La parte administrativa del problema tiene la rúbrica de
Adolf Hitler. En 1941, el Führer firmó un decreto por el cual todos los
combatientes extranjeros fueron considerados ciudadanos alemanes. Miles
de colaboracionistas se ganaron así, en varios países de Europa, el
derecho a recibir un día una pensión militar. Es un tema incómodo para
Alemania, pero lo cierto es que esas pensiones, 71 años después de la
guerra, se siguen pagando, incluso a condenados por colaboracionismo.
La Legión Valonia. León Degrelle, el líder nazi de Bélgica, en el centro, en un desfile de la Legión Valonia, de la que fue general (Roger Viollet / Getty) |
“No soy nada utópico y no se qué va a ocurrir, pero me
parece que es necesario denunciar injusticias como esta”, explica Alvin
de Coninck, el investigador que descubrió que unos 2.500 belgas reciben
puntualmente cada mes una pensión militar procedente de Alemania por sus
servicios al III Reich. Que los oficiales alemanes de la época lo
perciban es normal, reconoce, pues trabajaron para el Estado, pero que
los colaboracionistas extranjeros lo sigan percibiendo “es
incomprensible”, plantea. Una asociación de resistentes, Groupe Memoire,
presidida por el exprisionero político Pierre Paul Baeten, ha
reactivado su denuncia y ha empezado a recoger firmas para acabar con
esta situación.
Piden el final de estas pensiones de jubilación, que
consideran no sólo “inaceptables y moralmente injustas” sino también
fraudulentas, porque no pagan impuestos en Bélgica, pues el Estado
alemán se niega a notificar quiénes son sus beneficiarios o qué
cantidades perciben. “¡Es triste! Bélgica no consigue tener esa
información o no la quiere. Hoy por hoy, en Europa, no entiendo cómo
Bélgica y Alemania no son capaces de intercambiar datos”, se queja
Baeten en un reportaje en la cadena RTBF. La situación es doblemente
injusta si se compara con la de las víctimas: en su caso, la
Administración alemana “sí transmite toda la información a Bélgica y su
pensión sí está sujeta a impuestos”, afirma la petición y corrobora De
Coninck. Mientras las víctimas de trabajos forzados reciben unos 50
euros al mes, los cómplices perciben entre 425 y 1.275 euros.
El pasado colaboracionista de Bélgica es una página oscura
de la historia del país. Al término de la Segunda Guerra Mundial,
Bélgica investigó a 500.000 nacionales que se sumaron a las SS o al
ejército alemán, o colaboraron en el envío de judíos y miembros de la
resistencia a campos de concentración. Finalmente, unos 30.000 flamencos
y 27.000 francófonos (bruselenses o valones) fueron condenados.
Los colaboradores belgas estaban bajo el mando del general
León Degrelle. “Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese como usted”,
le dijo Hitler, según afirma Degrelle en su libro de memorias, escrito
en España, donde halló refugio en tiempos de Franco y donde murió en
1994.
“La conferencia de Postdam anuló todas las leyes de los
tiempos de Hitler, pero la nueva república alemana no lo reconoció”, y
el decreto reconociendo como alemanes a los combatientes extranjeros ha
pervivido, explica De Coninck. Bélgica planteó el tema por primera vez a
Alemania en los años noventa, pero Berlín escurrió el bulto amparándose
por ejemplo en que la obligación de informar sobre el pago de pensiones
a otro Estado miembro no afecta a las militares. Dinamarca tiene varios
“casos delicados”. Y Holanda preguntó a Alemania el año pasado por el
tema. También hay españoles recibiendo pensiones alemanas, en este caso
por haber combatido en la División Azul contra la Unión Soviética; hay
aún 41 excombatientes, ocho viudas y un huérfano que reciben estas
pensiones según la reciente denuncia del diputado alemán Andrej Hunko
(Die Linke).
La cifra de 2.500 beneficiarios belgas data del 2012
y se basa en el número de colaboradores o viudos vivos en ese momento,
por lo que la cifra actual probablemente será inferior. El Gobierno
belga se ha comprometido a reactivar el caso. “Compartimos su
indignación”, ha afirmado por boca de su portavoz Daniel Bacquelaine,
ministro belga de Pensiones, que se ha comprometido a estudiar la
situación. “No podemos dejar que esto ocurra”, reivindica Alvin de
Coninck, pensando en su padre, el famoso resistente belga y brigadista
internacional Albert De Conick, alias Vic.
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