Argonauta argo. L |
Fue una confusión de otro tipo la que resolvió Jeanne Villepreux-Power, la más improbable entre las figuras principales de la ciencia novecentista, y estaba relacionada con la naturaleza de los argonautas. Nada que ver en este caso con el grupo de antiguos héroes griegos que acompañaron a Jasón en su peligroso viaje a bordo del Argo en busca del vellocino de oro. Hablamos de Argonauta, el pequeño pulpo pelágico que posee una delicada concha espiralada y bastante hermosa.
En este argonauta encontramos cosas muy extrañas. Por ejemplo, a diferencia de cualquier otro molusco, puede abandonar su concha por completo, un hecho que generó enconados debates entre los estudiosos en cuanto a si se trataba de su propia concha o bien se la había apropiado, del mismo modo que los cangrejos ermitaños utilizan las conchas desechadas de algunos gesterópodos como casas móviles. Además, entre dos de sus tentáculos tiene una lámina de tejido blando. Aristóteles la describió, hacia el año 330 a.C., como una vela con la que el argonauta atrapaba el viento para navegar por la superficie del mar, de manera muy similar al barco de sus homónimos mitológicos. Esta visión perduró más de dos milenios, y fue retomada mucho después en los poemas de Lord Byron y Alexander Pope, y en Veinte mil leguas de viaje submarino, la genial novela de Julio Verne.
Aquí entra en escena Jeanne Villepreux, hija de una familia prácticamente analfabeta de Juillac, en el sur de Francia. Tras una serie de desgracias familiares -la muerte de su madre y de una hermana, la llegada de una joven madrastra-, en 1812, a la edad de 18 años, emprendió una viaje de 480 kilómetros a París, a pie, con un rebaño de animales destinados al matadero, y a cargo de un primo suyo. Su primo la agredió a mitad de camino, y buscó refugio en una gendarmería y después en un convento. Finalmente llegó a París, sola, sin ningún sitio adonde ir y ninguna expectativa de trabajo. Como afirmó uno de sus biógrafos, el azar puede a veces ser piadoso. Una modista se apiadó de ella y la contrató como costurera. A diferencia de sus hermanos y hermanas, al menos sabía leer y escribir, de modo que aprendió rápido y pronto destacó en su nuevo oficio. Pocos años después, cuando la princesa Carolina de Nápoles se casó con el sobrino del rey, Carlos Fernando de Artois, fue la joven Jeanne quein diseñó el vestido de novia. Durante los festejos, un joven comerciante inglés llamado James Power la vio y se enamoró de ella. Se casaron y comenzó una nueva vida en Sicilia como rica esposa emigrada.
Jeanne Villepreux-Power, como se llamaba ahora, no se dedicó a tener una gran vida social, sino que quedó fascinada por la historia natural de la isla y, particularmente, por la vida marina. Si quería acercarse a las criaturas marinas, necesitaba un modo de estudiarlas bien de cerca. Para ello, diseñó y mandó consturir una caja de cristal llena de agua de mar, y así fue como se convirtió en la inventora del acuario. Construyó tres de estas estructuras: dos se instalaron en el mar y una, en tierra firme. Entre las criaturas que estudió estaban los argonautas, pues había oído hablar de la controversia científica sobre la naturaleza de sus conchas. Eran comunes en los mares alrededor de Sicilia y pensó que estaba en una posición idónea para averiguar la verdad. Recogió huevos de argonauta, dejó que se desarrollaran y, día tras día, observó lo que pasaba. Algunos días después aparecieron unas conchas diminutas, evidentemente fabricadas por los propios organismos que, por tanto, no las habían robado ni tomado prestadas. También vio que las delicadas membranas que Aristóteles había tomado por velas eran los órganos que segregaban el material de la concha y podían usarse para reparar y para producir aquellas delicadas conchas.
Sus logros, a diferencia de lo que ocurría con otras mujeres científicas de la época, fueron reconocidos de inmediato por la comunidad científica, copada casi exclusivamente por hombres, de modo que pasó a formar parte no de una, sino de 16 academias científicas a lo largo y ancho de Europa.
Las conchas móviles de los argonautas son aún más versátiles de lo que imaginaba Aristóteles. Estos animales las usan como refugio ocasional, y también para proteger sus huevos. Además, cuando los argonautas se encuentran en la superficie del mar, capturan burbujas de aire con sus cochas y luego las usan para regular su flotabilidad cuando se sumergen a más profundidad. Así pues, ¿esta concha es un esqueleto, un hogar o una herramienta? La naturaleza no siempre se atiene a categorías sencillas...
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