Taiwán, país clave en la producción, está en medio de una sequía; solo su empresa más grande del sector necesita 156.000 toneladas de agua diarias. Las sanciones de la Administración Biden están impulsando la industria local en Pekín
La crisis de los chips (o semiconductores)
está poniendo en jaque a la economía global, y afecta a numerosas
industrias y países. Se ha parado la producción en muchas empresas y los
gobiernos están desesperados por asegurar el suministro. La escasez
está, incluso, ralentizando la recuperación económica y amenaza con
encarecer productos como coches, videoconsolas o electrodomésticos.
El problema no es pequeño: los semiconductores son componentes básicos
para cualquier dispositivo electrónico, fundamental en sectores tan
dispares como el automovilístico o el militar. Su creciente importancia
geoeconómica está provocando el aumento de las tensiones entre las
grandes potencias, fundamentalmente entre China y Estados Unidos. La
Administración Biden está intentando presionar a sus aliados (Taiwán, la
UE o Japón) para aislar al gigante asiático. Por su parte, China
acelera sus pretensiones de aumentar su autonomía tecnológica en un
contexto altamente hostil.
¿Por qué hay una crisis de chips?
El caos en las cadenas globales de producción que se vivió en el 2020
sigue teniendo consecuencias. En plena pandemia, muchas empresas
automovilísticas pospusieron inversiones, mientras que aumentaban en el
sector de la electrónica debido al teletrabajo y al aumento del ocio en
el hogar. En consecuencia, las fábricas se centraron en cubrir la
creciente demanda
de chips para ordenadores, móviles, tablets, etc. Cuando la industria
del automóvil intentó reestablecer sus inversiones, se encontró con que
no había capacidad para producir más chips. Por si fuera poco, el auge
de las criptomonedas ha empujado la demanda al alza, ya que se minan a través de computadoras que necesitan chips avanzados.
El problema es que la industria de semiconductores no es capaz de adaptarse a los cambios de la demanda.
Se requieren meses para reorganizar la producción y años para abrir
nuevas fábricas, además de sumas estratosféricas de dinero con grandes
barreras de entrada. A esto se le suma el impacto medioambiental:
Taiwán, país clave en la producción de chips, se encuentra en medio de
una sequía y su mayor compañía en el sector necesita 156.000 toneladas de agua al día. Además, décadas de deslocalización y desarrollo de cadenas de suministro basadas en el just-in-time han mejorado la rentabilidad de las empresas individuales a expensas de la solidez y la seguridad del sistema en su conjunto.
Los gobiernos poco pueden hacer a corto plazo. La capacidad era
escasa incluso antes de la pandemia, pues la inversión de las empresas
de chips en equipos de fábrica ha estado por debajo de la media
en los últimos años. Sin embargo, a largo plazo es distinto: los países
están peleando cada vez más por ganar autonomía, incrementando la
intervención del Estado. La industria de los semiconductores es un
ejemplo de ello, a la vez que muestra la lucha por la hegemonía entre
China y Estados Unidos.
El papel de las grandes potencias
La cadena de suministro de semiconductores es una de las más
complejas e importantes del mundo: son piezas estratégicas tanto para la
industria militar, como para la producción de automóviles, ordenadores o
smartphones. Existen empresas que diseñan sus chips (Fabless), pero encargan su producción (Foundry) y ensamblaje (OSAT) a terceros y otras que integran todas las fases (Integrated Device Manufacturer).
En este proceso son fundamentales las empresas dedicadas a suministrar
material y equipamiento de última generación para que se puedan fabricar
los chips (Figura 1)
Figura 1: Cadena de producción de los semiconductores. Fuente: Center for Security and Emerging Technology |
A su vez existen distintos tipos de chips y no todas las empresas pueden fabricar los más avanzados. De hecho, Estados Unidos
domina las partes de más valor añadido de la cadena, con empresas
punteras en diseño (Qualcomm) y en la producción integrada (Intel), pero
tiene grandes problemas para fabricar los más avanzados. La empresa que
domina la fabricación de los chips más potentes es TSMC, en Taiwán, de
ahí su importancia estratégica. La UE, por su parte, solo es capaz de
producir el 9% de los chips a nivel mundial, aunque cuenta con ASML,
el principal fabricante de máquinas de litografía para producir
semiconductores. En suma, Estados Unidos y sus aliados controlan toda la
cadena de valor de los semiconductores (Figura 2).
Figura 2: Participación en las ventas de semiconductores por sectores. Fuente: Center for Security and Emerging Technology |
Por otro lado, aunque China es el mayor demandante de chips, con un 35%
del consumo mundial, solo constituye el 8% de la oferta. El país
asiático lleva una década implementando grandes proyectos, como el Made in China 2025,
lo que le está permitiendo ganar autonomía y convertirse en una
potencia tecnológica en áreas clave como el 5G. Pese a esto, Pekín tiene
grandes limitaciones en la producción de los chips más avanzados, una
diana fácil para los ataques de EE. UU.
Desde 2018, Estados Unidos ha aplicado una estrategia de contención
contra China, ya que percibe el ascenso tecnológico del gigante asiático
como una amenaza para su hegemonía.
En parte, esto pasa por bloquear el acceso de Pekín a componentes clave
para la fabricación de semiconductores, incluyendo en la lista negra a
su mayor productor (SMIC) e impidiendo que haga negocios con las mencionadas TSCM o ASML.
La paradoja es que las sanciones que impone EE. UU. están impulsando
la industria local de semiconductores en China. Antes, las empresas
chinas preferían comprar chips a proveedores extranjeros con
experiencia. Sin embargo, las sanciones han obligado a aumentar las
compras locales, impulsando los beneficios de muchos fabricantes. Esto
acelera el objetivo de Pekín de aumentar su autonomía tecnológica,
aunque en el caso de los semiconductores ese objetivo está todavía
lejos.
Las grandes potencias mueven ficha: el regreso del Estado
Dada la complejidad y el papel de cada país en la cadena de
suministro de chips, los gobiernos tienen un margen de maniobra
limitado. A corto plazo, todas las miradas se centran en seducir a
Taiwán para solucionar el problema de escasez. Tanto el Gobierno
estadounidense como el alemán han mantenido contactos para que TSMC dé
prioridad a sus empresas. Incluso el Gobierno chino ha tenido cuidado a
la hora de criticar a TSMC, a pesar de que la empresa ha cooperado con
Washington en la imposición de restricciones a empresas chinas como
Huawei o Tianjin Pythium (un diseñador de chips para supercomputadoras).
Además, a medio plazo, tanto la UE, como EE. UU. y Japón están
intentando construir fábricas de la empresa taiwanesa en sus
territorios.
La escasez de chips ha hecho que las grandes potencias aceleren sus
estrategias a largo plazo. La Administración Biden, dentro de su plan de
inversión en infraestructuras, va a destinar 54.000 millones para
impulsar la industria de semiconductores. En el caso de China, dado el
contexto de escasez y de bloqueo por parte de Estados Unidos, se ha
acelerado la necesidad de ganar autonomía. Desde 2019
lleva invertidos 100.000 millones de dólares y este año ha destinado a
su principal fabricante de chips (SMIC) 2.400 millones de dólares para
la creación de una nueva planta. También la UE estudia construir una fábrica de semiconductores
avanzados para evitar depender tanto de EE.UU. y Asia, ya que esta
tecnología constituye el núcleo de algunas de sus principales
industrias. La UE busca pasar de representar el 9% al 20% de la fabricación mundial, con parte de los fondos del Mecanismo para la Recuperación y Resiliencia.
En los próximos años, tecnologías como el 5G o la inteligencia
artificial serán el centro de la IV Revolución Industrial y el país que
lidere su desarrollo será uno de los centros de acumulación de capital
en la nueva etapa del capitalismo global. Esto hace que la importancia
de los semiconductores sea todavía mayor, pues ninguna potencia puede
dominar el desarrollo de dichas tecnologías sin acceso a los chips más
avanzados.
En este contexto, la madre de todas las batallas es la que enfrenta a
Estados Unidos con China, pues los chips serán un elemento clave en la
disputa por la hegemonía mundial. La estrategia de Washington es clara:
ganar autonomía y eliminar dependencias críticas en las cadenas globales
de valor, a la vez que intenta contener el ascenso tecnológico de
Pekín. La Administración Biden está consiguiendo movilizar a sus aliados
para cercar cada vez más a China, a la que no le queda más remedio que
acelerar sus ambiciones de impulsar la soberanía tecnológica del país.
La guerra por los chips (y por la hegemonía mundial) no ha hecho más que
comenzar.
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