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En San Petesburgo, el día del solsticio de invierno, antes del alba, un grupo de hombres se reunió en la plaza del Senado de la ciudad con intención de deponer al zar y su régimen. Entre los decembristas -así se les llamaría luego- había nobles, caballeros y soldados, incluido el marido de Maria Volkonski, Seguéi. Tras haber combatido junto con el campesinado durante las guerras napoleónicas, la élite rusa admiraba el estoicismo de sus compañeros campesinos. Idealistas liberales todos ellos, los decembristas no solo querían la emancipación de los atribulados siervos; también pretendían sustituir la estructura política del país por una monarquía constitucional, o incluso una forma republicana de gobierno: era su respuesta al despotismo de los Románov, que venian definiendo el largo linaje de la disnastía desde 1613.
La disidencia surgió tras la muerte de Catalina la Grande. El hijo de esta, Pablo I, disfrutó de un breve periodo de gobierno tiránico antes de que lo asesinaran con la cinta de su cordón de mando en 1801. El asesinato de Pablo puede que fuera bueno para la música. Su paranoica desconfianza del pensamiento occidental lo llevó a reaccionar tajantemente contra el coqueteo de Catalina con la Ilustrción. Prohibió la entrada en Rusia de todos los libros y folletos impresos en el extranjero, incluidas las partituras musicales.
Su sucesor, el zar Alejandro I, tenía espíritu reformador. Relajó la censura estatal, pero no hizo ningún progreso significativo en el camino hacia la emancipación. Tras el trauma de la invasión napolónica de Rusia, en que Moscú estuvo a punto de arder hasta los cimientos, Alejandro gobernó a base de cambios casi esquizofrénicos. Trató de mejorar el sistema de deportación, introduciendo nuevos derechos para los reclusos; también cayó bajo la influencia de un demoníaco general ruso a quien obsesionaba la idea de convertir el imperio en un Estado militar. Alejandro tomó medidas cada vez más draconianas contra la influencia liberal extranjera.
Cuando Alejandro murió sin hijos, dejando el Estado en bancarrota, sus hermanos dudaron en ocupar el trono. Según los chismógrafos contemporáneos, la corona rusa iba pasando de mano en mano. Constantino, el mayor de los hermanos de Alejandro, ya había huido a Polonia, donde se había enamorado de un pianista católico (tras la primera vez que Constantino oyó tocar a ese niño prodigio de diez años, su mujer solía invitar a Chopin a su residencia polaca, convencida de que la música tranquilizaría lo dífíciles nervios de Constantino). El hermano más joven de Alejandro, Nicolás, tampoco se dio prisa en ocupar el trono vacante.
Los motivos de los decembristas eran apasionados, pero no así sus regimientos. Cuando los hombres empezaron a juntarse en la plaza del Senado, el contingente de soldados rebeldes era menor de lo esperado por los decembristas. Además, uno de los principales líderes desertó. A pesar de estas dificultades, los decembristas se negaron a dispersarse, y Nicolás ordenó que un escuadrón de caballería cargase contra la muchedumbre. Solo el bramido de los cañones logró que los revoltosos se retiraran por fin al helado río Neva, cuyo hielo bombardeó la artillería de los soldados de Nicolás. El levantamiento quedó sofocado al anochecer. Los perpetradores estaban rodeados. El mismo día del Levantamiento Decembrista, también denominado Primera Revolución rusa, Nicolás I se proclamó zar.
Fueron juzgados cerca de seiscientos sospechosos. Hubo cinco ahorcados -entre ellos el poeta y editor Kondrati Ryléyev, que fue ejecutado con un libro de Byron en la mano- . La soga falló al primer intento y,según cuentan, uno de los presos exclamó: "¡Qué desastre de país! No saben ni ahorcar como es debido". Otro de lo condenados observó que era privilegio morir no una, sino dos veces, por su país Que estas ocurrencias sean o no ciertas carece de importancia: el mito de los mártires decembristas se hizo más profundo aún cuando el zar Nicolás I dio orden de seguri adelante con las ejecuciones, y pusieron sogas nuevas en las horcas.
Completados los ahorcamientos, más de cien hombres fueron identificados como líderes del golpe y enviados a cumplir penas de trabajo forzado en Siberia, a perpetuidad en algunos casos. Fueron despojados de su patrimonio y de sus privilegios. Eran miembros de algunas de las más grandes y condecoradas familias de Rusia, de modo que aquello fue un escándalo de los que hacen época. Se habló del asunto en toda Europa. La reacción vengativa de Nicolás también alteró la percepción que tenían los rusos del destierro perpetuo. Antes de 1825 no eran muchos los que se apiadaban de los hombres, mujeres y niños enviados a Siberia. Después de 1825, los desterrados políticos fueron mirados con mucha más simpatía. Las once mujeres que optaron por seguir en el destierro a sus maridos y amantes decembristas fueron objeto de veneración.Según las leyes del destierro, las mujeres tenían que dejar atrás a sus hijos, en la Rusia europea. Cualquier descendiente concebido en el destierro quedaba excluido de hereedar los títulos y bienes familiares.
Uno de los más destacados decembristas desterrados a perpetuidad fue el príncipe Serguéi Volkonski -amigo de la infancia del zar, hijo de una de las principales damas de compañía de la emperatriz viuda-. La mujer de Serguéi, Maria, era también de una familia muy principal. Su padre, el general Rayevski, fue uno de los héroes en la derrota de Napoleón en 1812. Por su conocimiento de la literatura, la música y las lengua extranjeras, Maria había heredado la Rusia "ilustrada" de Catalina. También era famosa por su belleza.
Maria decidió abandonar su círculo encantado -así como a su hijo pequeño- y marchar al destierro con su marido. Fue una de las tragedias más comentadas en aquel siglo de tragedias febrilmente románticas. Las acciones de Maria inspiraron cuadros, música y la poesía de Pushkin, así como el amor al piano al otro lado de los Urales, por haber hecho seis mil quinientos kilómetros desde Moscú con un clavicordio a cuestas, para unirse con su marido en lo más profundo de la taiga siberiana.[...]. No resulta fácil imaginar lo que pensarían de esa princesa rusa los buriatos locales al verla cruzar el lago Baikal. Los buriatos creían que la Vía Láctea era una costura, y las estrellas, agujeros en el cielo. El destello de los meteoritos se explicaba porque los dioses estaban rasgando la cubierta del cielo para ver qué ocurría en la Tierra. Maria, envuelta en sus pieles de armiño, tuvo que parecerles algo fuera de este mundo, una visita de algún otro planeta....
Los últimos pianos de Siberia
Sophy Roberts
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