jueves, 16 de diciembre de 2021

El Instituto Vavílov, el primer banco de semillas del mundo

El Instituto Vavílov, guardián centenario de las plantas perdidas, está ubicado justo en el corazón de San Petersburgo junto al río Moika

 Con la tesis de la evolución como andamiaje, nos centramos sobre todo en la formación primitiva de las especies y en el rastreo de su curso de expansión, abarcando en lo posible la evolución de cada especie.

Cinco Continentes

 En pleno centro de San Petersburgo, justo detrás de la Catedral de San Isaac, existe un edificio cuya fachada ministerial de la época zarista no deja adivinar la importancia de la colección que alberga tras sus muros. Allí, apilados bajo techos abovedados y en largos pasillos, los gabinetes de madera almacenan las semillas de cientos de miles de variedades de plantas, muchas de las cuales han desaparecido de sus áreas originales de hábitat o cultivo. Se trata del Instituto Vavílov, una institución ya bautizada como "el guardían de las plantas perdidas", un sobrenombre que ilustra a la perfección el papel que desempeña como defensa ante las nuevas amenazas a la biodiversidad mundial que suponen el cambio climático, la agricultura industrial y la globalización.

Conocido más formalmente como el Instituto Vavílov de Industria Vegetal (VIR), esta institución fue fundada en 1924 por el botánico y genetista Nikolái Vavílov, uno de los primeros científicos en reconocer la importancia de la conservación de los recursos fitogenéticos. El instituto es el banco de semillas más antiguo del mundo y alberga una impagable colección de más de 400.000 muestras de especies vegetales distintas. Se podría decir que es la colección de genética vegetal más grande (y más antigua) que existe, principalmente en forma de semillas meticulosamente catalogadas procedentes de todas las partes de nuestro globo.

No parece muy moderno, pero es muy seguro. La colección conservada aquí no depende de la electricidad ni del equipamiento

 El Departamento de Cultivos Industriales del Instituto Vavílov también mantiene la mayor colección de germoplasma (diversidad genética) de cannabis en el mundo; y consta de 397 accesiones de semillas de cannabis (una accesión es un lote de semillas de una especie que se ha recogido en un lugar determinado y en un momento concreto) de tres grupos ecogeográficos básicos: Norte, Medio y Sur, recolectadas en docenas de naciones a lo largo de más de un siglo. La colección representa variedades de cannabis cultivadas silvestres y tradicionales, así como productos de programas de mejora de plantas. Y muchas de ellas no se encuentran en ningún otro banco de genes.

En condiciones normales de almacenamiento, las semillas de cannabis se pueden conservar durante unos 5 años antes de perder viabilidad. Por lo tanto, mantener una colección de cannabis como esta implica reproducir las genéticas al menos una vez cada 5 años.

Desde la disolución de la Unión Soviética, la financiación del Instituto Vavílov ha disminuido drásticamente, amenazando el mantenimiento de sus colecciones. Y si las genéticas de cannabis del VIR no se reproducen, seguramente se extinguirán antes de que se reconozca y utilice su verdadero valor. Especialmente a la luz del renovado interés por el cannabis, sería muy poco inteligente dejar morir este acervo genético.

Sobre todo, teniendo en cuenta que no es la primera vez que este Instituto pasa por momentos difíciles, resistiendo los vaivenes de la historia de manera ciertamente heroica.

Los botánicos que optaron por morir de hambre para salvar su colección

El coste de la victoria rusa fue atroz: sobre un total de 3 millones de habitantes, en el sitio de Leningrado murieron 1,8 millón de rusos, más de 1 millón de ellos civiles, y la mayoría de ellos por la hambruna

 Para darnos cuenta de su pasado épico, basta con descubrir cómo su colección sobrevivió milagrosamente a la Segunda Guerra Mundial, cuando científicos hambrientos vigilaron las vastas reservas de semillas para evitar que se las comieran durante la escasez de alimentos. Y es que durante el asedio de Leningrado (ahora San Petersburgo), que duró 872 días, los trabajadores encargados de cuidar la colección del Instituto Vavílov se enfrentaron a una decisión impensable.

Mientras la ciudad se preparaba para el ataque de las tropas alemanas, los soviéticos se apresuraron en sacar miles de obras de arte del Museo del Hermitage para salvaguardarlas; pero los funcionarios soviéticos se negaron a proteger una colección diferente, igualmente de valor incalculable, lo que era en ese momento, sin duda, la colección de semillas más grande del mundo. Con el director del Instituto, Nikolái Vavílov, encarcelado (luego narraremos su propia epopeya), los científicos que trabajaban allí tomaron su defensa como una responsabilidad. Se refugiaron con el enorme alijo de semillas, taponaron las ventanas bombardeadas del edificio y convirtieron su lugar de trabajo en su refugio.

El invierno de 1941-1942 fue especialmente frío y cruel. Se cortaron todos los suministros de alimentos a la ciudad. Hubo bombardeos constantes. La gente se vio obligada a comer cualquier cosa: perros, gatos, ratas, tierra e incluso cadáveres humanos. Porque azotados por el hambre, miles de personas incurrieron en el canibalismo, en el escenario más aterrador de aquella batalla irracional que costó la vida a un millón de habitantes de la ciudad.

Los trabajadores del Instituto Vavílov acordaron rotar los turnos de guardia, protegiendo las semillas de amenazas que iban desde intrusos hasta ratas y su propia hambre. Paradójicamente, las ratas estuvieron a punto de conseguir lo que no habían logrado los nazis. Pero los guardianes de aquel peculiar tesoro genético fueron capaces de reaccionar a tiempo, ideando diferentes estratagemas para mantener las semillas a salvo de los roedores.

Al final de la infame y brutal campaña, muchos de estos botánicos y personal de la institución (se estima que una treintena) perdieron la vida de hambre protegiendo la colección, dentro del recinto mientras estaban literalmente rodeados de comida. El conservador de la colección de arroz murió rodeado de sacos de arroz. Los científicos especializados en tubérculos que supervisaron la vasta colección de la Unión Soviética (con 6.000 variedades conservadas), sucumbieron protegiendo sus patatas en el sótano hasta el final.

Si hubieran germinado las semillas y comido sus frutos, el trabajo de sus predecesores hubiera desaparecido. Su misión era catalogar y preservar el material genético para la expansión del conocimiento, para todos. Incluso en medio de una guerra mundial, con la sociedad derrumbándose por todos lados.

Las semillas que evitaron el hambre a la URSS

Sus muertes fueron un acto de fe en que las cosas mejorarían. Porque estos botánicos y trabajadores del Instituto Vavílov estaban convencidos de que, más allá de su valor para la ciencia, las semillas iban a ser fundamentales para recuperarse después del conflicto. No se equivocaron: algunos cálculos indican que un 80% de los cultivos soviéticos de la postguerra procedían de aquel almacén. La enorme cantidad de semillas hortícolas y su minuciosa clasificación hizo posible buscar las que mejor se podían adaptar al terreno devastado por la guerra y al clima de cada región. Sin duda, contribuyeron de forma decisiva a evitar el hambre en la Unión Soviética.

La colección de semillas recopiladas por el Instituto Vavílov tiene su reflejo en los casi mil cuatrocientos bancos de semillas existentes hoy en día. Uno de los más importantes es el Banco de Semillas del Milenio, gestionado por el Jardín Botánico de Kew (Reino Unido), que atesora unas 34.000 especies de plantas, un 13% de las especies silvestres de nuestro planeta. Y han seguido otros bancos de semillas hasta llegar, por ejemplo, a la inexpugnable Bóveda Global de Semillas de Svalbard, también conocida como la "Bóveda del Día del Juicio Final" que fue inaugurada en Noruega en 2008 a modo de “copia de seguridad” de los fondos más importantes de los bancos de semillas del mundo, donde se almacenan muestras congeladas de sus colecciones de semillas y las puedan replicar en caso de que se pierdan como consecuencia de conflictos bélicos, actos terroristas o catástrofes naturales.

Banco Mundial de Semillas de Svalbard se conoce popularmente como ‘Doomsday Vault’ (la "cámara del fin del mundo") porque es capaz de resistir terremotos, el impacto de bombas y otros desastres

 Pero ninguno tiene tanto peso emocional ni posee una historia tan conmovedora como la que se guarda en archivadores en el corazón de San Petersburgo. Hoy en día, el Instituto Vavílov sigue en funcionamiento gracias a los sacrificios de un puñado de seres humanos dedicados y con principios. Todas las mismas semillas que Nikolái Vavílov y sus trabajadores perdieron la vida conservando, permanecen dentro de sus muros cuando no se envían a otros institutos de investigación en todo el mundo, con una colección cada vez mayor de nuevos especímenes aportados a su vez por estos bancos modernos.

El trágico e irónico destino de Nikolái Vavílov

Vavilov dirigió el instituto de 1921 a 1940, efectuando expediciones en 64 países para recoger especies silvestres o sembradas. Él y sus colaboradores fueron verdaderos cazadores de genes

 Pero durante el sitio de Leningrado, al banco de semillas ya le faltaba su director. Porque la institución guardaba el fruto de veinte años de investigaciones llevadas a cabo por uno de los héroes más desconocidos de la ciencia del siglo XX: el botánico y genetista ruso Nikolái Vavílov, quien dedicó su vida a tratar de erradicar el hambre en el mundo.

Sin duda el comienzo de esta historia hay que buscarlo en el proyecto comenzado 20 años antes por él, considerado el "padre de los bancos de semillas modernos" y que viajó por muchos países (Norteamérica, Afganistán, China, Japón, Corea, Latinoamérica…) hasta crear la mayor colección de semillas de la época. Su idea era que existen "centros de origen" de las plantas cultivadas, es decir, lugares en los que comenzaron su selección, domesticación y mejora; y en los que es posible encontrar variedades silvestres de cada especie actual.

Este biólogo también realizó uno de los primeros avances importantes en genética vegetal al presentar la ‘Ley de las series homólogas en la variación hereditaria’, que entre otras cosas, predijo la probabilidad de descubrir nuevas variedades de plantas.

A Vavílov no le interesaban las plantas exóticas, sino la biodiversidad vegetal, las especies locales. Es lo que otorga una indudable importancia científica a esta colección

 Aunque en un principio fue un científico de mucho prestigio y que durante los primeros años de su carrera había contado con el respaldo del gobierno bolchevique (incluso recibió el Premio Lenin, algo así como el Nobel de la URSS), tras la muerte de Lenin, la situación de Vavílov se fue complicando y cayó en desgracia por defender la genética, que para los soviéticos era una "pseudociencia burguesa".

Stalin creía en una hipótesis científica ahora desacreditada: la herencia de características adquiridas. El "hombre" socialista engendraría descendencia socialista. Trofim Lysenko, su asesor científico de confianza, lo respaldó. Según defendía entonces este agrónomo ucraniano, la genética era una ciencia inventada por el capitalismo para dar una justificación biológica a las diferencias de clase. Lysenko defendía que la evolución estaba guiada por la “herencia de rasgos adquiridos”, una línea de pensamiento que derivaba del lamarckismo y opuesta a la selección natural. Y Nikolái Vavílov, el verdadero científico, fue considerado enemigo del estado por no seguir esta línea de pensamiento. Así que fue arrestado en 1940 y encarcelado, un año antes de que comenzara el sitio de Leningrado.

Un legado imperecedero para las generaciones venideras

Pero antes de ser condenado al olvido, Nikolái Vavílov ayudó a transformar a los académicos de la botánica y fue uno de los primeros científicos en escuchar a los agricultores, incluidos los agricultores tradicionales y campesinos, que sentían que la diversidad de semillas era importante en sus campos. Vavílov acumuló una colección de unas 220.000 variedades de semillas distintas, lo que estimuló ocho centros de origen de cultivos donde reproducirlas, estaciones de cultivo científico diseminadas a lo largo de toda la Unión Soviética que le permitía experimentar con las diferentes especies en zonas climáticas distintas. Pretendía así averiguar cuáles eran los cultivos idóneos para cada una. Su compromiso y dedicación por las semillas es incomparable y demuestra su preocupación por el futuro de la agricultura.

Durante su vida, se dio cuenta de la necesidad de guardar semillas, pero debido a la colectivización de las granjas privadas por parte de Stalin y al convertirlas en líneas de montaje, ningún agricultor poseía su tierra ni controlaba sus cultivos. Stalin usó a Vavílov como chivo expiatorio, culpándole del hambre y al fracaso de sus colectividades agrícolas, arrojándole como un perro a la oscuridad de un remoto gulag. Después de más de 18 meses comiendo repollo congelado y harina enmohecida, el botánico que intentó durante más de 50 años acabar con la hambruna en el mundo, murió de hambre.

Hoy en día Nikolái Vavílov, aunque poco conocido más allá de los libros de historia, ocupa un lugar destacado en el Olimpo de los hombres ilustres de la ciencia. Su memoria fue restaurada casi tres décadas después de su muerte, cuando en 1968 el instituto fundado por él en San Petersburgo pasó a llamarse Instituto Vavílov de Industria Vegetal. Por suerte, su enorme esfuerzo y el de sus colaboradores sin duda valió la pena.

 Fuente: https://www.alchimiaweb.com/blog/instituto-vavilov/

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