Jibril, a la izquierda, perdió a dos de sus cuatro nietos por hipotermia en las tormentas del mes pasado. La familia ahora vive en una pequeña estructura de madera cubierta de plástico en Beit Hanoun con una manta por puerta. Fotografía: Belal Hasna
Salma murió de hipotermia con tan sólo 40 días de edad.
Su cuerpo estaba empapado de agua de lluvia helada. Estaba congelada
como el hielo. Una tormenta de invierno llamada "Huda" golpeó
fuertemente a Gaza en enero. Salma fue su víctima más joven.
Me encuentro con la madre de Salma, Mirvat, y 14 miembros de su extensa
familia en el mismo lugar, de hecho la habitación, donde Salma durmió
durante su última noche en casa. Ellos todavía viven allí en Beit
Hanoun, en el norte de Gaza, en una pequeña estructura de madera de tres
habitaciones, cubierta con plástico. Cuando lo vi desde la carretera,
supuse que albergaba animales. La puerta es una manta que aletea con el
viento cortante. Está lloviendo. El agua entra. Mirvat tira de la
alfombra empapada que sirve de suelo y retira la arena mojada de debajo.
Los recuerdos de la muerte de Salma, el 9 de enero están aun
dolorosamente frescos.
"La noche en que murió la tormenta era fuerte. Todos
estábamos empapados, pero algunos nos las arreglamos para dormir. La
lluvia entró y empapó las mantas de Salma. La encontré temblando. Su
pequeño cuerpo estaba congelado como el hielo. La llevamos al hospital,
pero más tarde el médico nos llamó. Salma estaba muerta. Mi hermosa niña
pesó 3,1 kg al nacer. Estaba sana y estaría viva hoy si las bombas no
nos hubieran echado de nuestra casa durante la guerra y no nos
hubiéramos visto obligados a vivir así".
El tío de Salma con la sopa de hierba silvestre que constituye la mayor parte de la dieta de la familia. Fotografía: Belal Hasna |
Durante el
conflicto de Gaza el verano pasado, Mirvat, su marido y sus cuatro hijos
vivían en un complejo de cinco edificios simples con su gran familia de
40 miembros, a un kilómetro de la barrera entre Gaza e Israel. Su
suegro, Jibril, sabía que la vida en la primera línea era insostenible.
"Había un olor a muerte en el aire. Los niños estaban traumatizados y
no podían dormir", me dice. "Después de una semana de combates huimos
mientras las bombas caían a nuestro alrededor, aterrorizados por
nuestras vidas. Fuimos a la casa de mi hermano, pero se volvió demasiado
peligroso, así que nos refugiamos en un hospital. Después de una hora,
fue bombardeado, así que corrimos a refugiarnos en una escuela de UNRWA
[Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente
Próximo]. Éramos miles viviendo en una escuela construida para mil
estudiantes. Así que después de la guerra vinimos aquí".
La tragedia de la familia no termina con Salma. Su hermana Maes, de
tres años, está en el hospital por problemas respiratorios provocados
por la exposición a las inclemencias del tiempo. "Me preocupa que Maes
muera como Salma", dice Mirvat.
En el exterior, me
encuentro con la cuñada de Mirvat, Nisreen, de 28 años. Su hijo murió
con tan sólo 50 días de edad en la escuela de UNRWA, donde la familia se
había refugiado. "La muerte de Moemen fue inesperada. No había nada que
se pudiera hacer para salvarlo. Sentí que tenía frío. Lo cubrí y lo
puse a dormir. El niño estaba durmiendo en mi regazo. Cuando me desperté
a las cuatro de la mañana estaba azul. Moemen estaba muerto. He
esperado un niño durante cinco años, y ahora se ha ido".
Jibril es un abuelo extraordinario, incluso para los estándares de
Gaza. Dos de los cuatro niños muertos por hipotermia en Gaza en las
últimas semanas eran sus nietos. Él dice que la guerra le ha despojado
de su pasado y su futuro. "Mi casa está en ruinas, aplastada. He
trabajado duro durante más de 40 años como agricultor. He mantenido a mi
familia. Pero en cuestión de horas todo estaba perdido. Tenía un pedazo
de tierra de cultivo que destruyeron. Plantamos limoneros allí hace 17
años, pero los tanques los arrasaron".
Jibril es un
hombre emprendedor deliberadamente reducido a la indigencia. "Mi hijo
tiene un burro y gana entre 5 a 10 séqueles al día (uno o dos euros)
transporta rocas para mantenernos a todos nosotros. Vivimos
principalmente de hubeyza [una hierba salvaje que se come como las espinacas] que podemos recoger en las calles".
Y ¿a quién culpa por la muerte prematura de sus nietos? "La comunidad
internacional de donantes mató a esos bebés", me dice. "Ellos han
comprometido miles de millones. Pero ¿dónde están? Necesitamos un hogar,
no promesas. UNRWA no tiene dinero. ¿Qué pueden hacer sin apoyo
financiero?"
Jibril tiene razón. UNRWA, la agencia
para la que yo trabajo, se vio obligada a suspender, hace apenas tres
semanas, un programa que podría haber salvado la vida de esta familia.
Después de la conferencia de El Cairo, en octubre del año pasado, en la
que los donantes prometieron 5.400 millones de dólares para reconstruir
Gaza, creamos un proyecto de 720 millones. Con las generosas promesas de
El Cairo estábamos seguros de que los fondos llegarían. O eso es lo que
pensábamos. Con este dinero, nuestro objetivo era dar subsidios de
alquiler a las personas cuyas casas eran inhabitables. Teníamos la
esperanza de dar dinero en efectivo para que la gente pudiera reparar y
reconstruir sus casas. Pero los miles de millones que se comprometieron
no se materializaron y el programa se quedó con un déficit de casi 600
millones de dólares.
El día después de que anunciáramos la suspensión de la
asistencia en efectivo, la ira se desbordó. La oficina en Gaza del
Coordinador especial de la ONU para el proceso de paz en Oriente Medio
fue atacada. La amenaza de la violencia sigue ahí. Se puede sentir en el
aire, al igual que el verano pasado.
Ciertamente, la
necesidad es grande y la sensación de desesperación es palpable y
profunda. Calculamos que aproximadamente 100.000 viviendas resultaron
dañadas o completamente destruidas, afectando a cientos de miles de
personas. Muchos de los que conservan sus hogares dependen de redes de
agua y electricidad disfuncionales.
La reconstrucción
física de Gaza es sólo una parte de la historia. Si Salma y Moemen
hubieran sobrevivido, ¿qué futuro habrían tenido? La próxima generación
en Gaza está traumatizada, conmocionada, embrutecida. Los espacios
recreativos en los que juegan están llenos de unos 8.000 artefactos
explosivos sin detonar.
La ONU estima que unos 540
niños murieron en el conflicto, muchos en sus propias casas. UNRWA no
pudo proporcionarles un refugio seguro. Nuestras escuelas recibieron
impactos directos en siete ocasiones. Hubo niños que murieron en y cerca
de las aulas de clase y áreas de juego bajo la bandera azul de Naciones
Unidas. Casi todos los niños en Gaza tiene un familiar o amigo que
murió, resultó herido o quedó mutilado de por vida, a menudo delante de
sus ojos. Un millar de los 3.000 niños heridos en el conflicto es
probable que tengan discapacidades físicas para el resto de sus vidas.
Si Salma y Moemen hubieran vivido hasta convertirse en adultos, habrían
entrado en un mercado de trabajo con una tasa de desempleo que alcanzó
un nivel sin precedentes del 47% en el tercer trimestre del año pasado.
Con una media de 18 horas al día sin electricidad. Con alrededor de un
90% del agua no potable.
Gaza no es un desastre
natural. Es un desastre causado por el hombre, el resultado de
decisiones políticas deliberadas. Hay que tomar decisiones distintas
ahora. ¿De que sirve reconstruir un lugar mientras se condena a su
población a la indignidad de la dependencia de ayuda?
Gaza se tambalea al borde de otra crisis importante, con implicaciones
preocupantes para los palestinos y los israelíes. Se necesita
financiación para las operaciones humanitarias con urgencia, pero esta
asistencia sólo servirá para mitigar los peores efectos de la crisis.
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