Naomi Klein |
La activista, escritora y académica es la primera titular de la Cátedra Gloria Steinem de medios, cultura y estudios feministas de la Universidad Rutgers (Nueva Jersey, Estados Unidos). La versión libro de bolsillo de su libro On Fire (2019) será publicada por la editorial Penguin el 24 de septiembre.
¿Qué le parece el confinamiento?
Para quienes estábamos impartiendo clases a través de Zoom, y
ese ha sido mi caso, además de mantener una escuela en casa, haciendo
malabarismos y descubriendo cómo hacer cosas en el horno, ha sido muy
cómodo. Ahora volveré a Canadá para pasar el verano con mi familia y en
cuarentena, porque en Canadá, cuando regresas de Estados Unidos, tienes
que pasar una cuarentena muy estricta. Ya llevo casi dos semanas sin
salir de casa. De hecho, estoy empezando a desarrollar alguna fobia a
salir del confinamiento.
Hay una cita muy buena en uno de sus últimos ensayos que
dice: “Los humanos somos un riesgo biológico, las máquinas no lo son”.
Me llegó a los huesos y me hizo sentir miedo por el futuro. Ha escrito
cosas muy interesantes sobre un “Nuevo Acuerdo sobre las Pantallas”.
Silicon Valley tenía una agenda antes del coronavirus en la que
ya imaginaba sustituir muchas, demasiadas, de nuestras experiencias
corporales insertando tecnología en medio del proceso. Por eso, para aquellos pocos espacios en los que la tecnología
aún no media en nuestras relaciones, había un plan –por ejemplo,
sustituir la enseñanza presencial por aprendizajes virtuales, la
medicina del contacto personal por telemedicina y la entrega en persona
mediante robots. Todo está siendo resignificado como tecnología sin
contacto tras la COVID-19, es un modo de sustituir el diagnóstico del
problema, que ahora es el contacto.
Pero en lo personal, lo que más echamos de menos es el contacto.
Y necesitamos ampliar el menú de opciones que tenemos para vivir con la
COVID-19, porque no tenemos vacuna y no está próxima. Incluso si se dan
grandes avances, van a pasar muchos, muchos meses, posiblemente años,
antes de que pueda desarrollarse a la escala que necesitaríamos.
Entonces, ¿cómo vamos a vivir con esto? ¿Vamos a aceptar una
“normalidad” previa a la COVID-19 pero muy menguada y sin las relaciones
que nos sostienen? ¿Vamos a permitir que nuestros hijos reciban todo su
aprendizaje a través de la tecnología? ¿O vamos a invertir en personas?
En vez de poner todo el dinero en un 'Nuevo Acuerdo sobre las
Pantallas' y en tratar de resolver los problemas de un modo que
disminuya nuestra calidad de vida, ¿por qué no nos ponemos a contratar
profesores a todo trapo? ¿Por qué no tenemos el doble de profesores en
clases con la mitad de alumnos y empezamos a pensar en la educación al
aire libre?
Hay tantas formas en las que podemos pensar para dar respuesta a
esta crisis que no aceptamos esa idea de que tengamos que regresar al statu quo previo a la COVID-19, solo que en una versión peor, más vigilados, con más pantallas y menos contacto humano.
¿Sabe de algún gobierno que tenga ese discurso?
Me anima escuchar a Jacinta Arden hablar de una semana laboral de cuatro días como solución
al hecho de que Nueva Zelanda es muy dependiente de los ingresos del
turismo. Nueva Zelanda es, probablemente, el país que mejor ha lidiado
con la pandemia, al menos mejor que otros en lo que se refiere a tasas
de mortalidad. No puede abrir las puertas a los turistas como lo ha
hecho en el pasado y de ahí nace la idea de que quizás los neozelandeses
deberían trabajar menos, cobrar lo mismo y tener más tiempo libre para
disfrutar de su propio país con seguridad.
¿Cómo bajamos el ritmo? Pienso mucho en eso. Parece que cada vez
que pisamos el acelerador de “que todo siga igual” o “de regreso a la
normalidad” el virus aparece de nuevo y dice: “Frenad”.
A todos nos encantan esos momentos de frenar pero el
gobierno del Reino Unido está empeñado en regresar a la normalidad pase
lo que pase, abriendo todo, por ejemplo los pubs,
y está desesperado por que nos vayamos de vacaciones. Es urgente que
nada cambie en nuestras vidas, que nos limitemos a regresar a una
realidad igual a la de antes.
Eso es una locura. Es muy pequeño el porcentaje de población que
quiere abrir las puertas de nuevo como si nada. De hecho, hay una
mayoría de personas mucho más preocupada por tener que regresar al
trabajo antes de que sea seguro o por mandar a sus hijos al colegio
antes de que lo sea. A veces, se presenta como dar a la gente lo que
pide, pero no es eso lo que muestran las encuestas.
Hay ciertas similitudes en el modo en que Donald Trump y Boris
Johnson han gestionado la crisis. La están convirtiendo en una especie
de prueba de masculinidad y, en el caso de Johnson, incluso después de
haber pasado la enfermedad. Jair Bolsonaro hablaba de que era atleta y
sabía como gestionarlo [el presidente brasileño reveló que tenía coronavirus poco después de hacer esta entrevista]; Trump habló de lo bueno de su genética.
Me interesa su punto de vista sobre las protestas por
los derechos civiles a raíz de la muerte de George Floyd. ¿Por qué cree
que han sucedido ahora? Es intrigante que, en medio de una crisis como
esta, se produzcan grandes manifestaciones contra el racismo por todo el
mundo.
No es la primera ola de movilizaciones de estas características.
Pero creo que hubo algunos aspectos que fueron únicos debido a la
crisis de la COVID-19 y al impacto descomunal en las comunidades
afroamericanas en ciudades como Chicago, por ejemplo, donde, según
algunas fuentes, hasta el 70% de los fallecidos de COVID-19 eran
afroamericanos.
Ya sea porque son quienes desempeñan trabajos de más riesgo con
menor protección, por el legado de contaminación ambiental en sus
comunidades, el estrés, el trauma o un sistema sanitario que las
discrimina, las personas negras cargan de manera desproporcionada con
las muertes por el virus. Es un hecho y desafía la idea de que todos
estamos juntos en esto.
En este momento traumático, esos asesinatos, el de Ahmaud
Arbery, el de George Floyd, el de Breonna Taylor, se abren paso. Y surge
una pregunta recurrente: ¿qué hacen en esas protestas tantas personas
que no son negras? Eso es nuevo. Al menos en la escala en la que ha
sucedido. Muchas de estas manifestaciones fueron multirraciales de
verdad; manifestaciones multirraciales lideradas por personas negras.
¿Por qué esta vez ha sido diferente?
Tengo algunas ideas. Una tiene que ver con que la pandemia ha
introducido una cierta suavidad en nuestra cultura. Cuando bajas la
velocidad, sientes más las cosas; cuando estás en una carrera constante
por la supervivencia, no te queda demasiado tiempo para la empatía.
Desde que todo esto comenzó, el virus nos ha obligado a pensar en
relaciones e interdependencias. Lo primero en lo que piensas es, de todo
lo que toco, ¿hay algo que lo haya tocado alguien antes? Lo que como,
el paquete que acaban de entregarme, la comida de las estanterías. Son
conexiones en las que el capitalismo nos enseña a no pensar.
Creo que vernos obligados a pensar de manera más interconectada
puede habernos ablandado al pensar en estas atrocidades racistas, como
algo que no es solo un problema de otras personas.
Esta es una gran cita de su último libro, On Fire:
“Todo lo que ya era malo antes del desastre se ha degradado al nivel de
lo insoportable”. El modo en que la policía trata a los hombres negros
es insoportable.
Siempre que nos golpea un desastre escuchamos el mismo discurso:
"El cambio climático no discrimina, la pandemia no discrimina. Estamos
juntos en esto”. Pero eso no es cierto. Los desastres no funcionan así.
Ejercen de intensificadores y magnificadores. Si tenías un trabajo en un
almacén de Amazon que ya estaba afectándote antes de que esto comenzara
o si estabas en alguna residencia de mayores y ya se te trataba como si
tu vida no valiera nada, ya era malo antes, pero todo eso se magnifica
hasta convertirse en insoportable ahora. Y si antes era desechable,
ahora se te puede sacrificar.
Eso por hablar solo a la violencia visible. Tenemos que hablar
más sobre la violencia escondida, la violencia doméstica. Sin rodeos,
cuando los hombres se estresan, las mujeres y los niños lo sufren. Estos
confinamientos son estresantes porque las familias no tienen manera de
tomarse un tiempo los unos de los otros. Incluso la mejor familia
necesita algo de espacio. Si añades despidos y presión económica el
resultado es el que vemos, una situación actual muy mala para las
mujeres.
Pasó gran parte del año pasado trabajando en la campaña
de Bernie Sanders y en el denominado 'Green New Deal'. ¿Cómo ve todo eso
ahora? ¿Se siente más o menos optimista respecto a su potencial?
En cierta manera, es más complicado. Menciona a Bernie y, sin
duda, hubiera preferido que el resultado fuera un candidato presidencial
que basa su campaña en el 'Green New Deal'. Solo podremos ganar cuando
haya una interacción entre un movimiento de masas que presione desde el
exterior con una receptividad en el interior del sistema. Creo que
tuvimos esa oportunidad con Bernie.
Con Joe Biden es más difícil, pero no imposible. Al final de On Fire
planteé diez razones a favor de un 'Green New Deal' y los motivos por
lo que es una buena política climática. Una de esas razones es que
funciona a prueba de recesiones. Si miramos atrás, vemos que el
movimiento climático tiene una trayectoria pobre en cuanto resultados
cuando la economía va relativamente bien. El tipo de soluciones que
ofrecen los Gobiernos tienden a ser neoliberales y basadas en el
mercado, impuestos climáticos o políticas basadas en energías renovables
que se perciben como elementos que encarecen el coste de la energía.
También impuestos al carbono que elevan el precio de la gasolina. En
cuanto llega la recesión, no cabe duda de que el apoyo a ese tipo de
políticas se evapora. Lo vimos después de la crisis financiera de 2008.
Lo que importa a la hora de hablar del 'Green New Deal' es que
toma forma a partir de uno de los programas de estímulo económico más
importantes de todos los tiempos: el New Deal de Roosevelt
durante la Gran Depresión. Por esta razón, el mayor golpe que recibí
cuando publiqué el libro hace poco más de un año fue: “Pero no hacemos
cosas como esta cuando la economía va bien”.
Las únicas oportunidades en los que podemos señalar con claridad
en la dirección de un cambio social rápido, grande, que actúe como
catalizador –y sobre esto no me cabe duda alguna- es en momentos de gran
depresión o guerra. Sabemos que podemos cambiar rápido. Lo hemos visto.
Hemos cambiado nuestras vidas de forma sustancial. Y hemos descubierto
que los Gobiernos tienen billones de dólares que podrían haber
movilizado durante todo este tiempo.
Todo esto tiene un potencial radical. Siento que tenemos una
oportunidad. No me describiría como optimista porque hablamos de un
futuro por el que tenemos que pelear. Pero si miramos en dirección a los
momentos de la historia en los que se han producido grandes cambios,
son momentos como el actual.
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