jueves, 18 de octubre de 2012

Siniestro, te seguimos queriendo


Carta abierta a D. Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia
Señor presidente:

No sabe cuánto lamento que esta carta coincida con unas elecciones autonómicas en Galicia: cabe la posibilidad de que usted entienda esto como una toma de posición o una llamada a un voto determinado. Nada más lejos de mi mente; y espero que así lo entienda, señor presidente, incluso aunque yo me incline, en público o en privado, por una opción concreta. Debo reconocer, sin embargo, que el motivo de esta carta procede de unas declaraciones suyas en un acto electoral en las que apuntaba a “esos nacionalistas que tocan el piano”. Me propongo no citar siglas en ningún momento, pero obviamente se refería usted a Xosé Manuel Beiras, aunque el alcance de sus palabras va más allá de su legítimo interés por captar votantes para su candidatura: usted, señor presidente, considera que el hecho de tocar el piano descalifica a cualquiera, en este caso a su enemigo político. Y, si no es así, usted está convencido de que hay gente que puede tocar el piano y otra que no debería hacerlo. No me diga, señor presidente, que sus declaraciones han sido mal interpretadas: las palabras quieren decir lo que quieren decir. Si recurre usted, señor presidente, a este manido argumento, le aconsejo no seguir leyendo. Yo, por mi parte, seguiré escribiendo porque considero que debo hacerlo.

Es posible, señor presidente, que usted haya oído campanas y no sepa dónde. Es cierto que el piano, tal y como lo conocemos hoy, es un instrumento que coincide con el auge de la burguesía, como factor clave en el correspondiente del capitalismo, en y desde el siglo XVIII. Por ello es posible también, señor presidente, que usted lo asocie a esa clase social. Pero eso, señor presidente, no le autoriza a descalificar al pobre trasto y a todos aquellos que se empeñan, en un afán que usted calificaría como de pequeñoburgués, por dominar si acaso alguna de sus infinitas posibilidades musicales.

Mire, señor presidente, la música no es precisamente la niña bonita dentro de los intereses culturales no sólo de Galicia, sino de toda España. Y ahora usted introduce la palabra «pianista» como descalificación en sus discursos. Debe usted saber, señor presidente, que el gremio de los músicos es muy dado al chiste interno, y que su ocurrencia podría hacernos tanta gracia como llamar a alguien «viola», «guitarrista», «acordeonista» o «batería» (por no decir «cantante» en el sentido peyorativo de uso común en Galicia) si no fuera por el contexto en el que se pronuncia el calificativo. Pero, como le decía al principio, sus palabras van más allá. Se acaba de desmantelar el bachillerato artístico desde el gobierno central, los dineros públicos destinados a conservatorios y escuelas de música se han esfumado y la titulación superior va a perder su equiparación a la titulación universitaria, algo que costó mucho esfuerzo conseguir en su momento. Evidentemente, usted no es culpable de todo esto, señor presidente, y no es mi intención cargar la responsabilidad del desastre a un determinado partido político aunque usted pertenezca al que parece empeñado en sumir a España en la sordera. Y considero, señor presidente, que no es justo cargar contra el partido porque me consta que hay amantes de la música que votan por él. Piense en ellos la próxima vez: la demagogia no es buena consejera en casos como el que nos ocupa.

Y piense también, señor presidente, en toda esa gente que se pasa años, muchos, aprendiendo a tocar un instrumento tan difícil. Son una realidad y un futuro que usted, señor presidente, se empeña en negar, en negarnos, en negárselo. ¿Son acaso ‘señoritos’ pequeñoburgueses? Pues no, señor presidente. Recuerde, si tiene a bien, aquella famosa foto en la que usted aparecía apagando un terrible incendio. Todos reconocimos de corazón su esfuerzo, señor presidente; ahora reconozca usted el de los músicos que las administraciones están dejando en la cuneta. Y justo cuando en Suiza (un país que usted, señor presidente, seguramente admirará) se incluye la enseñanza de la música en la constitución.

No puedo por menos, señor presidente, relacionar sus palabras sobre pianistas con la película Los que tocan el piano (Javier Aguirre, 1968), protagonizada por Toni Leblanc, José Bódalo, Concha Velasco y otros grandes del cine español. Supongo que usted la ha visto pero, al ser esto una carta abierta, debo recordar a los más jóvenes que los “pianistas” en cuestión eran ladrones a los que se tomaban las huellas dactilares en comisaría. Es así que cualquier pianista tiene una habilidad manual cercana a la prestidigitación, pero las horas de estudio le impiden dedicarse al robo de carteras. Por el contrario, la música en España sufre en silencio de corchea con calderón permítame por una vez la jerga musical, señor presidente la desaparición de toda inversión administrativa (sospecho que usted sospecha, señor presidente, que la cultura es una inversión) en favor de carteras de inversión privadas que, cuando resultan improductivas, o sencillamente fraudulentas, reclaman al estado lo perdido en un mal día. Visto así, quizá deberían ser otros “los que toquen el piano” y no los músicos.

Puede que a usted, señor presidente, le llame la atención que esta carta esté escrita en español (o en castellano, como prefiera), pero conviene, por una vez, que así sea para no confundir ni manipular, en plena campaña electoral, esta defensa de la música y de su importancia indudable. En todo caso, sus palabras sobre aquellos que tocan el piano trascienden el ámbito gallego y retratan toda una manera de pensar que, muy probablemente, se haya expresado a través de un lapsus linguae que estoy dispuesto a perdonarle, tal y como espero que usted me perdone una última osadía: la de traducir, especialmente para usted, unas líneas de William Shakespeare. En el primer acto de El mercader de Venecia (obra que, con toda seguridad, figura entre sus lecturas de cabecera), Lorenzo pronuncia estas palabras:

El hombre que no lleva la música en sí,
o no se conmueve con la armonía de los sonidos,
está programado para la traición, el subterfugio y el expolio.
Su espíritu se mueve en la oscuridad de la noche
y sus anhelos son más oscuros que el Erebo.
Jamás confíes en alguien semejante. Entrégate a la música.1

Conocedor como es usted, señor presidente, del viejo adagio italiano “traduttore, traditore”, espero que sepa apreciar la adaptación a nuestros tiempos del texto. De todas formas creo que, en ningún caso, traiciona en demasía lo que el viejo William quería decir. Ah, por cierto, Erebo es, a veces, sinónimo de Averno: en realidad es ese espacio sin tiempo y ese tiempo sin espacio que hay entre la vida y la muerte en la mitología clásica. Perdóneme que se lo recuerde, señor presidente (sé de sobra que usted lo sabe), pero una vez más el carácter de una carta abierta me obliga.

Considéreme su amigo y seguro servidor.

Julián Hernández, músico.
En Cambre, octubre de 2012.

Fuente: https://plus.google.com/u/0/102081252037799707952/posts

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