Fuente: http://networkedblogs.com/w5Ka2
A Henri Lemaitre le encantaban, ya de pequeño, las alturas por eso
decidió dedicarse a montar antenas en los tejados de las casas. Hasta
que un día resbaló y se cayó desde una altura de cinco pisos. Aunque
sobrevivió milagrosamente al accidente las consecuencias de este le iban
a perseguir durante cinco años. En una de sus numerosas operaciones
tras el accidente su herida en el pie se infectó con una cepa
multiresistente de la bacteria Staphylococcus aureus. Tras numerosos
intentos de atajar la infección con todos los antibióticos posibles
Henri Lemaitre tuvo que oír de los médicos que la infección era
imparable y que habría que amputar el pie. Hasta que el doctor
Dublanchet le habló de Tiflis.
En Tiflis, Georgia, se encuentra el Instituto Eliava que bien podría
llamarse el museo del bacteriófago. Un lugar que permite hacer un viaje
en el tiempo. Un lugar que es un monumento a la microbiología clásica.
Un lugar que supone una cura de humildad para nuestra prepotente cultura
occidental. Porque los ojos de occidente se giran desde hace algunos
años hacia este reducto del saber pidiendo ayuda.
Un poco de historia.
Los bacteriófagos (también llamados fagos) son unos virus
especializados en infectar bacterias y que pueden ser virulentos o
latentes. Los virulentos tienen un ciclo de vida llamado lítico mientras
que los latentes tienen un ciclo de vida llamado lisogénico. Los fagos
virulentos utilizan la maquinaria celular de la bacteria para
reproducirse y finalmente, rompen la pared de la célula, “matándola”,
con el fin de liberar sus propias réplicas y continuar infectando nuevas
células bacterianas. Y en esta capacidad para destruir las células
bacterianas reside su interés terapéutico.......
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