lunes, 21 de marzo de 2022

Las lágrimas que se derraman sobre el chal no deben hacer ruido

1940. Fotografía Ernst Manker, Museo Nórdico
 
 El viejo cementerio de Gárasavvon queda un poco más allá del nuevo, sobre una colina árida cubierta de árboles que corren hacia el agua. Una escalera de piedra sube desde el camino, y un cartel informa de las obras de restauración de las cruces. El terreno es irregular. Tumbas nuevas sustituyen a aquellas que se han vuelto demasiado viejas. Sobre las lápidas figuran los mismos nombres que en los cementerios del sur. Aquí yace un padre o una madre, un primo que quizás no hayan vuelto a ver.
   Los nombres de las mujeres están colocados bajo los de los hombres. Aquí, como en muchos otros contextos, las mujeres están subordinadas a sus esposos, pese a que muchas de ellas han dado nombre a grandes familias samis. Las mujeres tienen sus propios renos y sus propias tierras pero, aun así, al consultar los archivos para estudiar las deportaciones, es fácil olvidar que ellas también migraron. En los documentos no se las nombra, sino que se las engloba bajo el término "miembros del núcleo familiar". De ellas se espera que sigan a sus esposos deportados, como si de los geres de un ráidu se tratara.  Cada familia obtiene cincuenta coronas adicionales como ayuda para el traslado si cuenta con una mujer entre sus miembros.
 
   Me parece detectar un patrón en todas las historias: muchas voces, sin ninguna relación entre ellas, dicen que las mujeres fueron las más vulnerables. Se quedaban en la goahti cuando los hombres se juntaban en el bosque. Se las dejaba solas con sus hijos cuando los demás se reunían en los pastizales del pueblo contiguo. Las mujeres eran las que recogían leña y las que cada mañana rompían la capa congelada que cubría los agujeros que habían hecho en el hielo. Las hermanas y las parientas que las ayudaban en su día a día se habían quedado en el norte. Extrañaban a sus amigas. Tardaron muchos años en tener teléfono y en poder llamar a casa.
   Las deportaciones tuvieron lugar en un período de transición,  cuando surgió un cambio en la forma de criar a los renos. Hasta entonces, las mujeres se desplazaban con el ráidu. No era una vida sencilla, pero la compartían con otras personas y trabajaban con los renos, tal como hacían sus esposos. En los años treinta, las familias empezaron a asentarse permanentemente en sus lugares de residencia. Es una ironía del destino que esa nueva soledad coincidiera con las deportaciones.
 
La historia de las mujeres samis y el destierro de su pueblo en Noruega y  Suecia | Público
Márjá rodea el reahpen de la goahti con una tela para evitar el revoco del humo causado por el viento. Fotografía:Erns Manker, Museo Nórdico
 
   Uno de los proverbios samis más utilizados dice que los abedules boreales no se parten, simplemente se encorvan. Cada uno ha de cargar con sus propias fragilidades, y desmoronarse no hace que el día a día sea más fácil. Las lágrimas que se derraman sobre el chal no deben hacer ruido. Toda esta filosofía de vida gira en torno a una palabra: birget, es decir, sobrevivir, salir adelante. Cada año, los renos deben sobrevivir al invierno. Eso es lo importante, y no lo que sienten las personas.
   Pese a que crecí rodeada de todo eso, no puedo dejar de preguntarme cómo fueron capaces de aguantar. Solas, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. 

Sami child with reindeer | Animal photo, Animals, Pet birds
 
    Los niños también son invisibles. Las autoridaes registraron sus correspondientes marcas de renos, así como la escuela a la que irían al llegar a su destino. Lo que no figura en los archivos es el pánico. Cómo los escolares recién llegados arañaban , sollozaban, lloraban y se escapaban por la valla que separaba la escuela del bosque para esconderse entre los árboles. No hay nada sobre cómo gritaban porque no querían ir a un internado en el que se hablaba esa lengua extraña. ¡No tan pronto!
   Al final, todas las comunidades samis de Västerbotten,  deben acoger a familias deportadas, más o menos en contra de su voluntad. Los conflictos ocurridos en Norbotnia se repiten. Las autoridades no tienen en cuenta la opinión de los afectados quienes se encuentran ante un hecho ocnsumado. Las personas reubicadas no quieren venir, y quienes viven en esas comunidades se oponen a recibir en sus tierras a más pastores de renos. Se ven obligados a lidiar con esta situación lo mejor que pueden. Los únicos casos en los que no se llevan a cabo las deportaciones es cuando la persona concernida está demasiado enferma para traslaarse.
 
Guhtur Omma sujeta a la rena mientras Ánne Márjá la ordeña. Bárkká en la comunidad sami de Tuorpon, a donde fueron deportados. Fot. Bert Persson 
 
     En 1932, Gusttu Bierar y Márjá llegan Strimasund. Como último acto de protesta, deciden trasladarse a la comunidad sami de Umbyn, donde viven amigos suyos, en lugar de quedarse en Gran, la comunidad que el administrador de asuntos de los lapones les ha adignado. Gusttu Bierar envía a la mitad de la manada a Umbyn por adelantado para asegurarse de que no terminarán solos en otra comunidad sami
 
Los señores nos mandaron aquí
Elin Anna Labba

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