La perla del Islam
Antes de que los venecianos se acerquen a su esplendor han florecido
Bagdad, Damasco y Córdoba. En 929, cuando el emirato cordobés
se convierta en califato,
su capital supera el medio millón de habitantes, tiene unas ochenta mil
tiendas, casi mil baños municipales y dispone de la primera red de
alumbrado público. Combina una agricultura diversificada con textiles y
orfebrería de calidad extraordinaria, que le permiten exportar e
importar a su antojo. Su sistema monetario- basado en monedas de oro,
plata y bronce que cumplen escrupulosamente su ley- es el único estable
del momento, y entre la pléyade de sus escritores hallamos incluso
tratadistas de derecho mercantil.
Los judíos ibéricos, solo comparables en número y prosperidad con los
de Alejandría, destacan como comerciantes, traductores, médicos,
filósofos y hasta grandes generales. Cuando
Tarik y el deslumbrante Muza
crucen el Estrecho, en 710, su principal apoyo son ellos e
hispanorromanos descontentos con la égida visigoda. Parte de estos
segundos se convertirán en mozárabes o arabizados, que sin dejar de ser
cristianos adoptan la circuncisión, la dietética, el vestuario, la
lengua y la poligamia árabe.
El desarrollo del reino cordobés se apoyará básicamente en una
compenetración de musulmanes con judíos y mozárabes, los dos grupos más
comprometidos con el tejido comercial e industrial del país. Tras ocho
siglos de conviviencia, en 1492, el hecho de que los Reyes Católicos
expulsen a ambos es probablemente la decisión más funesta de la historia
de España.
Su fractura interna
Entre el siglo VIII y el XI la Península Ibérica no solo constituye
el lugar más culto y tolerante de Europa, sino el más rico con mucho.
Los frutos de la conocrdia se observan, por ejemplo, comparando el
tributo anual percibido por
Abderramán I (731- 788) y
Abderramán III (912- 961).
El primero obtuvo trescientos kilos de oro, cuatro toneladas y media de
plata, diez mil caballos y otras tantas mulas, mil corazas de cuero y
mil tahaíles para lanzas. El segundo empieza su reinado con una renta de
12.045.000 dinares de oro- aproximadamente cincuenta mil kilos-, cifra
superior al ingreso conjunto de los reyes europeos. Es el monarca más
poderoso del globo, superior al Califa de Bagdad, al emperador bizantino
y al de la China, un país con el cual ha empezado a comerciar de modo
bastante asiduo. Su serrallo los forman seis mil trescientas personas,
entre huríes y eunucos, y no puede ponerse en duda que es un espíritu
refinado:
Reiné medio siglo, envuelto por completo en victoria y
paz, amado por mis súbditos, temido por mis enemigos, bien avenido con
mis aliados [...] y no hubo dicha terrenal que no se agolpase a
halagarme. Ante tan sumos logros, he recapacitado sobre los días que
vine a paladear una alegría profunda y cabal, y ascienden a catorce. ¡No
cifréis, congéneres míos, vuestro amor en el mundo de aquí.
El derrocamiento de los omeyas por los abásidas, y la consiguiente
pérdida de control sobre el enrome territorio situado entre el Éufrates y
el Indo, tendrá como consecuencia política primordial -y muy benéfica
para Europa- que el reino cordobés deba entenderse de alguna manera con
Bizancio y el Norte del Mediterráneo. Aunque
Omar ha quemado la biblioteca de Alejandría,
el califato occidental lo compensa abriendo una Universidad que reúne
seiscientos mil libros, y opera como correa de transmisión entre el
saber grecorromano y su tiempo. Los anales registran más de trescientos
escritores cordobeses, presididos por el Aristóteles medieval que es
Averroes.
Sin embargo, el brillo alcanzado apenas sobrevive a Abderramán III. El último califa es una marioneta movida por
Almanzor (939- 1002),
un integrista sumamente belicoso que clausura la Universidad, cierra
escuelas y quema bibliotecas. El conflicto entre cuartel y colegio,
alfanje y pluma, religión y ciencia se decanta a favor de lo primero,
proceso que tiene su correlato en el califato oriental cuando el último
regente abásida sea derrocado. Bizancio obtiene con ello un balón de
oxígeno, pues cuando los turcos emergen como nuevos pretorianos del
imperio musulmán, algo antes del año 1000, tanto los califas del este
como los del oeste están viniendo a menos. La dinastía fatimita, que
llega en 1248, es un simple rehén de los mamelucos- su análogo a la
Guardia del Pretorio romano-, y para entonces el fantástico imperio de
Harún al- Raschid se ha desintegrado en gran medida.
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Salida del puerto de Venecia |
En la Floreciente España las invasiones de almohades y almorávides, que llegan desde África para asegurar el cumplimiento de la
sharia,
equivalen a una persecución no solo del infiel sino del saber en
general. Aplicar literalmente la ley islámica desalienta el desarrollo
de la industria y el comercio, ya de por sí mermados como consecuencia
de una guerra civil crónica, y con los reinos de Taifas- que llegan a
ser treinta y nueve- la moneda de oro empieza a desaparecer, la de plata
se adultera y el bronce se generaliza. A la discordia se añade hacer
frente a reinos cristianos cada vez más eficaces en términos militares, y
aunque ningún lugar de Europa se acerque vagamente a Al- Ándalus en
producto agrícola y manufacturas, su riqueza va mermando sin pausa.
Venecia no sufre el desgarramiento interno que acompaña por sistema
al poder musulmán y sigue creciendo, a la vez que sus escalas en
Barcelona y Marsella. Lo que ha aprendido al comerciar con Bagdad y
Córdoba convierte a sus banqueros en magnates del crédito, cuyo interés
fijan en torno al 20 por 100 cuando se trata de venturas marítimas y al
15 en negocios menos arriesgados. Para colmar su prosperidad solo
necesitan que Europa deje de ser paupérrima.
Fuente:
http://www.yometiroalmonte.es/2014/06/15/un-vistazo-economico-a-la-peninsula-iberica-siglos-viii-xiii/