jueves, 31 de marzo de 2022
miércoles, 30 de marzo de 2022
Las suffragettes
Emmeline Pankhurst |
La sufragista Emily Davison murió tras tirarse a los pies del caballo de rey durante el derbi de Epsom, el 4 de junio de 1913 |
martes, 29 de marzo de 2022
Mickaël Correia: «En el fondo, la resiliencia es un concepto muy neoliberal»
El periodista de Mediapart analiza en su ensayo ‘Criminels climatiques’ las actividades de Saudi Aramco, Gazprom y China Energy, las tres empresas más contaminantes del planeta.
Mickaël Correia, periodista de Mediapart y autor del ensayo 'Criminels climatiques'.
Foto: CHARLOTTE KREBS
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Aramco, la compañía petrolífera de la familia real saudí, está en el primer puesto del podio de las empresas más contaminantes del mundo, muy por delante de otras más conocidas como Chevron, Exxon Mobile o BP. La red de gasoductos rusos construida por Gazprom podría dar cuatro veces la vuelta al mundo. Las empresas chinas del carbón han emitido el 14,5% de todos los gases de efecto invernadero desde 1988, y la campeona de todas ellas es China Energy. Tres empresas manejadas con mano de hierro por tres regímenes autoritarios que, en el colmo de la desfachatez, son firmantes del Acuerdo de París.
Mickaël Correia (Tourcoing, Francia, 1983), periodista de Mediapart especialista en movimientos sociales y cuestiones climáticas, dedica su ensayo Criminels climatiques (editado por La Découverte) a analizar estas tres multinacionales energéticas. Si Aramco, Gazprom y China Energy fueran un país, serían el tercer país más contaminante del planeta, sólo por detrás de Estados Unidos y China. Sus tentáculos en forma de lobbying, corrupción, greenwashing y neocolonialismo se extienden por todo el mundo. No hay centro de poder, por exclusivo que sea, al que no tengan acceso. No hay yacimiento, de petróleo, gas o carbón, que no quieran explotar. Y no tienen ninguna intención de parar, digan lo que digan y firmen lo que firmen.
En España tenemos a Repsol. En Francia su equivalente sería Total. Del extranjero conocemos Exxon, Shell, BP… ¿Pero por qué no conocemos a los tres mayores contaminadores del planeta?
No sé lo que ocurrirá en España, pero en Francia el gran público no conoce estas empresas porque ha triunfado la idea de que son los consumidores quienes están detrás de este crimen, de que el calentamiento climático es una cuestión de responsabilidad individual y que puede frenarse simplemente con disciplina personal: comer como un mendigo, no tomar aviones, etc. Llevamos casi 30 años escuchando esto. Y el mensaje no ha calado sólo entre los políticos, también lo ha hecho entre muchos militantes ecologistas. La empresa que popularizó el concepto de «huella de carbono» fue la British Petroleum, a principios de los años 2000. Fue una gran operación de desviación a través del marketing. Y campaña tras campaña, estas empresas no sólo señalan a los consumidores como culpables. Van más allá y dicen: «Hey, no os equivoquéis. Nosotros no somos el problema. Somos la solución».
La noción de «responsabilidad individual» se puede relacionar con la de «resiliencia», promovida por muchos expertos en colapsología y con la que usted también está en desacuerdo. ¿Por qué?
La resiliencia es un concepto que nace en los años ochenta en el campo de la psicología. Dice que después de un gran trauma puedes encontrar una solución dentro de ti para superarlo. Eso aísla e individualiza el problema. Y en el caso del cambio climático, lo despolitiza, impide la búsqueda de responsables al actual caos climático. De hecho, socializa este caos y nos convierte en cogestores de sus efectos. Desactiva la dinámica política contra las grandes empresas emisoras de gases de efecto invernadero. Lo que nos dice la resiliencia es: «Tienes que cambiar tú mismo para cambiar el mundo en el que vives». En el fondo es un concepto muy neoliberal. Desde esa perspectiva, el sexismo o el racismo serían problemas entre personas individuales, no grandes construcciones sociales e históricas que impregnan nuestras sociedades. Y la violencia policial sería el defecto de unos pocos agentes y no algo sistémico, estructural en nuestras fuerzas del orden. Con el cambio climático ocurre lo mismo: no es la suma de malos gestos individuales.
Usted habla en su libro de «criminales», de «sepultureros del clima», de «contaminadores climaticidas»… El vocabulario siempre está relacionado con el mundo delictivo. ¿Por qué ha usado ese lenguaje tan frontal?
Precisamente porque a menudo tenemos un vocabulario demasiado pasivo. La palabra resiliencia sería un buen ejemplo. Y otra sería extinción. Lo que la biodiversidad sufre ahora no es una extinción como las ocurridas hace millones de años, es un exterminio activo por parte del capitalismo. Otra palabra con esas características es transición, para hablar de transición energética o climática. Lo cierto es que no tenemos tiempo para una transición. La fecha límite para conseguir los 1,5 ºC de subida máxima de las temperaturas es 2030. No hay tiempo para una gran ruptura, para un cambio radical. Para mí, efectivamente son criminales, en el sentido en el que desde 2015 sabemos que debemos mantener, aproximadamente, el 80% de las energías fósiles en el subsuelo. Y reducir la producción de petróleo y gas un 40% y de carbón un 11% de aquí a 2030. Pero estas empresas no tienen entre sus planes disminuir la producción, ni siquiera estabilizarla. De hecho, es al contrario: en ese plazo planean aumentarla un 20%. Total, por poner un ejemplo francés, tiene previsto aumentar su producción de gas fósil un 30%. Es criminal hacer eso cuando la ciencia está lanzando alertas todos los días en sentido contrario.
Y no son nuevas. Vienen de antiguo.
Ahora empezamos a saber que estas empresas conocían desde hace mucho, mucho tiempo que sus actividades eran perjudiciales para el clima. Total lo sabe desde 1971. Y las empresas estadounidenses lo saben desde antes de 1965 [fecha del informe que redactaron para el presidente Lyndon Johnson]. En 2020, la Agencia Internacional de la Energía, que está muy lejos de ser una organización ecologista, dijo que había que detener todos los nuevos proyectos de producción de energías fósiles. Y a pesar de todo, estas multinacionales han sido extremadamente activas a la hora de desplegar sus estrategias para convertirnos, por usar el vocabulario de la droga, en adictos a las energías fósiles.
Con consecuencias catastróficas, como sabemos.
En Europa Occidental, desde el pasado verano, hemos tenido multitud de incendios e inundaciones. En Alemania y en Bélgica hubo varias decenas de muertos. En Norteamérica ha habido incendios gigantescos. Y estas catástrofes climáticas no son nuevas: en los países del sur vienen ocurriendo desde hace al menos 15 años. En Bangladesh, 700.000 personas se ven obligadas a abandonar sus hogares cada año por la subida de las aguas. No debemos olvidar lo que los países del sur dijeron en la COP26 de Glasgow: «Ustedes hablan de una subida de 1,5 ºC, pero es que una subida de 1,2 ºC provoca huracanes monstruosos en nuestros territorios». Significa la desaparición de varias islas del Pacífico. Hay un impacto real sobre estas poblaciones, que son las más vulnerables.
Hoy ya nadie puede negar el cambio climático. ¿Cree, por tanto, que ha dejado de ser un tema científico para convertirse en un problema puramente político?
Pues sí, y creo que el gran problema es de imaginación. Tenemos dificultades para imaginar otro mundo más ecológico y sostenible. Y es lógico, porque el reto es extremadamente complicado. El petróleo, el gas y el carbón son la base de nuestra civilización industrial desde el siglo XIX. Destruir o deconstruir ese imaginario es muy difícil. El coche, por ejemplo, tanto en América como en Europa, es un símbolo de libertad, incluso de virilidad para algunos hombres. ¿Cómo se desmonta eso de un día para otro? La historia del ecologismo, además, es muy reciente. Llega al debate público en la década de 1970. El movimiento obrero, por ejemplo, lleva 150 años forjando un ideal de igualdad, de emancipación, de utopía. El ecologismo tiene aún que forjar ese gran imaginario con el que las masas puedan identificarse. Y debe hacerlo, para colmo, enfrentándose al inmenso poder del capitalismo fósil, que a través del lobbying despliega sus estrategias de corrupción, de greenwashing, de colonialismo para perpetuar sus actividades. Lo difícil, políticamente hablando, ya no es sólo crear el imaginario sino que éste sea capaz de darle la vuelta a esta relación de fuerzas.
Los dirigentes de Aramco, China Energy y Gazprom pronuncian a menudo discursos grotescos sobre su compromiso climático. ¿Por qué hay presidentes en todo el mundo que les siguen la corriente y no dicen nada? ¿Por qué nadie dice que el emperador está desnudo?
Efectivamente, hay un cinismo increíble por parte de estas empresas. El presidente de Aramco [Amin Nasser], por ejemplo, se ha burlado públicamente del coche eléctrico. ¡Ha llegado a decir que el petróleo es la solución para el calentamiento global! ¿Por qué los dirigentes políticos no dicen nada? Pues porque están íntimamente relacionados con ellos. Aramco tiene un laboratorio a 10 kilómetros de París que trabaja con una gran institución científica francesa para perpetuar el motor de explosión. ¡Y París es la capital europea en la que muere más gente por culpa de la contaminación de los automóviles! China Energy y EDF, la gran compañía francesa de electricidad, que pertenece mayoritariamente al Estado, tienen un acuerdo para crear un gran parque eólico en el mar de China. Lo firmaron en presencia del mismísimo presidente Macron. Pero es que EDF posee centrales de carbón hipercontaminantes en China desde los años noventa. Gazprom abastece de gas a más de 15.000 empresas francesas y a varias instituciones, como la Universidad de Estrasburgo o el Ministerio de Defensa. Hay lazos muy estrechos entre los Estados europeos y estas grandes compañías energéticas. [Otro ejemplo: el ex primer ministro francés François Fillon y su homólogo italiano Matteo Renzi trabajaron como consejeros de Gazprom hasta que Putin ordenó la invasión de Ucrania; el ex canciller alemán Gerhard Schröder sigue en nómina a día de hoy].
Si prestamos atención al discurso oficial de China, sus dirigentes dicen que quieren frenar el desarrollo de proyectos fósiles… pero que China Energy no les deja. ¿Esto es posible?
Es sorprendente, sin duda, porque podemos abrazar estereotipos en torno al gobierno autoritario chino, verlo como algo extremadamente vertical, y pensar que cualquier cosa que diga se traduce automáticamente sobre el terreno. China ha firmado el Acuerdo de París de 2015. Xi Jinping habla reiteradamente en sus discursos de «civilización ecológica». En los últimos años China ha anunciado su objetivo de alcanzar la neutralidad de carbono en 2060 y ha prohibido la construcción de nuevas centrales de carbón en su territorio. Lo terrible es constatar que incluso en un país como China, el poder de lobbying de una empresa como China Energy es gigantesco. Su presión es tan grande que hasta ha impedido la creación de un Ministerio de la Energía en el país. A pesar de todos sus anuncios, vemos cómo China, de forma muy discreta, está construyendo toda una red de centrales de carbón en el extranjero. En términos de capacidad eléctrica, esta red equivaldría a todas las centrales de carbón de Estados Unidos. Y si todas ellas, las que están construyéndose y las que están en proyecto, entran en funcionamiento, será nefasto para el clima porque pueden hacer fracasar por sí solas el Acuerdo de París.
Recientemente, la Comisión Europea ha aprobado una nueva taxonomía con la que quiere etiquetar el gas y la energía nuclear como «energías verdes». Y Macron ha relanzado la construcción de reactores nucleares en Francia. ¿Deberíamos estar preocupados?
Por supuesto que sí. Y por muchos motivos. La nueva taxononía es una cosa loquísima. Macron quería relanzar la energía nuclear y para conseguirlo ha negociado con los países de Europa Central, especialmente con gobiernos ultranacionalistas y de extrema derecha, como el de Viktor Orbán en Hungría o el de Polonia, y ha cambiado cromos con ellos: «Vosotros me apoyáis para que la energía nuclear sea etiquetada como ‘verde’ y yo os apoyo con el gas fósil». Polonia, además, quiere seguir desarrollando proyectos basados en el carbón. La alianza es mortífera. Y Macron ha decidido todo esto él solo, sin abrir ningún debate, lo que afecta a nuestra calidad democrática. Además, al apoyar el gas se olvida de que las emisiones de efecto invernadero no se reducen al CO2. Y al apostar por la nuclear, una solución tecnoptimista para el clima por otra parte, oculta un detalle capital: que no hay tiempo para construir todas esas centrales [seis], ponerlas a funcionar y cumplir con sus objetivos climáticos antes de 2030, que es la fecha límite. Sin olvidar que la instalación de centrales obliga a militarizar grandes extensiones de territorio y produce una cantidad monstruosa de residuos que son radiactivos durante cientos de miles de años. Para mí, es una política peligrosa desde el punto de vista de la seguridad. Eso sí, aquí hay mucho dinero en circulación: la inversión para la construcción de estas centrales se ha multiplicado por seis y llega hasta los 20.000 millones de euros.
Usted dice en su libro que todos los países europeos son dependientes del gas ruso.
El 40% del gas que se consume en la UE procede de Gazprom, una empresa que, no lo olvidemos, pertenece al clan de Putin y es manejada directamente desde el Kremlin. En un contexto de subida de los precios de la energía es un instrumento geopolítico de enorme importancia, y está en manos de Moscú. Eso provoca que la relación de fuerzas sea una locura. Tradicionalmente, el gas ruso llegaba a Alemania a través de Ucrania, que cobraba por el derecho de paso. Pero a principios de los años 2000 se empezaron a proyectar y construir gasoductos que llevaban el gas ruso de forma directa primero a Alemania y luego al resto de Europa. Y el dinero que debía percibir Ucrania descendió considerablemente. En las actuales circunstancias Putin puede decir: «De acuerdo, cierro el grifo y se acabó». Eso no sólo afectaría a millones de hogares sino a toda la industria. Este gas, que es muy contaminante, encima convierte a Europa en rehén de un régimen autoritario. La compañía francesa Total ha invertido miles de millones en la explotación de campos de gas en Siberia y las sanciones económicas que pesan sobre Rusia afectarán enormemente a sus finanzas. Macron, por el momento, no las apoya, pero esto nos sirve para ver hasta qué punto estamos maniatados por Rusia en cuestión energética.
Efectivamente, tiene toda la pinta de un secuestro.
Y el día de la liberación, por decirlo así, no está cerca. Los nuevos yacimientos de Gazprom y Total en Siberia son explotaciones que pueden durar hasta el año 2100, incluso más. En cuanto a China Energy, las centrales de carbón que está construyendo en Asia y África tienen una vida media de 40 años. Y el nuevo proyecto de Aramco para revalorizar el petróleo, en caso de que descienda la demanda de gasolina, pasa por la fabricación de plásticos.
Con los efectos letales que tienen sobre el medioambiente y la biodiversidad…
Exactamente. Cada dos segundos se vierte una tonelada de plástico al mar. Bueno, pues eso va a aumentar gracias a Aramco, que ha desarrollado una tecnología petroquímica para doblar la rentabilidad del barril de crudo. Estas empresas nos tendrán secuestrados los próximos 50 o 100 años. Así que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que hay algo criminal en todo esto.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/correia-resiliencia-concepto-neoliberal/
lunes, 28 de marzo de 2022
27 de marzo de 1970
Vía @Gabri91MG |
El 27 de marzo de 1970 varios reclutas del Ejército portugués desertaron y huyeron por la frontera española de Vª de Alcántara. Se negaban a combatir en la guerra colonial de Salazar. Antes de cruzar se hicieron una foto. Ayer, aniversario, se reencontraron en el mismo lugar
Más información: https://twitter.com/Gabri91MG/status/1508394479119699972
Ya no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío
Piet Mondrian, Le Nuage rouge, 1907. |
Miguel Hernández
domingo, 27 de marzo de 2022
El informe que predijo hace 50 años el colapso de la sociedad actual
El trabajo publicado por científicos del MIT en el Club de Roma en marzo de 1972 situó el declive del modelo económico y social a partir del 2020
En 1972 El Club de Roma, una institución privada formada por economistas, científicos y políticos de todo el planeta, encargó a un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) un informe que respondiera a la siguiente pregunta: ¿puede el crecimiento económico y material continuar indefinidamente en un planeta finito?.
El grupo de expertos liderados por la doctora y científica ambiental Donella Meadows presentó el informe titulado Los límites del crecimiento cuyos resultados estaban apoyados por un nuevo modelo matemático. El documento ofrecía varios escenarios sobre la evolución de la sociedad en función de una serie de variables como el crecimiento de la población, la contaminación y la disponibilidad de recursos. «Los llamados modelos sobre dinámica de sistemas describen de qué forma interactúan las variables agregadas o conjuntas, que son la suma de muchas. Se parte de un estado inicial, los años 70, y a partir de ahí se introducen diversas situaciones que dan como resultado diferentes futuros», explica Antonio Turiel, físico, investigador del CSIC y experto en recursos energéticos.
Uno de los escenarios que se contempló tomaba como referencia el modelo business as usual o «todo sigue igual». Se daba por hecho que la población crecería con la misma intensidad con la que consume recursos y deteriora el medio ambiente. Sobre este escenario, el texto menciona literalmente que «si la industrialización, la producción de alimentos y el agotamiento de los recursos mantienen las tendencias actuales se alcanzará los límites en cien años».
«La publicación del informe tuvo un gran impacto y recibió críticas muy duras por parte de la comunidad científica, pero sobre todo del ámbito económico ya que ponía en cuestión el paradigma del capitalismo, que no es otro que el crecimiento ilimitado. Hubo una campaña muy potente para desprestigiar los resultados con la clara intención de no hacer ningún cambio», apunta Turiel.
En las décadas posteriores la explotación de nuevos yacimientos de petróleo y la aparición de nuevos recursos lograron enmascarar el problema de raíz. El futuro parecía quitarle la razón a los agoreros. «Lo que la gente nunca ha entendido es que el modelo también tuvo en cuenta que se producirían progresos en cada una de las variables», sostiene el investigador.
La predicción incluye una especie de momento de inflexión, un punto en el que las líneas de las diferentes variables se cruzan. El modelo matemático de los 70 pronosticó que se produciría un declive del modelo social y económico a partir del 2020. «Tal y como apuntaba el informe hace medio siglo las cosas empiezan ahora a ir muy mal. Por desgracia todas las revisiones que se han realizado del trabajo desde su publicación en 1972 reconocen que hemos llegado hasta aquí por medio del peor de los escenarios. En estos momentos nos estamos topando con las contradicciones del sistema», reconoce.
La segunda década del siglo XXI ha comenzado con una pandemia global y continúa con una guerra que está produciendo un encarecimiento de la vida y amenaza con generar un grave problema de abastecimiento de productos básicos. La realidad parece estar reproduciendo la dinámica que conduce al desastre que predijo el informe. «Un colapso no se produce de un día para otro, es un proceso que puede durar décadas, pero todo lo que está pasando nos lleva al escenario que pronosticó el Club de Roma hace justo medio siglo. Quizás la pandemia no entraba en los planes, aunque es una consecuencia más porque estamos chocando contra los límites biofísicos del planeta. La historia nos enseña que un colapso se produce por un daño autoinfligido por las sociedades, por cabezonería. En nuestro caso el culpable es la idea del crecimiento infinito», sostiene.
Además, la crisis sanitaria del covid-19 y el conflicto bélico entre Ucrania y Rusia introducen nuevos elementos que provocan que las matemáticas pierdan predictibilidad. Es decir, ahora mismo resulta difícil saber qué más puede ocurrir. «Creo que esta guerra forma parte de una lucha por los recursos. Y ha llegado para quedarse. Muchos países están anunciando ya un aumento en el gasto militar. Nos estamos preparando para un futuro en el que seremos agresores de otros países para tratar de conseguir sus recursos», concluye Turiel.
El historiador israelí Yuval Harari, autor de Sapiens, advirtió hace unos días a propósito de la situación actual sobre el riesgo que conllevaría que la comunidad internacional priorice ahora el gasto en defensa. Esta nueva estrategia belicista podría ser la estocada final a la crisis climática, el único problema real con dimensiones existenciales. Ayer mismo, el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, afirmó que las medidas a corto plazo que tomen las grandes economías para satisfacer la escasez con las opciones disponibles suponen el riesgo de crear una dependencia de los combustibles fósiles a largo plazo, cerrando la posibilidad de limitar el aumento de las temperaturas globales a 1,5 grados para fin de siglo con respecto a los niveles preindustriales. «Estamos avanzando como sonámbulos hacia la catástrofe climática», aseguró.
sábado, 26 de marzo de 2022
¿El suicidio del dólar?
El 26 de febrero Estados Unidos y sus aliados confiscaron las reservas de oro y divisas del Banco Central de Rusia que este tenía en Occidente, alrededor de la mitad del total de sus reservas, es decir unos 300.000 millones de dólares. Ni la reserva federal de Estados Unidos (FED) ni el Banco Central Europeo (BCE) fueron consultados al respecto. Son muchos los observadores que estiman que la medida será autodestructiva para la hegemonía global del dólar, sobre la que reposa la estabilidad de la deficitaria y monumentalmente endeudada economía de Estados Unidos.Desde 1971, cuando Estados Unidos abandonó el patrón oro en la convertibilidad del dólar, el sistema de Bretton Woods, los bancos centrales organizaron sus reservas en dólares en lugar de oro. Al hacerlo, compraban bonos del tesoro de Estados Unidos y financiaban los déficits presupuestarios y de la balanza de pagos de ese país. El comercio del petróleo en dólares añadía poderío al dólar como indiscutida moneda global de referencia.
Estados Unidos ha venido utilizando esa posición de poder para ordenar el mundo a su gusto e interés. Puede bloquear pagos, congelar activos y practicar confiscaciones en cualquier momento. Ahora, al confiscar las reservas de Rusia se ha lanzado un mensaje inequívoco a todo el mundo. En palabras del ex diplomático británico Alastair Crooke, “si hasta un país importante del G-20 puede ver sus reservas confiscadas con solo pulsar un botón, para aquellos que aún tienen reservas en Nueva York el mensaje es meridiano: sacarlas de allí mientras sea posible”.
Rusia no es un caso aislado. Las reservas de Irán ya fueron confiscadas en el pasado. Los 9000 millones de fondos de Afganistán, que impedirían la catástrofe humana y el hambre que está teniendo lugar allá, también fueron confiscados por Biden como cruel represalia por la espantada militar occidental forzada por los talibanes el pasado agosto. El año pasado Inglaterra le robó a Venezuela el oro que ésta tenía en el Banco de Inglaterra y del que Caracas intentó disponer para comprar recursos médicos contra la pandemia.
Con todas estas medidas lo que Estados Unidos dice al mundo es que cualquier país que tenga sus reservas allí está expuesto a que, si su política no gusta a Washington, bien porque comercia con países adversarios, bien porque reparte demasiado su renta entre las clases populares en perjuicio de los beneficios de multinacionales, o porque simplemente busque una mayor independencia política o económica del entramado controlado por Estados Unidos, sus reservas pueden ser confiscadas.
“Hemos convertido los depósitos en euros y dólares en un factor de riesgo”, dice Wolfgang Münchau un conocido analista alemán de derechas y estrella del Financial Times. “Confiscando los fondos de Afganistán, Venezuela, Irán y ahora Rusia, politizando el mecanismo de pagos y transferencias del Swift, la influencia global de Estados Unidos disminuye”, dice el ex embajador americano Chas Freeman.
La confiscación de las reservas rusas, “animará a rusos, chinos, BRIC´s, etc. a buscar otras monedas y mecanismos más seguros”, augura Münchau, pero en realidad esto no es un horizonte sino un proceso ya en marcha. Desde que hace ocho años se impusieron sanciones a Rusia por la anexión de Crimea, la participación del dólar en el conjunto de los pagos internacionales ha disminuido 13,5 puntos: pasó del 60,2% en 2014 al 46,7% en 2020. “El dólar se ha convertido en una moneda tóxica”, dice el economista ruso y consejero de Putin, Sergei Glaziev. ¿Qué pasará a partir de ahora con esta tendencia?
La principal consecuencia es que se están creando las condiciones para el crecimiento de un bloque no-occidental en la economía global que tendrá un impacto negativo para los intereses del hegemonismo. Hace más de una década que el Presidente Lula ya comprendió que había que salirse mancomunadamente del dólar y su entramado. Parece que fue Lula el primero que compartió con Vladimir Putin y Hu Jintao, el entonces presidente chino, la idea de avanzar conjuntamente en una política en esa dirección, algo que los chinos tenían claro desde hacía mucho tiempo. El protagonismo de Lula en aquella iniciativa pudo haber sido incluso determinante para el irregular derrocamiento del brasileño y su posterior encarcelamiento. Hoy las cosas han cambiado y no solo porque Lula puede regresar a la presidencia de Brasil.
Ningún BRIC ha participado en las sanciones contra Rusia: ni India, ni el Brasil de Bolsonaro, ni África del Sur, ni la atlantista Turquía, ni los países del Golfo, ni por supuesto China…
El miércoles la conferencia de ministros de exteriores de la Organización de la Conferencia Islámica (57 países miembros) rechazó sumarse a las sanciones contra Rusia. Ningún país de África, ni de Asia Occidental y Central, con solo Singapur y Japón en Asia Oriental, han impuesto sanciones a Rusia, con China e India marcando la línea general.
Aún más significativo, Arabia Saudí está manteniendo conversaciones con China para comerciar en yuanes el pago de su petróleo. El 25% del petróleo saudí va a China. Que el petróleo deje de venderse en dólares, ¿no equivale a una quiebra de la economía de Estados Unidos?
Fuente: https://rafaelpoch.com/2022/03/25/el-suicidio-del-dolar-ii/
miércoles, 23 de marzo de 2022
This is Not America
Los paramilitares, la guerrilla, los hijos del conflicto, las pandillas, las listas negras, los falsos positivos, los periodistas asesinados, los desaparecidos, los narcos gobiernos, todo lo que robaron, los que se manifiestan y los que se olvidaron, las persecuciones, los golpes de estado, el país en quiebra, los exiliados, el peso devaluado, el tráfico de droga, los carteles las invasiones, los emigrantes sin papeles, cinco presidentes en once días, disparo a quema ropa por parte de la policía, más de cien años de tortura, la nova trova cantando en plena dictadura. Somos la sangre que sopla la presión atmosférica. Gambino, mi hermano.… esto sí es América.
Más información: https://www.elsaltodiario.com/canciones-que/significado-historico-this-is-not-america-residente
martes, 22 de marzo de 2022
Sáhara: ¿por qué?
En noviembre de 1976 acompañé a Felipe González, entonces secretario general del PSOE, a un acto en los territorios saharauis liberados. Liberados es prácticamente una entelequia porque los saharauis controlaban —y controlan— solo una pequeña parte. Tras volar a Tinduf viajamos a una asimismo pequeña localidad desértica para expresar nuestro rechazo al Acuerdo Tripartito de Madrid por el que (mientras Franco agonizaba) el Gobierno entregaba el Sáhara a Marruecos y Mauritania. Y para manifestar nuestra solidaridad con los refugiados, huidos —como hoy los ucranianos— de su tierra, anexionada —como en Ucrania hoy— por un autócrata expansionista. En un mitin en esa aldea, el 14 de noviembre, Felipe González recordó a los numerosos asistentes que en esos momentos se cumplía exactamente un año de la firma de un “acuerdo de triste memoria por el cual tres Estados se arrogaron el derecho de disponer del pueblo saharaui y de repartirse su territorio y sus riquezas nacionales.”
Fuimos porque estábamos convencidos de que la gran mayoría de la opinión pública española no había aceptado —como tampoco hoy en Ucrania— la agresión de una potencia expansionista. Fuimos porque considerábamos nulo de pleno derecho el Acuerdo Tripartito. Porque estábamos escandalizados y muertos de vergüenza ajena como españoles porque en su día el Gobierno español había defendido consistente y firmemente en Naciones Unidas y en el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) que ni Marruecos ni Mauritania, a quienes ahora se entregaba el territorio, poseía ningún título jurídico sobre el mismo. Precisamente el TIJ, en su opinión consultiva de 16-10-1975, resolvió que “ni los actos internos ni los internacionales en que se basa Marruecos indican la existencia o el reconocimiento internacional de vínculos jurídicos de soberanía territorial entre el Sáhara Occidental y el Estado marroquí (…) no muestran que Marruecos ejerciera ninguna actividad estatal efectiva y exclusiva en el Sáhara Occidental. No obstante, proporcionan indicaciones de que, en el período pertinente, existían vínculos jurídicos de lealtad entre el Sultán y algunos, pero solo algunos, de los pueblos nómadas del territorio…”
La violación de la legalidad internacional se inicia ya en el primer artículo del Acuerdo Tripartito: “Espana ratifica su resolución —reiteradamente manifestada ante la ONU— de descolonizar el territorio del Sáhara Occidental.” Sin embargo, no procedió a realizar el referéndum estipulado por el TIJ. Alude solo a una “consulta con la Yemaa”, la asamblea de notables saharauis… Por su parte, la Asamblea General de la ONU (resolución 3458B, de 10-12-1975) exigió a los tres firmantes del Acuerdo que cumplan con el referéndum. De modo que en 1975, como potencia administradora, España tenía solo dos opciones para cancelar su responsabilidad respecto al Sáhara: descolonizar, lo que en virtud de la legalidad internacional únicamente podía hacerse vía referéndum, o no descolonizar, transfiriendo la administración del territorio. Pero la Carta de Naciones Unidas (artículo 77.1.c) estipula que esa transferencia debe ser hecha al Consejo de Administración Fiduciaria onusiano, no a Estado alguno, por lo tanto no a Marruecos y a Mauritania.
El pacto
Al parecer, el Gobierno de España ha decidido reconocer la “autonomía” del Sáhara en el seno de Marruecos (y por ende, la soberanía de éste sobre aquél) a cambio de garantías por parte marroquí en la gestión de los flujos migratorios y el respeto a la integridad de Ceuta y Melilla. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ha manifestado su satisfacción por ello porque beneficia los intereses de los españoles. Cabe preguntar si una decisión “incómoda” por parte argelina en el suministro de gas a España, y vía España, a Europa, beneficiaría los intereses de los españoles y europeos. Preguntado el ministro sobre la oposición de Unidas Podemos a este acuerdo, Albares respondió que se trataba de un “matiz”, que en todo Gobierno de coalición existen discrepancias. No calificaría yo de matiz, sino de sustancia, el pacto suscrito.
El antiguo presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha manifestado que “debemos felicitarnos porque hemos recuperado algo tan importante para España como una relación de confianza con Marruecos”. Está vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. En mi opinión, los únicos pactos con ciertas garantías de ser respetados son los firmados entre democracias, como bien demuestra la historia al referirse a los supuestos acuerdos de confianza con la Alemania de Hitler o la URSS de Stalin.
¿Autonomía del Sáhara en el seno del reino alauí, el reino de un autócrata? En el supuesto de que dicha “solución” al conflicto llegara a concretarse en el futuro, la abdicación por parte del Gobierno de España de sus obligaciones con el Derecho internacional, las resoluciones de Naciones Unidas y la Carta de la organización y su renuncia a los valores y principios éticos (los mismos que estos días nos mueven para apoyar a Ucrania frente al expansionismo ruso) que ello supone, únicamente podría, tal vez, comenzar a merecer la pena el día en que Marruecos se transformara en una democracia.
Hay quien justifica este dislate en nombre de la realpolitik (según la Real Academia, la política basada en criterios pragmáticos, al margen de ideologías. Yo prefiero la definición del concepto "principio", esto es, la norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta).
Coda final.- Hay también quien dialécticamente se aferra al hecho de que Francia y Alemania han adoptado la misma posición que ahora adopta el Gobierno de España. O que Trump reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara (a cambio, por cierto, del reconocimiento de Israel por parte de Rabat). Quisiera recordarles que Occidente no es la totalidad del planeta, que 84 Estados reconocen a la República Árabe Saharaui, además de los que mantienen relaciones con el Frente Polisario. Y que en la recién celebrada (febrero 2022) 35 Asamblea de la Unión Africana, el presidente de Kenya y del Consejo de Paz y Seguridad de la misma, Uhuru Kenyatta, urgió a la Asamblea a “cumplir su mandato sobre el conflicto saharaui”, insistiendo en “la importancia de encontrar una solución que garantice la autodeterminación del pueblo del Sáhara Occidental”. Por cierto, en esa Asamblea la delegación marroquí se esforzó infructuosamente para que Israel fuera admitido como miembro observador.
Fuente: https://www.infolibre.es/opinion/plaza-publica/sahara_129_1223023.html
lunes, 21 de marzo de 2022
Las lágrimas que se derraman sobre el chal no deben hacer ruido
Márjá rodea el reahpen de la goahti con una tela para evitar el revoco del humo causado por el viento. Fotografía:Erns Manker, Museo Nórdico |
Guhtur Omma sujeta a la rena mientras Ánne Márjá la ordeña. Bárkká en la comunidad sami de Tuorpon, a donde fueron deportados. Fot. Bert Persson |
domingo, 20 de marzo de 2022
Prohibir a los rusos
Aquella Rusia de 1848 era una especie de Atenas bajo Pericles, un vergel de cultura. Nikolái Gógol, tras un periplo relativamente largo por Europa, decide volver al país eslavo. Es difícil encontrar tanto talento condensado en la historia universal de la literatura, y sólo el Madrid de principios del siglo XVII se acerca. El gran referente de Gógol, el padre de la literatura moderna rusa, Aleksandr Pushkin, había muerto pocos años antes de un balazo en el pecho en un duelo por amor. Se hallan entonces los círculos culturales de Rusia en pleno debate sobre la libertad: los ensayos de Aksákov, las tesis del recientemente fallecido Baratynski, la ciencia histórica de Granovski, el discurso narrativo de Turguéniev… Gógol, ucraniano, por cierto, se decanta, en su ultraconservadurismo, por las bondades del zarismo. Belinski le reprocha en una famosa carta a Gógol que se pliegue ante el autoritarismo Romanov. El debate es encarnizado, tanto que un joven autor decidirá leer la carta de Belinski ensalzando el liberalismo en público. Ese joven autor es Fiodor Dostoievski, y por esa lectura y su interpretación de la libertad será condenado a muerte. Estando Dostoievski amarrado al poste sobre el que habría de ser fusilado, se le conmutó la pena. Sin el debate que, a mediados de los cincuenta, se llevó a cabo entre los escritores rusos en torno a la libertad no se habrían sustentado los posteriores discursos, desde Tolstói hasta Lenin.
Tras la invasión de Ucrania por parte de los rusos, una parte de la sociedad occidental ha decidido apartar a los autores eslavos de las estanterías, de las carteleras, de las plataformas, de los colegios. Una vez más, la sociedad moderna es incapaz de separar el arte y la cultura de la realidad. Y en esta ocasión tiene aún menos sentido, pues las letras eslavas, junto a las hispánicas las más preciadas de toda la literatura universal, están plagadas de ejemplos como los narrados en el primer párrafo, es decir, de mentes brillantes que dialogan entre sí a propósito de la susodicha libertad, de la guerra, del imperialismo y de tantos otros conceptos que, como siempre, el adanista contemporáneo cree suyos en exclusividad. Pero no. Están en ellos. A menudo nacen con ellos. ¿Tiene sentido prohibirlos? ¿Tiene sentido desconocerlos deliberadamente?
Obviar las tragedias de la historia es el primer paso para repetirlas. Obviar a Turguéniev, a Gógol, a Pushkin, a Dostoievski, a Tólstoi, a Gorki o a Lenin es no sólo una muestra de profundo aldeanismo, sino una irresponsabilidad para todo aquel que pretenda comprender la base de un conflicto. Creer que, mirando para otro lado, creer que callando a este o a aquel autor en lengua rusa se soluciona algo es un ejemplo más de la inocencia de Occidente, que se apaga irremediablemente al calor de su propia ignorancia. Como en el famoso cuento de Gógol, El capote, donde el protagonista se resigna a su triste destino envuelto en una manta raída, Europa se resigna al declinar de su viejo reinado cultural envuelto en su wokismo absurdo. «Es mejor ser infeliz conociendo la tragedia que ser feliz en el país de los ignorantes», dejó dicho Dostoievski. Pues eso.
jueves, 17 de marzo de 2022
De espirales y hogueras
La insumisión no es un pasado. Sabemos que su tiempo es el de la espiral. Siempre vuelve. Sigue viva. Hoy se nos ofrece de nuevo como la más sensata forma de respirar
Cuando llegamos a Moscú muchos de nosotros apenas nos entendíamos. Veníamos de mundos diminutos que estaban por todas partes. Cada uno desde el suyo. Portando un idioma particular en el habla y en la escucha. También unas costumbres otras. Y el mínimo tragaluz por el que habíamos mirado la vida hasta entonces. Enseguida supimos que para entendernos necesitábamos aprender la lengua rusa cuanto antes. Mientras tanto, nos empeñamos en inventar los modos de comprendernos. Así fue como descubrimos que en la noche y en la fiesta residía la derrota de Babel. O que para conocernos bastaba con identificar aquello que sentíamos o amábamos. Desde el primer día le nacimos pasadizos al uno y al otro lado de la diferencia. La primera palabra rusa de la que me enamoré fue pirijod. Paso subterráneo.
El idioma común que encontramos Abdel y yo fue el fútbol. Después de las clases de ruso de la camarada Liuba, nos dábamos al balón para hablarnos con los pies. Todavía coleteaba la inercia tenaz de un verano que languidecía. Abdel era de Siria y yo de Moratalaz. En la mímica de gestos y carreras de la que éramos capaces, enseguida resultó evidente que por nuestros respectivos tragaluces no habíamos visto las mismas cosas. Luego aprendí que lo verdaderamente distinto era la mirada. No se trataba de una cuestión de anchura, sino de profundidad. El modo de mirar de mi amigo poseía una perspectiva capaz de posarse en lugares a los que yo no llegaba. No era solo él. Aquellos que habían aterrizado desde sitios como Líbano, El Salvador, Palestina, Angola o Kurdistán atesoraban una astucia de la que yo carecía. Viveza en la inteligencia y densidad en la sensibilidad. También un dolor que yo no podía tocar. En sus pasaportes no lo decía, pero todos venían de un mismo lugar. Se llamaba guerra.
Habíamos llegado a la Unión Soviética para estudiar. Unos con becas de la Unesco. Otros rescatados de conflictos violentísimos. También aquellos que eran enviados por gobiernos o entidades afines a los aires del Kremlin en aquel tiempo. Los destinos eran dispares. A mí me tocó la Universidad Estatal de Moscú. Tuve suerte. La Lomonosov era el centro de educación superior más importante del país. Otros estudiantes marcharon a Kiev, Járkov, Minsk o Leningrado. Éramos jovencísimos. Animales poríferos con todas las esporas abiertas. Aprendíamos rápido. Así que para el inicio del invierno ya balbuceábamos decentemente en ruso y leíamos sin dificultad el cirílico. Eso creció las conversaciones. El frío conspiró con nuestra nueva piel lingüística y trasladó los encuentros con Abdel a los comedores universitarios. Dialogábamos sin reloj. Compartíamos y compartíamos. Estrechábamos el vínculo y estirábamos el bolsillo común en el que guardábamos todo lo que del uno al otro nos aprendíamos. Hasta que un día me dijo que se marchaba. Había llegado para estudiar medicina y partía como enfermero voluntario. Se iba a un país llamado Irak. Uno que no se veía por el diminuto tragaluz desde el que yo miraba los días. “La paz sea contigo”, me dijo antes de marcharse a la guerra. Fue lo último que le escuché. Mi amigo nunca regresó.
Meses más tarde, recibí la llamada de su hermano. Nos encontramos en un bulevar cerca de la calle Arbat. Él me contó que Abdel había muerto en un ataque aéreo. Dieciocho mil toneladas de bombas fueron lanzadas por el ejército estadounidense y sus aliados en las primeras veinticuatro horas de esa embestida. Una de las bombas cayó en el hospital en el que mi amigo ayudaba a salvar vidas. Su hermano mayor trataba de amortiguar su fragilidad envolviéndola con una mirada perdida. Me hablaba para no romperse. Nos abrazamos.
En esos días, la primavera lucía altanera su cíclico trofeo de doblegadora del hielo. Un tiempo en el que la desintegración de la URSS había desbordado irreversiblemente su velocidad de crucero. Estábamos en mil novecientos noventa y uno. El descontento aparecía cada vez más cercado por emociones identitarias. Y las energías encontraban en el muladar pestilente del nacionalismo los materiales con los que alicatar su morfología y su sentido. En el curso de ese proceso, mientras el crimen organizado nos recordaba la naturaleza perenne de la acumulación originaria, los burócratas que habían gobernado el orden soviético se reciclaban. Una mutación virtuosa que no alteraba la verdad de su ADN tornaba los dinosaurios en camaleones. Literalmente. Como la velocidad de la luz, que se mueve a sus anchas en el vacío, la instructora a la que habíamos padecido en sus alucinadas clases de marxismo-leninismo se convirtió en directora de la recién creada cátedra de economía de mercado. Repito, literalmente. Pero eso fue dos años después. En aquel día de primavera, cuando el hermano de Abdel y yo deshicimos nuestro abrazo, me dijo algo que mi cabeza ha refugiado todo este tiempo en uno de sus rincones: “Este país era una mentira insoportable, pero servía para contener el desastre definitivo del mundo. Los árabes sabemos que la caída de la Unión Soviética no es más que el principio del fin”.
Treinta años después he recordado sus palabras. Y anoche soñé con Abdel. No logro reconstruir el sueño, pero sí sé que mi amigo no tenía boca. También me visita el eco del vocablo “abismo”. Esta mañana he buscado el poema de Mahmud Darwish que él me tradujo una tarde. “La rosa se hizo herida y los arroyos, sed”, declara uno de sus versos. Tres décadas después tengo la sensación de que el día en que asesinaron a Abdel entramos en otra dimensión. Una en la que se aceleró el tiempo y, con él, se desbocó la barbarie que hasta entonces existía contenida. Además de robarme a mi amigo, la primera guerra del golfo Pérsico me enseñó a desconfiar definitivamente de los gobernantes y a entender la centralidad sistemática de la mentira en aquello que son y en todo lo que hacen. Da igual el color y el pelaje. Que habiten un palacio presidencial en Moscú, Washington, Kiev, Berlín o la Conchinchina.
En aquellos días, la imagen falsa de un pobre cormorán empapado en petróleo también nos hizo aprender que la información que nos componen los medios no es más que un modo de ficción. Y que las guerras, siembra de una destrucción siempre hecha de muertos y de acaudalados, recrean un combate entre dos narrativas que resultan igualmente falaces. Treinta años después parece que lo hemos olvidado. Como si la amnesia fuera el patógeno más dañino que la pandemia nos hubiera inoculado. Rafael Sánchez Ferlosio lo llamaba fariseísmo. “La regresión a la niñez, la vuelta a Caperucita y el lobo feroz, al punto cero de la experiencia moral: aquel en el que el bueno y el malo aparecen absolutizados y encarnados como figuras ontológicas”, escribió en la página veinticuatro de su copioso libro Sobre la guerra.
Mi amigo Abdel murió en marzo. Yo me marché de Moscú en el mes de julio del siguiente año. Entre los bártulos y las experiencias con las que regresé a Madrid, alojé el firme propósito de hacerme insumiso. Y eso pasó. En cuanto recibí la carta que me llamaba a filas, la rompí en mil pedazos. Conviví casi tres años con una orden de búsqueda y captura. El fiscal me pedía más de dos años de cárcel y lo que entonces se llamaba “muerte civil”, la inhabilitación absoluta para el empleo en cualquier tipo de administración pública. La policía iba a buscarme a casa de mi madre y de mi padre. Ella ya no está, pero él os podría contar cómo lo sufrieron. Nos detenían. Casi mil quinientos de los nuestros pasaron por las prisiones. Pero nos daba igual. Seguíamos y seguíamos. Inventábamos, creábamos, desobedecíamos. Éramos miles.
Tantos años después, cada vez que me reúno con alguno de aquellos insumisos, el sentido en común actualiza en segundos aquel latido. La memoria es una hoguera en torno a la que nos reconocemos. Pero la insumisión no es un pasado. Sabemos que su tiempo es el de la espiral. Siempre vuelve. Sigue viva. Hoy se nos ofrece de nuevo como la más sensata forma de respirar. Del lado de las miles de personas encarceladas en Rusia por negarse a participar del crimen perpetrado por su gobierno. Con las gentes ucranianas que, entre las bombas, escondidas en refugios, no hablan de honor ni de héroes, no piden armas sino paz. Inventemos pirijods. Pasos subterráneos para llegar hasta ellos. “La guerra tendrá mal fin y eso vamos a ganar”, cantaba El Piyayo por tangos. Hagamos hogueras. Dancemos los saberes cantados de los nadies, esos que morimos en todas las guerras.
Ángel Luis Lara es profesor de Estudios Culturales en la State University of New York.
Fuente: https://ctxt.es/es/20220301/Firmas/39023/guerra-rusia-insumision-union-sovietica-irak-moscu.htm
lunes, 14 de marzo de 2022
domingo, 13 de marzo de 2022
Refugiados
Refugiados españoles 1939. Corbis via Getty Images |
Una familia de refugiados belgas, portando todas sus pertenencias, llegan a Reino Unido huyendo de la Primera Guerra Mundial en Europa. Reino Unido, 1914 | Autor desconocido |
Un grupo de mujeres estadounidenses, refugiadas de la Gran Depresión, en la tienda de campaña que les servía como hogar provisional. Al fondo, Florence Owen Thompson, famosa por la fotografía "Migrant Mother".
Nipomo, California, marzo de 1936 | Dorothea Lange |
Un policía griego impide a una familia de refugiados albaneses entrar en Grecia.
Frontera gerco-albanesa, 1991 | Nikos Economopoulos |
Decenas de niños griegos embarcan para huir del país durante la guerra civil griega.
Grecia, 1948 | David Seymour |
Un hombre, migrante de Eritrea, se envuelve en una manta térmica, después de er rescatados del agua por una embarcación de Médicos sin Fronteras, tras haberse hundido el bote en el que viajaban. Mar Mediterráneo, julio de 2015 |
Tras volcar el bote en el que viajaban a causa del mal oleaje, un grupo de refugiados sirios trata de alcanzar la orilla.
Lesbos, Grecia, octubre de 2015 | Enri Canaj |
Miembros de la "South East Alliance", un grupo de supremacistas blancos británicos dirigidos por Paul Pitt (a la derecha de la imagen) protestan contra las políticas de inmigración europeas.
Dover, Inglaterra, 30 de enero de 2016 | Jérôme Sessini |
Un trabajador de Médicos sin Fronteras monitoriza el suero intravenoso de un niño pequeño en la enfermería de un campo de refugiados de civiles que habían huído del genocidio y la guerra en Rwanda.
Benaco, Tanzania, 1995 | Eli Reed |
Un hombre, con su mujer a cuestas, cruza el río Naf, la frontera entre Myanmar y Bangladesh, huyendo del genocidio contra el pueblo Rohingya.
Anujman Para, Bangladesh, 16 de octubre de 2017 | Moies Saman |
Un grupo de refugiados kosovares, huyendo de la guerra, cargan a ancianos y enfermos a cuestas mientras caminan por la vías del tren para evitar las minas antipersona.
Blace, Macedonia, 1999 | Alex Majoli |
Una madre siria sostiene en brazos a su hija de cuatro meses tras haber cruzado en un bote inflable la frontera marítima entre Grecia y Turquía.
Inousa, Grecia, septiembre de 2014 | Enri Canaj |
sábado, 12 de marzo de 2022
Las bacterias devuelven el brillo a los mármoles de Miguel Ángel
Presentan la innovadora técnica de restauración utilizada en las Capillas de los Médici de Florencia
Tumba de Giuliano de Medici |
Con motivo del 545 aniversario del nacimiento de Miguel Ángel Buonarroti (Caprese, 1475 - Roma, 1564), la Academia de las Artes del Dibujo de Florencia presentó al público la capilla que diseñó como última morada de los Medici en Florencia, cuyos mármoles han sido restaurados con un ingenioso experimento. Para eliminar la mugre acumulada durante siglos en la joya realizada por Miguel Ángel por encargo de los Papas León X y Clemente VII, se han esparcido bacterias sobre el mármol de Carrara, el preferido del genio del Renacimiento, y ellas se han encargado de que las estatuas luzcan blanquísimas.
Tal como contó ABC el pasado junio, un equipo de científicos y restauradores liderado por Monica Bietti, antigua directora del Museo de las Capillas de los Medici, utilizó un tipo concreto de bacteria para esta biolimpieza: la llamada Serratia ficaria SH7, que procede de unos suelos contaminados por materiales pesados de una mina de Cerdeña.
Este tipo de bacterias se alimentan de pegamento, aceite y fosfatos, lo que permite eliminar algunas de las manchas más incrustadas de las estatuas.
El experimento se ha realizado en la Sacristía Nueva en la basílica de San Lorenzo de Florencia, una obra maestra de Miguel Ángel, que inició las obras en 1520 y las continuó durante 14 años, hasta su partida a Roma, donde fue llamado para construir la Cúpula de San Pedro. Pero hay constancia de que ya en 1595 comenzaron a aparecer manchas y decoloración, en particular en uno de los sarcófagos de este complejo que hoy constituye el museo de las Capillas Mediceas. Antes de la pandemia, durante una década se había realizado una limpieza, pero no fue suficiente.
En las esculturas alegóricas, Aurora o Madrugada y Crepúsculo o Atardecer, las manchas negras eran profundas y permanecían en el mármol. La causa de tales manchas se atribuyó al entierro de Alejandro de Medici, asesinado por su primo Lorenzo de Médici en 1537, cuyo cadáver fue introducido en el sarcófago sin haber sido debidamente eviscerado. Su descomposición se habría filtrado hasta producir a lo largo de los siglos manchas en el mármol. «La SH7 se comió a Alessandro», declaró con cierta ironía Monica Bietti hace unos meses al diario 'The New York Times'. Las bacterias SH7, que se alimentaban de pegamento, aceite, también han podido al parecer con los fosfatos de Alessandro.
No ha sido una operación improvisada. Contaba el 'NYT' que en el año 2016 la restauradora Marina Vincenti había asistido a una conferencia organizada por Ana Rosa Asprocati, conocida investigadora del ENEA (Ente para las Nuevas Tecnologías y la Energía), y su equipo de biólogos, titulada 'Una introducción al mundo de los microorganismos'. Mostraron cómo las bacterias habían limpiado algunos residuos de resina en los frescos de obras maestras del Barroco en la Galería Carracci del Palacio Farnesio de Roma. Las cepas aisladas de las aguas de drenaje de las minas de Cerdeña eliminaron las manchas corrosivas de hierro en el mármol de Carrara de la galería. Cuando llegó el momento de limpiar los Miguel Ángel de la Nueva Sacristía, Vincenti insistió en la ayuda de las bacterias. En consecuencia, en noviembre de 2019, el museo llamó a científicos del Consejo Nacional de Investigación de Italia, para analizar la situación.
Los investigadores realizaron una espectroscopia con infrarrojos que reveló restos de calcita, silicato y otros elementos en las esculturas y en dos sarcófagos. No eran peligrosos, pero se concluyó que su eliminación era mejor para la salud, el medio ambiente y, obviamente, para las obras de arte. Eso sí, primero realizaron una prueba.
Comprobada la eficacia, primero introdujeron la bacteria en la tumba realizada por Miguel Ángel para Giuliano di Lorenzo, duque de Nemours. Ese sarcófago está adornado con esculturas alegóricas al Día, una figura masculina corpulenta, y a la Noche, un cuerpo femenino, que Miguel Ángel esculpió delicado para que al recibir la iluminación suave pareciera brillar a la luz de la luna. El equipo usó Pseudomonas stutzeri CONC11 (una bacteria aislada de los residuos de una curtiduría o taller donde se trabajan las pieles) para el pelo de la estatua y Rhodococcus sp. ZCONT (que viene de unos suelos contaminados con diésel) para limpiar las orejas. Para la cara de Noche (la figura femenina) usaron paquetes de microgel de goma xantana, que es un derivado de la Xanthomonas campestris. La cabeza del duque Giuliano, recibió un tratamiento similar.
Ahora, por fin, la Nueva Sacristía ha recobrado su esplendor. La trascendental importancia de esta obra para el Renacimiento radica en que todo el diseño fue realizado por un solo artista: Miguel Ángel Buonarroti se encargó de integrar con el entorno la arquitectura, escultura y decoración en la que la luz jugaba un papel fundamental, como ocurrió en algunas de sus obras, caso de la célebre escultura del Moisés. Con la apertura de las ventanas en la parte superior de la Sacristía, Miguel Ángel permitió la producción de dos tipos de luz, una de las cuales es más constante, mientras que la otra cambia claramente con el paso de las horas y según los cambios de estaciones. Esta restauración de la iluminación se concluyó en el 2019, después de 24 meses, para hacer resplandecer precisamente la arquitectura y las esculturas de Buonarroti –incluida la famosa 'Madonna Medici'– independientemente de la temporada y las condiciones climáticas, eliminando al máximo las sombras y las distorsiones cromáticas provocadas por la luz artificial.
Gracias a una bacteria, los turistas pueden ya admirar la Nueva Sacristía, renacida como en tiempos de Miguel Ángel, con mármol sin manchas, blanquísimo y sin los restos de Alejandro de Medici que un tiempo se filtraron en su tumba.