martes, 30 de octubre de 2012

Algo que contarte

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  Lo primero que vi, según salía de la estación del metro, fue una gran pancarta que decía: "Sólo los esclavos no pueden renunciar al trabajo". A las ocho el gentío ante las verjas era considerable. Debía de haber trescientas personas, y hacían ruído, casi era un motín airado. La multitud parecía compuesta de obreras y obreros asiáticos despedidos de la factoría, estudiantes de diversos grupos radicales y grupos de otros simpatizantes, además de periodistas y fotógrafos. Y toda aquella gente estaba rodeada por lo que parecían legiones de policías.
  Según lo que yo podía ver desde las verjas, la fábrica asediada se componía de dos edificios bajos y alargados que parecían una construcción de cartón y amianto. Al hablar con los trabajadores se me quejaron de que entre otras cosas, allí hacía demasiado calor en verano y demasiado frío en invierno.
  Oí cosas sobre lo pesadas que eran las pilas de tela que tenían que trasladar para cortarlas. Que las máquinas de coser eran inseguras, pues las agujas se partían constantemente y dejaban los dedos marcados. Por el aire volaban partículas de tejido; todo el mundo tenía la nariz taponada; nadie respiraba adecuadamente. Se producía un accidente en los locales como mínimo una vez al mes. Los trabajadores sólo tenían dos semanas de vacaciones al año, pero no en verano, que era cuando había más trabajo. Lavabos y urinarios estaban sucios; a las mujeres les pagaban menos que a los hombres; despedían a las embarazadas; una mujer dijo que los jefes blancos obligaban a las obreras a tener relaciones sexuales con ellos.
  El gentío iba aumentando en número y en ruido. Me fijé en que los manifestantes acarreaban piedras, ladrillos y trozos de madera. Entonces apareció de repente el autobús de los esquiroles abriéndose paso; tenía las ventanillas cubiertas de tela metálica. Me sorprendió verlo acelerar imprudentemente entre la masa, que hacía llover sobre él una granizada de proyectiles. Los policías intentaban hacernos retroceder con las porras, pero la gente se abría paso para escupir y golpear el autobús.
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Algo que contarte
Hanif Kureishi

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