La bióloga neoyorkina Nancy Hopkins se ha destacado tanto por su investigación del pez cebra para el estudio del cáncer, como por su activismo de género. Ya jubilada, dice que nunca dejará de investigar y ha creado con otras colegas un grupo para ayudar a las mujeres a emprender en biotecnología.
Nancy Hopkins en una imagen reciente. / Leonard_Greco_Big |
Nancy Hopkins (Nueva York, 1943) comenta en el documental Picture a Scientist que acabó convirtiéndose en una “activista de género radical” en contra de sus deseos. Cuando entró en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) hace casi 50 años, no creía que el hecho de ser mujer fuera a tener un impacto negativo en su carrera.
Sin embargo, esta catedrática emérita de biología molecular y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU, enseguida comenzó a ver cómo sus colegas masculinos recibían mejor trato y tenían más oportunidades. Entonces tomó conciencia de que la infravaloración estaba condicionando su carrera y la de otras mujeres investigadoras.
Aun así, siempre se ha considerado una apasionada de su trabajo. Se casó en segundas nupcias a los 64 años. “Me divorcié de mi primer marido cuando tenía 30 años y no tenía intención de volver a casarme, me veía a mí misma como una ‘monja’ de la ciencia”, comentó con sorna a The New York times en una bonita pieza que este diario dedicó a su boda.
Usted es catedrática emérita de biología en el MIT. ¿Cuál es el foco de su trabajo? ¿Continúa investigando?
Nuestra investigación se enfoca en el uso del pez cebra en el laboratorio para estudiar los genes esenciales para el desarrollo temprano, la longevidad y la predisposición al cáncer. Hemos logrado desarrollar herramientas para la investigación del pez cebra e idear un método eficaz de mutagénesis de inserción a gran escala. Con esta tecnología, identificamos y clonamos el 25 % de los genes esenciales para que un huevo de pez cebra fecundado se convierta en una larva nadadora. Estos genes incluían genes conocidos y nuevos que predisponen a los peces al cáncer.
Ya no dirijo el laboratorio porque me he jubilado, aunque creo que los científicos en realidad nunca nos retiramos del todo. Además, sigo trabajando en cuestiones de igualdad de género que afectan a las mujeres en el ámbito científico.
Entró a trabajar en el MIT en 1973. Al principio le costó creer que su género pudiera tener una influencia negativa en su carrera. ¿Era esta institución un entorno hostil para las mujeres?
El MIT ha cambiado mucho, pero, mirando hacia atrás, veo claramente que no era la institución la que era hostil hacia la mujer, sino la sociedad en general que aún no estaba preparada para aceptarnos como científicas de alto nivel. Mi generación de mujeres fue la primera que pudo conseguir trabajo en las grandes universidades de investigación. En aquel momento, no sabíamos que el hecho de que nos abrieran las puertas no era todo lo que se necesitaba para crear un entorno inclusivo.
En el documental Picture a Scientist usted relata varios episodios de discriminación flagrante en su institución, pero cuenta que al principio aguantó y no hizo nada.
Sí, al principio, cuando empecé a sentir esa discriminación por ser mujer, estaba tan sorprendida que no sabía qué hacer. Los posdoctorales me veían más como una técnica que como un miembro de la facultad y por eso me hacían esperar, por ejemplo, para usar mi propio equipo. En aquella época, las mujeres teníamos que ser amables porque si no te tildaban de desagradable y difícil, y te evitaban. Cuando empecé a publicar artículos científicos en revistas, me di cuenta de que también tenía problemas para conseguir el crédito por mis descubrimientos. Pero seguí trabajando y me ascendieron a profesora asociada. Luego, tras conseguir la titularidad, empecé a tener ya problemas muy significativos y decidí actuar. Ya fui plenamente consciente de que me infravaloraban por el simple hecho de ser mujer y que esto estaba condicionando mi carrera y la de otras mujeres investigadoras. Lo peor es darse cuenta, es algo difícil de aceptar.
¿Cuál fue la gota que colmó el vaso?
Creo que fue alrededor de 1990. Iba establecer mi investigación con peces cebra y necesitaba conseguir 200 pies cuadrados [18 metros cuadrados] de espacio en mi laboratorio para instalar las peceras. Así que fui a administración y les dije que era profesora de investigación senior y que tenía menos espacio que algunos investigadores junior. El hombre me dijo: “Eso no es cierto”. Así que cogí una cinta métrica, recorrí el edificio cuando estaba vacío, medí los laboratorios y anoté y coloreé los espacios que tenía cada persona para saber cuánto espacio tenían. Hice también una tabla con todas las sumas, así que me llevó bastante tiempo.
Pensé que así podría demostrar con datos que tenía menos sitio que los investigadores varones. Pero cuando obtuve las mediciones y se las enseñé a la persona encargada de distribuir el espacio, se negó a mirarlas. Y fue entonces cuando me convertí en una ‘activista radical’, supongo que en contra de mis deseos, como cuento en el documental.
Y desde entonces ha estado involucrada en la defensa del avance de las mujeres en la ciencia.
Sí, durante los noventa un grupo de mujeres del MIT empezamos a organizar debates y establecer comités para analizar y combatir la desigualdad. Yo presidí el primer comité entre el 1995 y 1997. En 1999, escribimos un informe, que publicamos en el boletín del MIT. No imaginamos la repercusión que iba a tener. Aún pensábamos que nuestro problema era el de unas pocas mujeres de élite en instituciones punteras que querían hacer ciencia de muy alto nivel. Por supuesto, resultó ser un problema universal. Aquello causó una gran conmoción comenzaron a pedirnos declaraciones a los medios de comunicación y muchas mujeres nos escribieron desde todo el mundo con problemas similares, lo cual ha seguido sucediendo hasta el presente.
En 2018 usted y otras colegas del MIT crearon el Boston Biotech Working Group. ¿En qué consiste y cuál es el objetivo?
El grupo lo creamos tres mujeres del MIT, yo misma, Susan Hockfield, expresidenta del MIT e investigadora de neurociencia, y Sangeeta Bhatia, investigadora de ingeniería biomédica, que además ha cofundado y forma parte del consejo asesor de varias firmas de biotecnología. Entre los 39 miembros del grupo, están los principales grupos de capital riesgo, ejecutivos de la escena biotecnológica de Boston, investigadores del MIT, responsables políticos y administradores académicos.
Estamos trabajando para aumentar el número de mujeres que formen parte de los consejos de administración de las empresas de biotecnología y abrir más vías para que las investigadoras funden sus propias compañías.
Este grupo ha publicado un estudio que demuestra con datos la poca representación de las investigadoras del MIT en el sector de la biotecnología.
Nuestro estudio indica que entre 2000 y 2018, las investigadoras del MIT solo participaron en el 9 % de los eventos del MIT relacionados con biotecnología y otras industrias y que si las mujeres emprendedoras hubieran fundado empresas al mismo ritmo que los hombres, habrían lanzado 40 empresas más fuera del MIT en el mismo periodo de tiempo. Así que había que hacer algo para que las cosas comenzaran a cambiar.
Volviendo al documental Picture a Scientist. Algo que me dejo impactada es el comportamiento de Francis Crick con usted cuando era una joven investigadora en prácticas en el laboratorio de James Watson [Watson y Crick ganaron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por la estructura del ADN en 1962].
Si, bueno, lo que ocurrió fue que Francis Crick vino de visita al laboratorio para dar una charla. Yo tenía 19 años y estaba emocionada porque creía que tanto Watson como él eran genios. Estaba sentada en el pequeño laboratorio en el que trabajaba, entró Crick, me tocó los pechos y a continuación me preguntó como si nada: “¿En qué estás trabajando?”. Me quedé tan estupefacta y avergonzada que no supe qué decir o hacer.
En ese momento, solo me preocupaba que Jim Watson lo viera y que pudiera afectar a mi relación de estudiante-mentor con él —no lo vio, por cierto—. Yo admiraba mucho a Watson y me habría mortificado si lo hubiera visto. Tampoco quería avergonzar a Crick. Quería estar segura de poder interactuar con él científica y socialmente más adelante, sin que quedara ningún residuo de vergüenza. Así que hice como si no hubiera pasado nada.
Además, ¿a quién se lo iba a decir y qué iba a decir?, era una época diferente. El término ‘acoso sexual’ no existía. Ni siquiera yo sabía lo que era.
Un comportamiento así hoy sería inadmisible. Algo se ha mejorado, ¿no?
¡Sí! Ahora es muy diferente. Las mujeres pueden hacer cualquier cosa. Aunque sigue siendo más difícil para nosotras debido a las mayores responsabilidades familiares y a algunos prejuicios de género que aún existen, pero todo es mucho mejor ahora.
Mi generación —tal y como describíamos en nuestro informe de 1999— descubrió cómo el sesgo inconsciente da lugar a la exclusión, la marginación y la infravaloración de las científicas, y cómo esto conduce a desigualdades en la distribución de los recursos y la compensación para las mujeres. En aquel momento, pedimos al MIT que solucionara estos problemas mediante un seguimiento y una medición constantes, y que luego se ajustara para garantizar la equidad.
¿Cree que las nuevas generaciones de científicas son más exigentes?
¡Claro! Hoy las jóvenes investigadoras piden mucho más. Esperan que la institución ofrezca una cultura inclusiva. No quieren tener que pedir que se les trate de forma equitativa, ni hacer el duro trabajo de señalar constantemente las desigualdades. Quieren cambiar la propia cultura, recompensando a las personas que son grandes científicas y que además saben cómo crear entornos de trabajo inclusivos.
Sin embargo, una de las cosas importantes que hay todavía que cambiar es la equiparación de las responsabilidades familiares entre las mujeres y los hombres que trabajan. También en este caso se trata de una cuestión social amplia y profunda en la que todavía se necesitan muchos cambios.
¿Qué consejo le daría a una joven que quiera dedicarse a la investigación?
¡Hazlo! ¡No lo dudes! Ser científica ha sido el mayor privilegio de mi vida. Es la profesión más apasionante que conozco. Cualquiera que consiga ser científica es una persona afortunada.
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