba. Empiezan con el golpe de Honduras contra Manuel Zelaya, en el 2009. Un hombre que no es que fuera socialista, sino bastante moderado, que trataba de hacer lo que Lula estaba haciendo en Brasil: permitir que la gente pudiera comer tres veces al día. Pero, con el golpe, no se logra, y ahora ves a los hondureños huyendo del país, como prisioneros del hambre, camino de los Estados Unidos, y en la prensa nadie establece la conexión entre el golpe de 2009 y lo que está pasando. Después viene el golpe a Fernando Lugo, que es en 2012. Y en 2016, a Dilma Rouseff. Y este caso es particularmente importante porque Brasil no era sólo el país más grande de la región, la sexta o séptima economía mundial, sino también un gran protagonista de los BRICS. Es decir, un país que junto a China, India, Rusia y Sudáfrica estaba intentando crear una alternativa al modelo capitalista occidental. No era una alternativa socialista, pero buscaba descentrar el capitalismo del Norte y de Occidente. Por primera vez, el dinamismo llevaba el capital de Occidente a Oriente. Estados Unidos entiende ahí que había que neutralizar esto de una manera brutal. Así surgen algunas estrategias novedosas, a propósito de la recomposición por parte de las élites de sus instrumentos de dominación.
¿Cuáles son estas estrategias?
Principalmente, no se usarán los militares y, en lugar de una dictadura al uso, se manipulará la democracia por medio de fake news, grandes inversiones en think tanks, en partidos aliados y en la creación de milicias que puedan intimidar a los movimientos sociales, pero todo dentro del “marco democrático”. Además, se va a usar un arma que habían desarrollado después de la caída del Muro de Berlín, en Rusia primero y después en Europa del Este: el sistema judicial. Se busca que el sistema judicial, opaco en su selectividad, se torne más activo. En el continente, ya lo habían utilizado en Colombia. Pero era algo novedoso para Brasil, y se va a utilizar para perseguir a aquellos que pueden ser rivales políticamente, contrarios a los intereses de Estados Unidos. Ésta es una manera neoliberal de atacarlos, porque no se justifica sobre cuestiones políticas, en que sean de izquierda o revolucionarios, sino porque son corruptos. Si observas los datos de Lava Jato, por ejemplo, contra Lula, te das cuenta de que no se ha probado nada en relación a un enriquecimiento personal ilícito. El presidente Lula es hoy el preso político más famoso del mundo, alguien por el que muchos hemos luchado para que pudieran darle el Premio Nobel de la Paz, pero a menudo este premio no se da a quien hace la paz, sino la guerra. Este arma nueva, centrada en la actividad selectiva del poder judicial contra la corrupción, que sí es endémica a los partidos latinoamericanos, y no sólo latinoamericanos, es la que se está usando, por ejemplo, también contra Cristina Kirchner, así como para despolitizar la lucha popular. Todos los datos son suministrados por los Estados Unidos: el Departamento de Justicia tiene acceso a todas las bases de datos porque allí están empresas como Google, Facebook o Microsoft, con nuestras compras, nuestras cuentas bancarias. Así, hoy existe la posibilidad de que en Brasil se utilicen estos medios para ilegalizar al MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra) y el MTST (Movimiento de los Trabajadores Sin Techo), y sus líderes podrían ir presos. El sistema judicial pasa a sustituir a los militares. Esta es la estrategia, digamos, nueva. La vieja es la que se está utilizando en Venezuela.
¿En qué consiste esta estrategia?
Estados Unidos ha visto que no puede utilizar el sistema judicial en Venezuela, porque Venezuela ya impidió que fuera utilizado para eso durante el tiempo de Chávez. Tampoco puede utilizar los militares, no porque como se ha querido vender éstos se sientan bien económicamente con Chávez, sino porque Chávez organizó las milicias, organizó a la gente y la armó. Y por eso si alguna parte de los militares se rebelara tendría que enfrentarse a los milicianos. Entonces, ahora por lo menos, los militares tampoco están disponibles para Estados Unidos, y tienen que encontrar fantoches, payasos. El papel de Sérgio Moro en Brasil lo ejerce Juan Guaidó en Venezuela. Ambos fueron entrenados en los Estados Unidos para ser los nuevos líderes de América Latina. Hay un entrenamiento constante de jóvenes líderes, que invitan a las universidades, para desestabilizar a aquellos gobiernos que puedan tener una posición hostil a los intereses de Estados Unidos. Y aquí lo importante para Estados Unidos es que ganen las empresas multinacionales, porque los Estados Unidos fueron derrotados en Irak, pero las empresas estadounidenses están ahí explotando el petróleo. No ganaron en Libia, pero sus empresas explotan el petróleo. Puede que no ganen en Venezuela, pero van a hacer todo lo posible para que sus multinacionales exploten el petróleo venezolano. Es un modelo de dominación donde estas empresas mandan más que el propio estado. Y en Venezuela, como no pueden utilizar el sistema judicial ni el ejército, se está volviendo a lo que se hizo en Nicaragua en los 80: se están usando las contras. No es casualidad que Elliott Abrams, el hombre de la contra nicaragüense, sea de nuevo el encargado de esta misión para Venezuela. Están organizando pequeños grupos de sicarios altamente armados para llevar el terrorismo a Venezuela. Si tendrán éxito, no lo sabemos, pero esta es la situación en el continente, y es peligrosa porque puede impedir un desarrollo progresista durante las próximas décadas.
En Venezuela también hay elementos que recuerdan a los meses anteriores al golpe contra Salvador Allende, como el supuesto desabastecimiento, los apagones… ¿en qué se diferencian?
A corto plazo ahora hay, digamos, demasiado conocimiento de las cosas. Estados Unidos no puede reprimir sin consecuencias. Nadie sabe lo que va a pasar en Venezuela, pero los venezolanos tomaron muchas medidas para no colapsar de inmediato. Tienen aliados internacionales fuertes que Allende no tenía. Rusia está en el país con militares y consejeros, y han realizado maniobras militares con aviones que incluso pueden transportar armamento nuclear. China también está por medio de acuerdos comerciales muy importantes. Es decir, Venezuela le ha señalado a Estados Unidos que no pueden invadir sin más, porque entrarían en conflicto directo con Rusia y China. Entonces, Estados Unidos utiliza otras estrategias. Pero sobre éstas, Venezuela también sabe demasiado desde Nicaragua. Y, obviamente, también ha aprendido de resiliencia con Cuba, con ese orgullo antiimperialista tan fuerte que comparten con los cubanos. Cuba sabe que, si cae Venezuela, la próxima en caer será ella. Hay que salvar a Venezuela para que se salve Cuba. También hay un contexto internacional bastante más complejo, con Estados Unidos intentando entrar en el Mar de la China y militarizar Europa del Este para asediar a Rusia. Y Rusia y China están en América Latina mostrándole a Estados Unidos lo que ya le mostraron en Siria: que no pueden entrar y ganar. Porque Rusia ganó la guerra en Siria y han dejado a Estados Unidos en una posición ridícula, con una base cercada, lo que nunca les había pasado. Es una humillación de la que nadie habla porque los medios no hablan de las humillaciones del imperio. Pero indica que existe otro contexto internacional, donde Estados Unidos ya no puede mandar en América Latina como si fuera su patio trasero. Estamos en un momento muy complejo, fractal, que podría desembocar en una guerra. Es un momento al que debemos añadir el comportamiento incierto de un capital financiero totalmente desregulado, que puede crear muchos problemas, también a China, porque puede que haya una burbuja financiera allí. Es un mundo de muchas bifurcaciones, donde pequeños cambios pueden tener consecuencias muy graves. Lo que pasa en Venezuela puede agravar el conflicto con China o Rusia. Aún no lo sabemos.
Más allá del ámbito latinoamericano y del acceso a los recursos naturales que garantizan la reproducción del capital global, esta disputa se libra también en el ámbito del espionaje y el desarrollo del software, por ejemplo.
Es evidente que la inversión militar en Estados Unidos es mayor que la de todos los demás países juntos, sin embargo, eso no se ha traducido en que hayan ganado guerra alguna después de la Segunda Guerra Mundial. Es más, las perdieron todas. Algo va mal. Hay un complejo industrial-militar, con sus propios intereses en la venta de armamento al extranjero, que no hace a su ejército particularmente eficaz. Y esto hoy se agrava cada vez más, porque las guerras se combaten de una manera distinta de la que utiliza Estados Unidos con su superioridad. Evidentemente, aún pueden producir mucho dolor, muchos muertos, como vemos en Yemen con los drones: una guerra de exterminio contra todo un un país para hostigar a Irán y asegurarse el acceso al petróleo y que Arabia Saudí garantice el uso del dólar en las transacciones de éste. Va a ser un proceso largo. La rivalidad entre Estados Unidos y China tiene muchos aspectos que tienen que ver con la línea ascendente de China en las próximas décadas, sobre todo por la innovación en inteligencia artificial, robótica y automación, que de alguna manera determinará las nuevas formas de globalización. Todo lleva a pensar que China está bien preparada para estos cambios, quizás más adelantada y mejor posicionada comercialmente que Estados Unidos. Es sencillo de entender: mientras Estados Unidos tiene un discurso autoritario, de imposición, China siempre viene con acuerdos recíprocamente beneficiosos para aquel que negocia con ellos. Tienen tanta conciencia de su fuerza que pueden ofrecer contratos aparentemente entre iguales, aunque sepamos que no lo son, pero que dan cierta ventaja a los países donde se hace la inversión. Es el caso, por ejemplo, de la gran inversión en la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative), con conectividad entre China y el resto del mundo. Eso es lo que está en el horizonte.
Usted ha escrito que hasta el colapso soviético, la izquierda disponía de “una alternativa clara”, con todas las contradicciones que ésta misma daba. Y añade que “mientras no surja una alternativa creíble al capitalismo, la situación de los trabajadores, de los pobres, de los emigrantes, de los jubilados, de las clases medias siempre al borde de la caída abrupta en la pobreza, no mejorará de manera significativa”.
La existencia del mundo soviético fue absolutamente fundamental para mantener domesticado al capitalismo, porque había una alternativa del otro lado que podía ser atractiva, y durante mucho tiempo lo fue para buena parte de la población mundial. Empezando por China, por ejemplo. Por eso existía la idea de que el capitalismo tenía que ser mejor que el comunismo, que debía mejorar la vida de todos e iba a permitir el desarrollo en paz y libertad. Algo que el sistema comunista, según la lectura de los capitalistas, no garantizaba. Y en algunos casos, con un desarrollo a toda costa y, por tanto, mucho sacrificio humano, eso fue cierto. Pero la alternativa estaba ahí, y de alguna manera su existencia mantenía viva la idea del socialismo. Era una idea reguladora de la emancipación, que señalaba la posibilidad de una regulación mejor que no sería capitalista, sino socialista. No tenía por qué ser el socialismo soviético, pero un tipo de socialismo, y por eso la división entre un socialismo revolucionario y otro democrático siempre se acababa reformulando. Y en eso, de nuevo, el caso de América Latina es paradigmático. Allende fue eso, un intento de socialismo democrático. Chávez también. Fue el hombre que organizó y ganó más elecciones libres, como certificó el Centro Carter. Buscaba una forma de socialismo democrático, bolivariano en su caso, en un momento en que se hablaba del “socialismo del siglo XXI”, como, en menor medida, lo fue el de Rafael Correa y lo es el de Evo Morales. Pero esta idea apareció cuando el “socialismo realmente existente”, soviético, había desaparecido, y esa desaparición fue la que permitió que el neoliberalismo, como la fase más brutal y salvaje del capitalismo tardío, empezara a manifestarse en todos los ámbitos. El incremento imparable de la desigualdad o el cuestionamiento de los derechos sociales ya venían de atrás, de los 70 y la primera crisis del petróleo, y esto se agravó tras la caída del Muro de Berlín, que es cuando la socialdemocracia empieza a caer cada vez más en el fundamentalismo de mercado a través del neoliberalismo hasta hoy, incluso en los países nórdicos. Entonces, fue en América Latina donde se reanimó esta idea del socialismo democrático por medio del “socialismo del siglo XXI”. El problema fue que, como ya dije, estas formas de socialismo democrático estaban basadas en dos pilares: una democracia liberal y representativa con algunos rasgos de democracia participativa, y un modelo de desarrollo extractivista. Y estas democracias, sin reformar el sistema político, al no soportar el declive de las materias primas con las que cubrían su política distributiva, colapsaron. El imperio y las oligarquías intervinieron para liquidar las perspectivas de un socialismo democrático, con un sistema judicial activo que, con su selectividad opaca, resulta el fin de la propia democracia. Tenemos ahora un impasse total, una democracia desacreditada en muchos países además de una crisis de las materias primas, quizás con la excepción de Bolivia. Creo que, como en el boxeo, la izquierda se ha llevado un puñetazo muy fuerte y está aturdida, no sabe por dónde ir. No existe esa otra alternativa creíble de la que hablaba para abordar estos problemas y reformular esa división entre un socialismo revolucionario y otro democrático. Hay que construir esa alternativa, que obviamente no será la del socialismo soviético, pero deberá tener esa claridad que se ha perdido.
Ante esta panorama, ¿cuál cree que es el espacio de actuación para los de abajo?
Es una situación de gran riesgo, y al mismo tiempo de oportunidad. Lo que propongo es, primero, confrontar esa noción de que no es relevante que haya izquierda. Hay gente que, en esta crisis, ha salido con la idea de que ya no hay distinción entre izquierda y derecha, que tenemos que encontrar otras formas de organización política. No. La izquierda siempre ha sido importante y ahora lo es más que nunca. Se trata de definir de qué lado estás: de la redistribución social o de las oligarquías. Evidentemente, ahora es más complicado, porque si quieres redistribución debes abordar una reforma política. Como he señalado, no puedes hacer una redistribución basada en el neoextractivismo, porque, entre otras cosas, vas a tener que perseguir a los indígenas y a otros desfavorecidos y criminalizarles. No puedes hacer eso. Las condiciones para una sociedad más justa son ahora mucho más difíciles. Y en esto los indígenas nos dan siempre una gran lección. Son los que mejor nos indican el futuro. Después de haber sido cercados y exterminados por la modernidad, el futuro que nos resta vendrá de la mano los indígenas, porque son los que mantienen viva la idea de una sociedad más justa, en armonía con la Madre Tierra, con la naturaleza, y nos pueden ayudar a reinventar la emancipación social a través de sus ideas del buen vivir. Creo que lo que deberíamos hacer es encontrar formas pragmáticas de articular las izquierdas, no para que los zapatistas sean socialdemócratas o los socialdemócratas peronistas, sino para buscar una convergencia mínima a través de la que poder organizar políticas comunes que mejoren la vida de la mayoría. El socialismo ahora no puede ser algo a realizar en muchas décadas, porque la gente está en una situación muy dolorosa, de hambre, inseguridad, violencia, y no hay tiempo para estar discutiendo cuál será el mejor sistema político del futuro. No se puede hablar de que vaya a haber un sistema. Va a haber lo que llamo una artesanía de prácticas socialistas, de diferentes orígenes y tipos, que deberán articularse. Sólo será posible si perdemos el dogmatismo y el sectarismo que ha dividido a las izquierdas, y organizamos las luchas, de una vez por todas. La izquierda sabe que esta lucha no puede ser únicamente contra el capitalismo, sino también contra el colonialismo, a través de las luchas contra el racismo, la xenofobia y la islamofobia, por ejemplo, y contra el patriarcado, que involucra también la lucha contra la homofobia y otras formas de segregación sexual. ¿Y cuál es el riesgo? Pues que si esta oportunidad no se formula políticamente a tiempo, las fuerzas antidemocráticas podrían acabar tomando la democracia. Es decir, el peligro es que las democracias mueran democráticamente.
Siempre digo que los sociólogos somos malos en prever el futuro y buenos en prever el pasado, y nunca ha sido tan difícil imaginar lo que pueda pasar, pero me parece que existe tanto un gran riesgo como una gran oportunidad. Hay que intentar minimizar el riesgo por medio de la articulación de las izquierdas, y con éstas generar nuevas oportunidades que traigan alternativas al desarrollo a través de una reforma del sistema político. Porque hay que proteger la política de un sistema económico que la está matando.
Fuente: https://ctxt.es/es/20190424/Politica/25771/america-latina-venezuela-estados-unidos-alejandro-pedregal-boaventura-de-sousa-santos.htm#.XMCy9D8r84s.twitter
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