Le addizioni stagliate Eduardo Arroyo |
¿A quién llamas malo? Al que siempre quiere avergonzar.
¿Que es para ti lo más humano? Evitarle a uno la vergüenza.
¿Qué es el sello de la libertad conquistada? No avergonzarse ya
Nietzsche. Friedrich, La gaya ciencia.
Todas las descripciones de la vergüenza, ya sean literarias, psicológicas o cotidianas, acostumbran a centrarse en sus efectos sobre el rostro. Sonrojarse, taparse la cara los ojos, cerrarlos, tener ganas de desaparecer..., la vergüenza es una emoción que se expresa de manera visible en el rostro y que tiene que ver con el hecho de ser vistos en una situación que podemos considerar inadecuada, ya sea bajo los ojos de un tercero o de uno mismo. El juego de miradas de la vergüenza es muy complejo, incluso puede darse únicamente en el plano ideal, pero, en cualquier caso, la vergüenza es una emoción de dolor intenso que afecta al yo (lo que yo soy) a través de cómo aparezco ante los demás (reales o ideales). Puede ser tan intensa que incluso conduzca al deseo de desintegrar la propia existencia.
Como explica la filósofa Sara Ahmed en su ensayo "Vergüenza ante los otros", "la vergüenza se siente como estar expuesta -otra persona ve lo que he hecho, que es malo y por lo tanto vergonzoso-, pero también involucra un intento de esconderse, una ocultación que requiere que el sujeto le dé la espalda al otro y se gire hacia sí mismo." Si la vergüenza se quedara en este juego de aparición y de ocultación no iría más allá del juego de luces y sombras con el que nos presentamos o nos representamos ante los otros. Pero en este giro hacia uno mismo que señala Sara Ahmed, la vergüenza afecta al yo más íntimo: "Es una sensación intensa y dolorosa que está ligada a la manera como el yo se siente respecto a sí mismo". Por lo tanto, nos encontramos ante una experiencia en la que comparecer de una determinada manera ante los demás (o de los otros como yo ideal) hiere lo que yo soy o podría ser. La vergüenza no se queda en lo que he hecho o en lo que ha pasado, habla dolorosamene de lo que soy. Mi vergüenza se lee en los ojos del otro, pero se siente en lo más íntimo y profundo de mi ser, que de alguna manera se encuentra negado.
¿Qué le pasa a este yo interrumpido por la vergüenza? Se puede explicar de muchas maneras, pero todas coinciden en señalar algún tipo de escisión que separa al yo de sí mismo. El sociólogo alemán Georg Simmel dedicó en 1901 un artículo a la psicología de la vergüenza, a partir de un análisis que Darwin había escrito sobre las emociones humanas. Darwin ya señalaba que la vergüenza era fruto de la atención sobre el yo a través de la mirada de un tercero. Simmel desarrolla el hilo de este argumento, pero añade una precisión interesante: la atención del tercero no sólo tiene como consecuencia sentirse expuesto o cosificado, sino que crea una tensión en la cual este yo se encuentra al mismo tiempo acentuado y reducido. Es decir, intensificado como objeto de la atención, pero reducido en su percepción y estima de sí mismo. Es "un intenso énfasis en el sentimiento del yo, que va de la mano de una reducción de éste". Esta tensión es lo que explica que el dolor de la vergüenza se dé en situaciones tan diversas y aparentemente incomparables como tener un agujero en la ropa, tener una deformidad corporal, ser pobre o haber cometido una falta moral grave.
Cuando hablamos de la vergüenza, entonces, estamos hablando de lo que somos a través de las maneras en que nos prestamos atención. Estas maneras se educan. Son parte de cualquier proceso de aprendizaje. Si hay algo importante que podamos aprender a través de la educación es a prestar atención (al mundo, a las cosas, a los demás) y a merecer atención (o todo lo contrario). Por eso, la vergüenza, aunque sea tan íntima, es la emoción del vínculo. A través de ella se manifiestan, se transmiten, se consolidan y, a veces, se transforman las relaciones de poder y de verdad que articulan como una teleraña invisible, nuestros vínculos.
Escuela de aprendices
Marina Garcés
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