La escena ocurre hace 3.500 años, en una abigarrada ciudad a los márgenes del Nilo. Una joven pareja se acerca a una rudimentaria botica y preguntan, algo tímidos, si hay alguna forma de saber si ella está embarazada. "No solo eso", les responde el boticario. "Por poder, podemos saber el sexo de la criatura". Y, acto seguido, saca un saquito lleno de semillas de trigo y otro con semillas de cebada.
La mecánica es sencilla: la muchacha tiene que orinar en ellos. Si florece primero la cebada, será un niño; si lo hace el trigo, será una niña. En cambio, si no florece ningún saco: "la señora no estará embarazada", sentencia el boticario. Estoy fabulando, claro; pero solo sobre los personajes y el guión. Ese test de embarazo no solo existió en el Antiguo Egipto, sino que su uso está documentado hasta los años 60 del siglo pasado. Y por si fuera poco, según sabemos ahora, era capaz de predecir un embarazo con un 70% de efectividad.
Los egiptólogos habían encontrado referencias a este sistema desde hace décadas en papiros sueltos; pero no fue hasta hace un par de años cuando un grupo de investigadores predoctorales de la Universidad de Copenhagen se dieron de bruces con una descripción precisa en un papiro de 3.500 años de antigüedad. El documento, en cuestión, es todo un tratado de nefrología y, de hecho, sirvió para que los académicos confirmaran que los egipcios conocían la existencia y función de los riñones.
Sofie Schiødt, la egiptóloga que tradujo el texto, explicaba en la Smithsonian Magazine que cuando buscaron si se trataba de una rareza egipcia, descubrieron que el test aparece descrito en sitios tan diferentes como un libro alemán de 1699 o en informes etnográficos de Asia Menor en la década de 1960. Eso les hizo preguntarse si había "algo" más que creencias populares.
Y lo hay. En 1963, un equipo de investigadores del Instituto Nacional de Salud de EEUU hizo una prueba del método en cuestión. Regaron varios recipientes de trigo y cebada con orín de hombres, mujeres no embarazadas y mujeres encinta. El resultado fue que, en los dos primeros casos, las semillas no germinaron. En el tercero, en cambio, sí que lo hicieron. Al menos en un 70% de los casos.
La teoría de los investigadores es que son los estrógenos de la orina los que estimularían a las semillas. No obstante, no se han realizado más estudios sobre el tema y nadie ha seguido investigando. Es decir, no podemos estar seguros al cien por cien de cuál es el motivo que los hace funcionar. Tampoco sabemos si de verdad el test diferencia entre varones y hembras. El equipo fue incapaz de encontrar una relación directa entre qué semilla germinaba y el sexo de los embriones.
Como siempre, el ingenio humano es algo inabarcable y, aunque no debemos romantizar la "sabiduría de los antiguos", no dejamos de descubrir que tienen cosas que enseñarnos.
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