Hace ya muchos años que compartí la noche del sábado de Carnaval con la familia y los compadres de Peres da Gualada.
Todavía en mi memoria se conservan grabados muchos detalles de aquella noche. El agua, indispensable compañera de los días de Carnaval, batía con furia los pequeños y escasos cristales de la única ventana de la casa, y no reparaba tampoco en obsequiarnos con su desagradable compañía, colándose por los agujeros que en el tejado tienen la misión, a mi juicio ilusoria, de desalojar el humo de la cocina.
Lo cierto es que esto no nos importaba ni en la familia de Peres da Gualada, ni a sus compadres ni a mí.
Rodeábamos todos su espaciosa lareira, indiferentes al húmedo fenómeno atmosférico, sentados en los clásicos tallos y en muda contemplación ante tres enormes sartenes que la discreta señora del anfitrión acariciaba de cuando en cuando con la robusta tajada de tocino y cubría luego de una tenue capa de amoado, convertido, a los pocos momentos, en las deliciosas filloas que nosotros comíamos por riguroso turno
Filloas de leche
Para cuartillo (1,15 l) y medio de agua y cuartillo y medio de leche mezclados, una docena de huevos. Se baten estos y se incorporan a la mezcla, echándoles la sal necesaria. Después se les va poniendo harina poco a poco hasta que todo tenga la consistencia de una natilla muy suelta.
Luego se cuela, deshaciendo los bollos en el colador, y después, a hacer filloas, para lo cual hay que tener las sartenes sobre brasas, untarlas de tocino y extenderles una capa delgada de amoado.
Cuando la filloa se desprende con facilidad de la sartén, se le da la vuelta, dejándola tostar del otro lado.
Así, al menos, las hacía la distinguida esposa de mi nolvidable amigo Peres da Gualada
La cocina práctica
PICADILLO (De El Noroeste, periódico de la Coruña)
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