... Desde la década de 1980, los sucesivos gobiernos y las grandes corporaciones han contribuido a promover una nueva concepción de la salud mental que sitúa en el centro un nuevo tipo ideal: una persona resiliente, optimista, individualista y, sobre todo, económicamente productiva, las caracteríticas que necesita y desea la nueva economía. Como resultado de este cambio de perspectiva, todo nuestro abordaje de la salud mental se ha modificado radicalmente con el fin de satisfacer estas exigencias del mercado. Definimos la "recuperación de la salud" como la "vuelta al trabajo". Achacamos el sufrimiento a unas mentes y cerebros defectuosos en vez de vincularlo a unas condiciones sociales, políticas y laborales nocivas. Promovemos intervenciones medicalizadas sumamente rentables que, si bien son una magnífica noticia para las grandes empresas farmacéuticas, a la larga se convierten en un lastre para millones de personas.
Esta visión mercantilizada de la salud mental ha despojado a nuestro sufrimiento de su significado y sentido más profundos. Como resultado, nuestro malestar ya no se percibe como una llamada de atención vital a favor de un cambio ni como nada que se pueda considerar potencialmente transformador o instructivo. Al contrario, en el curso de los últimos decenios, más bien se ha convertido en una ocasión más para la compraventa. Industrias enteras han prosperado apoyádose en esta lógica y ofreciendo explicaciones y soluciones interesadas para muchas de las dificultades de la vida. La industria cosmética atribuye nuestro sufrimiento al envejecimiento; la industria dietética, a nuestras imperfecciones corporales; la industria de la moda, a que no estamos al día; y la industria famacéutica, a supuestas deficiencias en nuestra química cerebral. Cada uno de estos sectores ofrece su propio y rentable elixir para el éxito emocional, pero todos comparten y promueven la misma fisolofía consumista con respecto al sufrimiento, a saber: que lo malsano no es la forma en que nos enseñan a interpretar y abordar nuestras dificultades (el envejecimiento, los traumas, la tristeza, la angustia o el duelo), sino el hecho mismo de sufrir; algo que un consumo bien orientado puede resolver. El sufrimiento es el nuevo mal y no consumir los "remedios" adecuados, la nueva injusticia.
A partir de la década de 1980, este programa comenzó a ser dañino para el mundo occidental en general al transfomar toda nuestra actuación psicosanitaria en un abordaje centrado en la sedación, en la despolitización de nuestro sufrimiento y en mantenernos productivos y productivas, y al servicio del statu quo económico. Anteponer la servitud económica a la verdadera salud y desarrollo individuales ha alterado dramática y peligrosamente nuestro orden de prioridades y el infasto resultado ha sido, paradójicamente, un mayor sufrimiento...
Sedados
James Davies
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