A principios de julio vence un acuerdo que ha estado en
vigor la friolera de 12 años entre la Unión Europea y la mayor
tabacalera del mundo. En 2004 Philip Morris estaba a punto de sufrir una
severa sanción de la Comisión Europea por su implicación en casos de
contrabando cuando de pronto el Ejecutivo comunitario de la época
–comandado por Romano Prodi-- y la multinacional se sacaron de la
chistera una singular idea: durante dos sexenios Philip Morris, el contrabandista,
abonaría mil millones de euros a los Estados miembros para controlar el
mercado negro de cigarrillos --el 90% para los Estados y el 10% para el
presupuesto de la Comisión.
Muy cerca de concluir el periodo de 12 años, el panorama
es desconcertante: casi todos los países miembros quieren renovar el
acuerdo porque la multinacional les gratifica generosamente pero el
Parlamento Europeo, por el contrario, ha votado contra la prórroga a
Philip Morris. La Comisión está dividida: ya debería haber tomado una
decisión pero no sabe qué hacer, apuntan varias fuentes. El contrabando
ha menguado y dado paso a otros problemas. Y entretanto, un 26% de los
europeos fuma –apenas una caída de dos puntos porcentuales en cuatro
años--, una media bastante por encima de la de Estados Unidos o Japón.
Nada es igual que antes con relación al pitillo, cuya
industria ha gozado durante el siglo XX de una barra libre sin igual en
otros sectores. Antes de que Bill Clinton declarara la guerra al tabaco,
siete CEO de las principales tabacaleras estadounidenses desfilaron en
1994 por el Congreso y proclamaron sin ningún rubor: “La nicotina no es
adictiva”. Se fumaba en las aulas, en los trenes, en los aviones, en el
cine. Por descontado, en los bares. Los paquetes no incluían imágenes
perturbadoras de afectados por cáncer de pulmón.
Los intentos de los Estados para frenar vía prohibiciones la impunidad
total del tabaco y sus efectos perjudiciales para la salud fueron
contestados con apelaciones a la libertad del individuo y otras patrañas
anticientíficas que han salido escaldadas delante de los tribunales,
incluidas multas millonarias. Y esas reacciones libertarias son parte
del sustento que nutre al lobby de la nicotina: un reportaje de Le Parisien en 2014 y un documental de France 2
al año siguiente probaron que Philip Morris distinguía entre
eurodiputados “verdes” (pro-tabaco) y “rojos” (anti) y que la compañía
llegó a redactar literalmente enmiendas legislativas a algunas de sus
euroseñorías.
“A pesar de ser el mayor productor mundial de cigarrillos,
un producto probadamente mortífero, Philip Morris goza de un acceso
fácil a la Eurocámara y a la Comisión”, observa Olivier Hoedeman, del
Corporate Europe Observatory. “Se gasta 1,5 millones de euros al año en
su oficina en Bruselas para hacer lobby. En 2013, en medio de la batalla en torno a la Directiva sobre tabaco, destinó cinco millones”.
La directiva sobre la industria tabacalera
se promulgó en abril de 2014 aunque su recorrido legislativo concluyó
el pasado 20 de mayo. Entre otras cosas, impone la desaparición de las
marcas de los fabricantes, emplaza a diseñar otras cajetillas “neutras”
sin el logo publicitario y elimina igualmente el tabaco de sabores. “La
nueva excusa de los lobistas es la supuesta lucha contra el contrabando y
la falsificación”, denuncia la eurodiputada Françoise Grossetete.
Grossetete, perteneciente al partido de Nicolas Sarkozy,
ha sido en los últimos años el martillo del Parlamento Europeo contra
esta industria, a diferencia de alguno de sus colegas de bancada que
calcaron literalmente enmiendas enviadas por Philip Morris. “Los
fabricantes fueron cogidos con las manos en la masa y ahora se ofrecen a
supervisar un delito –el contrabando-- que ellos mismos practicaban
para evitar la dura fiscalidad sobre el tabaco”. Para la eurodiputada
francesa, existen “prácticas incestuosas” entre las instituciones y los lobbies y el erario comunitario ha dejado de ingresar 10.000 millones de euros desde el acuerdo de 2004, según sus cálculos.
Oficialmente, la Comisión Europea tiene una opinión muy distinta plasmada en un estudio publicado en febrero:
los 12 años en los que Philip Morris se ha hecho cargo del contrabando,
éste ha caído un 85%. ¿Un éxito? La propia Comisión no dice tal cosa.
“El mercado ha cambiado significativamente. El acuerdo con los
fabricantes no evita el contrabando de marcas blancas”, reza el
estudio.
Una sensación de angustia recorre estos días el
Berlaymont, sede del Ejecutivo comunitario que preside Jean-Claude
Juncker. Así lo confirman las fuentes consultadas a este respecto. “Nada
indica que se vaya a renovar el acuerdo pero nada indica tampoco que no
se vaya a hacer”, resume un oficial de manera grouchiana.
Las marcas blancas suponen un desafío distinto que el
añejo y clásico contrabando. “Se fabrican en países de Asia central y
suroriental. Por lo tanto y pese al exitoso acuerdo con Philip Morris,
no sabemos si vamos a renovar el acuerdo porque todo ha cambiado. El
problema es quién asume esa decisión y sus posibles consecuencias”,
exponen portavoces comunitarios. ¿Y la opinión de la Eurocámara? “La
opinión del Parlamento Europeo no es vinculante. En 2004 la Comisión
actuó por mandato de los Estados miembros”.
El comisario más reacio a renovar un acuerdo contra el
contrabando con la multinacional es el responsable de la cartera de
Salud, Vytenis Andriukaitis. Andriukaitis, un cirujano lituano con
conocimiento de causa, no solo comparó a finales de mayo la adicción al
tabaco con el terrorismo del Estado Islámico sino que fue más allá. “Los
atentados de Bruselas fueron muy graves, pero 700.00 muertes prematuras
evitables cada año en la UE también lo son, ¿no?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario