En las últimas semanas, miles de recolectores de flores han cobrado tres euros por dieciséis horas de trabajo al día para que Europa disfrute de su San Valentín. / Fotografía:/ EFE/Xavi Fernández De Castro
El 90% de las flores que cultiva Kenia se dedican a la exportación,
lo que ha convertido al país africano en el principal proveedor de
Europa
La demanda aumenta debido a San Valentín y empeora las condiciones de los miles de recolectores: Esther ha cobrado tres euros por 16 horas de trabajo al día
La sobreexplotación del suelo keniano tiene graves consecuencias: sus tierras se dedican a cultivar flores en lugar de alimentos y daños en la flora y fauna autóctonas
La demanda aumenta debido a San Valentín y empeora las condiciones de los miles de recolectores: Esther ha cobrado tres euros por 16 horas de trabajo al día
La sobreexplotación del suelo keniano tiene graves consecuencias: sus tierras se dedican a cultivar flores en lugar de alimentos y daños en la flora y fauna autóctonas
Pocos saben que muchas de las rosas que este
sábado regalarán para decir "te quiero" tienen raíces kenianas y no muy
románticas: en las últimas semanas, miles de recolectores han cobrado
tres euros por dieciséis horas de trabajo al día para que Europa
disfrute de su San Valentín.
"Están explotando a la
población de Kenia y destruyendo nuestra tierra", asegura a Efe el
ecologista y activista keniano Isaac Ouma, que nació en Naivasha y ha
visto en las últimas décadas cómo su región se ha transformado con el
único objetivo de cultivar flores para abastecer a Europa.
En la actualidad, el 90% de las flores que crecen allí
se exportan y Kenia ya se ha convertido en el principal proveedor del
viejo continente, por delante de Etiopía, Ecuador y México.
Las orillas del lago Naivasha, el único de agua dulce en el Valle del
Rift (noroeste de Nairobi) donde conviven poblaciones de hipopótamos y
una diversa fauna avícola, son una ubicación ideal para la floricultura
por su clima y altitud. A tan solo unos metros de los papiros y acacias
que delimitan el lago, decenas de invernaderos rompen la armonía
estética del paisaje e invaden la región, tradicionalmente dedicada a la
pesca, agricultura y ganadería.
La industria de las
flores se afianza año tras año como uno de los pilares de la economía
keniana –las exportaciones superaron los 440 millones de euros en 2013 y
en la actualidad emplea a más de 500.000 trabajadores, en su mayoría
mujeres–, pero con una contrapartida: sobreexplota el suelo del que vive
su población.
"Kenia recibe donaciones de comida del
Programa Mundial de Alimentos pese a tener en Naivasha un lago de agua
dulce que nos permitiría cultivar y alimentarnos. Pero preferimos
aprovechar el agua para cultivar flores y enviarlas a Europa. Es
inmoral", denuncia Ouma.
Tres euros por 16 horas de trabajo
Ahora, cuesta encontrar a alguien en esta zona que no trabaje en los
invernaderos. "No tenemos otra opción. No hay otro trabajo", confiesa a
Efe Esther, nombre ficticio de una mujer de 29 años que, pese a trabajar
siete años como recolectora de flores, teme perder su empleo por hablar
con periodistas.
Aunque las empresas garantizan a
sus empleados el salario mínimo interprofesional –que ronda los 7.000
chelines mensuales (67 euros)–, los trabajadores denuncian sus
condiciones. "Normalmente trabajamos diez horas diarias, pero en las
últimas dos semanas hemos trabajado hasta dieciséis. Y el salario ha
sido el mismo. No es justo, pero no tenemos alternativa", lamenta
Esther. Ella es una de las miles de mujeres que cortan, seleccionan y
empaquetan las rosas que, en un máximo de tres días, se venderán a
precio de lujo en las calles europeas.
John, que
desde hace dos años es camionero en los invernaderos, forma parte del
sindicato de trabajadores y lucha por mejorar esta situación. "Es muy
injusto. Yo ya estoy buscando otro empleo, pero no encuentro nada. Ahora
intento conseguir dinero extra con otros trabajos para poder sacar
adelante a mi familia", cuenta a Efe.
Reacciones a los daños mediambientales
La presencia abrumadora de los invernaderos en Naivasha también está
provocando daños medioambientales: deforestación, bajo nivel del agua en
el lago, aumento de los asentamientos informales (donde viven los
trabajadores) y contaminación por fertilizantes y pesticidas. La
comunidad local es la que más sufre estas consecuencias: la pesca se ha
debilitado y las condiciones para el ganado y el cultivo son cada vez
peores.
Ante las críticas, las empresas han puesto en
marcha varios mecanismos para mitigar su impacto, como el reciclaje
hidráulico con el que reutilizan hasta un 30% del agua. "Al menos una
vez al año nuestro equipo acude a los invernaderos para supervisar su
trabajo y asegurar que realiza una producción sostenible", asevera a Efe
Jane Ngige, directora del Consejo de Flores de Kenia (KFC, en inglés),
que agrupa al 70% de las explotaciones del país.
Además, el KFC "tiene un sistema de certificación para garantizar un
ambiente de trabajo seguro que se ajuste a las leyes kenianas", apunta.
Pese a la concienciación de los productores y sus esfuerzos por
conseguir la etiqueta de "respetuoso con el medioambiente", el
crecimiento imparable de la industria –alimentada por la enorme demanda
extranjera– sigue teniendo consecuencias inevitables para la comunidad
local. "Pueden decir que respetan los derechos de los trabajadores y el
medioambiente. Pero la realidad es otra", añade John.
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