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Las bases de la explotación pesquera en la Antártida siguen pautas similares a las de otros lugares en el planeta: descubrimiento de caladeros, explotación, sobrecarga del sistema, colapso. Se empezó con focas y elefantes marinos, se siguió con ballenas y luego, hacia los años sesenta, se empezó con los peces y el krill. En este último caso, el colapso no ha llegado, pero en el caso de las especies de peces más importantes desde el punto de vista pesquero, sí. En el año 2000, de vuelta ya de mi primera campaña en la Antártida, me sorprendió mucho contabilizar cuatro barcos faenando alrededor de la Península. Estaba convencido de que en este lugar tan remoto y en apariencia protegido no debía de haber ningún tipo de pesca. Craso error. Hacía décadas que se explotaban determinadas especies, como la merluza antártica (que de merluza no tiene nada desde un punto de vista taxonómico) o toothfish. Es el "oro blanco" del océano Austral. Pescado con largos palangres de fondo (vive entre los 400 y los 1000 metros de profundidad) que pueden tener kilómetros de longitud y decenas de miles de anzuelos, su gran tamaño (hasta dos metros) y peso (puede pesar más de cien kilos) lo hace una presa muy apetecible para los pescadores. Se empezó a pescar muy por encima del círculo polar, pero a medida que se colapsaban las poblaciones (sólo en 1969 se extrajeron 400.000 toneladas en el Atlántico sur), se empezó a bajar cada vez más, aproximadamente un grado de latitud al año. Hay mucha pesca ilegal y bandera de conveniencia relacionada con este pez longevo, de crecimiento muy lento y cuyas poblaciónes se vacían una tras otra en los alrededores de la Antártida. No es de extrañar, su carne es deliciosa y muy fácil de tratrar, y puede que en algún momento haya llegado a los mercados más próximos a todos nosotros. Eso sí, no es barata, por eso se le denomina "oro blanco". Llega congelada en forma de rodajas, y nadie respeta sus cuotas de pesca ni las zonas donde debe pescarse. Lo peor es que medios los hay, pero si no podemos controlar la pesca ni delante de nuestras costas, imaginemos a doce mil kilómetros de distancia. Es, una vez más, la "tragedia de los comunes", es decir, aquello que no es de nadie es de todos y por tanto su captura, su extracción es menos complicada y sufre mucho más descontrol. En 2003 el CCAMLR calculó una cifra de unas 25.000 toneladas de merluza antártica pescadas ilegalmente. El elevado precio al que llega al mercado espolea a los pescadores ilegales a seguir ejerciendo esta pesca. [...].
Los únicos que les causan problemas son las orcas, que se comen cientos de kilos directamente de los anzuelos. Pero esas mismas líneas y los barcos que faenan en la zona son los responsables de lamuerte en diezaños de medio millón de aves en la Antártida, en especial albatros. Sin embargo, pescar en esta zona del planeta tiene un precio. En uno de los mares más hostiles del planeta, no es extraño ver noticias como la de un pesquero surcoreano de más de seiscientas toneladas hundiéndose sin remedio. El fuerte oleaje y el hielo, junto con los feroces vientos, hacen del océano Polar Antártico uno de los más peligrosos del planeta para faenar. Sin embaargo, la tecnología y las tripulaciones están listas para continuar la faena y ampliarla. "No conocemos las pautas biológicas de la especie y ya la estamos exterminando" se queja en su blog personal Casandra Brooks, de la Universidad de Stanford. Ella y otros especialistas claman por un modelo diferente de pesca en el continente blanco. "Quizá la Antártida sea el primer lugar en el planeta donde, se consiga una pesca sostenible, en la que nos basemos en las necesidades del ecosisteema y no sólo las nuestras". Porque no se ha empezado anhacer pesca de arrastre en esta zona del mundo de forma sistemática. Pero con un 97 por ciento de los caladeros del mundo explotados, sobreexplotados o agitados, ¿cuánto tardaremos en mirar hacia los fondos de la Antártida?
Sergio Rossi
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