miércoles, 19 de septiembre de 2012

El pequeño pájaro que perseguía al Sol

 
El Cha­rrán Ár­ti­co (o Ster­na Pa­ra­di­sea) es cé­le­bre por rea­li­zar la mayor mi­gra­ción es­ta­cio­nal co­no­ci­da del reino ani­mal. Cada año, su ansia via­je­ra lo lleva de un ex­tre­mo a otro del pla­ne­ta, del Polo Norte al Polo Sur, per­si­guien­do in­can­sa­ble­men­te el ve­rano. Pero este cu­rio­so modo de vida; su larga ruta so­bre­vo­lan­do la nada sa­la­da y su asen­ta­mien­to en dos de los lu­ga­res más ex­tre­mos de la Tie­rra, hacen de él un ave di­fí­cil de es­tu­diar.
Gra­cias a la tec­no­lo­gía, en el año 2007, un equi­po cien­tí­fi­co in­ter­na­cio­nal se pro­pu­so des­cri­bir en de­ta­lle el largo viaje del pe­que­ño cha­rrán [1]. Y para ello uti­li­za­ron no­ve­do­sos geo­lo­ca­li­za­do­res, mi­nia­tu­ras sen­si­bles a la luz de ape­nas 1,4 gra­mos, lo bas­tan­te li­ge­ras para poder ser por­ta­das por aves que pesan poco más de 100. Estos ras­trea­do­res son ca­pa­ces de re­co­pi­lar in­for­ma­ción sobre los cam­bios de lu­mi­no­si­dad a lo largo del día du­ran­te años (la hora en que ama­ne­ce y ano­che­ce), per­mi­tien­do así in­fe­rir, a los in­ves­ti­ga­do­res, el ca­mino se­gui­do por las aves.
 Pero, para ello,  era ne­ce­sa­rio co­lo­car un sen­sor en la pata de los cha­rra­nes y esto no es tan sen­ci­llo como po­dría pa­re­cer. Los cha­rra­nes ár­ti­cos son cé­le­bres, en pri­mer lugar, por rea­li­zar la mayor mi­gra­ción co­no­ci­da del reino ani­mal. En se­gun­do lugar, por su gran agre­si­vi­dad de­fen­dien­do el nido. Cada ve­rano, los cha­rrá­nes via­jan a sus co­lo­nias de apa­rea­mien­to en el Ár­ti­co. Allí for­man pa­re­jas mo­nó­ga­mas que sue­len durar toda la vida y ponen sus hue­vos di­rec­ta­men­te en el suelo, es­ca­sa­men­te pro­te­gi­dos de no ser por el po­si­ble ca­mu­fla­je y la aten­ta vi­gi­lan­cia de los pro­ge­ni­to­res. Pro­ba­ble­men­te por ello, ante cual­quier ame­na­za, el cha­rrán se lanza en pi­ca­do sobre el pre­sun­to agre­sor, veloz cual obús em­plu­ma­do y dis­pues­to a herir fie­ra­men­te las co­ro­ni­llas de los po­bres in­ves­ti­ga­do­res ár­ti­cos, que no rara vez vuel­ven con menos pelo del que lle­va­ron, a sus casas.


Pese al clima ex­tre­mo y la do­lo­ro­sa llu­via de cha­rra­nes, en junio de 2007, Cars­ten Ege­vang y su equi­po con­si­guie­ron co­lo­car hasta 70 tram­pas en dos co­lo­nias de apa­rea­mien­to de Groen­lan­dia e Is­lan­dia, si bien sólo 11 sen­so­res pu­die­ron ser re­cu­pe­ra­dos al ve­rano si­guien­te (lo­ca­li­zar al mismo cha­rrán dos años se­gui­dos, puede ser una tarea no apta para mio­pes). Con todo, la in­for­ma­ción fue su­fi­cien­te para arro­jar nue­vos datos sobre la mi­gra­ción del cha­rrán y tra­zar un mapa de­ta­lla­do ( aquí el ar­chi­vo de Goo­gle Earth). A fi­na­les de agos­to, los miem­bros de las co­lo­nias em­pren­den su viaje hacia el sur, en gru­pos pe­que­ños (menos de 15 aves) y si­guien­do rutas di­fe­ren­tes sobre el Océano Atlán­ti­co: unas más cer­ca­nas a la costa afri­ca­na y otras a la de Su­ra­mé­ri­ca. Los ca­mi­nos de estas aves sólo pa­re­cen coin­ci­dir en de­ter­mi­na­dos pun­tos de es­pe­cial in­te­rés, zonas ricas en ali­men­tos como el Norte del Atlán­ti­co (donde las aves “re­pos­tan” du­ran­te casi un mes en Sep­tiem­bre), o su des­tino final en el Mar de Wed­dell, una zona rica en krill donde los cha­rra­nes des­can­san hasta em­pren­der su rá­pi­do re­gre­so en Abril. El ca­mino de vuel­ta sí pa­re­ce más ho­mo­gé­neo: los cha­rra­nes sur­can el Atlán­ti­co fo­man­do una am­plia “S” ale­ja­da de la costa, que po­dría tener su ex­pli­ca­ción en los vien­tos fa­vo­ra­bles para un viaje más rá­pi­do (de hecho, los cha­rra­nes com­ple­tan este re­co­rri­do en ape­nas 40 días).
 Des­pués de todo un año, al­gu­nos de los cha­rra­nes ár­ti­cos es­tu­dia­dos ha­bían lle­ga­do a re­co­rrer hasta 80.000 Km en su mi­gra­ción. Una dis­tan­cia que, su­ma­da a lo largo de 30 años de vida, les per­mi­ti­ría via­jar 3 veces a la Luna y vol­ver. Un viaje in­can­sa­ble a tra­vés de todo el pla­ne­ta y sus dis­tin­tas re­gio­nes cli­má­ti­cas, para con­ten­tar­se, úni­ca­men­te, con el pe­cu­liar ve­rano polar y el in­ce­san­te bri­llo del sol de me­dia­no­che (de hecho, es el ani­mal que re­ci­be más luz solar a lo largo de su vida). Re­sul­ta di­fí­cil ima­gi­nar cómo este pe­cu­liar modo de vida ha lle­ga­do a ser “ren­ta­ble” para estas aves. Me di­vier­te ima­gi­nar que qui­zás, como enor­mes po­li­llas, los cha­rra­nes viven per­si­guien­do la mayor bom­bi­lla que ilu­mi­na nues­tro pla­ne­ta. O qui­zás, como tan­tos tra­ba­ja­do­res en estas fe­chas, se nie­gan ro­tun­da­men­te a que se les acabe el ve­rano.

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