domingo, 14 de marzo de 2021

Un señuelo

 ¿Quién chulea a quién?
Prince

Las trufas son los cuerpos fructíferos subterráneos de varios tipos de hongos micorrícicos. Durante buena parte del año, los hongos de la trufa solo existen como redes de micelio, que subsisten gracias a los nutrientes que obtienen del suelo y a los azúcares que extraen de las raíces de las plantas. Sin embargo, su hábitat suberráneo les pantea un problema básico: las trufas son órganos que producen esporas, análogos a la fruta que produce semillas en una planta. Las esporas evolucionaron para que los hongos pudieran dispersarse pero, bajo tierra, estas esporas no pueden ser atrapadas por las corrientes de aire ni vistas por los animales.

Tuber magnatum. Foto di Pietro Curti.

Su solución es desprender olor. Pero oler por encima del festival olfativo de un bosque no es moco de pavo. En los bosques se mezclan los olores, cada uno con un interés o distracción potencial para el hocico de un animal. Las trufas deben ser lo bastante acres para que sus aromas atraviesen las capas de suelo y entren en el aire, lo bastante peculiares para que un animal las distinga en medio del olor ambiental, y lo bastante deliciosas para que los animales las busquen, escarben y se las coman. Todas las desventajas visuales de las trufas -estar sepultadas bajo tierra, difíciles de ver cuando se desentierran y visualmente poco atractivas- quedan compensadas por el aroma.

   La trufa cumple con su función cuando es comida: se ha atríado al animal para que olisqueara el suelo y ha sido reclutado para que transporte las esporas del hongo en sus heces y las deposite en otro lugar. La fascinación de una trufa es, por consiguiente, el resultado de cientos de miles de años de entrelazamiento evolutivo con los gustos animales. La selección natural favorecerá a las trufas que encajen con las preferencias de sus mejores dispersores de esporas. Las trufas con mejor `química' atraerán a animales con más éxito que aquellas con peor química. Como las orquídeas que imitan la forma y olor de una abeja hembra sexualmente receptiva, estos hongos proporcionan una descripción de los gustos animales -un retrato aromático evolutivo de la fascinación animal [...].
   La capacidad para detectar y reaccionar a sustancias químicas es una capacidad sensorial fundamental. La mayoría de organismos utiliza sus sentidos químicos para explorar y entender su entorno. La plantas, hongos y animales emplean receptores similares para detectar sustancias químicas. Cuando las moléculas se adhieren a estos receptores, desencadenan una cascada de señales: una molécula desencadena un cambio celuar, que desata un cambio mayor, y así sucesivamente. De esta manera, una causa, por pequeña que sea, puede propagar efectos mayores: la nariz humana puede detectar concentraciones muy bajas, de hasta 34000 moléculas en 1cm2, el equivalente a una sola gota de agua en 20000 piscinas olímpicas.
   Para que un animal perciba un olor, una molécula debe depositarse en su epitelio olfativo. En los seres humanos, es una membrana en la parte superior de la cavidad nasal. La molécula se adhiere a un receptor, y los nervios se activan. El cerebro se implica mientras identifica las sustancias químicas, o desata pensamientos y respuestas emocionales. Los hongos están equipados con otro tipo de órganos. No tienen nariz ni cerebro y toda su superficie se comporta como un epitelio olfativo. Una red de micelios es una gran membrana con sensibilidad a las sustancias químicas: una molécula puede adhererirse a un receptor en cualquier parte de su superficie y desencadenar una cascada de señales que altera el comportamiento de los hongos.
   Los hongos viven inmersos en un campo nutrido de información química. Las trufas usan las sustancias químicas para avisar a los animales de que ya están listas para ser ingeridas; también las utilizan para comunicarse con las plantas, los animales y otros hongos -y consigo mismas-. No es posible entender los hongos sin explorar estos mundos sensoriales aunque nos sea difícil interpretarlos. Aunque quizá no importe, pues nosotros, como los hongos, nos pasamos casi toda nuestra vida atraídos por cosas. Sabemos que significa ser atraídos o rechazados. Además, a través del olor, podemos participar en la conversación molecular que emplean para gestionar gran parte de su existencia.
 
La red oculta de la vida
Merlin Sheldrake

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