Los blancos buscaban a las negras. Las negras eran todas iguales y ellos no distinguían a Madalena Xinguile de Emìlia Cachamba, a no ser por el color de la capulana* o por la forma de la teta, pero los blancos se metían hasta el fondo de los chamizos, sabiendo adónde iban o no, buscando el coño de las negras. Eran unos aventureros. Incansables.
Las negras tenían el coño grande, decían las mujeres de los blancos, las tardes de los domingos, en la tertulia íntima bajo el enorme anacardo donde se reunían todas, con la barriga hinchada de los langostinos a la brasa, mientras lo maridos salían a dar su vuelta de hombres y las dejaban para que desoxidaran la lengua, porque las mujeres necesitan soltar la lengua unas con otras. Las negras tenían el coño grande, pero ellas decían las partes bajas o las vergüenzas o el asunto. Las negras tenían el coño grande y esa era la explicación de que pariesen como lo hacían, agachadas, mirando al suelo, en cualquier sitio, como lo animales. Su coño era grande. El de las blancas no, el suyo era estrecho, porque las blancas no eran unas perras fáciles, porque el coño sagrado de las blancas solo lo conocía el marido, y poco, con dificultad; eran muy estrechas, por tanto muy serias, y convenía que unas tuviesen muy claro esto de las otras. Las blancas se limitaban al cumplimiento e sus obligaciones matrimoniales, siempre de modo sacrificado, por lo que la fornicación era dolorosa, y evitable, y por eso los blancos buscaban el coño de las negras. Las negras no eran serias, las negras tenían el coño grande, las negras gemían en voz alta, porque las perras disfrutaban con aquello. No valían nada.
Las blancas eran mujeres serias. ¿Qué amenaza constituía para ellas una negra?¿Qué diferencia había entre una negra y una coneja?¿Qué blanco reconocía los hijos de una negra?¿Cómo era posible que una negra descalza, con la teta colgando, llegada de las chabolas y que apenas sabe decir sí patrón, cierto, patrón, dinero, patrón, sin documentos de identidad, sin libreta de asimilada, pudiera probar que el patrón era el padre de la criatura?¿Qué negra quería ganarse una paliza?¿Cuántos mulatos conocían a su padre?
Los viejos entraban en las chabolas y pagaban con cerveza , tabaco o capulana por metros a la negra que les apeteciese. Por las buenas o por las malas. Después se abrochaban la bragueta y se largaban a sus hogares intachables. ¿Cómo podría saber nadie de dónde eran y cómo se llamaban? Los blancos mantenían a la mujer en algún lugar en el centro de la ciudad o en la metrópoli. Y allí volvían.
Las incursiones sexuales en las barriadas de chabolas no ensombrecían su futuro, porque una negra no reclamaba una paternidad. Nadie le daría crédito alguno.
Pero, si así lo quería, un blanco podía casarse con una negra. Esta ascendería entonces socialmente y pasaría a ser aceptada, con reservas pero aceptada, porque era la mujer de Simoes, y por respeto a Simoes... Era algo frecuente en el caso de los cantineros y campesinos que vivían lejos de la ciudad, hombres situados en los márgenes de la sociedad colonial decente, que antes o después se asalvajaban.
Para una blanca, asumir la unión con un negro implicaba el destierro. Un hombre negro, por muy civilizado que fuese, nunca sería lo suficientemente civilizado.
Mi padre, ya después del 25 de Abril, de vuelta en Portugal, se rebelaba cuando veía a una blanca con un negro. Se quedaba mirando a la pareja como si viese al diablo.
Yo le decía, deja de mirar, ¿qué es lo que te interesa tanto? Me respondía que yo no sabía nada, que un negro nunca podría tratar bien a una blanca, como ella merecía. Era otra gente. Otra cultura. Unos perros. Ah, yo no entendía. Ah, yo no podía comprenderlo. Ah, yo era una comunista. ¿Cómo era posible que yo hubiera terminado siendo comunista?
* La capulana es el término que designa en Mozambique el tipo de tela estampada con colores y formas vistosas que asociamos ala cultura negra africana. Consiste en una pieza de tela de un metro por dos que puede ser usaa como pareo, falda, portabebés, etc., dependiendo de cómo se doble y disponga la prenda.
Cuaderno de memorias coloniales
Isabela Figueiredo
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