viernes, 26 de febrero de 2021
miércoles, 24 de febrero de 2021
Día de Rosalía de Castro
Magnolia soulangiana |
Conversación a la luz de una vela
Fragmento de la pintura La boyarda Morózova de Vasili Súrikov que retrata el arresto de Feodosia en 1671. Ella sostiene dos dedos levantados, mostrando así la antigua forma de la Señal de la Cruz hecha con dos dedos que los nikonianos sustituyeron por una hecha con tres. 1877. Galería Tretiakov de Moscú. https://es.wikipedia.org/wiki/Feodosia_Morozova |
...
Piotr Ivánovich Potiomkin (Potemkin). Carreño de Miranda, Juan. Museo del Prado |
lunes, 22 de febrero de 2021
Proverbios y cantares
Antonio Machado en su lecho de muerte, cubierto con la bandera republicana, en su habitación del hotel Bougnol Quintana, Collioure (Francia), el 22 de febrero de 1939. |
Un estudio del FMI prevé una oleada de estallidos sociales tras la pandemia
El máximo riesgo de crisis política es a los dos años del pico de la pandemia
Verano del 2022. Justo cuando los gobiernos piensan que lo peor ya ha pasado tras llevar a cabo una campaña exhaustiva de vacunas y paquetes billonarios de reactivación económica, el mundo, de repente, se enciende. Hay batallas campales en cientos de ciudades entre manifestantes y policías antidisturbios vestidos al estilo de Robocop . Imágenes de edificios en llamas se proyectan en millones de pantallas de televisión. Los gobiernos caen en elecciones tumultuosas.
No es la próxima entrega de la serie distópica Years and years sino un escenario que dibuja lo que podría pasar tras la pandemia a partir de un análisis realizado por los sesudos técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI)
La pandemia tampoco es la causa inicial sino un catalizador“Desde la plaga de Justiniano en el siglo VI y la Peste Negra del siglo XIV hasta la gripe española del 1918, la historia está trufada de ejemplos de epidemias que tienen fuertes repercusiones sociales: transforman la política, subvierten el orden social y provocan estallidos sociales”, afirman Philip Barrett y Sophia Chen en su informe Las repercusiones sociales de las pandemias (enero del 2021). Y el periodo tras la covid no tiene por que ser muy diferente.
¿Por qué? Una posible explicación es que una pandemia “pone de manifiesto las fracturas ya existentes en la sociedad: la falta de protección social, la desconfianza en las instituciones, la percepción de incompetencia o corrupción de los gobiernos”, sostienen los técnicos del FMI.
A partir de un análisis de millones de artículos de prensa publicados desde 1985 en 130 países, el FMI ha elaborado un índice de malestar social que permite cuantificar la probabilidad de una explosión de protestas como consecuencia de la pandemia. Los técnicos relacionan los casos de estallidos sociales con 11.000 diferentes acontecimientos ocurridos desde las años ochenta. Estos incluyen desastres naturales como inundaciones, terremotos o huracanes, así como epidemias.
Utilizando complejas ecuaciones algebraicas, los expertos descubren “una relación positiva y significativa” entre desastres y estallidos sociales. Concretamente, “existe una relación positiva entre los estallidos sociales y las epidemias”, afirman Barrett y Chen en su informe.
“A más largo plazo, la frecuencia de estallidos sociales se dispara”Como suele ocurrir con los estudios económicos, la relación entre desastres y protestas es algo que tal vez mucha gente, sin necesidad de ecuaciones matemáticas, entenderían intuitivamente. Pero lo interesante del análisis del FMI es la relación cronológica que identifica entre las epidemias y los estallidos sociales. Hay un importante efecto retraso. Muchos meses, hasta dos años, separan el momento álgido de la epidemia de las rebeliones.
Efectivamente, ha habido pocas protestas durante esta pandemia. Más bien, en los últimos meses “el numero de manifestaciones físicas de malestar social ha caído a su nivel mas bajo en casi cinco años”. La excepción es el movimiento Black Lives Matter tras el asesinato a manos de policías de George Floyd en Minneapolis, que desencadenó una oleada de protestas en EE.UU.
Pero mas allá de este resultado inmediato pacificador de las epidemias, “a más largo plazo, la frecuencia de estallidos sociales se dispara”, se sostiene en el informe del FMI, de tono mucho más frío y distanciado que la información que analiza sobre disturbios en millones de indignados artículos de prensa a lo largo de las décadas.
A partir de la información obtenida sobre diferentes clases de protesta, los investigadores del FMI demuestran que, con el tiempo, “el riesgo de disturbios y manifestaciones contra el gobierno va en aumento” . Es más, “sube el riesgo de graves crisis políticas (acontecimientos que pueden derribar gobiernos), que normalmente ocurren en los dos años posteriores a la epidemia grave”, resumen los técnicos de la institución multilateral de sede en Washington.
El informe llega a la conclusión de que “el malestar social era elevado antes de la covid y se ha moderado durante la pandemia pero, si la historia nos sirve de guía, es razonable esperar que, conforme la pandemia se disminuya, los estallidos sociales emergerán de nuevo”.
Otro informe del FMI titulado Cómo las pandemias conducen a la desesperación y al malestar social (octubre del 2020), de Tahsin Saadi Sedik y Rui Xu, utiliza metodología similar para determinar con precisión este efecto retraso. “Las epidemias severas que provocan elevada mortalidad aumentan el riesgo de disturbios y manifestaciones antigubernamentales”, explican. Estos “eventos pandémicos generan un riesgo de desorden civil significativamente más elevado después de 14 meses”. Cinco años después de la pandemia todavía existe un “efecto cuantitativamente significativo sobre la probabilidad de estallidos sociales”. Los brotes de ébola en el Oeste de África entre el 2014 y el 2016, por ejemplo, “provocaron un aumento de la violencia civil superior al 40% al cabo de un año y su efecto sobre el malestar social persistía varios años después”.
Aunque
la chispa de la violencia no tiene por qué estar relacionada con la
pandemia, el trauma social y el impacto socioeconómico de la crisis
sanitaria está detrás de las
repetidas instancias de protestas.
Pero la pandemia tampoco es la causa inicial sino un catalizador. El primer eslabón del efecto dominó es la desigualdad y la percepción de injusticia, explican los analistas del FMI. “Los resultados de nuestro estudio indican que la desigualdad elevada está relacionada con más estallidos sociales (…) y el malestar social será mayor cuanto más elevada la desigualdad de renta al inicio”, sostienen.
Las pandemias detonan la bomba de relojería “porque reducen el crecimiento económico y elevan la desigualdad” y crean “un círculo vicioso en el que el crecimiento más lento, la subida de la desigualdad y el aumento de malestar social se refuerzan el uno al otro”.
viernes, 19 de febrero de 2021
Caída de la tarde
El Tratado entre Mercosur y la UE, ¿oportunidad histórica o “acuerdo vampiro”?
El inminente tratado comercial entre Mercosur y la UE anticipa más deforestación, más paro, más hormonas y antibióticos en la carne y más huella de carbono. El Gobierno español lo apoya incondicionalmente.
Fue Susan George, la activista de Attac (Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana), quien popularizó la expresión “acuerdos vampiros”, aludiendo a tratados de libre comercio que se negocian en total opacidad, porque “si salen a la luz, se mueren, pues rara vez resisten el debate democrático”. Algo así ocurre con el tratado que podría firmarse entre la Unión Europea y el Mercado Común del Sur (Mercosur), del que participan actualmente Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay.
La falta de transparencia en la tramitación de este tipo de acuerdos tiene que ver con que su implementación deja ganadores y perdedores. Del lado de la Unión Europea, entre los sectores que más se beneficiarán del acuerdo están las empresas del sector automotriz, la industria química y los servicios, pero también el sector farmacéutico, agropecuario, energético, minero y la banca.
Del lado del Mercosur, los mayores ganadores son los exportadores agropecuarios y, en particular, los grandes frigoríficos brasileños. “Son los grandes productores y exportadores los que se van a beneficiar, no los pequeños y medianos productores”, afirma Luciana Guiotto, miembro de TNI y Attac Argentina y coautora del libro El Acuerdo entre Mercosur y Unión Europea. Estudio integral de sus cláusulas y efectos, que analiza críticamente las consecuencias que tendría el tratado de ser ratificado.
Guiotto concluye que el acuerdo “congelaría las asimetrías comerciales entre ambos bloques, haciendo más difícil de cambiar el hecho de que el Mercosur exporta fundamentalmente productos con bajo valor agregado, como carne, soja o zumo de naranja”. Pero tampoco saldrán bien parados los ganaderos al otro lado del Atlántico: el sindicato agrario COAG ha estimado las pérdidas para los agricultores españoles en unos 2.700 millones de euros al año.
Empresas cárnicas brasileñas como JBS, Marfrig, BRF y Minerva se han convertido en líderes del sector a nivel global. Los que exportan ya grandes cantidades de carne vacuna, como JBS, podrán hacerlo con aranceles mucho más bajos. Actualmente, la llamada “cuota Hilton” permite exportar de Brasil a la UE 46.000 toneladas de vacuno al año a un arancel del 20%; ahora, esa cantidad no pagará arancel, y se añade una nueva cuota de 55.000 toneladas con un arancel del 7,5%. De este modo, estas empresas acumularán beneficios, a pesar de que las investigaciones de organizaciones como Amigos de la Tierra, Greenpeace, Repórter Brasil, Amnistía Internacional, Imazon y Mercy For Animals han probado su vínculo con la deforestación de la selva amazónica y de otros ecosistemas vulnerables, como el Chaco y el Cerrado.
Estas empresas cárnicas brasileñas son financiadas por entidades bancarias como el Banco Santander, que entre 2014 y 2019 fue la segunda entidad bancaria europea que más financió a JBS, Marfrig y Minerva, directamente vinculadas con la deforestación en la selva amazónica. La ratificación del acuerdo comercial UE-MERCOSUR puede suponer el aumento de la inversión en actividades de deforestación por parte de las instituciones financieras de la Unión Europea. Según Mute Schimpf, responsable de Alimentación de Amigos de la Tierra Europa, “este acuerdo facilitaría las actividades de los bancos y los inversores de la UE en la financiación de la deforestación en los países del Mercosur, agravando así la amenaza a la que se enfrentan los bosques y las tierras de las comunidades”.
Con este tratado, “el sector cárnico tendrá una oportunidad de incrementar sus exportaciones o, al menos, de mejorar su rentabilidad gracias a la reducción de aranceles”, concluyen los analistas de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Algo parecido sucede con la producción de soja. En este caso, las exportaciones de soja del Mercosur a la UE, que alcanzaron los 2.188 millones de dólares en 2019, ya carecen de arancel, pero las empresas agroexportadoras pagan retenciones en Argentina. Tales regalías deberán reducirse a un máximo del 14%, lo que implica una pérdida de soberanía en la política económica del país austral, en un sector que resulta clave para su economía y que ha sido fuertemente cuestionado por el uso intensivo que requiere de agua, tierra y agrotóxicos con implicaciones severas para la salud de cuerpos y territorios.
Menos garantías para las consumidorasTambién disminuirán, de firmarse el acuerdo, los controles en las aduanas, lo que preocupa a sectores críticos en Europa, alertados por el excesivo uso de agroquímicos en los monocultivos de soja, así como de hormonas y antibióticos en las macrogranjas. El informe El verdadero coste del Tratado UE-Mercosur, de Amigos de la Tierra, documenta que Brasil usa 149 pesticidas prohibidos en Europa, y que la relajación de los controles de productos importados desde los países del Mercosur podría exponer a los consumidores europeos a la ractopamina, una hormona del crecimiento que está prohibida en 160 países, incluidos todos los de la UE, pero que se utiliza en Argentina y Brasil. Por todo ello, se teme que, de salir adelante el acuerdo, tenga un impacto que perjudique la salud de los y las ciudadanas europeas.
Foto: Activistas de Extinction Rebellion en una manifestación contra Mercosur, en Bruselas. REUTERS/Francois Lenoir |
Esta relajación en los controles aduaneros y el incentivo a la importación de carne de vacuno del Mercosur puede hacer que España aumente el volumen de carne de ternera procedente de zonas deforestadas de Brasil y comercializada en los supermercados españoles, muy difícil de rastrear su trazabilidad por las deficiencias de la legislación en el etiquetado actual, principalmente en la carne procesada. Entre 2014 y 2019, España importó 48.157 toneladas de vacuno de Brasil, siendo en 2019 el cuarto país europeo en cuanto a volumen de importaciones de carne de vacuno de zonas afectadas por la deforestación en Brasil.
Incrementar importaciones de soja y vacuno implicaría, además, un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que profundizan el cambio climático, debido tanto a la deforestación ligada a la expansión del modelo del agronegocio como al aumento del transporte en buques de carga. Según la comisión de expertos independientes que evaluó el impacto del acuerdo, implicaría la deforestación de 700.000 hectáreas en los seis años que seguirían a su aplicación, especialmente de la Amazonia. España es en la actualidad el tercer país europeo en huella de carbono asociada a la importación de carne de vacuno procedente de zonas deforestadas de Brasil, según un reciente estudio de Earthsight.
El riesgo de los protocolos ‘ad hoc’El acuerdo, fraguado a lo largo de dos décadas de negociaciones, la mayor parte del tiempo secretas, se encuentra hoy en fase de “revisión técnica y legal”, lo que en inglés se conoce como scrubbing. En esa fase, explica Guiotto, es habitual que se introduzcan reformas importantes al texto, con una falta de transparencia aún mayor que en el resto del proceso. Después, el texto deberá traducirse a todas las lenguas de la UE, para pasar a su ratificación por el Consejo Europeo y por cada uno de los países del Mercosur. De aprobarse por el Consejo, pasaría a los parlamentos nacionales, pero ya no el texto completo: la parte clave del tratado, la relativa a la política comercial, puede entrar en vigor aun sin la ratificación en los parlamentos nacionales, como de hecho sucedió con el TLC suscrito entre la UE y Colombia.
Del lado europeo, se ha colocado sobre la mesa la preocupación por las políticas medioambientales del presidente Jair Bolsonaro: durante su primer año en el poder, la deforestación creció un 85% en Brasil. Un informe reciente encargado por el Comité de Medio Ambiente del Parlamento Europeo pone en duda la capacidad de Brasil para cumplir con tratados internacionales como el de París, y admite que el tratado no contiene disposiciones que garanticen la protección de los ecosistemas y de los derechos humanos, ya que el recurso legal sólo es aplicable a violaciones de las cláusulas comerciales. En la actualidad la Comisión Europea está trabajando en la redacción de unos anexos que alivien las preocupaciones medioambientales y climáticas de algunos gobiernos, como el de Francia o Alemania.
El tratado UE-Mercosur, al igual que la mayoría de los reglamentos comerciales, es muy concreto sobre los aspectos económicos, pero no regula adecuadamente los impactos sociales y medioambientales. Este acuerdo ha sido alabado por la inclusión de un apartado sobre sostenibilidad, a pesar de su redacción imprecisa y no vinculante, lo que hace que su efectividad dependa de la buena voluntad de cada país.
“Si la UE y los países del Mercosur realmente tienen voluntad de enfrentar el cambio climático, la deforestación y frenar las violaciones a los derechos humanos, el lugar para hacerlo y lograrlo es respectivamente la Convención Marco sobre el Cambio Climático, el Convenio sobre la Diversidad Biológica y el Tratado Vinculante sobre Empresas Transnacionales y Derechos Humanos que se está negociando actualmente en la ONU. No este, ni ningún otro Tratado de Libre Comercio disfrazado de Acuerdo de Asociación”, afirma Alberto Villareal, coordinador regional del Programa de Justicia Económica y Resistencia al Neoliberalismo de Amigos de la Tierra América Latina y el Caribe.
Aún es difícil prever si el texto, o al menos su pata comercial, saldrá adelante. De lograrse la luz verde a este lado del Atlántico, encontrará también, previsiblemente, oposición en Argentina, tal vez el país más perjudicado por el acuerdo según el texto actual. Lo será por el impacto que tendrá en la industria automotriz y de autopartes, y por lo tanto, en el empleo. Son también polémicas las cláusulas que obligarían a los Estados, en las compras públicas y el sector servicios, a tratar de igual a igual a las empresas de los países firmantes, con consecuencias que podrían ser fatales para las pymes locales. “El problema es que no hay plan B: no se están discutiendo alternativas de reconversión para las pymes y los trabajadores que sufrirán directamente los impactos”, explica Guiotto.
Según declaraciones recientes del gobierno portugués, que ostenta desde enero la presidencia rotatoria de la Unión Europea, se hará de la ratificación del tratado una prioridad durante su mandato. Sin embargo, los parlamentos de Austria, Bélgica, Irlanda y Países Bajos ya se han posicionado en contra del acuerdo. Por el momento, el Estado español se ha postulado como uno de los máximos impulsores del tratado, tal vez porque, como sugiere el militante de Ecologistas en Acción Tom Kucharz, del acuerdo se beneficiarían “empresas del Ibex 35 con presencia en los países del Mercosur, tales como Telefónica, Santander, BBVA, Iberdrola y Naturgy”.
Lo cierto es que el apoyo del Gobierno español obvia los graves impactos económicos para el sector agrario y la amenaza para la seguridad alimentaria de los y las consumidoras, así como el previsible aumento de la huella ecológica.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/tratado-mercosur-ue-acuerdo-vampiro/
jueves, 18 de febrero de 2021
Sobre el poder de las farmacéuticas
La única responsabilidad social de los empresarios es aumentar sus ganancias.(Milton Friedman)
Se puede decir que hace ya un año que el SARS-CoV-2, el dichoso coronavirus, nos hace la vida imposible a los humanos. Nos mantiene en jaque vitalmente por el riesgo de muerte que conlleva su contagio, socialmente por las restricciones que impone atajarlo, sanitariamente por la descomunal presión asistencial a la que somete a nuestros servicios de salud, económicamente porque estrangula aquellos elementos que son esenciales en nuestro actual modelo de generación de riqueza, el cual no puede prescindir de la movilidad para el negocio. Tampoco es despreciable el efecto que puede tener la pandemia de la COVID-19 sobre la estabilidad política de los Estados si se prolonga demasiado.
Desde prácticamente el comienzo de la toma de medidas –todas ellas tan impopulares– por parte de los Gobiernos para luchar contra los contagios, la vacuna figuraba con aura providencial en el horizonte soñado de extinción de la pandemia.
Razones había para el escepticismo, como demuestra el artículo que se publicó el pasado mes de mayo en The Guardian bajo el título Why we might not get a coronavirus vaccine («por qué podríamos no conseguir una vacuna para el coronavirus»). Su autor, Ian Sample, editor de la sección de ciencia, se hacía eco de las dudas razonables expresadas por diversos expertos, los cuales aducían entre otros argumentos a favor de su escepticismo que aún carecemos de una vacuna para el VIH treinta años después de su identificación. Sin embargo, para alivio y esperanza del mundo, hace apenas un par de meses tuvimos la noticia que reforzaba nuestra fe en el Homo Deus en que nos hemos convertido gracias a la ciencia y a la tecnología: habemus vacunam.
Ciencia y tecnología, en efecto, habían cumplido. Le tocaba a la política cumplir con su misión de hacer efectiva la administración del milagro salvador al conjunto de la doliente ciudadanía. Y aquí, necesariamente, había que entrar en asuntos de economía. Porque el milagro de la vacuna no es de artesanía divina, sino que adquiere cuerpo a partir de su fabricación por parte de ciertas empresas, las farmacéuticas.
Es de dominio público que existen ciertos problemas en relación con su suministro en lo que a los países de la Unión Europea atañe. Esta institución había acordado, según parece, que la compañía AstraZeneca sirviera en un determinado periodo de tiempo un número de dosis según un contrato que ya se ha visto que no va a respetar. Enfrentamiento entre una multinacional y un Gobierno, en este caso supranacional. El poder económico contra el político.
Este conflicto es la concreción de una tensión crónica que podría decirse padecen todos los Estados democráticos liberales. Seguramente su momento más dramático tuvo lugar en julio de 2015, cuando las urnas en Grecia contradijeron a la Troika europea en su plan para afrontar la crisis financiera de 2008 de acuerdo con el modelo económico vigente. Una situación que hizo dudar a muchos de que la política europea realmente sirviese a los intereses de la ciudadanía y no a los del sector financiero.
En el asunto de las vacunas, y como consecuencia del incumplimiento de AstraZeneca de lo firmado en el contrato con la Comisión Europea, se le ha criticado a ésta su falta de transparencia y su torpeza a la hora de negociar. Asimismo, se ha demostrado una vez más lo que es un hecho ya reconocido por importantes economistas como Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en Harvard (léase su libro Hablemos claro sobre el comercio internacional); el hecho es que Europa ha sufrido en las últimas décadas un evidente proceso de desindustrialización que la deja a merced de otros territorios a la hora de surtirse de aquellos bienes materiales que, en un momento determinado, pueden ser de primera y urgente necesidad. Así ocurrió al comienzo de la crisis pandémica cuando todos los miembros de la UE buscaban por doquier y desesperadamente mascarillas, equipos de protección individual para los sanitarios (EPI) y respiradores. Es lo que tiene la deslocalización.
Menos mal, no obstante, que Europa ha negociado junta con las farmacéuticas. De lo contrario. lo más probable es que hubiéramos entrado en una competición entre países que hubiera favorecido a aquéllas más si cabe en lo que al precio de las vacunas se refiere.
El caso es que estas empresas tienen algo que las hace antipáticas y candidatas de primer orden a ser uno de esos agentes en la sombra que conspiran por el poder global. Son ciertamente compañías que se enriquecen comerciando con algo de enorme valor humano como es la salud de las personas. Y hay pruebas de que en ocasiones andan escasas de los melindres morales necesarios para mantener el balance justo entre medios y fines. Porque cabe sospechar que, cuando se pueda dar conflicto entre salud y dinero, confiar sin más en el criterio ético de tales compañías es un acto pura y simplemente de candidez. De candidez, precisamente, es de lo menos que han tachado a Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea y responsable de las negociaciones para la compra de vacunas.
Seguramente podrá evocar quien la haya visto la excelente película El jardinero fiel (The constant gardener), inspirada en la novela del mismo título de John Le Carré. Su historia en lo esencial no es ficción; está inspirada en el desastre humano causado hace años por otra compañía farmacéutica famosa para nosotros estos días, Pfizer. En 1996 esta empresa administró un fármaco en fase de prueba en el norte de Nigeria a niños que murieron o sufrieron graves secuelas como consecuencia de las dosis que recibieron. El juicio que tuvo lugar para esclarecer lo sucedido demostró que aquellos niños africanos fueron usados como conejillos de indias en un proceso en el que no faltaron ingredientes tan inaceptables éticamente como el encubrimiento, la conspiración y la corrupción.
No pasemos por alto tampoco una denuncia como la del psiquiatra estadounidense Allen Frances. En su libro elocuentemente titulado ¿Somos todos enfermos mentales? llama la atención sobre el papel de las empresas farmacéuticas en la inflación diagnóstica detectada en relación con el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Según cuenta, desde el momento en que dicho trastorno adquirió reconocimiento médico a finales del siglo pasado, empezó la comercialización de medicinas, ya no genéricas y baratas sino de marca, que encarecieron el mercado de los estimulantes. Al mismo tiempo comenzó la invasión de las consultas de los pediatras por parte de ávidos agentes comerciales vendiendo la pastilla mágica contra las interrupciones en clase y las peleas en casa. El resultado es que el índice de diagnósticos de TDAH se disparó. Nos advierte Allen de que, como efecto de esta presión publicitaria sobre los médicos, muchos de los tratamientos prescritos son innecesarios, lo que conlleva para muchos jóvenes el sufrimiento de peligrosos efectos secundarios.
Esos «nuevos» medicamentos «especiales» no aportan valor desde el punto de vista de la salud de sus potenciales beneficiarios, pero sí pingües ganancias para quienes comercian con ellos. Como sostiene la economista Mariana Mazzucato hay que repensar, pues, la teoría del valor, un aspecto fundamental del proceso de creación de riqueza y determinante para la distribución de los ingresos entre los distintos miembros de la sociedad. Ella misma, junto con Henry Lishi Li, denunció hace tiempo en un informe del Institute for Innovation and Public Purpose del University College de Londres que «el sector público financia la investigación de alto riesgo en las fases iniciales, mientras que los beneficios en las fases posteriores van de forma desproporcionada al sector privado». Ahí está para demostrarlo el caso de la aprobación por parte del Gobierno de los EEUU de América de un medicamento para el tratamiento de la leucemia cuyo coste es de medio millón de dólares, siendo así que el contribuyente aportó doscientos millones de dólares para su descubrimiento. El valor lo aporta el sector público, pero lo convierten en dinero –identificado ya con la creación de valor– las compañías privadas.
He aquí un exponente más de una norma no escrita –que yo sepa– de este capitalismo fuertemente ideologizado, a saber: los riesgos se socializan mientras que los beneficios se privatizan. El logro de las vacunas contra el SARS-CoV-2 no contradice la dicha norma. No es mérito exclusivo de las farmacéuticas, y sin embargo ellas negocian su precio como si fuesen las únicas a las que cabe atribuir su valor.
Cuando en 2016 el doctor Peter Hotez, presidente de la Escuela Nacional de Medicina Tropical en Houston y codirector del Centro para el desarrollo de vacunas del Texas Children's Hospital, estaba trabajando en una vacuna contra el coronavirus y alcanzó la fase de los ensayos con humanos, ningún inversor al que se acercó estaba interesado en financiar el proyecto. A pesar de que hace casi veinte años desde la aparición del SARS Co-V (Coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave), la industria farmacéutica no ha considerado desde entonces como una prioridad invertir en estas enfermedades infecciosas. Pero ahora recoge a manos llenas los beneficios de un esfuerzo llevado a cabo en el ámbito de la investigación básica por instituciones públicas y con la inversión de dinero de los contribuyentes. Según Massimo Florio, profesor de Ciencias Financieras de la Universidad de Milán, existe una contradicción muy perjudicial en el sistema de investigación actual entre las prioridades de la ciencia para la salud y las de la ciencia para el beneficio. Para él, la emergencia que estamos padeciendo debe aprovecharse para reconsiderar las reglas que han definido el mercado farmacéutico en las últimas décadas.
Uno de los elementos primordiales que han determinado el establecimiento de precios en dicho mercado es el sistema de patentes. Para Mariana Mazzucato –tal como explica en su libro El valor de las cosas– supone una manipulación ideológica del concepto de valor. La mayor protección de las patentes donde se hace un uso intensivo de las mismas, como es el caso del sector de las farmacéuticas, no fomenta la innovación. Muy al contrario: cada vez tenemos más medicamentos con poco o ningún valor terapéutico. Esto mismo lo corrobora por su parte el ya mencionado doctor Allen Frances en lo que a los tan populares ansiolíticos y antidepresivos se refiere, para los que ha habido mucho marketing y prácticamente nula innovación de sus principios activos. Para sus fabricantes, sin embargo, constituyen una fuente copiosa e inagotable de beneficios.
Dado que el origen de la mayoría de las innovaciones sanitarias se halla en las investigaciones fundamentales financiadas por las instituciones públicas, los contribuyentes pagan dos veces por los medicamentos que necesitan: primero, al haber financiado vía impuestos esas investigaciones y, luego, al pagar el recargo que imponen las farmacéuticas al comprar sus medicamentos. Muchos de estos, los más especializados, alcanzan precios desorbitados que no se justifican por su coste de producción (el caso de los oncológicos, por ejemplo). Tampoco por lo que esas empresas invierten en innovación. En comparación con los beneficios que obtienen, su gasto en investigación básica es insignificante. Y desde luego está muy por debajo del dinero que destinan a marketing, o a la recompra de acciones o a pagar el sueldo de sus ejecutivos. Crean poco valor, en definitiva, para el mucho dinero que ganan.
A Mazzucato no le cabe duda de que el sistema de patentes legales se ha convertido en una fuente de extracción de valor en lugar de serlo de creación al desincentivar la innovación. La protección mediante patentes de las medicinas especializadas convierte a sus productores en monopolistas de hecho, ya que la competencia no puede limitar su establecimiento de los precios. A esta ventaja se añade la siempre alta demanda de sus productos, porque la salud es un bien irrenunciable. Esta fijación de precios en situación prácticamente de monopolio es una forma de fiscalidad regresiva que convierte la renta disponible de la mayoría en ganancias de capital, dividendos y compensaciones ejecutivas para unos cuantos, en lo que constituye una inmensa transferencia de riqueza difícilmente justificable desde el punto de vista ético. Por no mencionar que convierte en irrelevante el principio de la libre competencia pervirtiendo la genuina naturaleza del capitalismo, que en teoría es incompatible con el fomento de situaciones de privilegio en el mercado. El poder monopolista creado por la protección de las patentes estimula la concentración industrial e hincha los beneficios empresariales. No es sólo contrario al capitalismo sino también a la ética social.
Si las farmacéuticas fijan sus precios sin control es porque pueden; es decir, porque las leyes de los Estados lo permiten. Consciente de ello Mariana Mazzucato sugiere la eliminación legal de las patentes fuertes y amplias que se dan en el sector farmacéutico y en otros, como el tecnológico. Se trataría así de incentivar a las grandes farmacéuticas a investigar más en medicamentos esenciales en lugar de bloquear la competencia y la innovación. Por lo demás, los precios deberían fijarse a partir de un acuerdo general entre los actores públicos y privados, evitándole al contribuyente tener que pagar dos veces.
Volviendo a las vacunas para el SARS-CoV-2, sabemos que hubo negociaciones entre distintas farmacéuticas y la Unión Europea, pero no podemos decir que el proceso haya brillado por su transparencia. El Observatorio para la Contratación Pública de la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza ha publicado recientemente las conclusiones del estudio comparativo llevado a cabo sobre tales negociaciones. El estudio fue promovido por la red internacional de observadores de contratos públicos. Sus autores, Michele Cozzio, Fabrizio Fracchia y Federico Smerchinich, consideran que los contratos elaborados por la Comisión Europea para la compra de dichas vacunas «se apartan de las mismas normas europeas sobre transparencia» sin que sea justificable por la emergencia sanitaria. Denuncian asimismo que los acuerdos «han llegado a limitar pilares como la competencia y la publicidad o la transparencia a favor del interés superior de la salud». Todo ello en contra de los más elementales principios de ética pública. El estudio es concluyente: ninguna evaluación de oportunidades, de protección de la competencia o de otros intereses económicos, y mucho menos de garantías de eficiencia en el desarrollo de las negociaciones, parece ser capaz de adquirir tal relevancia que justifique su secreto.
El poder de las farmacéuticas es el que las leyes de los Estados les confieren. Sería ingenuo pensar que en los países democráticos que integran la UE, como en tantos otros, la clase económica más poderosa no aspirase a perpetuarse en su situación de privilegio. El modo de hacerlo es a través del ejercicio de la influencia política. En el caso de la industria farmacéutica, cualquier búsqueda en internet revelará la fuerte presencia de su lobby en Bruselas, con informes que cuantifican su gasto en influir en la toma de decisiones políticas en torno a 15 veces el monto de recursos que la sociedad civil moviliza para defender el bien común que es la salud de sus miembros (consúltese el informe Policy Prescriptions del Corporate Europe Observatory).
Que unas empresas, en este caso las farmacéuticas, mantengan un estado de cosas que las favorece gracias a una dinámica económica y un conjunto de leyes de dudosa justificación ética es una muestra del efecto que la globalización hipercomercializada tiene sobre nuestro sistema de valores. En La riqueza de las naciones Adam Smith –un filósofo moral, no se olvide– dejó constancia de su optimismo ilustrado cuando confió en que, a través del comercio, las pasiones humanas del poder, el placer y el lucro podían transmutarse a favor del bien común. Hace casi doscientos cincuenta años de la publicación de aquella obra fundacional que cambió tan rápidamente nuestro mundo. Con el paso del tiempo hemos acumulado suficientes pruebas de que si queremos que tales pasiones produzcan unos efectos socialmente favorables, para lo que es condición necesaria el reparto justo de la riqueza, habrá que adelantarse a los posibles abusos, como los que se dan en el sector de los medicamentos. Por eso son necesarias la regulación gubernamental, restricciones jurídicas y una legislación severa. Demasiada gente en muchos países percibe que la política es un juego amañado a favor siempre de los ricos y los poderosos, y esta es una herida que supura especialmente en los Estados democráticos sobre todo en las últimas cuatro décadas. Los populismos de diversa laya son su pus.
El antes citado profesor Massimo Florio propone la creación de una estructura pública europea que produzca medicamentos que no interesen al sector privado o que existan en el mercado a precios desorbitados. Algo así me parece hoy por hoy un proyecto incapaz de traspasar las fronteras de la ignota isla política de la utopía. La atmósfera ideológica actualmente dominante hace que todo lo relativo al sector público se contemple desde la economía política más como gasto estéril que como fuente de valor y riqueza; y toda regulación estatal de la actividad económica, una injerencia tan peligrosa como intolerable. Creo que los que ostentan el poder no ven ningún incentivo en plantearse seriamente tales propuestas.
Seguramente esta es la razón de la campaña que ha puesto en marcha Médicos Sin Fronteras para pedir al Gobierno español que no impida la solicitud de supresión de las patentes relacionadas con los productos de la COVID-19. La solicitud ha sido dirigida por India y Sudáfrica a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ni la Unión Europea ni España apoyan la medida, a pesar de que nuestro Gobierno declaró que los productos médicos necesarios para combatir esta pandemia deben tratarse como bienes públicos. No ya el sentido ético, sino el común aconsejan que las vacunas y demás medios sanitarios lleguen a todos los seres humanos, ya sean de países pobres o ricos. Lo advirtió hace un par de días el director general de la OMS, Tedros Adhanon Ghwbreyesus: «la mejor y más rápida manera de controlar la pandemia globalmente es la equidad en la vacunación; así se reiniciará la economía global».
martes, 16 de febrero de 2021
Apilando leña
El escritor Joan Margarit. JOSÉ AYMÁ |
El hombre suele recoger del bosque
troncos caídos con la tempestad.
Va apilando la leña tras la casa.
De cada uno sabe
qué lo hizo caer, dónde lo recogió.
En las noches más frías, contemplando las llamas,
va quemando los restos de lo que ama.
jueves, 11 de febrero de 2021
Niñas y ciencia. Hagamos que lo vean
EMettes es una asociación creada en el 2014 que trabaja, sobre todo en Gran Bretaña e Irlanda, para inspirar y alentar a las jóvenes a estudiar carreras científicas (ciencia, tecnología, ingenierías y matemáticas) conocidas como STEM.
Las STEMettes, que obviamente se inspiran para su nombre en las Sufragettes, las mujeres que lucharon por conseguir el voto femenino a principios del siglo XX, desarrollan distintas acciones para acercar la ciencia a las jóvenes y en su web tienen iniciativas pensadas para niñas y jóvenes desde los cinco años.
Una de las confundadoras, Jacquelyn Guderley, publicó recientemente un artículo titulado Girls in STEM: Smashing the stereotypes con una serie de consejos e indicaciones para padres, profesores, colegios y sociedad en general para fomentar la diversidad de vocaciones entre las niñas y, sobre todo, para terminar con los estereotipos que las niñas encuentran al crecer y que les restan confianza y seguridad a la hora de elegir una determinada carrera profesional.
1. Abrir puertas
No puedes ser ni pensar en llegar a ser lo que no ves, lo que no sabes qué existe, por eso hay que dar oportunidades a todos para conocer todas las opciones que están a su alcance.
2. Ir más allá de las etiquetas
Cuando en la radio, en la prensa, en los colegios, en las charlas, en cualquier sitio decimos “los niños que vienen de familias con bajo nivel de renta no acceden a la universidad” o “las niñas estudian menos carreras científicas o se rinden antes”, estamos constatando un hecho pero, a la vez, otorgamos etiquetas a esos niños y jóvenes que piensan en sí mismos con esas etiquetas. Ellos mismos se etiquetan a partir de la realidad que la sociedad les cuenta.
3. Empleos para las niñas
Es muy importante que las niñas y las jóvenes entiendan que los empleos científicos no son algo exclusivo de los hombres. Las niñas adquieren desde muy pequeñas la idea de que los científicos son hombres, la tecnología es para los chicos y los grandes empleos en investigación están ocupados siempre por hombres. Además, existe también la idea de que la ciencia es para ricos. Los jóvenes necesitan saber que los trabajos científicos están ocupados por gente como ellos, como sus padres, su vecino o la mujer con la que se cruzan todos los días en el autobús.
4. Acabar con los estereotipos
La confianza en uno mismo es algo que hay que trabajar. Podemos otorgar confianza en sí mismas a las niñas desde el primer momento, podemos incluso cambiar la idea que tienen sobre ellas mismas para inspirarlas confianza a la hora de elegir estudiar ciencias. No digamos “las niñas no quieren/no estudian ciencias”, animemos a todas a que exploren sus opciones.
Anne-Marie Imafidon y Jacquelyn Guderley, cofundadoras de STEMettes. |
5. Recordar a las pioneras y a las mujeres que trabajan en ciencia actualmente
La presencia de las mujeres en la ciencia ha sido siempre constante, con grandes figuras a las que la humanidad debe importantes avances. El problema no es que no haya habido mujeres, el problema es la visibilidad que esas mujeres han tenido y tienen ahora mismo en el sistema educativo. Lo mismo ocurre con la presencia de mujeres científicas en activo. Estamos hartos de ver como a la hora de recabar la información de un especialista, la mayor parte de las veces se recurre a un hombre, invisibilizando el trabajo femenino en ciencia.
Presentar, mostrar, explicar a todas las mujeres científicas de la historia en los colegios es una manera de hacer sentir a las niñas que la ciencia es también cosa de mujeres, es también para ellas.
6. Encontrar algo que las inspire
Buscar, probar y encontrar el motivo que las inspire. Esto es un trabajo largo y complicado, no a todas las niñas les inspira lo mismo y, además, la motivación puede llegar por cualquier cosa. No hay que cerrarse a nuevos canales para llegar a conocer algo motivador: la tele, las redes, un cómic, un programa de televisión, una canción, cualquier cosa puede servir para enganchar a nuestras niñas y jóvenes con la ciencia.
7. Opciones para las niñas
No hay trabajos para hombres ni trabajos para mujeres pero eso no quiere decir que ahora debamos empeñarnos en que todas las niñas piensen en la ciencia como la opción “adecuada”. Hay otras miles de opciones laborales y de estudio a las que dedicarse y todas son igualmente válidas. Se trata de que las niñas tengan la misma amplitud de posibilidades que los niños tanto en sus cabezas como en la realidad.
8. Buscar la oportunidad
Tenemos que pensar en la manera de abrir la puerta de la ciencia a las niñas, mostrarles el camino que otras mujeres ya han abierto a lo largo de la historia y que está ahí para ellas si quieren.
No debemos olvidar que las niñas, muchas veces, no estudian ciencias o se dedican a la tecnología no porque no quieran sino porque no saben qué pueden hacerlo, eso es lo que tenemos que cambiar.
Como dice Jacquelyn Guderley «cuando lo vean, podrán ser lo que quieran».
Hagamos que lo vean.
Fuente: https://mujeresconciencia.com/2017/04/06/ninas-ciencia-hagamos-lo-vean/
miércoles, 10 de febrero de 2021
martes, 9 de febrero de 2021
El Monte Testaccio
Las ánforas no podían reutilizarse porque el aceite se filtraba en el material de la vasija y se volvía rancio |
Una pequeña colina en la margen del río Tíber en Roma, es conocida hoy con el nombre de monte Testaccio ("monte de las Ánforas Rotas"), y evoca mejor que cualquier otra cosa la escala del comercio de alimentos básicos que mantenía con vida al millón de personas que vivían en la ciudad, y la red de servicios de transporte, envío, almacenamiento y venta al por menor requeridos para mantenerlo operativo. A pesar de su aspecto, no es en absoluto una colina natural, sino los restos de un vertedero de basura hecho por el hombre, fragmentos rotos de 53 millones de recipientes de aceite de oliva, ánforas de cerámica con una capacidad de unos 60 litros cada una. Casi todos habían sido importados desde el sur de Hispania a lo largo de cien años aproximadamente, desde mediados del siglo II d.C. hasta mediados del siglo III d. C., y fueron desechados de inmediato después de decantar el aceite. Era parte de un enorme comercio de exportación que transformó la economía de aquella zona de Hispania en un monocultivo agrícola que entregaba a la ciudad de Roma parte de lo que esta necesitaba para sobrevivir. Según un cálculo aproximado, aquel requisito básico ascendía a 20 millones de litros de aceite de oliva por año, empleados para iluminar, limpiar además de cocinar...
El Monte Testaccio es una de las colinas, y vertedero de basura, más sorprendentes del mundo. |
Cómo se genera un consumidor, por Zygmunt Bauman
Zygmunt Bauman (Poznan, 1925 – Leeds, 2017)12 fue un eminente
sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío. Su
obra se ha ocupado de cuestiones como las clases sociales, el
socialismo, el Holocausto, la hermenéutica, la modernidad y la
posmodernidad, el consumismo, la globalización y la nueva pobreza.
Zygmunt Bauman fotografiado en su casa de Londres en abril de 2013. IONE SAIZAR |
Habiendo dejado atrás la «premodernidad» —los mecanismos tradicionales de ubicación social por mecanismos de adscripción, que condenaban a hombres y mujeres a «apegarse a su clase», a vivir según los estándares (pero no por encima de ellos) fijados para la «categoría social» en que habían nacido—, la modernidad cargó sobre el individuo la tarea de su «autoconstrucción»: elaborar la propia identidad social, si no desde cero, al menos desde sus cimientos. La responsabilidad del individuo —antes limitada a respetar las fronteras entre ser un noble, un comerciante, un soldado mercenario, un artesano, un campesino arrendatario o un peón rural— se ampliaba hasta llegar a la elección misma de una posición social, y el derecho de que esa posición fuera reconocida y aprobada por la sociedad.
Inicialmente, el trabajo apareció como la principal herramienta para encarar la construcción del propio destino. La identificación social buscada —y alcanzada con esfuerzo— tuvo como determinantes principales la capacidad para el trabajo, el lugar que se ocupara en el proceso social de la producción y el proyecto elaborado a partir de lo anterior. Una vez elegida, la identidad social podía construirse de una vez y para siempre, para toda la vida, y, al menos en principio, también debían definirse la vocación, el puesto de trabajo, las tareas para toda una vida. La construcción de la identidad habría de ser regular y coherente, pasando por etapas claramente definidas, y también debía serlo la carrera laboral. No debe sorprender la insistencia en esta metáfora —la idea de una «construcción»— para expresar la naturaleza del trabajo exigido por la autoidentificación personal. El curso de la carrera laboral, y la construcción de una identidad personal a lo largo de toda la vida, llegan así a complementarse.
Sin embargo, la elección de una carrera laboral —regular, durable y continua—, coherente y bien estructurada, ya no está abierta para todos. Sólo en casos muy contados se puede definir (y menos aún, garantizar) una identidad permanente en función del trabajo desempeñado. Hoy, los empleos permanentes, seguros y garantizados son la excepción. Los oficios de antaño, «de por vida», hasta hereditarios, quedaron confinados a unas pocas industrias y profesiones antiguas y están en rápida disminución. Los nuevos puestos de trabajo suelen ser contratos temporales, «hasta nuevo aviso» o en horarios de tiempo parcial [part-time]. Se suelen combinar con otras ocupaciones y no garantizan la continuidad, menos aún, la permanencia. El nuevo lema es flexibilidad, y esta noción cada vez más generalizada implica un juego de contratos y despidos con muy pocas reglas pero con el poder de cambiarlas unilateralmente mientras la misma partida se está jugando.
Nada perdurable puede levantarse sobre esta arena movediza. En pocas palabras: la perspectiva de construir, sobre la base del trabajo, una identidad para toda la vida ya quedó enterrada definitivamente para la inmensa mayoría de la gente (salvo, al menos por ahora, para los profesionales de áreas muy especializadas y privilegiadas).
Este cambio trascendental, sin embargo, no fue vivido como un gran terremoto o una amenaza existencial. Es que la preocupación sobre las identidades también se modificó: las antiguas carreras resultaron totalmente inadecuadas para las tareas e inquietudes que llevaron a nuevas búsquedas de identidad. En un mundo donde, según el conciso y contundente aforismo de George Steiner, todo producto cultural es concebido para producir «un impacto máximo y caer en desuso de inmediato», la construcción de la identidad personal a lo largo de toda una vida y, por añadidura, planificada a priori, trae como consecuencia problemas muy serios. Como afirma Ricardo Petrella: las actuales tendencias en el mundo dirigen «las economías hacia la producción de lo efímero y volátil —a través de la masiva reducción de la vida útil de productos y servicios—, y hacia lo precario (empleos temporales, flexibles y parttime )».
Sea cual fuere la identidad que se busque y desee, esta deberá tener —en concordancia con el mercado laboral de nuestros días— el don de la flexibilidad. Es preciso que esa identidad pueda ser cambiada a corto plazo, sin previo aviso, y esté regida por el principio de mantener abiertas todas las opciones; al menos, la mayor cantidad de opciones posibles. El futuro nos depara cada día más sorpresas; por lo tanto, proceder de otro modo equivale a privarse de mucho, a excluirse de beneficios todavía desconocidos que, aunque vagamente vislumbrados, puedan llegar a brindarnos las vueltas del destino y las siempre novedosas e inesperadas ofertas de la vida.
Las modas culturales irrumpen explosivamente en la feria de las vanidades; también se vuelven obsoletas y anticuadas en menos tiempo del que les lleva ganar la atención del público. Conviene que cada nueva identidad sea temporaria; es preciso asumirla con ligereza y echarla al olvido ni bien se abrace otra nueva, más brillante o simplemente no probada todavía.
Sería más adecuado por eso hablar de identidades en plural: a lo largo de la vida, muchas de ellas quedarán abandonadas y olvidadas. Es posible que cada nueva identidad permanezca incompleta y condicionada; la dificultad está en cómo evitar su anquilosamiento. Tal vez el término «identidad» haya dejado de ser útil, ya que oculta más de lo que revela sobre esta experiencia de vida cada vez más frecuente: las preocupaciones sobre la posición social se relacionan con el temor a que esa identidad adquirida, demasiado rígida, resulte inmodificable. La aspiración a alcanzar una identidad y el horror que produce la satisfacción de ese deseo, la mezcla de atracción y repulsión que la idea de identidad evoca, se combinan para producir un compuesto de ambivalencia y confusión que —esto sí— resulta extrañamente perdurable.
Las inquietudes de este tipo encuentran su respuesta en el volátil, ingenioso y siempre variable mercado de bienes de consumo. Por definición, jamás se espera que estos bienes —hayan sido concebidos para consumo momentáneo o perdurable— duren siempre; ya no hay similitud con «carreras para toda la vida» o «trabajos de por vida». Se supone que los bienes de consumo serán usados para desaparecer muy pronto; temporario y transitorio son adjetivos inherentes a todo objeto de consumo; estos bienes parecerían llevar siempre grabado, aunque con una tinta invisible, el lema memento mori [recuerda que has de morir].
Parece haber una armonía predeterminada, una resonancia especial entre esas cualidades de los bienes de consumo y la ambivalencia típica de esta sociedad posmoderna frente al problema de la identidad. Las identidades, como los bienes de consumo, deben pertenecer a alguien; pero sólo para ser consumidas y desaparecer nuevamente. Como los bienes de consumo, las identidades no deben cerrar el camino hacia otras identidades nuevas y mejores, impidiendo la capacidad de absorberlas. Siendo este el requisito, no tiene sentido buscarlas en otra parte que no sea el mercado. Las «identidades compuestas», elaboradas sin demasiada precisión a partir de las muestras disponibles, poco duraderas y reemplazables que se venden en el mercado, parecen ser exactamente lo que hace falta para enfrentar los desafíos de la vida contemporánea.
Si en esto se gasta la energía liberada por los problemas de identidad, no hacen falta mecanismos sociales especializados para la «regulación normativa» o el «mantenimiento de pautas»; tampoco parecen deseables. Los antiguos métodos panópticos para el control social perturbarían las funciones del consumidor y resultarían desastrosos en una sociedad organizada sobre el deseo y la elección. Pero ¿les iría mejor a otros métodos novedosos de regulación normativa? La idea misma de una regulación, ¿no es, al menos en escala mundial, cosa del pasado? A pesar de haber resultado esencial para «poner a trabajar a la gente» en una comunidad de trabajadores, ¿no perdió ya su razón de ser en nuestra sociedad de consumo? El propósito de una norma es usar el libre albedrío para limitar o eliminar la libertad de elección, cerrando o dejando afuera todas las posibilidades menos una: la ordenada por la norma. Pero el efecto colateral producido por la supresión de la elección —y, en especial, de la elección más repudiable desde el punto de vista de la regulación normativa: una elección, volátil, caprichosa y fácilmente modificable— equivaldría a matar al consumidor que hay en todo ser humano. Sería el desastre más terrible que podría ocurrirle a esta sociedad basada en el mercado.
La regulación normativa es, entonces, «disfuncional»; por lo tanto, inconveniente para la perpetuación, el buen funcionamiento y el desarrollo del mercado de consumo; también es rechazada por la gente. Confluyen aquí los intereses de los consumidores con los de los operadores del mercado. Aquí se hace realidad el viejo eslogan: «Lo que es bueno para General Motors, es bueno para los Estados Unidos» (siempre que por «los Estados Unidos» no se entienda otra cosa que la suma de sus ciudadanos). El «espíritu del consumidor», lo mismo que las empresas comerciales que prosperan a su costa, se rebela contra la regulación. A una sociedad de consumo le molesta cualquier restricción legal impuesta a la libertad de elección, le perturba la puesta fuera de la ley de los posibles objetos de consumo, y expresa ese desagrado con su amplio apoyo a la gran mayoría de las medidas «desreguladoras».
Una molestia similar se manifiesta en el hasta ahora desconocido apoyo — aparecido en los Estados Unidos y muchos otros países— a la reducción de los servicios sociales (la provisión de urgentes necesidades humanas hasta ahora administrada y garantizada por el Estado), a condición de que esa reducción vaya acompañada por una disminución en los impuestos. El eslogan «más dinero en los bolsillos del contribuyente» —tan difundido de un extremo al otro del espectro político, al punto de que ya no se lo objeta seriamente— se refiere al derecho del consumidor a ejercer su elección, un derecho ya internalizado y transformado en vocación de vida. La promesa de contar con más dinero una vez pagados los impuestos atrae al electorado, y no tanto porque le permita un mayor consumo, sino porque amplía sus posibilidades de elección, porque aumenta los placeres de comprar y de elegir. Se piensa que esa promesa de mayor capacidad de elección tiene, precisamente, un asombroso poder de seducción.
En la práctica, lo que importa es el medio, no el fin. La vocación del consumidor se satisface ofreciéndole más para elegir, sin que esto signifique necesariamente más consumo. Adoptar la actitud del consumidor es, ante todo, decidirse por la libertad de elegir; consumir más queda en un segundo plano, y ni siquiera resulta indispensable.
Texto de Bauman, publicado por primera vez en su libro Work, consumerism and the new poor en el año 1998.
lunes, 8 de febrero de 2021
Rusia y China utilizan sus vacunas para extender su influencia ante el sálvese quien pueda occidental
Si Gengis Kan, Alejandro Magno o Napoleón Bonaparte levantaran la cabeza, no lo creerían: en el siglo XXI, el instrumento de dominación del mundo es una aguja. La vacuna, única estrategia de salida a la pesadilla vírica, se ha convertido en el recurso más codiciado. Quien la controla luce la corona más deslumbrante, cabalga a lomos del caballo más veloz. No sólo posee el remedio para levantar su economía mientras los adversarios siguen postrados, también tiene el poder para decidir a quién se lo vende o regala.
Si los conquistadores de la antigüedad levantaran la cabeza, verían hoy unas naciones occidentales devastadas por un virus y enzarzadas en un sálvese quien pueda, cuando no directamente en batallas fratricidas, para asegurarse las dosis necesarias para sus propios ciudadanos-votantes. Mientras, las vacunas de China y Rusia emergen como la tabla de salvación para muchos países que, o bien no pueden permitirse las occidentales o, aunque pudiesen, tendrían que esperar meses para acceder a ellas.
Hace tiempo que quedó claro que la carrera por la vacuna iba a ser un pulso político entre las potencias que se disputan la hegemonía mundial. El 11 de agosto, Vladímir Putin anunció que había aprobado la primera vacuna contra la covid del mundo, la Sputnik V, desarrollada por el estatal Instituto Gamaleya. El nombre es toda una declaración de intenciones. Alude a una de las grandes victorias rusas de la guerra fría, cuando en 1957 la URSS puso en órbita el primer satélite, adelantándose a EE.UU.
Sputnik V
Rusia nombró a su vacuna por el satélite que en 1957 logró lanzar antes que EE.UU.
Putin registró la Sputnik V cuando sólo se había completado la fase 2 de los ensayos clínicos. Había urgencia. Urgencia por atajar el virus, pero también por anotarse la victoria frente a sus adversarios.
Tampoco China esperó a la fase 3 para dar luz verde a dos vacunas –la del laboratorio estatal Sinopharm y la de Sinovac, privado– y arrancar la campaña de inmunización. Xi Jinping anunció que la vacuna china sería “un bien global”, prometió una ayuda de 2.000 millones de dólares para África y un préstamo de 1.000 a América Latina para comprar vacunas.
Desde entonces, rusos y chinos han cerrado contratos bilaterales en todos los continentes (ver gráfico). La lista de elegidos es significativa. Gamaleya ha firmado con gobiernos amigos como Bielorrusia, Irán, Venezuela, Argelia, Serbia o Hungría, y con las regiones rebeldes ucranianas de Lugansk y Donetsk (ser prorruso tiene premio). Los chinos, con Indonesia, Filipinas, Emiratos, Bahréin, Egipto, Perú, Brasil y México.
Infografía LV |
Si para las farmacéuticas occidentales, empresas privadas aunque hayan recibido enormes inyecciones de dinero público, la vacuna es un negocio –Pfizer espera facturar 15.000 millones de dólares sólo en el 2021–, para rusos y chinos el interés geopolítico pasa por encima del comercial, lo que les permite ofrecer mejores precios, incluso regalarla. “Para China, forma parte de su estrategia de soft power . Hace años que ejercen este papel en África, donde han construido mucha infraestructura sanitaria, y también alguna en Oriente Medio o en el Caribe”, señala Marcela Vieira, del Centro de Sanidad Global del Graduate Institute de Ginebra.
La vacunas rusa y chinas pueden ser almacenadas en un refrigerador normal, como la de AstraZeneca (anglosueca), a diferencia de los -70ºC que requiere la de Pfizer o los -20ºC de Moderna, algo “crucial para sistemas sanitarios menos capacitados”, señala Vieira. Y son más baratas, pero el precio no ha sido determinante para que estos países hayan recurrido a Pekín y Moscú, cree la investigadora. “Aunque tengan el dinero, las farmacéuticas occidentales ya han reservado sus dosis para los países más ricos, así que los otros han tenido que coger lo que quedaba disponible”, dice. Vieira, que es brasileña y experta en el acceso (siempre desigual) a las medicinas, celebra como algo positivo que se reduzca la dependencia de estos países de las farmacéuticas occidentales, cuyas prácticas distan mucho de ser intachables.
Pero lo que es una buena noticia sanitaria –más oferta de vacunas, más gente protegida– en términos políticos es preocupante, al menos desde el punto de vista de los defensores de la democracia, advierte David Fidler, experto en Salud Global del think tank estadounidense Council on Foreign Relations.
Las dos caras
Que haya más vacunas disponibles es bueno; que regímenes autoritarios ganen influencia es preocupante
El escenario es un reflejo del vuelco que se ha producido en el equilibrio de poderes mundial y que la pandemia ha acelerado, opina el analista: “Se ha acabado la era dorada en que las potencias occidentales eran los líderes indiscutibles de la sanidad global, pero también en que las democracias estaban en auge frente a unos regímenes autoritarios en retroceso y a la defensiva. Ahora es al revés”, sentencia Fidler, que compara la falta de liderazgo de los países occidentales frente a la covid con el papel determinante que ejercieron en la epidemia del ébola del 2014 en el oeste de África.
“Basta con mirar el espectáculo que están dando EE.UU., Reino Unido y la UE, y no sólo tiene que ver con su mala gestión de la pandemia. EE.UU. acaba de sufrir un intento de insurrección, ahí está el Reino Unido con su brexitmanía y luego tienes a la UE, patas arriba, luchando por su acceso egoísta a la vacuna. ¡Olvídate del mundo en desarrollo, esto es una lucha entre democracias ricas por el acceso a un recurso escaso! Es bochornoso”, dice Fidler.
Desaparecidos
La falta de liderazgo de los países occidentales contrasta con el papel clave que ejercieron con el ébola del 2014
Es la incomparecencia occidental lo que está permitiendo que Rusia y China utilicen sus vacunas para hacer avanzar sus intereses y su influencia, considera el analista estadounidense. “No creo que los países se hagan ilusiones con Rusia o China. Saben que habrá contrapartidas, seguramente preferirían hacer tratos con los europeos. Pero si soy un gobernante y veo todo esto, me doy cuenta de que tengo que tener al teléfono a Moscú y Pekín, porque lo que necesito es que alguien me garantice el acceso a una vacuna efectiva ya. Chinos y rusos pueden vender su vacuna o regalarla. Pueden hacer lo que quieran porque ni Estados Unidos está ahí, ni el Reino unido, ni Europa”.
Puede que pasen a la historia no sólo como los salvadores de Asia, Latinoamérica, África o Oriente Medio. También los europeos tocan hoy a su puerta. Hasta ahora sólo la díscola Hungría de Viktor Orbán había roto filas con la política de adquisición conjunta de la UE para comprar por su cuenta a Moscú y Pekín. Pero los problemas de suministro de Pfizer y Astrazeneca han desbaratado los planes de inmunización europeos, agudizado la sensación de fracaso y obligado a los gobiernos a buscar alternativas.
Esta semana Rusia se ha anotado una gran victoria: la publicación en la prestigiosa revista científica The Lancet de los resultados del ensayo clínico de la Sputnik que, con una eficacia del 91,6%, ha despejado las dudas sobre su seguridad (Rusia siempre había dicho que eran infundadas) y abierto la puerta a su pronta autorización en Europa. Tanto Alemania como Francia han dicho que comprarán y también contemplan las vacunas chinas si se autorizan. “No es una decisión política, es una decisión científica”, declaró Emmanuel Macron, mientras Berlín anunciaba que el laboratorio alemán IDT ya está en contacto con el Instituto Gamaleya.
La sartén por el mango
Rusia ha endurecido el tono con la UE por Navalni: sabe que necesita su Sputnik
Fidler no tiene dudas: “Es malo. Muy malo”, dice. “Entiendo que tiene sentido desde el punto de vista sanitario. Pero la otra cara de la moneda es que cuando Merkel dice ‘bienvenida Sputnik’ está dando credibilidad a la Rusia de Vladímir Putin, la que acaba de encarcelar a su principal disidente. O a la China que oprime a los uigures y aplasta la democracia en Hong Kong”.
El momento no podía ser más propicio para Putin. Se sentará a negociar los plazos y condiciones de entrega de su vacuna con los europeos justo cuando estos tienen encima de la mesa la posibilidad de imponer nuevas sanciones contra el Kremlin por el reciente encarcelamiento de Alexéi Navalni. Que Rusia se siente fuerte quedó en evidencia este viernes con la visita de Josep Borrell a Moscú. El jefe de la diplomacia europea vio como le sacaban el tema de los presos independentistas catalanes y anunciaban en sus morros la expulsión de diplomáticos suecos, polacos y alemanes por manifestarse a favor de Navalni.
Si Napoleón, Gengis Kan o Alejandro Magno levantasen la cabeza, lo primero que harían sería poner sus científicos a trabajar.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/internacional/20210207/6228356/rusia-china-vacunas-influencia.html