Carmen Laffon |
Ha de haber en la noche algún conducto
que vaya de tus sueños a mis sueños.
Un finísimo hilo apenas hecho
con la sombra del aire, que se eleve
en secreta espiral desde tu oído,
y encuentre algún resquicio en tu ventana
y cruce tu ciudad por sus tejados
y atraviese montañas, ríos, valles,
y llegue, en mi ciudad remota y fría,
al viejo barrio en el que vivo, y busque
en mi balcón algún leve resquicio
parecido al que halló al dejar tu cuarto
y, al fin, se acerque a mí, para enhebrarse
en mi oído, soñante caracola.
No es raro que una astilla en la madera
o un monte con tormenta allá en su cumbre
o el gris tijeretazo de una ráfaga
de viento, o una esquina bruscamente
dada la vuelta, estorben, dificulten
nuestro mutuo soñar en sintonía.
Luego, al restablecerse el bello flujo,
a veces tú has cambiado de argumento
y yo te sigo sin seguirte ya:
me esfuerzo en componer rompecabezas
con tres o cuatro piezas que no casan,
mientras tú sigues enviando imágenes
que yo amontono sin saber qué ver.
Ése es el sinsentido de mi sueños:
la persistente pesadilla, el vértigo
de querer saber más de lo que puedo
por no seguirle el hilo a tu soñar.
Lorenzo Oliván
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