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Boaventura da Sousa Santos.
José Luis Marín
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Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, Portugal, 1940) es uno de los
sociólogos y juristas más relevantes del panorama internacional, así
como un referente ineludible para los estudios decoloniales por su
dedicación a lo que ha dado en llamar las “epistemologías del Sur”,
noción central en su obra y con la cual cuestiona y disputa la hegemonía
del pensamiento occidental. Prolífico autor, entre sus libros recientes
destacan
Justicia entre saberes: Epistemologías del Sur contra el epistemicidio (Morata, 2017),
La bifurcaciones del orden: Revolución, ciudad, campo e indignación (Trotta, 2018),
Si Dios fuese un activista de los derechos humanos (Trotta, 2018) e
Izquierdas del mundo, ¡uníos! (Icaria, 2018). Estos días prepara la publicación de
El fin del imperio cognitivo: La afirmación de las epistemologías del Sur,
que aparecerá en mayo en Trotta. Divide su trabajo entre la Universidad
de Coimbra, como director del Centro de Estudios Sociales, y la
Facultad de Derecho de la Universidad de Wisconsin-Madison, donde es
profesor distinguido del Instituto de Estudios Legales. En sus viajes
relacionados con la actividad académica, reparte su tiempo entre la
universidad y el trabajo directo con movimientos sociales y activistas
locales. Además de ser un pensador esencial para las ciencias sociales
contemporáneas, Sousa Santos es un seductor del tiempo y del espacio
allá donde va, cuya poderosa oratoria abduce por completo la atención de
su interlocutor. Con motivo de su visita a la Universidad de Helsinki,
conversamos sobre la actualidad de América Latina y los cambios en la
región, especialmente en relación con las crecientes tensiones entre
Estados Unidos y China, además de sobre las posibilidades para el
proyecto emancipatorio de la izquierda ante este contexto global y los
retos a los que se enfrenta.
Nos encontramos en un momento crucial para América Latina.
Veníamos de un periodo en el que, de alguna manera, esta región se había
convertido en un referente para los movimientos de emancipación, y
parece que hay una reversión de todo eso en los últimos años. ¿Cómo
entiende estos cambios en América Latina?
Pienso que estamos ante un retroceso grande. No es la primera vez que
ocurre en el continente, pero este proceso tiene características muy
especiales, sobre todo porque para algunos países es un retroceso no de
años, sino de décadas o más. Por ejemplo, lo que está pasando en Brasil
no es sólo la liquidación de la herencia de los gobiernos populares de
Lula da Silva y Dilma Rousseff, sino de todo tipo de políticas sociales,
de inclusión y derechos, que surgieron desde Getúlio Vargas, es decir,
desde los años 40 y antes. Las oligarquías, que estaban de alguna manera
durmientes y divididas, unas más modernizadoras y otras más
reaccionarias, advirtieron en cierto momento que debían unirse para
evitar un peligro emergente: que las clases populares empezaban a tener
poder, a tener voz. Y esto podía tener un impacto enorme en las formas
de acumulación de las élites, que siempre se han llevado a cabo por
medio del despojo de la gente, combinando una explotación capitalista
con otra colonial. La gran convergencia de estas oligarquías se ha dado
para impedir el avance de las fuerzas populares. Argentina es un buen
ejemplo, Brasil es otro…
Cada uno con sus particularidades…
Efectivamente. Colombia, por ejemplo, ha sido siempre muy especial
porque es un país con una estructura muy distinta. Estuvo siempre en un
proceso de estado de emergencia, pero con una vigencia democrática en lo
formal. Tuvo una dictadura muy corta, al contrario que Argentina o
Brasil. En Colombia lo que había era una lucha armada de 50 años, y se
ha buscado un proceso de paz, que finalmente va a ser un proceso de
postconflicto, donde se está de alguna manera reanimando otro conflicto
que va a ser todavía más violento.
Pero, como ha dicho, no es la primera vez que estos retrocesos ocurren. ¿Qué hay de novedoso en el proceso que estamos viviendo?
Creo que hay dos novedades principalmente. La primera es un reflejo
del declive del imperio de los Estados Unidos, expresado a través de su
rivalidad con China. La segunda tiene que ver con cómo las élites
oligárquicas reconfiguran, siempre que se sienten amenazadas, los
instrumentos de dominación y eligen aquello que les puede servir mejor.
En el pasado, ese instrumento fueron las fuerzas armadas, y para usarlas
tuvieron que hacer una ruptura con la democracia formal, yendo a
escenarios más excluyentes. En los procesos recientes vemos que el
desplazamiento de los instrumentos de dominación tiene lugar dentro del
marco de la democracia formal, y consiste en privilegiar al órgano de
soberanía que está más aislado de la presión democrática: el sistema
judicial.
¿Podría contextualizar cómo surgen y se relacionan cada una de estas novedades?
A mi modo de ver los Estados Unidos, durante la primera década del
milenio, se distrajeron de América Latina porque estaban totalmente
concentrados en Oriente Medio. Entonces asistimos, durante esa década, a
una gran innovación política en el continente, porque se ejerció de una
manera más libre, sin la gran tutela estadounidense. Dentro de esta
innovación hubo, sin duda, algunas continuidades con el colonialismo, y
eso acabó resultando muy problemático. Porque, por un lado, había una
democracia liberal y representativa fortalecida, en la medida de lo
posible, por mecanismos de democracia participativa, como el Presupuesto
Participativo en Brasil y las formas de participación ciudadana en
Ecuador, Bolivia y Venezuela, donde el poder comunal era realmente
importante. Y, por otro lado, se utilizaba un modelo de desarrollo
extractivista que, de algún modo, daba continuidad al modelo colonial.
Así, la riqueza acumulada por la explotación de los recursos naturales
era parcialmente distribuida entre las clases populares. Esto coincidió
con un
boom de las materias primas, un auge que ya pasó porque
normalmente estos ciclos no duran más de diez años. Durante este tiempo
las oligarquías también ganaron, porque los ricos se hicieron más ricos.
Pero una parte de la riqueza, una migaja, podía ser distribuida entre
las clases populares, y así fue. En el fondo no se cambió el sistema
político, pero sí se generó una cierta distribución social, por medio
del neoextractivismo, en contra de los designios de Estados Unidos. Pero
las clases dominantes sabían que, si continuaba este modelo, iba a
haber problemas cuando declinara el auge de las materias primas. Porque
cuando pasara esa bonanza, la única solución para continuar con la
redistribución social pasaba por quitarle a los ricos para darle a los
pobres: es decir, por la vía tributaria. Y eso las oligarquías no lo
permitirían de ninguna manera. Entonces, cuando el
boom se vino
abajo, surgió la contradicción. Porque este modelo de democracia, sin
una reforma del sistema político (excepto en Venezuela, donde sí la hubo
y por eso tenemos hoy una situación más complicada) no era lo
suficientemente fuerte para aguantar esta caída de las materias primas.
Así, cuando esto ocurrió, este tipo de democracia, más distributiva pero
vieja, colapsó. Empezaron así todos los problemas con las oligarquías, y
el imperio también tomó sus medidas:
fake news, redes
sociales, espionaje, manipulación de la deuda, por ejemplo, con los
fondos buitres en Argentina, etc. Además, coincidió con el momento en
que los Estados Unidos descubrieron un fenómeno nefasto para ellos en el
continente, que no tenía que ver sólo con los miedos de las
oligarquías: su rival, China, ya estaba en América Latina. Y Estados
Unidos considera a América Latina como su patio trasero desde la
Doctrina Monroe, que es del siglo XIX.
¿Cómo se manifiesta esta tensión entre China y Estados Unidos en América Latina? ¿Cuáles son sus consecuencias?
Cuando Estados Unidos descubre que China está en América Latina,
también descubre que China es el gran inversor, no solamente en países
como Argentina o Brasil, que son importantes consumidores de sus
productos, sino también en Centroamérica. China había usado una
estrategia muy inteligente: sabía que para esos países una pequeña
inversión podía significar una gran diferencia para su economía y sus
infraestructuras. Obviamente, esa pequeña inversión también podía poner a
estos países de su lado, por ejemplo, con su voto en las Naciones
Unidas. Y a China le convenía tener aliados comerciales para penetrar el
continente, de una manera pacífica, comercial, pero que incidía en su
rivalidad con Estados Unidos. Cuando Estados Unidos lo descubre,
reacciona de la manera en que sabe hacerlo: intentando cambiar los
gobiernos por medios antidemocráticos. Estados Unidos nunca ha promovido
la democracia fuera de sus fronteras. Siempre buscó imponer gobiernos
amigos, que organizaran la economía a su servicio, muchas veces
dictatoriales. Pero aquí es donde surgen las novedades de las que
hablaba. Empiezan con el golpe de Honduras contra Manuel Zelaya, en el
2009. Un hombre que no es que fuera socialista, sino bastante moderado,
que trataba de hacer lo que Lula estaba haciendo en Brasil: permitir que
la gente pudiera comer tres veces al día. Pero, con el golpe, no se
logra, y ahora ves a los hondureños huyendo del país, como prisioneros
del hambre, camino de los Estados Unidos, y en la prensa nadie establece
la conexión entre el golpe de 2009 y lo que está pasando. Después viene
el golpe a Fernando Lugo, que es en 2012. Y en 2016, a Dilma Rouseff. Y
este caso es particularmente importante porque Brasil no era sólo el
país más grande de la región, la sexta o séptima economía mundial, sino
también un gran protagonista de los BRICS. Es decir, un país que junto a
China, India, Rusia y Sudáfrica estaba intentando crear una alternativa
al modelo capitalista occidental. No era una alternativa socialista,
pero buscaba descentrar el capitalismo del Norte y de Occidente. Por
primera vez, el dinamismo llevaba el capital de Occidente a Oriente.
Estados Unidos entiende ahí que había que neutralizar esto de una manera
brutal. Así surgen algunas estrategias novedosas, a propósito de la
recomposición por parte de las élites de sus instrumentos de dominación.
¿Cuáles son estas estrategias?
Principalmente, no se usarán los militares y, en lugar de una dictadura al uso, se manipulará la democracia por medio de
fake news, grandes inversiones en
think tanks,
en partidos aliados y en la creación de milicias que puedan intimidar a
los movimientos sociales, pero todo dentro del “marco democrático”.
Además, se va a usar un arma que habían desarrollado después de la caída
del Muro de Berlín, en Rusia primero y después en Europa del Este: el
sistema judicial. Se busca que el sistema judicial, opaco en su
selectividad, se torne más activo. En el continente, ya lo habían
utilizado en Colombia. Pero era algo novedoso para Brasil, y se va a
utilizar para perseguir a aquellos que pueden ser rivales políticamente,
contrarios a los intereses de Estados Unidos. Ésta es una manera
neoliberal de atacarlos, porque no se justifica sobre cuestiones
políticas, en que sean de izquierda o revolucionarios, sino porque son
corruptos. Si observas los datos de Lava Jato, por ejemplo, contra Lula,
te das cuenta de que no se ha probado nada en relación a un
enriquecimiento personal ilícito. El presidente Lula es hoy el preso
político más famoso del mundo, alguien por el que muchos hemos luchado
para que pudieran darle el Premio Nobel de la Paz, pero a menudo este
premio no se da a quien hace la paz, sino la guerra. Este arma nueva,
centrada en la actividad selectiva del poder judicial contra la
corrupción, que sí es endémica a los partidos latinoamericanos, y no
sólo latinoamericanos, es la que se está usando, por ejemplo, también
contra Cristina Kirchner, así como para despolitizar la lucha popular.
Todos los datos son suministrados por los Estados Unidos: el
Departamento de Justicia tiene acceso a todas las bases de datos porque
allí están empresas como Google, Facebook o Microsoft, con nuestras
compras, nuestras cuentas bancarias. Así, hoy existe la posibilidad de
que en Brasil se utilicen estos medios para ilegalizar al MST
(Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra) y el MTST
(Movimiento de los Trabajadores Sin Techo), y sus líderes podrían ir
presos. El sistema judicial pasa a sustituir a los militares. Esta es la
estrategia, digamos, nueva. La vieja es la que se está utilizando en
Venezuela.
¿En qué consiste esta estrategia?
Estados Unidos ha visto que no puede utilizar el sistema judicial en
Venezuela, porque Venezuela ya impidió que fuera utilizado para eso
durante el tiempo de Chávez. Tampoco puede utilizar los militares, no
porque como se ha querido vender éstos se sientan bien económicamente
con Chávez, sino porque Chávez organizó las milicias, organizó a la
gente y la armó. Y por eso si alguna parte de los militares se rebelara
tendría que enfrentarse a los milicianos. Entonces, ahora por lo menos,
los militares tampoco están disponibles para Estados Unidos, y tienen
que encontrar fantoches, payasos. El papel de Sérgio Moro en Brasil lo
ejerce Juan Guaidó en Venezuela. Ambos fueron entrenados en los Estados
Unidos para ser los nuevos líderes de América Latina. Hay un
entrenamiento constante de jóvenes líderes, que invitan a las
universidades, para desestabilizar a aquellos gobiernos que puedan tener
una posición hostil a los intereses de Estados Unidos. Y aquí lo
importante para Estados Unidos es que ganen las empresas
multinacionales, porque los Estados Unidos fueron derrotados en Irak,
pero las empresas estadounidenses están ahí explotando el petróleo. No
ganaron en Libia, pero sus empresas explotan el petróleo. Puede que no
ganen en Venezuela, pero van a hacer todo lo posible para que sus
multinacionales exploten el petróleo venezolano. Es un modelo de
dominación donde estas empresas mandan más que el propio estado. Y en
Venezuela, como no pueden utilizar el sistema judicial ni el ejército,
se está volviendo a lo que se hizo en Nicaragua en los 80: se están
usando las contras. No es casualidad que Elliott Abrams, el hombre de la
contra nicaragüense, sea de nuevo el encargado de esta misión para
Venezuela. Están organizando pequeños grupos de sicarios altamente
armados para llevar el terrorismo a Venezuela. Si tendrán éxito, no lo
sabemos, pero esta es la situación en el continente, y es peligrosa
porque puede impedir un desarrollo progresista durante las próximas
décadas.
En Venezuela también hay elementos que recuerdan a los meses
anteriores al golpe contra Salvador Allende, como el supuesto
desabastecimiento, los apagones… ¿en qué se diferencian?
A corto plazo ahora hay, digamos, demasiado conocimiento de las
cosas. Estados Unidos no puede reprimir sin consecuencias. Nadie sabe lo
que va a pasar en Venezuela, pero los venezolanos tomaron muchas
medidas para no colapsar de inmediato. Tienen aliados internacionales
fuertes que Allende no tenía. Rusia está en el país con militares y
consejeros, y han realizado maniobras militares con aviones que incluso
pueden transportar armamento nuclear. China también está por medio de
acuerdos comerciales muy importantes. Es decir, Venezuela le ha señalado
a Estados Unidos que no pueden invadir sin más, porque entrarían en
conflicto directo con Rusia y China. Entonces, Estados Unidos utiliza
otras estrategias. Pero sobre éstas, Venezuela también sabe demasiado
desde Nicaragua. Y, obviamente, también ha aprendido de resiliencia con
Cuba, con ese orgullo antiimperialista tan fuerte que comparten con los
cubanos. Cuba sabe que, si cae Venezuela, la próxima en caer será ella.
Hay que salvar a Venezuela para que se salve Cuba. También hay un
contexto internacional bastante más complejo, con Estados Unidos
intentando entrar en el Mar de la China y militarizar Europa del Este
para asediar a Rusia. Y Rusia y China están en América Latina
mostrándole a Estados Unidos lo que ya le mostraron en Siria: que no
pueden entrar y ganar. Porque Rusia ganó la guerra en Siria y han dejado
a Estados Unidos en una posición ridícula, con una base cercada, lo que
nunca les había pasado. Es una humillación de la que nadie habla porque
los medios no hablan de las humillaciones del imperio. Pero indica que
existe otro contexto internacional, donde Estados Unidos ya no puede
mandar en América Latina como si fuera su patio trasero. Estamos en un
momento muy complejo, fractal, que podría desembocar en una guerra. Es
un momento al que debemos añadir el comportamiento incierto de un
capital financiero totalmente desregulado, que puede crear muchos
problemas, también a China, porque puede que haya una burbuja financiera
allí. Es un mundo de muchas bifurcaciones, donde pequeños cambios
pueden tener consecuencias muy graves. Lo que pasa en Venezuela puede
agravar el conflicto con China o Rusia. Aún no lo sabemos.
Más allá del ámbito latinoamericano y del acceso a los
recursos naturales que garantizan la reproducción del capital global,
esta disputa se libra también en el ámbito del espionaje y el desarrollo
del software, por ejemplo.
Es evidente que la inversión militar en Estados Unidos es mayor que
la de todos los demás países juntos, sin embargo, eso no se ha traducido
en que hayan ganado guerra alguna después de la Segunda Guerra Mundial.
Es más, las perdieron todas. Algo va mal. Hay un complejo
industrial-militar, con sus propios intereses en la venta de armamento
al extranjero, que no hace a su ejército particularmente eficaz. Y esto
hoy se agrava cada vez más, porque las guerras se combaten de una manera
distinta de la que utiliza Estados Unidos con su superioridad.
Evidentemente, aún pueden producir mucho dolor, muchos muertos, como
vemos en Yemen con los drones: una guerra de exterminio contra todo un
un país para hostigar a Irán y asegurarse el acceso al petróleo y que
Arabia Saudí garantice el uso del dólar en las transacciones de éste. Va
a ser un proceso largo. La rivalidad entre Estados Unidos y China tiene
muchos aspectos que tienen que ver con la línea ascendente de China en
las próximas décadas, sobre todo por la innovación en inteligencia
artificial, robótica y automación, que de alguna manera determinará las
nuevas formas de globalización. Todo lleva a pensar que China está bien
preparada para estos cambios, quizás más adelantada y mejor posicionada
comercialmente que Estados Unidos. Es sencillo de entender: mientras
Estados Unidos tiene un discurso autoritario, de imposición, China
siempre viene con acuerdos recíprocamente beneficiosos para aquel que
negocia con ellos. Tienen tanta conciencia de su fuerza que pueden
ofrecer contratos aparentemente entre iguales, aunque sepamos que no lo
son, pero que dan cierta ventaja a los países donde se hace la
inversión. Es el caso, por ejemplo, de la gran inversión en la
Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda (
Belt and Road Initiative), con conectividad entre China y el resto del mundo. Eso es lo que está en el horizonte.
Usted ha escrito que hasta el colapso soviético, la izquierda
disponía de “una alternativa clara”, con todas las contradicciones que
ésta misma daba. Y añade que “mientras no surja una
alternativa creíble al capitalismo, la situación de los trabajadores, de
los pobres, de los emigrantes, de los jubilados, de las clases medias
siempre al borde de la caída abrupta en la pobreza, no mejorará de
manera significativa”.
La existencia del mundo soviético fue absolutamente fundamental para
mantener domesticado al capitalismo, porque había una alternativa del
otro lado que podía ser atractiva, y durante mucho tiempo lo fue para
buena parte de la población mundial. Empezando por China, por ejemplo.
Por eso existía la idea de que el capitalismo tenía que ser mejor que el
comunismo, que debía mejorar la vida de todos e iba a permitir el
desarrollo en paz y libertad. Algo que el sistema comunista, según la
lectura de los capitalistas, no garantizaba. Y en algunos casos, con un
desarrollo a toda costa y, por tanto, mucho sacrificio humano, eso fue
cierto. Pero la alternativa estaba ahí, y de alguna manera su existencia
mantenía viva la idea del socialismo. Era una idea reguladora de la
emancipación, que señalaba la posibilidad de una regulación mejor que no
sería capitalista, sino socialista. No tenía por qué ser el socialismo
soviético, pero un tipo de socialismo, y por eso la división entre un
socialismo revolucionario y otro democrático siempre se acababa
reformulando. Y en eso, de nuevo, el caso de América Latina es
paradigmático. Allende fue eso, un intento de socialismo democrático.
Chávez también. Fue el hombre que organizó y ganó más elecciones libres,
como certificó el Centro Carter. Buscaba una forma de socialismo
democrático, bolivariano en su caso, en un momento en que se hablaba del
“socialismo del siglo XXI”, como, en menor medida, lo fue el de Rafael
Correa y lo es el de Evo Morales. Pero esta idea apareció cuando el
“socialismo realmente existente”, soviético, había desaparecido, y esa
desaparición fue la que permitió que el neoliberalismo, como la fase más
brutal y salvaje del capitalismo tardío, empezara a manifestarse en
todos los ámbitos. El incremento imparable de la desigualdad o el
cuestionamiento de los derechos sociales ya venían de atrás, de los 70 y
la primera crisis del petróleo, y esto se agravó tras la caída del Muro
de Berlín, que es cuando la socialdemocracia empieza a caer cada vez
más en el fundamentalismo de mercado a través del neoliberalismo hasta
hoy, incluso en los países nórdicos. Entonces, fue en América Latina
donde se reanimó esta idea del socialismo democrático por medio del
“socialismo del siglo XXI”. El problema fue que, como ya dije, estas
formas de socialismo democrático estaban basadas en dos pilares: una
democracia liberal y representativa con algunos rasgos de democracia
participativa, y un modelo de desarrollo extractivista. Y estas
democracias, sin reformar el sistema político, al no soportar el declive
de las materias primas con las que cubrían su política distributiva,
colapsaron. El imperio y las oligarquías intervinieron para liquidar las
perspectivas de un socialismo democrático, con un sistema judicial
activo que, con su selectividad opaca, resulta el fin de la propia
democracia. Tenemos ahora un
impasse total, una democracia
desacreditada en muchos países además de una crisis de las materias
primas, quizás con la excepción de Bolivia. Creo que, como en el boxeo,
la izquierda se ha llevado un puñetazo muy fuerte y está aturdida, no
sabe por dónde ir. No existe esa otra alternativa creíble de la que
hablaba para abordar estos problemas y reformular esa división entre un
socialismo revolucionario y otro democrático. Hay que construir esa
alternativa, que obviamente no será la del socialismo soviético, pero
deberá tener esa claridad que se ha perdido.
Ante esta panorama, ¿cuál cree que es el espacio de actuación para los de abajo?
Es una situación de gran riesgo, y al mismo tiempo de oportunidad. Lo
que propongo es, primero, confrontar esa noción de que no es relevante
que haya izquierda. Hay gente que, en esta crisis, ha salido con la idea
de que ya no hay distinción entre izquierda y derecha, que tenemos que
encontrar otras formas de organización política. No. La izquierda
siempre ha sido importante y ahora lo es más que nunca. Se trata de
definir de qué lado estás: de la redistribución social o de las
oligarquías. Evidentemente, ahora es más complicado, porque si quieres
redistribución debes abordar una reforma política. Como he señalado, no
puedes hacer una redistribución basada en el neoextractivismo, porque,
entre otras cosas, vas a tener que perseguir a los indígenas y a otros
desfavorecidos y criminalizarles. No puedes hacer eso. Las condiciones
para una sociedad más justa son ahora mucho más difíciles. Y en esto los
indígenas nos dan siempre una gran lección. Son los que mejor nos
indican el futuro. Después de haber sido cercados y exterminados por la
modernidad, el futuro que nos resta vendrá de la mano los indígenas,
porque son los que mantienen viva la idea de una sociedad más justa, en
armonía con la Madre Tierra, con la naturaleza, y nos pueden ayudar a
reinventar la emancipación social a través de sus ideas del buen vivir.
Creo que lo que deberíamos hacer es encontrar formas pragmáticas de
articular las izquierdas, no para que los zapatistas sean
socialdemócratas o los socialdemócratas peronistas, sino para buscar una
convergencia mínima a través de la que poder organizar políticas
comunes que mejoren la vida de la mayoría. El socialismo ahora no puede
ser algo a realizar en muchas décadas, porque la gente está en una
situación muy dolorosa, de hambre, inseguridad, violencia, y no hay
tiempo para estar discutiendo cuál será el mejor sistema político del
futuro. No se puede hablar de que vaya a haber un sistema. Va a haber lo
que llamo una artesanía de prácticas socialistas, de diferentes
orígenes y tipos, que deberán articularse. Sólo será posible si perdemos
el dogmatismo y el sectarismo que ha dividido a las izquierdas, y
organizamos las luchas, de una vez por todas. La izquierda sabe que esta
lucha no puede ser únicamente contra el capitalismo, sino también
contra el colonialismo, a través de las luchas contra el racismo, la
xenofobia y la islamofobia, por ejemplo, y contra el patriarcado, que
involucra también la lucha contra la homofobia y otras formas de
segregación sexual. ¿Y cuál es el riesgo? Pues que si esta oportunidad
no se formula políticamente a tiempo, las fuerzas antidemocráticas
podrían acabar tomando la democracia. Es decir, el peligro es que las
democracias mueran democráticamente.
Siempre digo que los sociólogos
somos malos en prever el futuro y buenos en prever el pasado, y nunca ha
sido tan difícil imaginar lo que pueda pasar, pero me parece que existe
tanto un gran riesgo como una gran oportunidad. Hay que intentar
minimizar el riesgo por medio de la articulación de las izquierdas, y
con éstas generar nuevas oportunidades que traigan alternativas al
desarrollo a través de una reforma del sistema político. Porque hay que
proteger la política de un sistema económico que la está matando.
Fuente:
https://ctxt.es/es/20190424/Politica/25771/america-latina-venezuela-estados-unidos-alejandro-pedregal-boaventura-de-sousa-santos.htm#.XMCy9D8r84s.twitter