Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/filosofia/Un-estornudo-de-felicidad_0_766123390.html
Reírse parece que es bueno. La gente disfruta de los momentos en que se ríe. Por eso va a reuniones con amigos donde sabe que puede llegar a reírse, mira televisión, escucha radio o paga una entrada para ver a un tipo que lo hace reír. Si hacer reír es una profesión en este sistema, queda demostrado que reírse, si no es una necesidad, es al menos un producto al que se puede acceder. Y que quien quiera puede pagar por tenerlo. Es algo que podría decirse de la comida, de la medicina o del sexo. Esa risa puede conseguirse como quien compra un pancho.
También puede lograrse observando y encontrar humor en lo que uno ve a diario o lo rodea. Sin embargo, no todos nos reímos de lo mismo.
Por lo cual tenemos que descartar cualquier intento de objetivar la risa. Sólo la podemos ver como la culminación de un proceso de miles de variables (circunstancia, oportunidad, educación, cultura, etcétera) que en determinado momento se alinean de tal forma que nos provocan ese estornudo de felicidad momentánea, ese espasmo que gozamos porque nos coloca en un momento de locura y sinrazón, pequeño pero categórico, que nos anula por un segundo de lo que somos, de quienes somos. Nos deja fuera de preocupaciones, de obligaciones, de responsabilidades. Morimos por un instante. Como un orgasmo. Luego vendrán los detalles. Podemos contener más o menos la risa. Podemos reprimirla. O podemos sentirnos tentados de reírnos. La tentación de la risa aparece cuando la risa por el lugar donde se está o frente a quien se está, no corresponde soltarla. Entonces más seductora se hace, y más irresistible, al tiempo que en la acción de reprimirla, la hacemos más fuerte. Algo de pecado debe tener.
La risa no tiene ética ni moral. Es una herramienta con la cual se puede ejercer ambas. O al revés, perderlas o ser acusados por otros de no tenerlas. Como un auto o un medicamento, la risa puede ser una herramienta de disfrute o puede hacer daño. Los niños, antes de terminar de afirmar sus estructuras éticas o morales, suelen ser muy crueles con su risa. Los psicópatas también, obvio. La risa puede degradar a alguien cuando se propone reírse de ese alguien. Pero si esa degradación no lo atormenta, el soportar la risa de los otros, es también una muestra de fortaleza.
Y es que la risa es un síntoma más de quiénes somos. No suele hacerse, pero podría dividirse a la gente según de lo que se ríe. La risa es siempre legítima para quien la ejerce, pero la legitimización puede ser cuestionada por otro. Obviamente a partir de que no se ríe de lo mismo. O se ríe, pero luego tiene culpa.
Cómo cuestionar entonces un hecho entre intelectual y orgánico, que es en sí una descarga (aunque grosera y escatológica, la frase “me cagué de risa” es muy gráfica al respecto). Qué se va en esa descarga, qué soltamos en la risa, es algo que no nos detenemos mucho a pensar.
Pero la risa, por ser indominable e involuntaria, se muestra como auténtica. Por eso una risa voluntaria, determinada, es una risa falsa.
Como persona que conoce algunos mecanismos de cómo lograrla, puedo asegurar que no existen fórmulas infalibles. Al menos infalibles con todos. Porque el humor depende de quién lo recibe, de la circunstancia en que está, si está nervioso, triste, despierto o con sueño, sobrio o drogado. Hay cierto sometimiento del que se ríe sobre el que lo hace reír o lo que lo hace reír. Una persona se suelta a que algo o alguien lo lleve a abandonarse a emitir una serie de sonidos balbuceantes y a veces ridículos, cercanos a veces al llanto y a veces al catarro. Una expresión básica y deforme que se pelea con las palabras y que a veces las impide y hasta las anula.
Aparece entonces un poder, mínimo o pequeño, del que hace reír. Un poder sobre aquellos a los que hace reír. Los puede manipular, hacerse querer, por ellos; los somete a veces a escuchar y a darle forma a lo que no se animan a pensar o a aquello de lo que no terminan de animarse a burlarse. Pero aparece otro poder cuando reímos. Nos pone sobre la circunstancia que vivimos. Lo que nos rodea pierde gravedad y nuestra risa es más importante.
La risa no es crítica. El humor tampoco. Si hay una crítica en el humor, es una crítica que viene envuelta o contrabandeada con el humor. El humor y la risa son componentes que pueden hacer más efectiva esa crítica, porque la plantan al mismo tiempo que degradan lo criticado. En nuestra risa, adquirimos esa crítica y le perdemos respeto y miedo a lo criticado. Pero por ser la risa a veces un analgésico, la risa y el humor pueden ser funcionales a lo que criticamos. Nos podemos reír de la muerte. Pero eso no quiere decir que la hemos vencido aunque por un momento le perdemos el respeto o el miedo, que a veces se parecen mucho. Creo entonces que la risa es una interesante evasión. Que es salirse por un momento de quiénes somos y ver que no estamos congelados en una situación. Que podemos ser otros. Nos evadimos de quiénes somos un instante. Nos tomamos distancia. Qué hacemos después, depende de cada uno.
En mi vida el humor ha significado aprender a ejercerlo, quizá como defensa. De niño y adolescente me descubrí causando gracia con algunas cosas, lo que me daba, creo, un lugar dentro de los grupos. Fatalmente me defendí con humor en muchas situaciones. Sé a veces cómo provocarlo. Pero no sé muy bien de qué se trata en el fondo. Soy más perro que veterinario. Pero me animaría a decir que ese estado de risa puede ser un lugar extraño. Más cercano a una excitada inconciencia que a algo como la felicidad.
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