sábado, 28 de febrero de 2015

El mundo ha roto sus promesas para la reconstrucción de Gaza y los niños van a sufrir



Jibril, a la izquierda, perdió a dos de sus cuatro nietos por hipotermia en las tormentas del mes pasado. La familia ahora vive en una pequeña estructura de madera cubierta de plástico en Beit Hanoun con una manta por puerta. Fotografía: Belal Hasna

Salma murió de hipotermia con tan sólo 40 días de edad. Su cuerpo estaba empapado de agua de lluvia helada. Estaba congelada como el hielo. Una tormenta de invierno llamada "Huda" golpeó fuertemente a Gaza en enero. Salma fue su víctima más joven.

Me encuentro con la madre de Salma, Mirvat, y 14 miembros de su extensa familia en el mismo lugar, de hecho la habitación, donde Salma durmió durante su última noche en casa. Ellos todavía viven allí en Beit Hanoun, en el norte de Gaza, en una pequeña estructura de madera de tres habitaciones, cubierta con plástico. Cuando lo vi desde la carretera, supuse que albergaba animales. La puerta es una manta que aletea con el viento cortante. Está lloviendo. El agua entra. Mirvat tira de la alfombra empapada que sirve de suelo y retira la arena mojada de debajo. Los recuerdos de la muerte de Salma, el 9 de enero están aun dolorosamente frescos.

"La noche en que murió la tormenta era fuerte. Todos estábamos empapados, pero algunos nos las arreglamos para dormir. La lluvia entró y empapó las mantas de Salma. La encontré temblando. Su pequeño cuerpo estaba congelado como el hielo. La llevamos al hospital, pero más tarde el médico nos llamó. Salma estaba muerta. Mi hermosa niña pesó 3,1 kg al nacer. Estaba sana y estaría viva hoy si las bombas no nos hubieran echado de nuestra casa durante la guerra y no nos hubiéramos visto obligados a vivir así".

El tío de Salma con la sopa de hierba silvestre que constituye la mayor parte de la dieta de la familia. Fotografía: Belal Hasna
Durante el conflicto de Gaza el verano pasado, Mirvat, su marido y sus cuatro hijos vivían en un complejo de cinco edificios simples con su gran familia de 40 miembros, a un kilómetro de la barrera entre Gaza e Israel. Su suegro, Jibril, sabía que la vida en la primera línea era insostenible.

"Había un olor a muerte en el aire. Los niños estaban traumatizados y no podían dormir", me dice. "Después de una semana de combates huimos mientras las bombas caían a nuestro alrededor, aterrorizados por nuestras vidas. Fuimos a la casa de mi hermano, pero se volvió demasiado peligroso, así que nos refugiamos en un hospital. Después de una hora, fue bombardeado, así que corrimos a refugiarnos en una escuela de UNRWA [Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo]. Éramos miles viviendo en una escuela construida para mil estudiantes. Así que después de la guerra vinimos aquí".
La tragedia de la familia no termina con Salma. Su hermana Maes, de tres años, está en el hospital por problemas respiratorios provocados por la exposición a las inclemencias del tiempo. "Me preocupa que Maes muera como Salma", dice Mirvat.

En el exterior, me encuentro con la cuñada de Mirvat, Nisreen, de 28 años. Su hijo murió con tan sólo 50 días de edad en la escuela de UNRWA, donde la familia se había refugiado. "La muerte de Moemen fue inesperada. No había nada que se pudiera hacer para salvarlo. Sentí que tenía frío. Lo cubrí y lo puse a dormir. El niño estaba durmiendo en mi regazo. Cuando me desperté a las cuatro de la mañana estaba azul. Moemen estaba muerto. He esperado un niño durante cinco años, y ahora se ha ido".

Jibril es un abuelo extraordinario, incluso para los estándares de Gaza. Dos de los cuatro niños muertos por hipotermia en Gaza en las últimas semanas eran sus nietos. Él dice que la guerra le ha despojado de su pasado y su futuro. "Mi casa está en ruinas, aplastada. He trabajado duro durante más de 40 años como agricultor. He mantenido a mi familia. Pero en cuestión de horas todo estaba perdido. Tenía un pedazo de tierra de cultivo que destruyeron. Plantamos limoneros allí hace 17 años, pero los tanques los arrasaron".
Jibril es un hombre emprendedor deliberadamente reducido a la indigencia. "Mi hijo tiene un burro y gana entre 5 a 10 séqueles al día (uno o dos euros) transporta rocas para mantenernos a todos nosotros. Vivimos principalmente de hubeyza [una hierba salvaje que se come como las espinacas] que podemos recoger en las calles".

Y ¿a quién culpa por la muerte prematura de sus nietos? "La comunidad internacional de donantes mató a esos bebés", me dice. "Ellos han comprometido miles de millones. Pero ¿dónde están? Necesitamos un hogar, no promesas. UNRWA no tiene dinero. ¿Qué pueden hacer sin apoyo financiero?"

Jibril tiene razón. UNRWA, la agencia para la que yo trabajo, se vio obligada a suspender, hace apenas tres semanas, un programa que podría haber salvado la vida de esta familia. Después de la conferencia de El Cairo, en octubre del año pasado, en la que los donantes prometieron 5.400 millones de dólares para reconstruir Gaza, creamos un proyecto de 720 millones. Con las generosas promesas de El Cairo estábamos seguros de que los fondos llegarían. O eso es lo que pensábamos. Con este dinero, nuestro objetivo era dar subsidios de alquiler a las personas cuyas casas eran inhabitables. Teníamos la esperanza de dar dinero en efectivo para que la gente pudiera reparar y reconstruir sus casas. Pero los miles de millones que se comprometieron no se materializaron y el programa se quedó con un déficit de casi 600 millones de dólares.

El día después de que anunciáramos la suspensión de la asistencia en efectivo, la ira se desbordó. La oficina en Gaza del Coordinador especial de la ONU para el proceso de paz en Oriente Medio fue atacada. La amenaza de la violencia sigue ahí. Se puede sentir en el aire, al igual que el verano pasado.

Ciertamente, la necesidad es grande y la sensación de desesperación es palpable y profunda. Calculamos que aproximadamente 100.000 viviendas resultaron dañadas o completamente destruidas, afectando a cientos de miles de personas. Muchos de los que conservan sus hogares dependen de redes de agua y electricidad disfuncionales.

La reconstrucción física de Gaza es sólo una parte de la historia. Si Salma y Moemen hubieran sobrevivido, ¿qué futuro habrían tenido? La próxima generación en Gaza está traumatizada, conmocionada, embrutecida. Los espacios recreativos en los que juegan están llenos de unos 8.000 artefactos explosivos sin detonar.
La ONU estima que unos 540 niños murieron en el conflicto, muchos en sus propias casas. UNRWA no pudo proporcionarles un refugio seguro. Nuestras escuelas recibieron impactos directos en siete ocasiones. Hubo niños que murieron en y cerca de las aulas de clase y áreas de juego bajo la bandera azul de Naciones Unidas. Casi todos los niños en Gaza tiene un familiar o amigo que murió, resultó herido o quedó mutilado de por vida, a menudo delante de sus ojos. Un millar de los 3.000 niños heridos en el conflicto es probable que tengan discapacidades físicas para el resto de sus vidas. Si Salma y Moemen hubieran vivido hasta convertirse en adultos, habrían entrado en un mercado de trabajo con una tasa de desempleo que alcanzó un nivel sin precedentes del 47% en el tercer trimestre del año pasado. Con una media de 18 horas al día sin electricidad. Con alrededor de un 90% del agua no potable.

Gaza no es un desastre natural. Es un desastre causado por el hombre, el resultado de decisiones políticas deliberadas. Hay que tomar decisiones distintas ahora. ¿De que sirve reconstruir un lugar mientras se condena a su población a la indignidad de la dependencia de ayuda?

Gaza se tambalea al borde de otra crisis importante, con implicaciones preocupantes para los palestinos y los israelíes. Se necesita financiación para las operaciones humanitarias con urgencia, pero esta asistencia sólo servirá para mitigar los peores efectos de la crisis.


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