sábado, 19 de mayo de 2012

Esquizofrenia contable

Fuente: http://yometiroalmonte.blogspot.com.es/2012/05/esquizofrenia-contable.html

El mundo ya no es lo que era. La repentina necesidad de hacer rentable absolutamente todo ha convertido nuestra mente en un auténtico hervidero de cifras, estadísticas, gráficos con subidas y bajadas, porcentajes, fracciones...

El Ministro de Justicia no habla de Justicia, sino de las pérdidas monetarias de su cartera. El de Cultura, de lo mucho que cuestan los músicos que amenizan las fiestas de los pueblos. La de Sanidad, que si los parados y los inmigrantes le echan mucho cuento a los catarros para sacarle brillo a la tarjeta de la SS, y así con todo.

Las competencias del Estado y sus gestores han sucumbido de esta forma al imperio ficticio del recorte y su paranoia. El déficit cero se alza como el nuevo becerro de la idolatría financiera, y a uno le entra complejo de crápula hasta por darse el capricho más asequible: no lo hagas, no vivas por encima de tus posibilidades, busca un precio mejor, lucha por tu supervivencia...

Los números, fríos y distantes, objetivos por definición, calan por contra hondo en el estado de ánimo. Las conversaciones sobre la crisis forman un manto de resignación y asco en los ambientes laborales, y nadie quiere oir ninguna cifra que esté por encima de 500. La prima de riesgo hace así la función de Dios castigador que todo lo puede, omnipresente en cada rincón del planeta, observando cada loncha pasada de chorizo, cada trozo de queso mohoso que, egoistamente, hemos cometido el pecado de tirar a la basura.

Las necesidades básicas, por tanto, han dejado de ser productivas. Actividades vacías como tomar el sol, pasear, hablar con amigos o echar un polvo, suponen la pérdida irrecuperable de un tiempo precioso que deberíamos estar ocupando con el reciclaje, la comparativa de precios o el esclarecimiento de las diferencias insalvables que los más expertos encuentran entre Grecia y España.

Hispanistán siempre fue un país de entrenadores de fútbol. Ahora, con la nueva religión invadiéndolo todo, es también un país plagado de economistas. Nadie sabe mejor que cada español cómo está el patio de Bankia, las fluctuaciones siniestras del Ibex35, por qué no va a haber ningún corralito, oficial u oficioso, la letra pequeña de las preferentes y las características que distinguen a los funcionarios del personal estatutario fijo...

Al consumidor de cultura ya no le interesan Borges o Sorolla, sino Keynes y Milton Friedman. La infamia del azar bursátil tampoco importa, y a Mandelbrot le sustituimos por Krugman. No sólo la música, sino el arte en general, la ciencia, el conocimiento en definitiva, se han transformado en algo insostenible. Sólo se rentabilizan los datos económicos, la austeridad pragmática de los programas de ajuste y su apisonadora de guarismos.

Como el torturado o la mujer maltratada, pensamos que, si alargamos la vida del tubo de la pasta de dientes, quizá en algún momento dejarán de recortarnos. Adaptamos nuestra rutina a la fusta impía de los decimales y guardamos dinero en lugares que, también según los expertos, podrían no estar garantizados ni por el contable más optimista.

Todo palidece cuando el fantasma de la crisis agita su guadaña. Desde el Presidente del Gobierno hasta el parado de larga duración, el camino aparece como un terreno yermo y agrietado, donde las hormigas dan vueltas en círculos esperando el surgimiento de algún brote verde que permita de nuevo volver a disfrutar de aquella canción, esa película que unió nuestros caminos, el sexo por el sexo, el dolce far niente bajo la sombra de un árbol...

Cuando la guerra termine, nos habremos vuelto más sensibles hacia el gasto y los valores que no se pueden contar. Es posible que alguien aprecie más la cultura, la amistad, los pequeños detalles... En ese momento, los emperadores de las finanzas habrán visto cumplida su misión desde la suite del hotel de cinco estrellas; el shock propinado a miles de millones de consumidores ha dejado una huella imborrable de compromiso con la pobreza que se hará perdurable durante varias generaciones.

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