Un portavoz del Gobierno fundamentalista amenaza a las mujeres que no tapen su rostro en público con encarcelar a su pariente varón más cercano
Los talibanes vuelven a recortar la libertad de las mujeres. Este sábado han anunciado que a partir de ahora las mujeres afganas deberán cubrirse el rostro en público e incluso en sus casas si están en presencia de hombres ajenos a su familia, según un decreto del líder supremo del grupo fundamentalista, Hibatullah Akhundzada. Un portavoz del Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio leyó la nueva norma en una conferencia de prensa en Kabul y añadió que “la prenda ideal” para que las mujeres se cubran es el burka, la vestimenta que se convirtió en símbolo internacional de la opresión de las afganas en el anterior período de los talibanes en el poder, entre 1996 y 1995. El portavoz amenazó después a las mujeres que incumplan esta imposición con encarcelar o despedir, en el caso de los funcionarios, a su pariente varón más cercano.
“Tendrán que llevar un chador — término que, aunque se refiere a otra prenda, también se usa para designar al burka o velo de los pies a la cabeza— porque es tradicional y respetuoso”, indica el texto de Akhundzada. “Las mujeres que no sean ni demasiado jóvenes ni demasiado mayores tendrán que cubrir su rostro cuando estén frente a un hombre que no sea miembro de su familia”, para evitar una supuesta provocación, precisa el decreto. Si no tienen algo importante que hacer en el exterior, es “mejor para ellas que permanezcan en casa”, añade.
La mayoría de las mujeres de Afganistán lleva un pañuelo que cubre el cabello por motivos religiosos, pero muchas de ellas, sobre todo en zonas urbanas como Kabul, no se cubren el rostro. El grupo fundamentalista que, tras dos décadas de intervención de Estados Unidos y sus aliados, derrocó el pasado 15 de agosto, tras una fulminante ofensiva sobre la capital, al Gobierno afín a Washington del país, se ha enfrentado a una intensa oposición por sus crecientes limitaciones a los derechos de las mujeres, liderada por los gobiernos occidentales, pero a la que se han sumado algunos eruditos religiosos y países islámicos moderados.
En marzo, las autoridades del autoproclamado emirato islámico dieron un giro inesperado al cerrar las escuelas secundarias de niñas, pocas horas después de su reapertura, un paso atrás que provocó el recrudecimiento de la condena de la comunidad internacional y llevó a Estados Unidos a cancelar las reuniones previstas con los talibanes destinadas a buscar fórmulas para aliviar la crisis financiera del país.
Washington y otros países han recortado la ayuda al desarrollo y aplicado sanciones estrictas al sistema bancario afgano, como la congelación de las reservas en divisas del Estado —situadas en bancos extranjeros— desde que los talibanes tomaron el poder en agosto, lo que ha acrecentado la ruina económica del país.
Los talibanes aseguran que han cambiado desde la última vez que gobernaron, cuando prohibieron totalmente a las mujeres que estudiaran o trabajaran e incluso que salieran de casa sin un familiar masculino. También entonces las mujeres estaban obligadas a vestir el burka, una prenda que cubre a la mujer de la cabeza a los pies. Estas promesas del nuevo Gobierno de la guerrilla fundamentalista no se han traducido hasta ahora en ninguna medida que garantice los derechos de las mujeres, sino todo lo contrario. En los últimos meses, la Administración radical afgana ha aumentado sus restricciones a las mujeres, incluyendo normas que limitan sus viajes sin un acompañante masculino o la prohibición de que hombres y mujeres disfruten de los parques públicos al mismo tiempo, entre otras medidas.
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