martes, 2 de noviembre de 2021

La energía que cambia para que todo sea igual

 La transición a las emisiones cero netas no será posible si el programa de cambio se convierte en un proyecto gatopardiano gestionado por los sospechosos habituales de la era de combustibles fósiles

Andy Robinson
Tal y como se plantea en este artículo, con mucha cautela, en vez de la “disonancia  cognitiva” del plan oficial para combatir el cambio climático forjado en el “bla bla bla” de Glasgow (Greta Thunberg dixit), hay que esbozar una ruta realista hacia una economía diseñada para, de verdad, estabilizar el clima del planeta. Disonancia cognitiva quiere decir creer en dos ideas contradictorias simultáneamente. Pongamos la importancia crítica de alcanzar las emisiones netas cero, por un lado, y la ampliación del aeropuerto de Barcelona o Madrid, por el otro. A fin de cuentas, los viajes aéreos serán complicados en un mundo de emisiones netas cero, a no ser que Ryanair nos proponga viajar en globo. Por tanto, llenar esos aeropuertos dependerá de la compra, por parte de las compañías aéreas, de offsets procedentes de sistemas de emisiones negativas para compensar el impacto de su jet fuel. 

Pero el principal proyecto de emisiones negativas es el fantasioso e hiper especulativo Bio Energía con Captura y Almacenamiento de Carbono (BECCS), que propone crear gigantescas plantaciones de biomasa a lo ancho de un área tres veces más grande que la superficie de India. Estos monocultivos absorberían CO2 y luego serían talados y convertidos en combustibles para la generación de electricidad. El C02 emitido por la quema sería capturado y almacenado en depósitos subterráneos. El BECCS es esencial para evitar las subidas de temperatura de 1,5 grados, según el plan oficial que será reafirmado en Glasgow.

Si usted cree que esto es viable, únase a la campaña en favor de los mega aeropuertos del siglo XXI, los motores de crecimiento para gobiernos y empresas víctimas de la mutación más aguda de la disonancia cognitiva. Para Jason Hickel, antropólogo económico nacido  en Suazilandia y autor de Less is more, el BECCS es “un parche mágico que cuenta con cero apoyo en la comunidad científica”.  

Por “ruta realista” se refiere a una radical transformación social y económica, que no descarte poner fin al capitalismo, necesaria para  estabilizar el clima. Empezaría por reducir equitativamente la demanda de energía hasta un 40%. Por supuesto, esto pondría los pelos de punta a los directivos de las grandes multinacionales que se han hecho con las riendas de la transición energética actual. Pero tenemos que ser realistas.

 Es importante  no perder el tiempo con fantasías sin fundamento. La transición a las emisiones cero netas no será posible si el programa de cambio, llámese Green New Deal o Revolución industrial verde, se convierte en un proyecto gatopardiano gestionado por los sospechosos habituales de la era de combustibles fósiles. Las mismas multinacionales energéticas, tras un rebranding verde. Las mismas corporaciones del automóvil ya recicladas para la era del litio. Los mismos bancos internacionales que financiaron la destrucción medioambiental que ahora denuncian. Un proyecto en el que la energía cambie para que Iberdrola, Volkswagen, el Banco Santander sigan siendo iguales, no va a servir. 

Si se opta por ese plan impulsado por los lobbies de Green Inc., el crecimiento de la demanda de energía rebasará la capacidad de las renovables y será imposible evitar una subida de temperaturas superior a los 1,5 grados o incluso dos grados. 

El camino de la verdad, pues, pasa por la ciencia de la termodinámica y las mediciones cuantitativas de la intensidad energética del frenético crecimiento de la economía capitalista. Con la ciencia queda claro que, como resumió Naomi Klein, el cambio climático “lo cambia todo”. La ruta realista pasa por una “utopía científica” que va mas allá del capitalismo, según afirma Hickel en esta entrevista.

Dado el impacto sobre el coste de la energía y las facturas de la luz, si las empresas con ánimo de lucro y de poder oligopólico siguen al mando de esta transición, no solo la ciencia exigirá  un cambio de plan, sino que también lo hará la política. Los guerreros de la justicia del clima de Greta Thunberg acabarán cerrando filas con los ‘chalecos amarillos’ en las calles de Glasgow y de París.   

“Si reduces la oferta de energía fósil sin reducir la demanda, los precios van a subir y el mas perjudicado será la clase trabajadora y los pobres”, afirmó Hickel, ahora afincado en Barcelona, en una reunion convocada por el pionero Joan Martínez Alier en el Ateneu de Barcelona. ”Así ocurrió con los ‘chalecos amarillos’”. Un impuesto sobre el carbono subirá el precio del combustible y puede desatar batallas campales en las ciudades como las de las mujeres  quechua contra la subida del diésel en Quito, en septiembre del 2019

Hay dos medidas que hay que adoptar, sostiene Hickel. “Una es reducir la demanda energética mediante políticas que frenen el crecimiento del PIB en las economías ricas. La otra es la nacionalización de las empresas de energía y la industria de combustibles fósiles para ir cerrando su producción. Habría que subir la oferta de renovables lo antes posible. En el periodo intermedio habría que asegurar que los servicios esenciales se mantuvieran y racionar la energía de forma justa”. Y añade: “El capitalismo no es compatible con la transición energética que necesitamos”. 

El crispado debate sobre el decrecimiento tal vez se puede analizar en otro foro. Pero aquí quisiera resaltar este ultimo punto de Hickel sobre la necesidad de que los Estados y no las empresas privadas gestionen esta transición épica hacia una economía compatible con el futuro del planeta.  

Las  empresas privadas multinacionales, lideres de la era de la energía limpia, y también de la sucia, suelen insistir en que solo ellas tienen la capacidad innovadora para afrontar el reto de estabilizar el clima. Hace falta –sostienen– una economía capitalista con robusto crecimiento para desarrollar las nuevas tecnologías y  descarbonizar el mundo.   

Pero no es así. “Francamente este tipo de argumento cae por su propio peso”, me explicó Tim Jackson, cuyo nuevo libro, Post growth: life after capitalism, señala –al igual que el de Hickel– que la transición no será posible en un marco de capitalismo monopolizado, financiarizado  y globalizado.  “La innovación para las tecnologías necesarias para combatir la crisis del clima viene principalmente del Estado”.   

Para comprobar los problemas de aplicar el mismo modelo de capitalismo neoliberal y globalizado a la transición a la economía de emisiones cero, recomiendo leer este brillante articulo de James Meek, en London Review of Books.

Meek cuenta la sórdida historia de CS Wind, fabricante de la nueva generación de grandes turbinas de la multinacional en el Mar del Norte británico –el  parque eólico más grande del mundo–. El periodista viaja al deprimido noreste de Inglaterra donde observa la llegada de un barco al río Humber tras un viaje intercontinental desde el puerto de Phu My, en Vietnam. Su carga es una turbina de energía eólica fabricada por la CS Wind en su planta vietnamita en la que se trabaja una media de 84 horas semanales por salarios base de unos 400 dólares al mes. 

Acto seguido, Meek visita Campbeltown, una ciudad posindustrial en Escocia, donde la planta de la misma CS Wind –que fabrica las turbinas en una cadena de suministro global gestionada y rentabilizada por Siemens y su socio español Gamesa– acaba de cerrar debido a la competencia de la planta vietnamita.  Compara la suerte de Thomas Macguire, un trabajador de CS Wind en Campbeltown, que fue despedido porque se negó a realizar un trabajo que violaba las normas de seguridad, y de Doan Van Quang, aplastado por un anillo de metal que se descolgó de la turbina cuando realizaba la misma tarea en la planta vietnamita.   

Los accionistas de diversas empresas occidentales y coreanas que operan en el negocio transfronterizo de la energía eólica se han embolsado miles de euros de subsidios e incentivos públicos. Pero el resultado es exactamente igual que en la era de los combustibles fósiles: la deslocalización de la producción a países de mano de obra barata y la desindustrialización de los países que tienen salarios relativamente elevados.  

Siemens-Gamesa y su rival danesa Vestas en la ingeniería eólica reducen los costes de sus parques de turbinas y ensanchan sus márgenes de beneficios al fomentar una competencia salvaje entre diferentes plantas de sus cadenas globales de proveedores, lo que pone en peligro las vidas de los trabajadores. La carrera desesperada por desplegar más capacidad eólica en la lucha por salvar al planeta se suma a las presiones en las plantas de generación.   

Meek reflexiona: conforme “el sueño utópico” de la economía de cero emisiones netas “se convierte en un  gigantesco negocio corporativo, no es posible reconciliar las metas de la energía verde barata, el comercio libre y los empleos bien remunerados”. 

No hay duda de que “el sueño de la transición a la energía verde empieza a convertirse en la realidad”. Pero “se ha rediseñado para convertirse en  un proyecto del capitalismo del consumo  globalizado”. Busca  sus “metas utópicas  a la vez que alimenta la actividad bursátil, hace aún más ricos a los ricos y extiende una sensación generalizada de virtud”. Pero no salvará el planeta. 

Fuente: https://ctxt.es/es/20211101/Firmas/37819/energia-renovables-eolicas-empresas-cambio-climatico-andy-robinson.htm

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