miércoles, 16 de junio de 2021

La guerra tecnológica entre Estados Unidos y China sube de nivel ante la escasez de chips

La guerra tecnológica entre Estados Unidos y China sube de nivel ante la  escasez de chips | ctxt.es

Chips. AKuptsova

 Taiwán, país clave en la producción, está en medio de una sequía; solo su empresa más grande del sector necesita 156.000 toneladas de agua diarias. Las sanciones de la Administración Biden están impulsando la industria local en Pekín

  La crisis de los chips (o semiconductores) está poniendo en jaque a la economía global, y afecta a numerosas industrias y países. Se ha parado la producción en muchas empresas y los gobiernos están desesperados por asegurar el suministro. La escasez está, incluso, ralentizando la recuperación económica y amenaza con encarecer productos como coches, videoconsolas o electrodomésticos. 
El problema no es pequeño: los semiconductores son componentes básicos para cualquier dispositivo electrónico, fundamental en sectores tan dispares como el automovilístico o el militar. Su creciente importancia geoeconómica está provocando el aumento de las tensiones entre las grandes potencias, fundamentalmente entre China y Estados Unidos. La Administración Biden está intentando presionar a sus aliados (Taiwán, la UE o Japón) para aislar al gigante asiático. Por su parte, China acelera sus pretensiones de aumentar su autonomía tecnológica en un contexto altamente hostil. 

¿Por qué hay una crisis de chips?

El caos en las cadenas globales de producción que se vivió en el 2020 sigue teniendo consecuencias. En plena pandemia, muchas empresas automovilísticas pospusieron inversiones, mientras que aumentaban en el sector de la electrónica debido al teletrabajo y al aumento del ocio en el hogar. En consecuencia, las fábricas se centraron en cubrir la creciente demanda de chips para ordenadores, móviles, tablets, etc. Cuando la industria del automóvil intentó reestablecer sus inversiones, se encontró con que no había capacidad para producir más chips. Por si fuera poco, el auge de las criptomonedas ha empujado la demanda al alza, ya que se minan a través de computadoras que necesitan chips avanzados.
El problema es que la industria de semiconductores no es capaz de adaptarse a los cambios de la demanda. Se requieren meses para reorganizar la producción y años para abrir nuevas fábricas, además de sumas estratosféricas de dinero con grandes barreras de entrada. A esto se le suma el impacto medioambiental: Taiwán, país clave en la producción de chips, se encuentra en medio de una sequía y su mayor compañía en el sector necesita 156.000 toneladas de agua al día. Además, décadas de deslocalización y desarrollo de cadenas de suministro basadas en el just-in-time han mejorado la rentabilidad de las empresas individuales a expensas de la solidez y la seguridad del sistema en su conjunto.
Los gobiernos poco pueden hacer a corto plazo. La capacidad era escasa incluso antes de la pandemia, pues la inversión de las empresas de chips en equipos de fábrica ha estado por debajo de la media en los últimos años. Sin embargo, a largo plazo es distinto: los países están peleando cada vez más por ganar autonomía, incrementando la intervención del Estado. La industria de los semiconductores es un ejemplo de ello, a la vez que muestra la lucha por la hegemonía entre China y Estados Unidos.

El papel de las grandes potencias

La cadena de suministro de semiconductores es una de las más complejas e importantes del mundo: son piezas estratégicas tanto para la industria militar, como para la producción de automóviles, ordenadores o smartphones. Existen empresas que diseñan sus chips (Fabless), pero encargan su producción (Foundry) y ensamblaje (OSAT) a terceros y otras que integran todas las fases (Integrated Device Manufacturer). En este proceso son fundamentales las empresas dedicadas a suministrar material y equipamiento de última generación para que se puedan fabricar los chips (Figura 1)
Figura 1: Cadena de producción de los semiconductores. Fuente: Center for Security and Emerging Technology
 
A su vez existen distintos tipos de chips y no todas las empresas pueden fabricar los más avanzados. De hecho, Estados Unidos domina las partes de más valor añadido de la cadena, con empresas punteras en diseño (Qualcomm) y en la producción integrada (Intel), pero tiene grandes problemas para fabricar los más avanzados. La empresa que domina la fabricación de los chips más potentes es TSMC, en Taiwán, de ahí su importancia estratégica. La UE, por su parte, solo es capaz de producir el 9% de los chips a nivel mundial, aunque cuenta con ASML, el principal fabricante de máquinas de litografía para producir semiconductores. En suma, Estados Unidos y sus aliados controlan toda la cadena de valor de los semiconductores (Figura 2). 
 Figura 2: Participación en las ventas de semiconductores por sectores. Fuente: Center for Security and Emerging Technology 
 Por otro lado, aunque China es el mayor demandante de chips, con un 35% del consumo mundial, solo constituye el 8% de la oferta. El país asiático lleva una década implementando grandes proyectos, como el Made in China 2025, lo que le está permitiendo ganar autonomía y convertirse en una potencia tecnológica en áreas clave como el 5G. Pese a esto, Pekín tiene grandes limitaciones en la producción de los chips más avanzados, una diana fácil para los ataques de EE. UU. 
Desde 2018, Estados Unidos ha aplicado una estrategia de contención contra China, ya que percibe el ascenso tecnológico del gigante asiático como una amenaza para su hegemonía. En parte, esto pasa por bloquear el acceso de Pekín a componentes clave para la fabricación de semiconductores, incluyendo en la lista negra a su mayor productor (SMIC) e impidiendo que haga negocios con las mencionadas TSCM o ASML
La paradoja es que las sanciones que impone EE. UU. están impulsando la industria local de semiconductores en China. Antes, las empresas chinas preferían comprar chips a proveedores extranjeros con experiencia. Sin embargo, las sanciones han obligado a aumentar las compras locales, impulsando los beneficios de muchos fabricantes. Esto acelera el objetivo de Pekín de aumentar su autonomía tecnológica, aunque en el caso de los semiconductores ese objetivo está todavía lejos. 
 
Las grandes potencias mueven ficha: el regreso del Estado 
Dada la complejidad y el papel de cada país en la cadena de suministro de chips, los gobiernos tienen un margen de maniobra limitado. A corto plazo, todas las miradas se centran en seducir a Taiwán para solucionar el problema de escasez. Tanto el Gobierno estadounidense como el alemán han mantenido contactos para que TSMC dé prioridad a sus empresas. Incluso el Gobierno chino ha tenido cuidado a la hora de criticar a TSMC, a pesar de que la empresa ha cooperado con Washington en la imposición de restricciones a empresas chinas como Huawei o Tianjin Pythium (un diseñador de chips para supercomputadoras). Además, a medio plazo, tanto la UE, como EE. UU. y Japón están intentando construir fábricas de la empresa taiwanesa en sus territorios.
 La escasez de chips ha hecho que las grandes potencias aceleren sus estrategias a largo plazo. La Administración Biden, dentro de su plan de inversión en infraestructuras, va a destinar 54.000 millones para impulsar la industria de semiconductores. En el caso de China, dado el contexto de escasez y de bloqueo por parte de Estados Unidos, se ha acelerado la necesidad de ganar autonomía. Desde 2019 lleva invertidos 100.000 millones de dólares y este año ha destinado a su principal fabricante de chips (SMIC) 2.400 millones de dólares para la creación de una nueva planta. También la UE estudia construir una fábrica de semiconductores avanzados para evitar depender tanto de EE.UU. y Asia, ya que esta tecnología constituye el núcleo de algunas de sus principales industrias. La UE busca pasar de representar el 9% al 20% de la fabricación mundial, con parte de los fondos del Mecanismo para la Recuperación y Resiliencia.
En los próximos años, tecnologías como el 5G o la inteligencia artificial serán el centro de la IV Revolución Industrial y el país que lidere su desarrollo será uno de los centros de acumulación de capital en la nueva etapa del capitalismo global. Esto hace que la importancia de los semiconductores sea todavía mayor, pues ninguna potencia puede dominar el desarrollo de dichas tecnologías sin acceso a los chips más avanzados. 
En este contexto, la madre de todas las batallas es la que enfrenta a Estados Unidos con China, pues los chips serán un elemento clave en la disputa por la hegemonía mundial. La estrategia de Washington es clara: ganar autonomía y eliminar dependencias críticas en las cadenas globales de valor, a la vez que intenta contener el ascenso tecnológico de Pekín. La Administración Biden está consiguiendo movilizar a sus aliados para cercar cada vez más a China, a la que no le queda más remedio que acelerar sus ambiciones de impulsar la soberanía tecnológica del país. La guerra por los chips (y por la hegemonía mundial) no ha hecho más que comenzar.
 

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