Fuente: http://yometiroalmonte.blogspot.com.es/2012/05/esquizofrenia-contable.html 
El mundo ya no es lo que era. La repentina necesidad de hacer rentable 
absolutamente todo ha convertido nuestra mente en un auténtico hervidero
 de cifras, estadísticas, gráficos con subidas y bajadas, porcentajes, 
fracciones...
El Ministro de Justicia no habla de Justicia, sino de las pérdidas 
monetarias de su cartera. El de Cultura, de lo mucho que cuestan los 
músicos que amenizan las fiestas de los pueblos. La de Sanidad, que si 
los parados y los inmigrantes le echan mucho cuento a los catarros para 
sacarle brillo a la tarjeta de la SS, y así con todo.
Las competencias del Estado y sus gestores han sucumbido de esta forma 
al imperio ficticio del recorte y su paranoia. El déficit cero se alza 
como el nuevo becerro de la idolatría financiera, y a uno le entra 
complejo de crápula hasta por darse el capricho más asequible: no lo 
hagas, no vivas por encima de tus posibilidades, busca un precio mejor, 
lucha por tu supervivencia... 
Los números, fríos y distantes, objetivos por definición, calan por 
contra hondo en el estado de ánimo. Las conversaciones sobre la crisis 
forman un manto de resignación y asco en los ambientes laborales, y 
nadie quiere oir ninguna cifra que esté por encima de 500. La prima de 
riesgo hace así la función de Dios castigador que todo lo puede, 
omnipresente en cada rincón del planeta, observando cada loncha pasada 
de chorizo, cada trozo de queso mohoso que, egoistamente, hemos cometido
 el pecado de tirar a la basura.
Las necesidades básicas, por tanto, han dejado de ser productivas. 
Actividades vacías como tomar el sol, pasear, hablar con amigos o echar 
un polvo, suponen la pérdida irrecuperable de un tiempo precioso que 
deberíamos estar ocupando con el reciclaje, la comparativa de precios o 
el esclarecimiento de las diferencias insalvables que los más expertos 
encuentran entre Grecia y España.
Hispanistán siempre fue un país de entrenadores de fútbol. Ahora, con la
 nueva religión invadiéndolo todo, es también un país plagado de 
economistas. Nadie sabe mejor que cada español cómo está el patio de 
Bankia, las fluctuaciones siniestras del Ibex35, por qué no va a haber 
ningún corralito, oficial u oficioso, la letra pequeña de las 
preferentes y las características que distinguen a los funcionarios del 
personal estatutario fijo...
Al consumidor de cultura ya no le interesan Borges o Sorolla, sino 
Keynes y Milton Friedman. La infamia del azar bursátil tampoco importa, y
 a Mandelbrot le sustituimos por Krugman. No sólo la música, sino el 
arte en general, la ciencia, el conocimiento en definitiva, se han 
transformado en algo insostenible. Sólo se rentabilizan los datos 
económicos, la austeridad pragmática de los programas de ajuste y su 
apisonadora de guarismos.
Como el torturado o la mujer maltratada, pensamos que, si alargamos la 
vida del tubo de la pasta de dientes, quizá en algún momento dejarán de 
recortarnos. Adaptamos nuestra rutina a la fusta impía de los decimales y
 guardamos dinero en lugares que, también según los expertos, podrían no
 estar garantizados ni por el contable más optimista.
Todo 
palidece cuando el fantasma de la crisis agita su guadaña. Desde el 
Presidente del Gobierno hasta el parado de larga duración, el camino 
aparece como un terreno yermo y agrietado, donde las hormigas dan 
vueltas en círculos esperando el surgimiento de algún brote verde que 
permita de nuevo volver a disfrutar de aquella canción, esa película que
 unió nuestros caminos, el sexo por el sexo, el dolce far niente bajo la sombra de un árbol...
Cuando
 la guerra termine, nos habremos vuelto más sensibles hacia el gasto y 
los valores que no se pueden contar. Es posible que alguien aprecie más 
la cultura, la amistad, los pequeños detalles... En ese momento, los 
emperadores de las finanzas habrán visto cumplida su misión desde la 
suite del hotel de cinco estrellas; el shock propinado a miles de 
millones de consumidores ha dejado una huella imborrable de compromiso 
con la pobreza que se hará perdurable durante varias generaciones.
 
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