Mar fosforescente.M.C. Escher |
Alejandra Pizarnik
Mar fosforescente.M.C. Escher |
Alejandra Pizarnik
El primer europeo que puso los pies en la costa de los Esqueletos, el navegante portugués Diogo Cão, no se anduvo con sutilezas a la hora de darle nombre en su idioma: Porta do Inferno. Es la franja costera de quinientos kilómetros donde el desierto del Namib, una de las regiones más áridas del mundo, linda con el océano Atlántico. También es el mayor cementerio de barcos del mundo. En los tiempos de la navegación de cabotaje las naves evitaban tocar tierra en este lugar, ya que resultaba sencillo aproximarse y atracar, pero hacerse de nuevo a la mar era prácticamente imposible. La culpa es del cassimbo, un fenómeno natural exclusivo de esta región que levanta neblinas oceánicas extraordinariamente densas. Y también del relieve poco abrupto de esta ribera, cuyas mareas más altas hacen que el agua salada se interne en el desierto. Bienvenidos a la costa de los Esqueletos. Los bosquimanos la llaman «la tierra que Dios hizo con ira».
2. Se cree que en la costa de los Esqueletos reposan los restos de más de mil embarcaciones. En los tramos de costa menos abruptos los restos de las naves han sido arrastrados al interior del desierto por las mareas altas. Fotografía: Paul Souders / Getty.
6. Estamos en uno de los mayores caladeros del sur de África. La corriente de Benguela hace que se eleven hasta la superficie aguas abisales muy frías y muy ricas en nutrientes que favorecen la aparición de grandes concentraciones de fitoplancton, primer eslabón de la cadena trófica oceánica. Fotografía: Getty.
9. Los restos del Benguela Eagle, un pesquero angoleño de setenta y ocho toneladas que naufragó en 1973. Como este, muchos barcos encallados en la playa han ido enterrándose poco a poco en la arena. Se sospecha que el número de pecios completamente soterrados en la costa de los Esqueletos podría igualar al de los naufragios todavía visibles. Fotografía: Maramade / Freepik.
13. Huellas de vehículos en torno a los restos de un barco semienterrado en la arena. La costa de los Esqueletos se ha convertido en una de las zonas con más turistas de Namibia. Fotografía: Getty.
Fuente: https://www.jotdown.es/2022/07/viaje-costa-de-los-esqueletos/
Viñeta de Eneko del 29 de julio sobre el reciente encuentro de Joe Biden y Bin Salman en la ciudad de Yeda. |
Fuente: https://www.meneame.net/m/ocio/sangre-khashoggi-vineta
El chernozem, rico en materia orgánica, cubre un 7% de la superficie terrestre libre de hielo. Ucrania, gran productor agrícola, atesora una cuarta parte de estos suelos
El mapa del comercio de trigo ruso y ucraniano a través del mar Negro Álvaro Merino, 2022 Rusia
está bloqueando la salida del trigo ucraniano a través del mar Negro,
con graves consecuencias sobre la cadena alimentaria que se extiende
desde Odesa hasta Oriente Próximo, el Magreb y África Oriental |
Estados Unidos, sin embargo, descartó la nomenclatura rusa y desarrolló su propio sistema de clasificación tras la catástrofe del Dust Bowl en la década de 1930. Durante ese periodo, en el país norteamericano se sucedieron tormentas de polvo que arrasaron las capas superficiales —los chernozems— de las Grandes Llanuras, dañando enormemente su agricultura y dejando tras de sí prácticamente grandes áreas desertificadas.
¿Cuáles son los países que importan más trigo desde Rusia y Ucrania? Álvaro Merino, 2022 Muchos países de Oriente Próximo y Asia, como Egipto o Indonesia, importan gran parte de su trigo desde Rusia y Ucrania |
En la clasificación estadounidenses este tipo de suelo se corresponde con los molisoles, una categoría más amplia que incluye otros tipos de tierras negras como los phaeozems —»tierras oscuras»— o los kastanozems —»tierras castañas»— que también son ricas en materia orgánica aunque no al nivel de los chernozems. En total, los molisoles o suelos negros abarcan 725 millones de hectáreas y casi la mitad de su superficie se concentra en Rusia, seguida de Kazajistán, China, Argentina y Mongolia.
El comercio de aceite de girasol en el mundo José Luis Marín, 2022 Ucrania
(46%) y Rusia (23%) son responsables de dos terceras partes de las
exportaciones de aceite de girasol que se registran en el mundo |
Pese a que no son muchos los países que cuentan con su presencia, hay que tener en cuenta que estos suelos no solo ofrecen sustento a las personas que viven en torno a ellos, sino que también alimentan al resto del mundo gracias al gran porcentaje de su producción que se destina la exportación. De hecho, estas tierras proceden cerca de dos terceras partes de las semillas de girasol del mundo, el 30% del trigo y el 26% de las patatas.
Fuente: https://elordenmundial.com/mapas-y-graficos/mapa-chernozem/
Tres multinacionales estadounidenses compraron 17 millones de hectáreas de tierra cultivable en Ucrania. Para comparar, en Italia hay 16.7 millones de hectáreas de tierras de cultivo. Así que 3 empresas de EE.UU han comprado una superficie de cultivo mayor que la que hay en toda Italia. Además, se trata de más de la mitad de toda la tierra disponible para cultivo en Ucrania. Las empresas con capital estadounidense implicadas en la compra son Monsanto, Cargill y Dupont. Entre los principales accionistas de estas compañías se encuentran. Seguir leyendo:Tres multinacionales estadounidenses compraron 17 millones de hectáreas de tierra cultivable en Ucrania [ENG]
Unsplash |
¿A dónde? Italia, Portugal, España, Grecia y Francia. Esos son los destinos más populares. Las solicitudes de estadounidenses que buscan mudarse a Grecia han aumentado un 40% en solo un año, según datos de Sotheby's International Realty. En Francia e Italia, la demanda es la más alta en al menos tres años, según Knight Frank.
Tal y como se ilustra en este reportaje de Bloomberg, si bien los ricos y jubilados del país ya se interesaban en el pasado por bienes raíces en Europa, ahora un conjunto más grande de estadounidenses, incluido jóvenes lo hacen. Entre los motivos están, por supuesto, las viviendas baratas, sobre todo en ciudades y pueblos más pequeños, y el auge del teletrabajo. Lo hemos contado en Magnet.
Vivienda inasequible. Hay que tener en cuenta que el precio medio de la vivienda en EEUU alcanzó un máximo histórico de más de 400.000 dólares en mayo de este año, incluso cuando las tasas de interés aumentaron y los altos precios causaron varios meses consecutivos con ventas a la baja. Aún cuando las ventas se desaceleraron, los precios siguieron subiendo un 14,8% con respecto al año pasado. Un máximo histórico, según NAR.
La tendencia. Su gobierno estima que más 10 millones residen fuera del país, más del doble que en 1999, cuando sólo lo hacían cuatro millones. Esta encuesta de Gallup concluía que el 16% prefiere irse permanentemente de los EEUU a quedarse. En otro estudio de la Universidad de Kent, el 49% de los encuestados ponía "dejar una situación mala en los EEUU" como uno de los motivos para mudarse al extranjero.
Según varias organizaciones de expatriados, los ciudadanos han estado huyendo de EEUU en tropel, buscando visas extranjeras y segundos pasaportes en cifras récord. La web InternationalLiving.com señala que el tráfico al apartado de su web "cómo mudarse fuera de los EEUU" subió un 1.676% entre junio y noviembre de 2020.
A la península ibérica. Es el destino más popular para los estadounidenses. Sol y playa, ¿qué iba a ser si no? La población que reside en Portugal aumentó un 45% en 2021 con respecto a 2020. En España más de lo mismo: el número de residentes nacidos en EEUU aumentó un 13% entre 2019 y 2021 y la demanda ha seguido subiendo. De hecho, para atraer compradores extranjeros, Portugal y España ofrecen las llamadas "visas doradas", programas que otorgan derechos de residencia a cambio de una inversión inicial de 350.000 euros y 500.000 euros, respectivamente.
Otros han seguido estrategias diferentes. Italia ha comenzado a ofrecer una visa de teletrabajo para extranjeros. El gobierno también introdujo un programa para vender casas a 1 euro en áreas rurales a compradores extranjeros que pagarían las renovaciones e impulsarían la economía local.
En realidad sí.
Se cumplen 50 años de la publicación de uno de los trabajos más importantes del siglo XX, Los límites del crecimiento. Aquel informe encargado al MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) que ya en 1972 avisaba de que el planeta tenía límites y poco tiempo para enfrentar el choque contra los mismos.
Por ello, Dennis Meadows (EE.UU, 1942), uno de los dos autores principales del estudio, ha estado concediendo entrevistas para medios como Le Monde o el Suddeutsche Zeitung. Fue un honor entrevistarle para CTXT.
¿Se parece esto a lo que estamos viviendo? Yo diría que sí. El mundo está mostrando cada vez más consecuencias de un choque contra los límites.
Lo que sí tuvimos fue mucho cuidado, ya en 1972, dejando claro que después del pico de cualquier variable todo se vuelve aún más impredecible, porque entran en juego factores que no podían ser representados en nuestro modelo. Una vez llegados a este punto es obvio que vamos a ser dirigidos más por factores psicológicos, sociales y políticos que por limitaciones físicas.
Le he escuchado denominar al cambio climático como un “síntoma”, ¿de qué exactamente?
Es esencial reconocer que el cambio climático, la inflación, la escasez de alimentos, a veces son considerados problemas, pero en realidad son síntomas de un problema mayor.
Así como un dolor de cabeza persistente puede en ocasiones ser un síntoma de cáncer, muchas dificultades actuales son síntomas de niveles de consumo de materiales que han crecido más allá de los límites del planeta. Por supuesto que los síntomas son importantes. Un dolor de cabeza merece una respuesta. Sin embargo, una aspirina puede hacer que el paciente se sienta mejor temporalmente, pero no resuelve el problema de fondo. Para ello hay que tratar el crecimiento incontrolado de las células cancerosas en el cuerpo.
No se puede sostener el crecimiento, digamos, enfrentándonos a problemas uno por uno. Aunque solucionásemos el cambio climático, nos encontraríamos con el siguiente problema al empecinarnos en seguir creciendo, ya sea escasez de agua, de alimentos o de otros recursos cruciales. El crecimiento se va a detener, por una razón o por otra.
Llegados a este punto, por el retraso en la acción necesaria, ya no
podemos evitar un cambio climático grave. Hagamos lo que hagamos. Aunque
siempre hay grados.
El mito del progreso, de que la
tecnología vendrá al rescate, es una de las ideas más paralizantes para
hacer frente al problema real: el decrecimiento es inevitable, ya que
esto no se trata de un problema técnico. ¿Quizá lo que necesitamos es un
cambio cultural, moral y ético?
Sí, completamente, ese era uno de los puntos cruciales de nuestra obra hace ya medio siglo. En condiciones ideales, la tecnología puede darte más tiempo, pero no va a solucionar el problema. Te puede ampliar el margen, la oportunidad de hacer los cambios políticos y sociales que son necesarios. Pero mientras tengas un sistema que se basa en el crecimiento para solucionar cada problema, la tecnología no podrá evitar que se sobrepasen muchos límites cruciales, como ya estamos viendo.
Pese a la tremenda utilidad e importancia de su trabajo, a usted y sus compañeros les criticaron mucho. Esto sigue ocurriéndole a cualquiera que se sale del discurso dominante: la “happycracia”. ¿Existe una imposibilidad social para hablar de según qué temas porque te convierten en el catastrofista, el pesimista que amarga?
Yo era muy ingenuo en los setenta, cuando lanzamos el libro. Fui formado como científico, y tenía la impresión de que utilizando el método científico, producíamos datos incuestionables, y si se los enseñábamos a la gente, entonces esto bastaría para producir un cambio en la mirada y las acciones de las personas. Eso fue ingenuidad cuanto menos.
Hay dos maneras de enfrentar estas situaciones: en una recoges datos y entonces decides qué conclusiones son consistentes con los datos, la manera científica. En la otra, muy habitual, decides qué conclusiones son importantes, y buscas datos que cuadren y apoyen tus “conclusiones”. Esto es lo que ocurre con los negacionistas climáticos, por ejemplo.
No he tratado de ganar esos debates entre pesimistas y optimistas, con este tipo de personas. Cuando alguien viene enfadado a acusarme de lo que sea, simplemente les digo: “ojalá tengas razón”, y sigo adelante.
Existe una tendencia en los sistemas, las empresas, las personas hacia la autopreservación, fundamentándonos muchas veces en miradas cortoplacistas que no nos dejan avanzar a largo plazo, ¿cómo luchar contra estas inercias y hábitos?
Sí, la única manera de gestionar esto es ampliar el horizonte temporal y espacial. Y así ver con perspectiva los posibles costes y beneficios. Un ejemplo: la pandemia y la gestión en mi país [EE.UU.] ha sido lamentable, muy corta de miras. Si no extiendes las vacunas a todo el espacio, al resto del mundo, no son tan útiles.
¿Cómo ampliar ese marco temporal? Con las siguientes generaciones. La mayoría de la gente tiene preocupaciones legítimas, genuinas, sobre el futuro de sus hijos, sobrinos, nietos.
En España últimamente estamos teniendo buenas noticias al respecto del decrecimiento: la primera asamblea ciudadana por el clima ha elegido entre sus 172 medidas la necesidad de hacer pedagogía con el decrecimiento, varios políticos –incluyendo al ministro de Consumo– han hecho declaraciones a favor de abrir este debate ineludible, y el IPCC cada vez incluye más esta palabra en sus informes.
¿Estamos más cerca de un Tipping Point social –como suele decir Timothy Lenton–, o tendremos que esperar a que las crisis sean aún más patentes para reaccionar?
La respuesta a ambas cuestiones es sí. Estamos más cerca de un punto de vuelco social positivo, pero por otro lado, me temo que tendremos que esperar al agravamiento de las crisis para reaccionar. Y es aún peor: si nos hubieran descrito nuestra actual situación en, digamos, el año 2000, habríamos pensado que eso era ya una crisis catastrófica. Somos la rana que no salta de la olla, cocida demasiado a fuego lento. Desgraciadamente creo que esa es nuestra situación.
Según el modelo HANDY –otro modelo de dinámica de sistemas– un parámetro fundamental para causar colapsos es la desigualdad, que crece en paralelo a la falta de confianza entre semejantes, otra de las principales razones de los colapsos. El diseño de nuestro sistema económico hace que ambas aumenten cada año. Y hace imposible ajustarse a los límites, porque la élite –que suele estar alejada de la realidad y por tanto no detecta las alarmas– es la que sirve de modelo. ¿Cómo desenredar semejante lío?
La verdad no se encuentra en unas pocas ecuaciones, obviamente. Se encuentra en la historia. Y nuestra historia durante miles de años muestra que los poderosos buscan más poder, y lo tienen más fácil por su situación para encontrarlo, es un bucle de retroalimentación positivo. En dinámica de sistemas esto se llama “éxito para los ya exitosos”. Rara vez nos desviamos de ese fenómeno.
Nadie puede desenredar este enredo. No creo que exista ninguna acción o ley que pueda hacer eso. En unas pocas culturas, sin embargo, se han visto mecanismos evolucionados de redistribución. En el Noroeste de los Estados Unidos hay algunas tribus que tienen una costumbre llamada “Potlatch”, es una ceremonia en la que los jefes de la tribu, los más ricos, regalaban parte de sus posesiones –estoy simplificándolo, seguro–. En el budismo también hay una tradición de desapego a lo material en muchos de sus practicantes. Pero son raras excepciones. En nuestro mundo la tendencia es a acumular poder y, como dices, eso ayuda a estar desapegado de la realidad. Es entonces cuando se acaba produciendo un colapso –también del propio poder– y todo vuelve a empezar de nuevo. Es un proceso que se produce como respuesta a los límites. Y la desigualdad está creciendo en todos los países.
¿Hasta qué punto están las élites anticipando la necesidad matemática de reducir la desigualdad? ¿O solo se están preocupando por su supervivencia?
Bueno, no se puede hablar con propiedad de “élites”. Algunas élites están preocupadas y hacen todo lo que pueden para reducir la desigualdad, otras ni siquiera piensan en ello, –probablemente la mayoría–, y otras, sin duda, están trabajando para hacerla cada vez más grande. Desde luego no hay una tendencia hacia la reducción de la desigualdad. Y a veces se dice que el crecimiento ayuda a que llegue riqueza a todo el mundo, lo cual, viendo cómo han crecido simultáneamente las tasas de crecimiento y de desigualdad, es manifiestamente falso.
¿Ve hoy en día más preocupación por el colapso de la civilización en los círculos de poder, económicos y políticos? ¿O siguen con los beneficios a corto plazo como siempre?
Yo no estoy en círculos de poder así que no puedo responder a eso. Soy un profesor jubilado de 80 años. Es el 50 aniversario de Los límites del crecimiento y salvo por las entrevistas que se hacen sobre un libro que aún despierta interés, no hay tanta atención como podría parecer.
Teniendo en cuenta la miopía espacial y temporal respecto a los límites, ¿no cree que la visión moderna del mundo está obsoleta? ¿Podría sugerir algunas ideas filosóficas para una transición hacia una nueva cosmología?
Gracias por imaginar que puedo tener la capacidad de hacer tales cosas. Que la actual forma de ver el mundo está obsoleta es obvio solo con mirar las noticias. Casi nadie puede estar contento con el estado del mundo.
Sobre una nueva cosmología: hay una diversidad enorme de filosofías, prácticas espirituales, muchas de ellas consistentes con el funcionamiento del mundo. Cualquiera que vaya a funcionar tiene que reconocer la interacción y dependencia que tenemos con el mundo natural. Ya hemos comentado el extendido mito de que la tecnología nos llevará a superar cualquier obstáculo. Lo vemos con el reto climático: existe esta cosa llamada Captura y Secuestro de Carbono (CCS). A pesar del hecho irrefutable de que es más barato, rápido y fácil reducir el consumo energético, la tendencia es buscar la solución tecnológica que nos permita hacer lo que ya no podemos seguir haciendo sin causar graves daños. Es una fantasía total. Lo mejor que podemos decir del CCS es que es una idea que va a hacer a unas pocas personas ganar mucho dinero.
Estamos como en una cinta de correr que se acelera rápidamente. Ya sabes, esas cintas en las que corres pero no vas a ningún sitio. Eso es lo que estamos haciendo. A medida que vamos tomando malas decisiones, eso nos aboca a crisis que por obligación acortan nuestra perspectiva temporal, todo se vuelve reactivo mientras aceleramos. Eso a su vez ayuda a que tomemos más malas decisiones, porque estrechamos más y más nuestro horizonte temporal. Es un círculo vicioso.
Creo que vamos a ver más cambios en los próximos 20 años que los que hemos vivido en los últimos 100. No quiero que pase lo que voy a decir, pero creo que es lo más probable: habrá desastres significativos debido al caos climático y al agotamiento de los combustibles fósiles, esto devolverá a la humanidad a estados más descentralizados y desconectados. Lentamente, evolucionarán culturas que estén más preparadas para la situación. Solo así, creo, podrá aparecer una “nueva cosmología” apropiada.
¿Crees que una coalición de élites dotadas podría cambiar el curso de los acontecimientos?
¿Élites dotadas? Me suena a oxímoron.
Mark Rotko |
El sexo biológico en mamíferos (por ejemplo, los humanos) se determina, en principio, por la presencia o no del cromosoma Y en el cigoto, la célula resultante de la fecundación de un óvulo y espermatozoide. El desarrollo de órganos sexuales en el embrión depende de diferentes genes, pero un gen "maestro" del desarrollo de los órganos masculinos, el gen SRY, se localiza en este cromosoma Y. El programa de desarrollo de los órganos sexuales del embrión es, inicialmente, femenino, y sólo si existe la expresión del gen SRY y sus genes diana (que se localizan en otros cromosomas) se determina que el embrión tenga sexo masculino si no hay otras mutaciones (cambios genéticos) o cambios sobrevenidos (por ejemplo, cambios epigenéticos).
Todo esto os lo explico para que empecéis a mentalizaros que nuestras células, las que tenemos en nuestro cuerpo, van mutando su secuencia de DNA por el solo hecho de estar viviendo. Si lo comparamos con toda la magnitud de nuestro genoma, estas mutaciones alteran un pequeñísimo porcentaje, pero ya podéis imaginar que depende mucho de qué gen (es decir, de qué instrucción genética) se ve afectado. Estas mutaciones que se dan dentro del organismo se llaman mutaciones somáticas y no se transfieren a la descendencia. Sin embargo, son primordiales para explicar muchas de las enfermedades que nos afectan a todos, por ejemplo, son importantísimas para comprender cómo y por qué podemos desarrollar un cáncer.
En general, la mayoría de mutaciones, como os acabo de mencionar, son puntuales, pero hay otros tipos. Las hay que comprenden fragmentos muy grandes de cromosomas o, incluso, cromosomas enteros. Los humanos tenemos 46 cromosomas (organizados por parejas, 23 proceden de la madre y 23 del padre). Como los cromosomas contienen muchísimos genes, la falta o exceso de información genética de un cromosoma (sea porque tenemos un cromosoma de más o un cromosoma de menos) afecta a muchos genes importantes en muchos tejidos y órganos, por eso hablamos de síndromes. Seguro que conocéis algunos síndromes causados por el incremento o decremento de un cromosoma. Por ejemplo, el síndrome de Down (caracterizado por tener 47 cromosomas, con un cromosoma 21 adicional, o el síndrome de Turner (las pacientes son mujeres con 45 cromosomas, ya que contamos sólo con un único cromosoma X). Estos síndromes presentan patologías complejas, con una cierta variabilidad entre individuos, pero mayoritariamente se dan por un error en la formación de los gametos, es decir, un error en la formación del espermatozoide o en el óvulo.
No obstante, hay que remarcar que hay otras mutaciones cromosómicas que se dan dentro de las células del individuo, es decir, dentro de las células somáticas de nuestro cuerpo. Hasta cierto punto, podemos entender que en las células que se dividen mucho sea más fácil que se generen errores en la copia del DNA o en la división de los cromosomas entre las células hijas. Uno de estos errores implica al cromosoma Y, que es pequeño y contiene "sólo" en torno a 70 genes (muchos menos que los 800 genes descritos del cromosoma X). Si se "pierde" este pequeño cromosoma, en principio, no compromete la viabilidad ni la supervivencia de la célula. Entonces, la persona sería mosaico, tiene células con cromosoma Y y otras que no. Sin embargo, ¿cómo sabemos que esta pérdida sucede? No podemos ir arrancando célula a célula de un hombre (XY) con el fin de ver si tiene los 46 cromosomas originales, o sólo tiene 45 porque ha perdido uno, el cromosoma Y. Ciertamente, no podemos saber qué pasa en las neuronas, ni en las células musculares, ni el hígado, pero sí que podemos analizar fácilmente qué pasa con las células sanguíneas, es decir, qué pasa en la médula, que es donde crecen y se dividen las células madre hematopoyéticas, las que originan los glóbulos rojos, los blancos, las plaquetas y muchas otras células implicadas en la respuesta inmunitaria, como los macrófagos.
Pues bien, los hombres de una cierta edad, no sólo pierden el pelo, la musculatura o la elasticidad de los cartílagos, sino que se sabe que sus células sanguíneas pierden el cromosoma Y y se quedan con 45 cromosomas. No son todas, sólo un porcentaje, pero este va incrementando con la edad. Los hombres de 70 años tienen en torno a un 40% de células sanguíneas sin cromosoma Y, mientras que la proporción es del 57% en los hombres de 93 años. Si analizamos la sangre de hombres todavía más viejos, la pérdida del cromosoma Y puede afectar al 80% de sus células. Claramente, esta pérdida es progresiva con la edad. Para analizar si esta pérdida del cromosoma Y puede tener alguna consecuencia grave para la salud de los hombres, los investigadores cogieron células madre hematopoyéticas de ratón, y mediante la técnica de edición genética, destruyeron –de forma específica y precisa– la secuencia del centrómero del cromosoma Y, la secuencia que asegura la permanencia de un cromosoma en las células y sin la cual el cromosoma se pierde en las divisiones celulares. Estas células editadas genéticamente han sido introducidas dentro de la médula de un ratón receptor, por lo cual, este ratón produce un porcentaje de células sin cromosoma Y (entre 49% al 81%), tal como pasa en los hombres con la edad. Estos ratones trasplantados son en principio viables, pero si se estudian durante dos años, se ve que se incrementa el número de los que mueren antes comparándolo con los ratones de la misma edad que tienen el cromosoma Y. Aunque el resto de células del cuerpo no están modificadas, las células trasplantadas producen, como hemos dicho, muchos tipos de células, entre los cuales encontramos los macrófagos. Los macrófagos son los encargados de reconocer, "comer" y eliminar patógenos (bacterias, células infectadas por virus o células estropeadas), y se infiltran por todos los tejidos, incluyendo el corazón. Los investigadores determinan que estos ratones tienen más problemas de corazón y mueren más que los ratones de la misma edad a los que no les falta el cromosoma Y. De aquí hipotetizan que podría ser que los hombres mayores de 70 años que tienen problemas de fibrosis cardiaca probablemente presentaran un mayor porcentaje de pérdida del cromosoma Y. Hacen un estudio prospectivo con muestras de pacientes de biobancos del Reino Unido y parece que los hombres que han muerto por deficiencia cardiaca presentan más fibrosis del corazón y, al mismo tiempo, tienen un mayor porcentaje de células que han perdido el cromosoma Y.
Ahora bien, aunque este trabajo está bien realizado, es sobre todo descriptivo y los investigadores no proporcionan ningún mecanismo molecular definitivo. Sólo presentan un conjunto de datos, muy bien trabajados, que indican que la pérdida del cromosoma Y puede ser relevante para explicar la menor esperanza de vida de los hombres. Sin embargo, tiene que haber forzosamente otros factores que aquí no se tienen en cuenta, como el impacto de las hormonas masculinas en diferentes vías metabólicas relacionadas con la longevidad. No sabemos por qué se da esta pérdida del cromosoma Y, ni cuáles son los genes importantes de este cromosoma, cuya deficiencia determina la fibrosis cardiaca. Creo que no podemos simplificar tanto un problema que, a la fuerza, tiene que ser complejo y no se debe a una única causa. Aunque es un resultado sorprendente e interesante, queda mucho trabajo por hacer todavía para averiguar por qué los hombres viven, por término medio, menos que las mujeres.´
Gemma Marfany |
Fuente: https://www.elnacional.cat/es/opinion/cromosoma-y-gemma-marfany_788223_102.html
Ignasi Font |
Maldivas |
Argonauta argo. L |
Oceánicas |
Es la historia de una ruptura social, de una hija atrapada entre dos mundos: el de sus padres, proletarios, poco instruidos, que se ganan la vida con el sudor de su frente, y el de los burgueses, educados, con acceso a la cultura, que se ganan la vida sin arrugarse el traje. Existe una brecha entre lo que estos padres entregados se merecen por los sacrificios hechos para criar a su hija y lo que esta niña es capaz de darles. Este desfase conlleva una gran culpa, de la que deriva una gran ira. Violencia de la sociedad que conduce a la violencia de los sentimientos. Es urgente salir de ese yugo. Y la puerta de salida es la educación, la universidad.
https://es.wikipedia.org/wiki/Central_nuclear_de_Chooz |
Las clarificadoras contradicciones de la transición energética
Verde que te quiero verde, verde metano, verde nuclear. Francia con el uranio y Alemania con el gas. Ni el eterno García Lorca logró poner tan de moda el verde como la transición energética. Pero al mirar de cerca, el supuesto verde destiñe y lo que encontramos es más bien tendente al oscuro. Oscuro color crudo.
Está celebrándose una suerte de derbi entre las dos potencias europeas por excelencia. Los equipos están nerviosos por los últimos compases del “encuentro”, donde los precios del gas –y por tanto, de la luz en un mercado marginalista– han batido récords que pocos habrían augurado para tan pronto. Francia y su defensa poblada de centrales (nucleares) ataca la retaguardia alemana alegando que la nuclear es imprescindible para superar otras opciones peores como el carbón. Alemania, en su productivo terreno de juego, busca contraatacar con la defensa del gas como ineludible energía de transición. Argumentan que no genera residuos tan peligrosos, sirve para estabilizar la red y tiene la tasa de emisiones más baja de las fuentes fósiles –aproximadamente la mitad de las del carbón–.
El debate está caliente porque los miembros del lobby nuclear apoyan (oh, sorpresa) a la nuclear, y los que consideran que esa fuente de energía es una ruina económica llena de riesgos, suelen defender el gas como mal menor, o argumentan que las renovables se bastarán pronto para cubrir el suministro. ¿Quién tiene razón? ¿Qué sería más sensato hacer?
Según la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, el borrador filtrado a la prensa, que aboga por incluir en la “taxonomía de finanzas sostenibles” –término que podemos traducir como: invierta aquí sin remordimientos–, se equivoca: “No tiene sentido y manda señales erróneas para la transición energética del conjunto de la UE”.
Pero, ¿y si le diéramos un poco la vuelta al argumento? ¿Y si en realidad lo que está mandando son señales muy claras, inequívocas? La transición va a ser muchísimo más compleja de lo que se suele contar y los altos precios y contradicciones son algunas de las últimas señales. Y de poco sirve que arteramente se diga que son “energías de transición”, solo válidas por un plazo prefijado: a todos los efectos, se las considerará verdes. Verde nuclear y verde gas.
Según la propuesta pendiente de aprobación, las nuevas plantas nucleares serán verdes como una aceituna hasta –de momento– 2045, y para ello tendrán que contar con un plan para eliminar de forma segura los desechos (ja).
Los países defensores de su categorización como verde, capitaneados por una Francia que tiene la mitad de los reactores de Europa, afirman que es una fuente imprescindible para la transición; sin ella, nos veremos abocados al sucio carbón y al carísimo y solicitado gas, dicen. No comentan que la producción de uranio del mundo ha caído un 20% desde los máximos de 2016. No comentan que la perspectiva es que caiga todavía otro 30% de aquí a 2040. No comentan que Francia mantiene 5.000 soldados en el África Sahariana para asegurar el cada vez más maltrecho suministro de uranio desde Níger. No nos dicen que el 25% de las centrales francesas están permanentemente paradas. Nos venden el sueño nuclear para que no veamos la pesadilla que es ahora mismo.
Intentan hacer creer que tenemos al alcance de la mano tecnologías para reaprovechar los residuos y así callemos. En última instancia, Francia intenta que el rescate de Areva, la compañía semipública que se encarga de la gestión del combustible nuclear y que quebró en 2016, no arrastre a la semipública EDF, que la absorbió. Francia sabe que no hay futuro en la nuclear, pero necesita una coartada para que la UE no le impida seguir dando subvenciones públicas a un tinglado que se tambalea. Y mientras, aquí en España, algunos dan palmas con las orejas y le hacen el juego al Gobierno francés mientras nos intentan encandilar diciendo que esta decadente industria salvará el mundo (no queremos que nos salven de esta manera, gracias).
En cuanto al gas, sería [teñido de] verde hasta 2030. La elección de la fecha no responde a ningún criterio climático: ya el informe del Grupo III del IPCC que filtramos hace meses revelaba que, para alrededor de 2030, todas las centrales de gas y de carbón debían ser cerradas. Cerradas, no indultadas hasta esa fecha y a partir de ahí ya veremos cómo las vamos cerrando. Lo que sí que se espera que aguante –más o menos– hasta 2030 es la producción mundial de gas. El techo de producción se alcanzaría en ese 2030, que mágicamente aparece en el texto de la Comisión Europea. El mensaje es claro: vamos a tirar del gas natural tanto como se pueda, y si luego bajamos no será por compromiso climático alguno, sino porque cada vez habrá menos. Un cálculo que peca de mucho cinismo: se cuenta con que Europa acaparará el escaso gas que debería ir a otros lugares pero que acabará en nuestros lares, que pagan con moneda fuerte.
Y llegamos al carbón: una noticia reciente ha hecho que medio mundo se avergüence. Tras 26 Cumbres del Clima, y con un consenso del 99,9% de la comunidad científica sobre la gravedad del cambio climático, el precio del gas y la recuperación económica han hecho que, según la Agencia Internacional de la Energía, la cantidad de electricidad generada con carbón haya aumentado un 9% hasta batir el registro histórico. Grandioso. Hay que ver cómo funciona de bien la transición energética sin apenas planificar.
El aumento se ha debido a India y China, principalmente. Entre las dos se va a dirimir una buena parte de la laberíntica transición, en la que no se les puede negar la aspiración de cierta equidad con respecto al nivel de vida en Occidente. Eso conduce, aunque no se quiera admitir, a que Occidente (Estados Unidos, Europa, Australia, Japón, etc.) tendría que decrecer voluntaria y planificadamente hasta tratar de equilibrar nuestra huella.
Por si con esto no bastara, el petróleo no nos da ningún respiro. Con precios que coquetean ya con la barrera de los 90 dólares y una demanda actualmente insatisfecha –la caída en la producción ha sido del 4%–, las mismas previsiones de la Agencia Internacional de la Energía prevén una caída, si persistiese el proceso de desinversión comenzado en 2014, de entre el 20% y el 50% para 2025.
Incluso con una cierta actuación de los Estados para parar la sangría, es probable que este año veamos una caída adicional de la producción del oro negro del 8% y que tengamos una o dos crisis de precios en este 2022. Peor aún, la producción mundial de diésel cae en barrena: casi un 15% desde el máximo de 2015, arrastrada por la falta de petróleos de buena calidad. Lo vemos en las estaciones de servicio, cómo sube imparable hasta precios no vistos desde 2008. Y diésel significa transporte, maquinaria pesada y de mina, tractores… Si falta diésel, falta –y faltará– de todo.
Ante semejante problemón, si con las renovables fuera a bastar para cubrir nuestras necesidades energéticas, tal y como alegan sus acérrimos defensores, si son más baratas, más limpias… en definitiva, ¡más verdes! –como los billetes que irán a parar a las grandes empresas y fondos de inversión– ¿por qué un modelo explotador de todos los recursos disponibles, que sólo busca maximizar beneficios a toda costa como el capitalista, no ha instalado ya una cantidad ingente de las mismas, para que el maná energético siga fluyendo al mismo ritmo y el espectáculo pueda continuar?
La respuesta es compleja, pero a la vez muy simple. No es posible. De momento, ni por asomo. Y todo parece indicar que los que creen que se podrá sostener la cantidad de energía actual con fuentes de captación de energía renovable, en el mejor de los casos pecan de bienintencionada ingenuidad, en el peor, se parecen más a unos vendedores de “elixires de la eterna juventud” que a visionarios.
Se suele alegar –y es verdad– que el coste de producción de electricidad por medios renovables ha caído en picado, y que hace tiempo que es más barato que el coste de las térmicas de carbón o las nucleares, y, desde hace unos años, incluso que los ciclos combinados del gas. Mirar solamente el precio, sin embargo, oculta ciertas verdades incómodas. Como, por ejemplo, que los paneles fotovoltaicos se fabrican mayoritariamente en China, país que genera el 65% de su electricidad con carbón. O que se requieren grandes cantidades de materiales, extraídos usando diésel, para paneles y aerogeneradores. O que todo se transporta de la mina a la planta de procesamiento, de la planta a la fábrica, de la fábrica al lugar de instalación, usando diésel.
Aunque la huella de CO2 de los sistemas renovables sea, indudablemente, mucho menor que la de otros tipos de centrales eléctricas, no es menos cierto que las renovables necesitan esos mismos combustibles fósiles para su fabricación e instalación (nadie ha cerrado nunca el ciclo de vida de las renovables usando solo energía renovable). Pero hay más. Las renovables han podido llegar a ser competitivas –económicamente– comparadas con otros sistemas mientras han sido relativamente pocas, menos del 2% de la energía primaria mundial. Pero, a medida que se fueran extendiendo, su competitividad iría empeorando: cada vez quedarían menos emplazamientos idóneos para su instalación; cada vez los costes de instalación y mantenimiento serían mayores.
Los que defienden acríticamente el modelo renovable actual quizá están cayendo en la trampa del crecentismo, cuando definen el progreso de las renovables como “crecimiento exponencial”. Nada crece exponencialmente por mucho tiempo en un planeta finito. Y mejor no hablemos de alguno de los materiales que se requieren, cada vez más escasos, para ese modelo de transición que, según reconocía la Agencia Internacional de la Energía, tendría que multiplicar por factores desorbitados su producción anual: el litio por 42, el cobalto por 21, las tierras raras por 7.
Si no asumimos el decrecimiento inevitable y nos adaptamos, hasta 2050 estaremos esperando un milagro. Algo poco científico, la verdad. Un milagro que no tiene pinta de que se vaya a producir y que irá dejando a más personas fuera de unos niveles de vida aceptables, mientras el mercado asigna los recursos eficientemente, si eres millonario.
Hace unos pocos días, el ingeniero Marcel Coderch ilustraba en un programa en la televisión catalana con un ejemplo magnífico por qué este tipo de promesas tecno-optimistas del tipo, algo inventaremos, son un peligro: “Es como si te compras un boleto de lotería y dices, venga, voy a comprarme un coche” [eléctrico, como no] “y al ir a pagar dices, tome, e intentas pagar con el billete de lotería”. Eso es lo que estamos haciendo con la fe en la tecnología. Y no solo con la transición energética, también con el enorme reto climático: algunas de las “soluciones” más aceptadas, incluso por parte de la comunidad científica, son la captura y secuestro de carbono, de momento un pufo que no funciona salvo como agujero negro de fondos y recursos, o la geoingeniería, cuyos peligros sobrepasan ampliamente a sus supuestos efectos positivos.
La última bala de plata verde parece ser el hidrógeno: un vector, no una fuente de energía. No hay minas de hidrógeno en el mundo, el hidrógeno se obtiene consumiendo combustibles o electricidad. En el último informe anual de la Agencia Internacional de la Energía se reconocía que uno de los grandes retos del modelo al que se quiere transitar son las pérdidas por las sucesivas transformaciones, y el hidrógeno es un buen ejemplo: a día de hoy las pérdidas de obtener hidrógeno de manera industrial para producir calor están alrededor del 50% y para vehículos son de un apabullante 90% (en laboratorio todo es mejor, pero hay que ir al mundo real). Por ese motivo, la Estrategia Europea del Hidrógeno reconoce que Europa no se podría autoabastecer con el hidrógeno que puede producir usando sus propias renovables.
Alemania ha firmado acuerdos comerciales ventajosos para importar hidrógeno desde Ucrania (qué casualidad), Marruecos, Chile, Namibia o el Congo. Y, en parte por eso, a España se le ofrecen generosas partidas de los fondos Next Generation: para instalar infinidad de macroparques eólicos y solares, al tiempo que se le recuerda que el mercado del hidrógeno es único para toda Europa y que Alemania espera que los países del Sur “sean solidarios” con los del frío Norte.
Ese es el juego al que estamos jugando: uno en el que podemos acabar convirtiéndonos en una colonia energética del Norte de Europa. Pero, tranquilos, que todo será verde. La nuclear, verde radioactiva y fosforescente. El gas, verde fósil. La contaminación de la extracción masiva de materiales para nuestras renovables, verde mina. Si nos descuidamos, en un periquete habrá también macrogranjas verdes. Y, cuando ya no nos quede otra, acabaremos pintando el carbón del color de la esmeralda. Porque de todas las materias no renovables, el carbón es la que decae más lentamente. O asumimos el laberinto en el que estamos, o en los próximos años el mundo seguirá usando carbón a tutiplén.
Aunque faltan flecos y el resultado del partido está por determinar,
tiene pinta de que va a acabar en un empate pírrico y pactado para
evitar (temporalmente) el descenso de categoría –convertir tanto al gas
como a la nuclear en energías puente, de transición–, algo muy
conveniente para los dos países más poderosos de una Europa que se
empeña, vieja, desvencijada, y malherida por un protofascismo emergente
que no quiere oír hablar de límites de ningún tipo y que la tiene
atemorizada, en al menos aparentar frente al espejo que se pinta un poco
de verde. Verde que te quiero verde.
La industria minera ya está advirtiendo que no hay suficientes metales para todas las baterías que requerirá la transición |
Hay un tema evidente del que no se habla mucho y es que la transición energética se está construyendo sobre la base de recursos finitos, y es que la mayoría de los metales y minerales ya escasean. Y esto es sólo el comienzo de los problemas de la transición.
La transición energética ha sido planteada por los políticos como el único camino para la civilización humana. No todos los países del planeta están de acuerdo con ella, pero los que sí lo están son los que tienen más voz.
Incluso en medio de la crisis de los combustibles fósiles que está empezando a paralizar las economías, la transición sigue siendo un objetivo. No es ningún secreto que la transición requerirá cantidades enormes de metales y minerales.
Los ejecutivos de la industria minera han advertido que no hay suficiente cobre, litio, cobalto o níquel para todas las baterías de los vehículos eléctricos que requeriría la transición. Y no han sido los únicos. Aun así, la Unión Europea se adelantó este mes y prohibió de hecho la venta de vehículos con motor de combustión interna a partir de 2035.
Debido a la escasez de oferta, los precios están subiendo, al igual que los de todos los sectores de materias primas. Según un cálculo de Barron's, el precio de una cesta de metales para baterías de vehículos eléctricos que el servicio rastrea se ha disparado un 50% en el último año como consecuencia de diversos factores, entre ellos las sanciones occidentales contra Rusia, que es uno de los principales proveedores de estos metales a Europa.
La combinación de escasez de oferta y aumento de precios está haciendo que la transición energética sea aún más costosa de lo previsto. También nos ha recordado a todos que, debido a estos metales y minerales, que son exactamente tan finitos como el petróleo crudo y el gas natural, la transición no es hacia un futuro de energía renovable.
Pareciera que realmente la transición es hacia un futuro con menos carbono. Y este futuro puede perpetuar algunos de los peores modelos del pasado que tanto se ha querido dejar atrás.
El lado oscuro de la revolución verde
Muchos de los metales para baterías que necesita la transición energética proceden de África, un continente plagado de pobreza, corrupción e incertidumbre política. También es un continente que actualmente está amenazado por un nuevo tipo de colonialismo debido a la transición energética.
En un reciente análisis para Foreign Policy, Cobus van Staden, investigador sobre China y África del Instituto Sudafricano de Asuntos Internacionales, escribió que el sucio secreto de la revolución verde es su insaciable hambre de recursos de África y otros lugares que se producen utilizando algunas de las tecnologías más sucias del mundo.
Y lo que es más importante, añadía van Staden, "lo que es más, el cambio acelerado a las baterías amenaza ahora con reproducir una de las dinámicas más destructivas de la historia económica mundial: la extracción sistemática de materias primas del sur global de una forma que hizo a los países desarrollados inimaginablemente ricos mientras dejaba un rastro de degradación medioambiental, violaciones de los derechos humanos y subdesarrollo semipermanente en todo el mundo en desarrollo".
Violaciones de los derechos humanos, corrupción y la perpetuación de las bajas normas laborales y medioambientales han sido una característica de casi todas las empresas extranjeras del sector minero africano.
Basándose en estas pruebas, parece que, además de no ser renovable, la transición energética no parece tener mucha conciencia social. En otras palabras, el movimiento de inversión ESG, que se centra en las empresas en transición, podría ser, de hecho, un movimiento que premia a las empresas que no son muy respetuosas con el medio ambiente ni con la sociedad. Al menos no en África.
Tal vez se pueda argumentar que, a diferencia de la última vez, como fue la Revolución Industrial, esta vez tenemos muchos más mecanismos para proteger los derechos humanos. Por muy cierto que sea, no se ha avanzado mucho en ese sentido en la República Democrática del Congo, por ejemplo, un país enorme que es clave para la transición por su riqueza en cobalto.
La buena noticia es que todos estos problemas de la transición eran más o menos tabú hasta hace poco. Ahora se habla cada vez más de ellos, y es de esperar que esto conduzca a un reajuste de los objetivos o al menos de los plazos para hacerlos más realistas. Tal vez la idea de la transición justa también cobre velocidad.