Mahmoud y Jamila, junto a sus dos hijos, lucharon por sobrevivir en Líbano y están profundamente agradecidos por la oportunidad de rehacer sus vidas en Suecia. © Amnesty International (Foto: Ina Tin)
“Lo primero que aprendí a decir en sueco fue: ‘¿Necesita ayuda?’” Mahmoud, refugiado sirio que actualmente vive en Suecia.
La cálida acogida de una familia de refugiados sirios en Suecia ilustra cómo los países más ricos pueden cambiar las cosas proporcionando una tabla de salvación a algunas de las personas más vulnerables del mundo.
El trayecto hasta el bloque de apartamentos de reciente construcción
en este tranquilo barrio residencial de Estocolmo está cubierto de
nieve. Los rayos de sol hacen destellar las ramas heladas de los
árboles.
Esta apacible escena invernal no podía parecer más distante de las calles destrozadas de Siria, donde 190.000 personas han perdido la vida y cuatro millones se han convertido forzosamente en refugiados desde 2011.
Al final del camino está enclavado el apartamento perteneciente a Jamila y Mahmoud, de Alepo, ciudad del norte de Siria. “¡Aquí hace muchísimo frío! –exclaman riendo–. Es bastante difícil manejarse con la silla de ruedas en la nieve”. Mahmoud era taxista pero un accidente de automóvil en 2005 lo dejó incapacitado para caminar.
Ya no eran seres humanos
Esta apacible escena invernal no podía parecer más distante de las calles destrozadas de Siria, donde 190.000 personas han perdido la vida y cuatro millones se han convertido forzosamente en refugiados desde 2011.
Al final del camino está enclavado el apartamento perteneciente a Jamila y Mahmoud, de Alepo, ciudad del norte de Siria. “¡Aquí hace muchísimo frío! –exclaman riendo–. Es bastante difícil manejarse con la silla de ruedas en la nieve”. Mahmoud era taxista pero un accidente de automóvil en 2005 lo dejó incapacitado para caminar.
Ya no eran seres humanos
La vida en Siria era muy dura, incluso antes de la guerra. Mahmoud afirma que fue detenido por las fuerzas de seguridad y “torturado por ser kurdo. Detenían prácticamente a todos los kurdos para fines de investigación”.
En 2013, él y Jamila tuvieron que huir de su casa con sus pequeños gemelos. “Caían cohetes por todas partes. Vimos cadáveres tirados en las calles. Pensé que habíamos dejado de ser seres humanos –afirma Jamila–. Los niños no se llevaron nada consigo”. Se refugiaron en un aula abandonada junto a otras muchas personas, antes de partir finalmente hacia Líbano.
La vida seguía siendo una lucha constante por la supervivencia: no podían permitirse pagar un lugar donde vivir ni el tratamiento médico que Mahmoud necesitaba debido a su incapacidad.
Hasta que el pasado mes de noviembre, el ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, les ofreció la oportunidad de rehacer su vida en Suecia a través del “reasentamiento”.
Se trata de una tabla de salvación ofrecida a las personas refugiadas más vulnerables, incluidas las que, como Mahmoud, presentan una condición médica grave o han sido torturadas.
En 2013, él y Jamila tuvieron que huir de su casa con sus pequeños gemelos. “Caían cohetes por todas partes. Vimos cadáveres tirados en las calles. Pensé que habíamos dejado de ser seres humanos –afirma Jamila–. Los niños no se llevaron nada consigo”. Se refugiaron en un aula abandonada junto a otras muchas personas, antes de partir finalmente hacia Líbano.
La vida seguía siendo una lucha constante por la supervivencia: no podían permitirse pagar un lugar donde vivir ni el tratamiento médico que Mahmoud necesitaba debido a su incapacidad.
Hasta que el pasado mes de noviembre, el ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, les ofreció la oportunidad de rehacer su vida en Suecia a través del “reasentamiento”.
Se trata de una tabla de salvación ofrecida a las personas refugiadas más vulnerables, incluidas las que, como Mahmoud, presentan una condición médica grave o han sido torturadas.
Los gemelos de cuatro años Mohamed y Bahri en su nuevo hogar en Suecia, febrero de 2015.
© Amnesty International (Foto: Ina Tin)
Cálida acogida
Su nuevo hogar en Suecia está preparado para usuarios en silla de ruedas y está inmaculadamente limpio. En la mesita del café han dispuesto nueces, chocolate y fruta para darnos la bienvenida.
“Estábamos un poco asustados; aquí todo es tan silencioso. Pero te sientes a salvo; no es como Siria”.
La mayoría de sus vecinos son suecos. “Los suecos son acogedores –cuenta Mahmoud–. Todo el mundo te sonríe. Cuando estoy solo en la calle [con la silla de ruedas] me preguntan: ‘¿necesita ayuda?’ Lo primero que aprendí en sueco fue: ‘¿puedo ayudarle?’”.
Mahmoud y Jamila se sienten especialmente abrumados por la generosidad de una pareja de avanzada edad que vive en su edificio: “Él nos trajo ropa para los niños, y en Año Nuevo nos trajeron dulces tradicionales suecos”, explica Mahmoud.
Ahora asisten diariamente a clases de sueco. Y sus gemelos de cuatro años, Mohamed y Bahri, están haciendo amigos en la guardería. “Los primeros diez días gritaban y lloraban –cuenta Jamila–. Ahora están deseando ir”.
Aunque hay muchos niños procedentes de entornos culturales diferentes, Mohamed y Bahri son los primeros que han huido de una zona de guerra, explica su maestra, Franziska Forssander.
“Es importante que se diviertan; es terapéutico y fomenta la autoestima”. Franziska cree que traer personas refugiadas a este idílico rincón de Suecia también es positivo para la comunidad. “Nos ayuda a crecer,” afirma.
Su nuevo hogar en Suecia está preparado para usuarios en silla de ruedas y está inmaculadamente limpio. En la mesita del café han dispuesto nueces, chocolate y fruta para darnos la bienvenida.
“Estábamos un poco asustados; aquí todo es tan silencioso. Pero te sientes a salvo; no es como Siria”.
La mayoría de sus vecinos son suecos. “Los suecos son acogedores –cuenta Mahmoud–. Todo el mundo te sonríe. Cuando estoy solo en la calle [con la silla de ruedas] me preguntan: ‘¿necesita ayuda?’ Lo primero que aprendí en sueco fue: ‘¿puedo ayudarle?’”.
Mahmoud y Jamila se sienten especialmente abrumados por la generosidad de una pareja de avanzada edad que vive en su edificio: “Él nos trajo ropa para los niños, y en Año Nuevo nos trajeron dulces tradicionales suecos”, explica Mahmoud.
Ahora asisten diariamente a clases de sueco. Y sus gemelos de cuatro años, Mohamed y Bahri, están haciendo amigos en la guardería. “Los primeros diez días gritaban y lloraban –cuenta Jamila–. Ahora están deseando ir”.
Aunque hay muchos niños procedentes de entornos culturales diferentes, Mohamed y Bahri son los primeros que han huido de una zona de guerra, explica su maestra, Franziska Forssander.
“Es importante que se diviertan; es terapéutico y fomenta la autoestima”. Franziska cree que traer personas refugiadas a este idílico rincón de Suecia también es positivo para la comunidad. “Nos ayuda a crecer,” afirma.
Un futuro prometedor
Mahmoud tiene grandes esperanzas en el futuro de su familia. Quiere que sus hijos estudien medicina y él está interesado en hacerse profesional de manicura. Jamila espera trabajar con personas con necesidades especiales.
Y les gustaría tener otro hijo. “¡Una niña!”, exclama Jamila. “Tendría muchas más oportunidades de estudiar y trabajar aquí que en Siria”, coincide Mahmoud.
Para esta familia tan unida, el reasentamiento significa la vida.
La mayoría de sus familiares sigue enfrentándose diariamente a las amenazas tanto de las fuerzas gubernamentales sirias como del grupo armado autodenominado Estado Islámico. Incluso ahora, Jamila y Mahmoud temen ser fotografiados y con ello poner en peligro a sus seres queridos.
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