viernes, 8 de junio de 2012

Félix de Azúa sobre Guy Debord y la sociedad del espectáculo .......


La expresión «sociedad del espectáculo» fue puesta en circulación en 1967 por Guy Debord, jefe de la Internacional Situacionista (un grupúsculo de extrema izquierda revolucionaria que actuó en Francia e Italia hasta finales de los años setenta) y es la hipótesis artística más radical (o quizá la más funeraria) del fin de siglo. Debord se suicidó el primer día de diciembre de 1994, y me ha parecido que sus ocurrencias debían figurar en este diccionario, ya que es uno de los filósofos del acabamiento de la modernidad con más probabilidades de seguir siendo leído en los próximos diez años, sobre todo porque escribiendo era clasicista y su modelo era Boileau. Sus tesis, de otra parte, ya no pueden variar demasiado.
En su primer y famosísimo ensayo de 1967, titulado La sociedad del espectáculo describía Guy Debord a las naciones postindustriales como obras de arte totales en su nivel más bajo, es decir, como obras de entretenimiento y diversión de la calidad más baja y degenerada. El «espectáculo» que exhiben es,
el reino autocrático de la economía de mercado, una vez ha accedido al estatuto de soberanía irresponsable, junto con las nuevas técnicas de gobierno que acompañan a su reinado. [1]
La «irresponsabilidad» se refiere, claro está, a que no hay ya mecanismos capaces de exigir responsabilidad ninguna a los dominadores del mercado, los cuales, por otra parte, no lo controlan en absoluto, sino que tan sólo se enriquecen (o arruinan) tratando de adivinar sus variaciones. En su estadio último, este totalitarismo de mercado carece de negaciones (ni internas ni externas, pues el islam no puede considerarse una negación), por lo que procede a exponerse a sí misino sin limitación y espectacularmente, sin que nada se interponga entre lo que presenta como verdadero y la verdad verdadera. Todo lo que la sociedad del espectáculo presenta es verdadero, bueno y necesario por el mero hecho de haberlo presentado.
Aquellos que censuran, critican o pretenden reformar seriamente lo que se presenta son eliminados de los medios de formación de masas (los media); pero si insisten, son eliminados físicamente. La eliminación física, sin embargo, no es casi nunca necesaria en los países avanzados, aunque es de uso habitual en lugares como México o Rusia, y queda como momento arcaico de la sociedad del espectáculo.
[...]
Con sus taras seculares, España ha alcanzado ya el espectáculo integral, del que da una versión un poco casposa pero de moderado éxito.
Cuando se produce el espectáculo integral, lo verdadero desaparece y lo falso que aparece aparece como lo único verdadero por ausencia de todo lo demás. Un circuito cerrado y obsesivo de informaciones ocultadoras, falsas o deformadoras convierte a lo falso en lo único verdadero, sin posibilidad de comprobación. La historia se desintegra en presentes puros que no dejan huella. Naturalmente, el pasado es también ahistórico, como se ha podido comprobar con la desaparición de la guerra civil española en España, convertida actualmente en una infinidad de espectáculos contradictorios, como se puede comprobar en los libros de texto de las diferentes regiones autonómicas.
En tales circunstancias, todo cuanto se exhibe es arte y todo el arte que se exhibe es verdadero. La sociedad ha alcanzado su momento de máxima artisticidad, aunque todo lo que produce seguramente es falso, pero nunca podremos comprobarlo. La comprobación o reprobación sólo podrían venir del personal mediático, pero estos empleados son sumamente prudentes:
La avalancha de idioteces que se lanzan espectacularmente sólo podría ser criticada por los mediáticos mediante respetuosas rectificaciones o protestas, pero no suele suceder así, ya que, además de su extrema ignorancia, por solidaridad de oficio y de alma con la autoridad general del espectáculo (y la sociedad que en él se expresa), los mediáticos se sienten en la obligación, para ellos extremadamente placentera, de no apartarse ni un milímetro de una autoridad cuya majestad ha de mantenerse siempre a salvo.[2]
Así que en estas sociedades avanzadas cuyo modelo administrativo mejora al de la Mafia, el arte ha alcanzado su máxima racionalidad: el valor artístico lo fija la venta y punto. Ni la crítica, ni el periodismo, ni la universidad harán otra cosa que repetir lo sancionado por el mercado, pero no por ello ha terminado la tarea de los artistas:
Desde que el arte ha muerto, sabemos que es sumamente fácil disfrazar de artistas a los policías. [...] Arthur Cravan veía venir ese mundo (cuando escribía en Maintenant: «Pronto ya no veremos por la calle más que artistas y será un trabajo ímprobo encontrar un hombre».[3]
De manera que los artistas hacen de policías: dicen quién es artista y quién no lo es, o denuncian a los ciudadanos que detestan las obras de arte que ellos producen, o producen obras de arte que nos orientan moral y pedagógicamente. Recuerdo al lector que muchos artistas son ahora galeristas, críticos de diario, presentadores de televisión, o simplemente burócratas de la administración del espectáculo. Todos ellos están obligados a mantener el orden en y del arte.
La falsificación generalizada lo convierte todo en arte. Si lo que se vende como «automóvil de lujo» es un fraude que dura tres años y lo que se vende como «filete de ternera» es veneno hormonal, resulta a todas luces lógico suponer que lo que se vende como «arte actual» o incluso como «arte de vanguardia» no deba ser otra cosa que la falsificación del arte convertida en verdad por ausencia de crítica y de criterio.


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