miércoles, 3 de marzo de 2021

«Me llamo Dieter Stepner, pero nací y crecí en Siberia, en la antigua URSS»

yo
Aquí salgo vestido con ropa de invierno. Un punto a tener en cuenta es el calzado. Es ya un icono ruso las conocidas como walenki. Estas botas de fieltro sin forma alguna eran el calzado de invierno. Eran iguales tanto para niños como para adultos. No tienen un solo detalle. Las suelas son redondeadas. Cuando la nieve empezaba a derretirse, se les ponía un suplemento de goma.

En el libro sobre la URSS de finales de los setenta y principios de los ochenta de Felix Bayón que comentamos hace un par de años todo era decadencia y, en general, el paisaje de un sistema que se caía a pedazos víctima del estancamiento económico y la corrupción. Y eso que solo les faltaba sumirse en el caos y después en un shock. Pero en el libro había unas páginas emocionantes, eran las dedicadas a Siberia. Pese a las dificultades y a la obsolescencia tecnológica, hablaba de trabajadores voluntarios, comunistas convencidos, a menos cuarenta grados. Era muy romántico desde una perspectiva esté donde esté cada uno ideológicamente.

Pues se da la casualidad de que gracias a la corresponsalía alemana de este blog he encontrado un natural de Siberia que, precisamente, estuvo allí esos años. Para ilustrarnos, derribar prejuicios, confirmar hechos o circunstancias aprendidas del negro sobre blanco, o para disfrutar con su peripecia vital, le hicimos unas preguntas.

Dieter…

Antes de empezar quisiera dejar claro que lo que cuento aquí es mi perspectiva como niño. Tenía doce años cuando en 1993 nos marchamos de Rusia. Después visité Omsk, mi ciudad natal, en 1995 y en 2006. También estuve en el 2004 de excursión en San Petersburgo. Para responder a algunas preguntas tengo que referirme a lo que me contaron mis padres y abuelos. También a mi memoria, siempre nostálgica: tuve una infancia muy feliz.

¿Por qué naciste en Siberia?

Las familias de mis padres son ambas de origen alemán. Sus antepasados fueron invitados por Catalina la Grande a establecerse con granjas en Rusia. La familia de mi madre colonizó el Volga y la de mi padre, el Cáucaso. Pero después del inicio de la II Guerra Mundial, que en 1941 llegó a la URSS, todos mis abuelos y bisabuelos fueron deportados. La familia materna terminó en el oeste de Siberia y la paterna en Kazajstán. La mayor odisea la vivió probablemente mi abuela paterna. No conozco todos los detalles pero al ser la mayor de los hermanos, tuvo que hacerse cargo de ellos cuando atravesaron miles de kilómetros a pie hasta llegar a su destino.

Mi madre nació en Tara, una pequeña ciudad del oeste de Siberia. Mi padre, en un pueblo de población mayoritariamente alemana llamado Koschetau. Ambos estudiaron en Omsk, donde se conocerían. Allí se casaron y, llegado el momento, nos tendrían a mí y, unos años después, a mi hermano. Cuando tenía cuatro años nos mudamos de Omsk a un barrio de las afueras porque allí nos concedieron un piso que tuvimos que compartir con mi bisabuela y una tía.

Aquí estoy con los compañeros de la guardería en una de las muchas excursiones obligatorias al Parque de la Victoria de Omsk, en honor a los veteranos de guerra. Más tarde, ya en el colegio, seguiríamos teniendo este tipo de excursiones.
Aquí estoy con los compañeros de la guardería en una de las muchas excursiones obligatorias al Parque de la Victoria de Omsk, en honor a los veteranos de guerra. Más tarde, ya en el colegio, seguiríamos teniendo este tipo de excursiones.

¿Cómo era la vida en Siberia?

A la gente le gusta dramatizar. El que prestara atención en el colegio sabrá que el clima continental no solo significa -30ºC en invierno, también son +30ºC en verano. Y el frío por sí mismo no es tan desagradable como uno se pueda imaginar, siempre y cuando tenga la opción de escabullirse a un lugar con calefacción, naturalmente. Pero incluso haciendo frío se podía hacer vida en la calle si uno iba correctamente abrigado: el gorro, la bufanda y los guantes eran nuestro uniforme. Sin embargo era un frío seco, que permitía aguantar mejor los -30º C allí que 0º C en un clima húmedo, como es el caso de Centroeuropa.

El problema era que en invierno teníamos que fabricarnos nuestros propios aislantes para casa porque las ventanas no eran estancas. Hacia octubre-noviembre había que rellenar las rendijas con algodón húmedo para que se helara y no se colara el frío. Y como no se podía ventilar el interior de la viviendas correctamente, a veces acababa oliendo fatal. Pero era una alegría cuando llegaba el buen tiempo, se quitaban estos artilugios y se podía volver a abrir las ventanas.

Otro problema aún mayor era la calefacción central, que funcionaba con sus propios horarios, eso cuando funcionaba, independientemente de la temperatura exterior. Me acuerdo perfectamente de que en el invierno de 1990 se estropeó la calefacción y tuvimos que estar dos semanas con abrigos de piel en casa incluso para dormir.

¿Cómo era la vida de los niños?

En invierno los juegos con nieve y hielo eran predominantes. Desde hacer inofensivos muñecos, tirarse bolazos, construir cavernas en la nieve hasta el que más nos gustaba: el rey de la montaña. Cada año los mayores de las viviendas vecinas construían en el patio un tobogán de nieve de dos o tres metros de altura. La superficie del tobogán se regaba con agua para que se congelara. El juego consistía en empujar a los otros niños de la cima de la «montaña» permaneciendo así como el «rey» en la cima. Todo esto era una pelea caótica. Puesto que en invierno iba un tan empaquetado, no importaba si caías cabeza abajo desde dos o tres metros de altura. Era un juego en el que nadie partía con ventaja porque la superficie era muy resbaladiza y los niños pequeños podían ganar a los grandes. También estaban los deportes clásicos de invierno, como el hockey sobre hielo en la calle. No había casi coches y las calles estaban lisas para jugar. En el barrio además teníamos una zona vallada que en invierno se usaba para patinar.

En mi ciudad había un «pueblo de hielo». Era esculturas enormes de hielo por las que podía uno escalar y deslizarse. Algunas estaban iluminadas por dentro. Era algo que me encantaba de pequeño y, por lo que sé, siguen existiendo.

En primavera cuando se derretía la nieve, surgían nuevas diversiones. Se formaban unos charcos de tal extensión y profundidad que eran realmente estanques. Detrás de nuestra casa había una hondonada donde se acumulaba el agua. Algunos niños jugaban con balsas que ellos mismos se construían. Todavía me acuerdo de cómo casi se ahoga mi hermano al caer en una de esas charcas.

En verano los juegos apenas se diferenciaban a los de Occidente. Se jugaba al escondite, a la guerra, al fútbol (en la misma calle donde en invierno se jugaba al hockey sobre hielo). El matiz estaba en que teníamos más opciones para no estar bajo vigilancia y, por lo tanto, hacer más tonterías. Íbamos por ejemplo al patio del colegio porque había aparatos para escalar, esquinas para esconderse y fumar. Además se podía hacer fuego con neumáticos viejos que guardábamos. De vez en cuando entraba algún adulto a comprobar de dónde salía tanto humo, pero para entonces ya estábamos todos escondidos. Prendíamos el fuego en un lugares estratégicos.

Los sótanos de los edificios eran uno de nuestros lugares preferidos. Siempre oscuros, estrechos y sucios, eran perfectos para los chicos. Una vez nos encontramos que una perra callejera (perros callejeros había a montones) había tenido una camada y quisimos cuidar a los cachorros. Cada amigo se llevó uno a casa para ver si nos dejaban nuestros padres quedárnoslos. Mi perro nada más llegar se hizo pis sobre la alfombra y eso ya fue motivo suficiente para los míos. El resto de mis amigos tuvieron la misma suerte que yo, por lo tanto decidimos construir una caseta en el sótano para alimentarlos allí. Estuvieron dos o tres días, hasta que un vecino oyó los ruidos, metió a los cachorros en un saco y los echó al río. Al vecino le odiamos una buena temporada pero pensó de una manera pragmática: los cachorros no hubiesen logrado sobrevivir.

Mi hermano con unos amigos. De fondo una de las obras eternas del barrio hecha con paneles prefabricados, de esas que tardaban cinco años en terminarse. Las obras eran lugares que nos atraían mucho para jugar, aunque estaba prohibido entrar en ellas.
Mi hermano con unos amigos. De fondo una de las obras eternas del barrio hecha con paneles prefabricados, de esas que tardaban cinco años en terminarse. Las obras eran lugares que nos atraían mucho para jugar, aunque estaba prohibido entrar en ellas.

¿Es cierto eso de que en invierno solo hay hielo y en verano solo hay barro?

No es siempre así. Hay ciertas zonas del este de Siberia que sí, algunas solo son accesibles en coche cuando se hielan los ríos. En nuestro barrio las calles estaban siempre embarradas. Era normal el que los vecinos accedieran a sus casas por caminitos porque durante décadas no hubo calles urbanizadas dignas de tal nombre. Muchos pueblos solo tenían asfaltada la calle principal.

¿Cómo recuerdas los años del comunismo en los que creciste?

El comunismo ya estaba herido de muerte cuando empecé a ir al colegio. Creo que fuimos la última promoción que fue formada como «pioneros». Por eso me acuerdo de la decadencia. Todos los veranos teníamos que leernos un libro durante las vacaciones y al comienzo del curso hacer un resumen de él delante de toda la clase. Casi siempre eran libros sobre héroes de guerra rusos, de la guerra civil rusa (1920) o de la II Guerra Mundial.

Yo era, sin ser presuntuoso, un estudiante ejemplar, pero estos libros me parecían soporíferos. Una vez no fui capaz de leérmelo en los tres meses que duraban las vacaciones y en su lugar me leí La banda de Tarzán. Después del verano hice el resumen delante de la clase y la maestra se encogió de hombros sin decir nada. De haber pasado esto unos años antes, hubiera tenido que visitar al director del colegio. Estaba todo en duda.

Lo mismo pasó con el pañuelo que teníamos los pioneros anudado al cuello. Lo llevamos un par de meses y después de ese tiempo acabó en el armario. A veces cuando venían amigos de mis padres a casa y un rato después de haber bebido, se lo ponían y marchaban por casa haciendo el saludo socialista a quien se encontraban a su paso.

Y aunque esto ocurrió ya en mis últimos años en Rusia, allá por 1993, fue especialmente desconcertante que la Biblia entrase a formar parte del currículo escolar. Pasar de leer a los héroes de guerra soviéticos a textos bíblicos que ni siquiera la maestra entendía.

La escuela general a la que acudí hasta 1993. La fotografía es del 2006.
La escuela general a la que acudí hasta 1993. La fotografía es del 2006.

¿Cómo era la educación?

No puedo decir nada malo de ella. Se potenciaban mucho las ciencias naturales. La relación entre los maestros y los alumnos era diferente, quizá no como puedas imaginar. Los compañeros de clase eran los mismos desde el primer curso hasta el décimo. La maestra solo se cambiaba una vez, en el tercer año. Eso acababa haciendo que al final fuera una especie de familia, con madre, generalmente, porque las maestras eran mayoría dentro de la profesión. Esta relación especial hacía posible algunas situaciones peculiares. Una vez tenía ganas de esquiar y me fui a casa de la maestra a pedirle las llaves del cuarto donde se guardaban los esquís. También usábamos la clase como sala de fiestas. Tendríamos unos once años cuando pasó por primera vez. La maestra apareció al principio para que le prometiéramos que no íbamos a dejar la clase como un vertedero. Después se marchó a casa. Por supuesto que en ese momento alguien sacó una botella de vodka y nos bebimos nuestros primeros chupitos. Pero al final lo dejábamos siempre todo recogido.

De vuelta a la educación, un asunto que ahora en Alemania está de actualidad, es la igualdad de oportunidades de los niños de familias pobres. En la Unión Soviética estaba fuera de toda duda. Si tomamos el ejemplo de mis padres, ambos nacieron en familias de deportados, pero pudieron estudiar y hacer una carrera. Mi madre estudió Medicina; su hermana, Odontología. Mi padre tuvo cuatro hermanos de los cuales todos estudiaron menos el mayor, porque tuvo que ayudar a sus padres a cuidar de sus hermanos.

Como su nombre indica, estábamos en tercer curso aunque no es del todo cierto. Oficialmente estábamos en el cuarto. Todos los alumnos del país saltaron un año para poder adaptarse al modelo de 11 cursos en lugar de 10. Se daban situaciones curiosas, como que los alumnos recién escolarizados pasaran directamente al segundo curso.
Como su nombre indica, estábamos en tercer curso aunque no es del todo cierto. Oficialmente estábamos en el cuarto. Todos los alumnos del país saltaron un año para poder adaptarse al modelo de once cursos en lugar de diez. Se daban situaciones curiosas, como que los alumnos recién escolarizados pasaran directamente al segundo curso.

¿Es verdad que en Siberia siguen en pie muchas estatuas de Lenin, que la gente no quería quitarlas?

Este es un punto interesante. Desde la distancia diría que los rusos echan de menos sus tiempos como superpotencia. Y Lenin estuvo en su origen y desarrollo. Si él ahora estaría con los comunistas, fascistas, neoliberales-conservadores o rojiverdes, es un asunto secundario. Pero quizá solo sea mi opinión personal.

Siempre hay quien glorifica el pasado y dice que Stalin no era tan malvado, que a fin de cuentas él ganó la II Guerra Mundial e industrializó el campo. La misma cháchara tenemos en Alemania con quien añora los tiempos de Hitler, en los que en Alemania había disciplina, orden y trabajo para todos.

¿Qué hay de los gulags de Stalin de Siberia?

A finales de los ochenta ya no era ningún secreto. Aunque entre los adultos que me rodeaban casi ninguno había leído Archipiélago gulag de Solzhenitsyn. Lo que pasaba es que no se hablaba de los años treinta y cuarenta. No creo que ya durante la Perestroika hubiera tantos presos políticos como en esos años. Y los simulacros de juicios políticos ya hacía años que no se daban. Era más bien como ahora hace China con Ai Weiwei, arresto domiciliario y cosas así. Ahí está el ejemplo de Sájarov. Protestó por la invasión de Afganistán y lo deportaron a Nischni Nowgorod, en el este de Rusia. Allí pudo trabajar cómodamente en la redacción de una constitución liberal a pesar de la vigilancia del KGB. De los tiempos del gulag en la época de Stalin, solo sé que mi bisabuelo murió en uno después de ser deportado. Mi bisabuela lo vio por última vez en 1941.

¿Es verdad que los mejores comunistas iban a Siberia voluntarios a trabajar en las condiciones más difíciles por el socialismo?

Tengo dos cosas que decir al respecto. Por un lado existía la leyenda del BAM (Ferrocarril Baikal-Amur) en los siempre laboriosos Komsomoles. Empezaron a construir el primer tramo en los años treinta, seguramente con mano de obra mayoritariamente forzada. Se retomó su construcción en los años setenta. Entonces mandaban unos meses «voluntariamente» a los alumnos que abandonaban sus estudios. Seguro que habría algún idiota que iba gustosamente por su cuenta.

Por el otro, en el norte y en el este de Siberia el trabajo estaba muy bien remunerado. Entraban en los planes quinquenales porque eran regiones que hacía falta desarrollar y necesitaban todo tipo de especialistas: técnicos, médicos, maestros… No solo se ganaba más dinero, también se recibían productos que eran escasos en el resto del país. Fruta del sur o Pepsi-Cola, por ejemplo.

Muchos jóvenes titulados se iban poco después de casarse a estas zonas para intentar ahorrar algo de dinero para el futuro. Era en cierto modo un proyecto de vida. Unos tíos míos se marcharon a Chanty-Mansijsk, donde también vivía mi abuela y su marido. Ambos tenían buenos trabajos. Él era capitán de un centro comercial flotante, donde los habitantes de una amplia zona se abastecían de todo tipo de productos. Mi abuela trabajó en la administración del puerto. A veces ocurría que la mercancía «se caía» de los camiones, de ahí que fuéramos mi hermano y yo unos niños bien abastecidos de todo tipo de productos deficitarios. En los ochenta ya bebíamos Pepsi. La ciudad de Chanty-Mansijsk sigue siendo una de las más pujantes de Rusia. Vive muy bien con el petróleo y celebran los campeonatos mundiales de biatlón.

Acogedoras viviendas de hormigón prefabricado donde vivimos de 1985 a 1993. La casa se construyó en la primera mitad de los años 80 y cinco años después ya tenía el mismo aspecto desolado que ahora.
Acogedoras viviendas de hormigón prefabricado donde vivimos de 1985 a 1993. La casa se construyó en la primera mitad de los años ochenta y cinco años después ya tenía el mismo aspecto desolado que ahora.

¿Cómo recuerdas la transición al capitalismo?

Siberia es actualmente igual de capitalista que el resto del mundo. Las prioridades han cambiado completamente. La solidaridad entre la gente que había antes, y eso te lo puede confirmar casi cualquiera que haya vivido en un país socialista, nunca la he visto en Occidente.

Como la mayoría de los productos escaseaban, había una red de apoyo entre conocidos que servía para salir del paso. Todos culpaban a los de arriba y así pasaban los días. También había otras formas de relacionarse. Las abuelas salían cada tarde a la calle y se sentaban delante de sus casas a intercambiar cotilleos mientras vigilaban a los nietos, mientras los tuvieran a la vista.

Nosotros solo estuvimos al principio de la transición, tiempo suficiente para mis padres supieran que así no querían criar ahí a sus hijos. Se estableció la ley del más fuerte, que ha perdurado hasta nuestros días. Eso les dio miedo. En esa época apareció la expresión «nuevos rusos», que se hizo representativa de todo el país, porque fueron los primeros que se pusieron a derrochar como cerdos el dinero que ganaban de aquella manera.

De Rusia en los años noventa solo puedo contar desgracias de familiares o de amigos de mis padres. Una amiga de la familia era costurera y alquiló un quiosco que convirtió en taller de costura. Siempre aparecían por allí unos tipos que le exigían dinero a cambio de la protección de su negocio. Y como era un territorio en disputa con otras bandas, cada poco aparecía por allí gente diferente con las mismas exigencias. Si no pagaba, le quemaban el taller. Desconozco con qué frecuencia le ocurrió y tampoco sé cuánto tiempo duró el vacío de poder hasta que al menos solo tuvo que pagar a un jefe supremo.

Muchos tuvieron que abandonar sus trabajos. Mis padres tenían a muchos médicos entre sus círculos de amistades que decidieron montar sus propios negocios. Con el salario de un médico no se podía vivir. Y todos los trabajadores tenían el mismo problema: cobraban con meses de retraso y con una inflación por las nubes que hacía que su salario no valiera nada para cuando lo recibían.

Rusia depende dramáticamente de la exportación de petróleo y gas siberiano. ¿Qué te parece?

Dependientes son los dos, Occidente que lo necesita y Rusia que lo suministra. Ocurre que Rusia no fabrica actualmente ningún producto competente en el mercado internacional, aunque eso parece que va cambiando poco a poco. Aunque los rusos tienen ahora otras preocupaciones, como la cotización del rublo.

Y qué decir del refinado del petróleo, con esos depósitos enormes, aunque no puedan ser rentables económicamente. La Unión Soviética que conocí, tenía una falta de preocupación absoluta por el medio ambiente y por el derroche de recursos. Tenían tanto que se podía permitir el despilfarro.

Quisiera terminar recordando lo que para mí fue el paisaje de mi infancia, las chimeneas enormes de la refinería. En Omsk vivíamos en el barrio de los trabajadores del petróleo.

Imagen de las chimeneas de las refinerías desde nuestro barrio. La fotografía es del 2006.
Imagen de las chimeneas de las refinerías desde nuestro barrio. La fotografía es del 2006

Fotografías cedidas por Dieter Stepner.

Traducción: Martín López

Fuente: https://www.jotdown.es/2015/02/me-llamo-dieter-stepner-pero-naci-y-creci-en-siberia-en-la-antigua-urss/

 

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