domingo, 15 de julio de 2012

Murphy

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  Celia abrió su maleta, pero no la de Murphy. Era ya tarde. Se desnudó y se sentó en la mecedora. Entonces el silencio que bajaba del techo era un silencio diferente, no un silencio ahogado. No el silencio de lo vacío sino el de lo lleno, no de un aliento cortado sino de aire tranquilo. El cielo. Cerró los ojos y la mente se le llenó de Murphy, Mr. Kelly, clientes, sus padres, otras personas, ella misma cuando era un muchacha, una niña, un bebé. En la celda de su mente, desenredando las madejas de su pasado. Y luego todo dio fin, días y lugares y cosas y personas quedaron separadas y desparramadas, ella yacía, no tenía historia.
  Era una sensación muy agradable. No apareció Murphy a interrumpirla.
  Se iniciaron las labores de Penélope a la inversa, al día siguiente y al siguiente hubo qur redeshacerlo todo, transformar otra vez en hilachas las madejas de su vida, hasta que pudiera yacer en la inocencia paradisíaca de días y lugares y cosas y personas. No apareció Murphy a expulsarla.
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El silencio, el destierro y la astucia de Samuel Beckett

Fuente:http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/psicologia/Samuel-Beckett-Wilfred-Bion_0_733726784.html

Como James Joyce, Samuel Beckett salió de su Irlanda natal hacia París con poco más de veinte años. Llegó en 1928 luego de graduarse en filología moderna en el Trinity College de Dublín y aceptar un puesto como lector de inglés en la Ecole Normale Superieure. Jamás se reconoció británico, siempre irlandés. Sus constantes idas y vueltas del continente a la isla, al parecer no cambiaron una posición “pesimista”, “nihilista” que es uno de los lugares comunes que se repiten sobre sus textos y hasta sobre su figura, la de un pájaro solitario que mucho después se supo escondía rasgos de generosidad poco comunes.....Más información

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